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lunes, 11 de agosto de 2014

VERSOS QUE CAMINAN, PALABRAS QUE SUEÑAN. Colaboración de Consuelo Galiano

El principio en san Bartolomé

La barandilla de la plaza de san Bartolomé, era el escenario. Pasábamos de un lado al otro danzando, tal vez sea más correcto decir, imitando pasos de bailes que antes habíamos visto en la televisión en blanco y negro. Nuestro público eran las mamás, que sentadas esperaban pacientes el tiempo de llamarnos con un: – ¡Ya se acabó el juego, hay que recogerse, toca baño y cena! a lo que contestábamos con cara arrugada – ¡No, por fi un ratito más! Ellas reían nuestras artificiosas muecas, pero los paseantes, no algunos, sino muchos para nosotros, detenían por unos instantes su paso y sonreían ante nuestro teatro.

Cada día era distinto, unas cantábamos las canciones de Marisol, otras volaban como mariposas; con los brazos extendidos los hacían ondular al viento, cabriolas y sombras chinescas completaban el espectáculo. Dibujábamos en la pared del primer bloque de pisos, que asombradas vimos construir en esta plazoleta. También interpretábamos obras que nos inventábamos sobre la marcha. Salíamos a escena de una en una, nos movíamos ante un público entregado, y volvíamos a sentarnos en la fuente, nuestras bambalinas, después de cada actuación.  

Nuestro fan número uno, el dos y el tres y el cuatro y el… no los llegamos a conocer nunca, era don Ciriaco, el practicante, (ahora les llaman enfermeros), que debido a una extraña enfermedad nunca salía de casa. El hombre tenía instalado el estar, muy cerquita de su balcón, y allí a las cinco en punto establecía su puesto de vigilancia. No faltaba nunca, solo aquella vez que una ambulancia se detuvo en su portal, luego no lo volvimos a ver, hasta pasado mucho tiempo, tanto que los niños y niñas dejamos de serlo.



En reunión secreta, decidimos una tarde realizar una gran representación teatral en la plaza pequeña. Estaba situada a la izquierda de la puerta lateral de la iglesia. Era la que más nos gustaba a todas, por lo recogidita que se encontraba. Custodiada por cuatro naranjos, una fuente cantarina al abrigo de las miradas de los curiosos, nos protegía. De esta manera no alcanzaban a controlar nuestros ir y venir. Sobre un pretil con cuatro esquinas salientes unidas por otros cuatro semicírculos, y llena de aguas transparentes, unos peces de colores zigzagueaban entre pequeñas hojas caídas de los arboles. Una copa de piedra labrada, terminaba de proveer el encanto a nuestro lugar, ese al que ningún adulto podía entrar mientras las chicas y chicos estábamos. Si algún osado se aventuraba a traspasar el umbral de nuestra morada, el guardián le gritaba: ¡santo y seña!, provocando un coro de alegres y alocadas risas. La felicidad y la inocencia reinaban en esta plaza especial, cuajada de verde césped, y donde el amor comenzaba a hacerse presente.

Aquel día había conseguido que me pusieran el vestido más bonito que tenía, prometiendo en casa que lo cuidaría, y que no lo mancharía con nada. Pensé en no sentarme como todos los días en la fuente. Estaría de pie toda la tarde, y tendría cuidado con la Nocilla para no dejar la menor marca en el vestido.

Como yo era la más teatrera, siempre me pedían que hiciera números cada vez más difíciles, ante un público exigente. Con mí vestido nuevo, aquella tarde que inauguraron la fuente después de mucho tiempo de arreglos, salí a escena, recreé mi mejor drama sobreactuando; lo mismo lloraba que reía. Esto desconcertaba al público al que siempre atrapaba; los niños sin respirar, las niñas tratando de imitar mis gestos. Cuando hube dejado a todos encantados, volví, como sin darme importancia a la fuente. Me senté como todos los días, pero estaba tan embriagada de éxito, que me caí de espaldas con mi vestido nuevo.

Me levanté, como si hubiera sido parte de mi número, y caminé hacia mi casa, llorando por lo que sucedería, pero volviendo la cara de vez en cuando, sonriente, agradeciendo los aplausos de mi audiencia, que no se atrevió a acompañarme, por si repartían para todos.

Aquel día una bronca monumental, fue el principio de mi carrera de actriz dramática.


                                                                                                                                               CONSUELO GALIANO SANTIAGO (San)



martes, 12 de noviembre de 2013

RESERVA

Chelo  Galiano Santiago
"Nací en Fuensanta de Martos, una tarde de cine. Lo sé porque me contaron que allí fueron a buscar a la comadrona. Ya entonces, despuntaban mis prisas, tanto, que la mujer, tras partear, pudo regresar a la sala de proyecciones y ver el final de la película.
Tengo dos días menos de edad. El señor del Registro, no quiso venirse a bien, y anotar que mi nacimiento fue en sábado, a él le gustaba más el lunes, así que ese día quedé inscrita a todos los efectos.
Hubo un tiempo en el que pensé, que esta serie de acontecimientos fortuitos eran una señal, un aviso de que mi vida sería pura irrealidad, y visto ahora con el paso de los años, puedo asegurar que así ha sido.
Soñadora incansable, inventora de vidas paralelas, coleccionista de palabras, guionista en busca de tiempos amables… Confieso que me gusta escribir porque me gusta jugar. Y juego a veces, a ser poeta y a relatar lo que mis ojos ven y mi corazón siente.

Gozo volcando mis ensoñaciones en un papel, y espero que quien llegue hasta a mí y me lea, disfrute entre mis letras tanto como yo lo hago escribiéndolas."



LA CASITA DE CRISTAL

Engalanado sale el cazador en busca de su botín. Mira, husmea, rebusca la mejor pieza. Y la ve allí, a lo lejos. Le parece inaccesible, eso le gusta. Para atraerla, la observa, la estudia. Desgrana cada uno de sus gestos hasta conocer sus porqués. La siente segura en su casita de cristal. Segura hasta ahora, piensa.
Sabiéndose inequívoco en su elección, se prepara, apunta y al intentar disparar, ella coloca un dedo, solo uno. Su yema detiene el disparo.
Le mira, sonríe.
Comienza el juego.
Voy a comerte. Serás, el cazador... cazado, le susurra.

Chelo Galiano

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