Cristóbal Encinas Sánchez
"Nací en Arbuniel, en julio del año
54. Con varios años de edad ya me interesaba por la música. En la escuela me acerqué a la literatura. Ya en mi
juventud, en 1972, empecé a escribir poemas de amor, de soledad y de ausencias.
Me gustaba hablar de mis sentimientos y eso hacía sentirme con capacidad de
comprensión, de saber un poco lo que les podría pasar a los demás.
Me presenté a un certamen literario
con una larga ristra de poemas y conseguí un tercer galardón. Esto me dio
confianza. Acabados mis estudios, me casé y me fui a Barcelona a trabajar.
Entonces, dejé de escribir. Posteriormente, lo retomé cuando me prejubilé en mi
empresa. Ahora vendrían unos años en los
que la lectura, en la Biblioteca Pública de Jaén, tendría una importancia
decisiva en mis actividades diarias, asistiendo a nuestro club de lectura semanalmente.
Desde hace cuatro años participo en
una taller de escritura creativa. En este último año, hemos formado la
Asociación Literaria Café de Palabras. Los componentes tenemos la ilusión del
aprendizaje y de analizar nuestros textos para mejorarlos."
EL PERRO VENGADOR (Capítulo II)
Relámpago, después de haber salido
del pueblo huyendo en dirección a la montaña,
oyó ladrar en un cortijo próximo a uno de sus congéneres. Olisqueó y
percibió un hedor que no le gustó. Un hombre andrajoso, de edad avanzada, que
se había plantado ante el gran portón metálico desvencijado, se agarraba a sus oxidados hierros. Con los
brazos apoyados, descansaba contemplando el precioso jardín interior y los
frondosos árboles que lo
enseñoreaban. Él los había plantado y se
sentía rejuvenecer ante la visión reconfortante. Transcurridos unos segundos
apareció la cabeza de un perro blanco con un aspecto fiero y unos dientes
perfectos para dar una dentellada al
intruso, traicioneramente. Al hombre no le dio tiempo a pensar lo que se
le venía encima. Le mordió en el huesudo metacarpo de su mano derecha y, al
tratar de retirarla, aparecieron cuatro
incisiones rojas. El dolor era inaguantable, pero no se le escapó ni un
lamento. El estruendoso golpe se oyó cuando el cuerpo del animal dio contra la
chapa del portón, y llegó hasta los oídos del amo de la finca. Se encontraba
sentado en el porche y decidió acudir a ver cuál era la causa de aquel
estropicio. Observó al perro acechante tras la puerta y lo llamó: ¡Lagarto! El
obediente animal corrió a saludarlo. Presentaba varias manchas de sangre en el
hocico. El amo, intranquilo, miró hacia el camino, por entre las cañas de
bambú, y vio alejarse ligero a un hombre
de aspecto miserable que se volvía con
los puños apretados, despotricando y
haciendo mohines con vehemencia. Trató de llamarlo para que volviera y poder
socorrerlo, pero el escarmentado, aligeró más todavía el paso. Probablemente,
le era conocido y no quisiera reanudar temas ya olvidados.
Aquel
viejo había sufrido en su carne
la misma agresión que otros padecieron al acercarse a pedir limosna, en otra
época en la que él fuera el propietario y, tranquilamente, observara desde su
alcoba cómo huían los que osaban aproximarse.
Relámpago,
sentado en un promontorio, se percató de que allí se repartían unas rosquillas
que no le eran apetitosas, por lo que optó por seguir buscando su felicidad por
el camino hacia el frondoso río.
Cristobal Encinas Sánchez