jueves, 23 de agosto de 2012

Vignemale y otros tresmiles desde Bujaruelo por el corredor de la Moskowa

Pues sí, como hace dos semanas no tuvimos bastante, hemos vuelto al Pirineo aragonés en busca de más aventuras y fuertes emociones. En esta ocasión nos juntamos Jesús, Fernando y yo con la intención de coronar el pico Vignemale y varios de los demás tresmiles que circundan el glaciar de d'Ossoue. Como no pudimos hacer reserva en el refugio de la Bayssellance optamos por una alternativa mucho más atractiva y menos transitada: salir desde Bujaruelo por el GR-11 que va por el valle del rio Ara, pernoctar en la cabaña del Cerbillonar y ascender hasta el circo del glaciar por el corredor de la Moskowa.


El viernes por la mañana salimos temprano de Madrid y sobre las 13:30 llegamos a Torla. Seguimos un poco más hasta el refugio de Bujaruelo y allí dejamos el coche donde buenamente pudimos, un poco a hacer gárgaras porque aquello estaba atestado de campistas, bañistas, andarines y turistas a montones. Horroroso, oiga, y con el calor que estaba haciendo, peor aún. Después de comer y preparar las mochilas emprendimos la marcha siguiendo el curso del rio Ara. En ningún momento dejamos de encontrarnos gente transitando por el GR-11, si bien cada vez los encuentros eran menos frecuentes conforme la pista iba ganando altura. Al llegar al refugio de Ordiso se nos mostró por fin la espectacular visión de la subida que íbamos a encarar el dia siguiente.


Seguimos avanzando por el GR-11, ahora convertido en un estrecho y polvoriento sendero muy pateado, disfrutando de las espectaculares vistas de los picos a nuestro alrededor y la marmolera del Pico Central. Sobre las 16:30 llegamos a la Cabaña del Cerbillonar, pero ya estaba ocupada por un nutrido grupo de jóvenes y tuvimos que buscar una nueva ubicación para nuestro campamento base. El pronóstico daba un tiempo más que bueno para todo el fin de semana, así que lo de dormir al raso con el cielo estrellado como techo nos pareció estupendo. Pronto encontramos una praderita de hierba muy maja y nos instalamos para disfrutar tranquilamente de lo que quedaba de tarde. Jesús y Fernando prefirieron tumbarse relajadamente y guardar fuerzas para la dura subida del día siguiente, pero yo estaba algo inquieto y allá que me fui a coronar en solitario el cercano pico de Calzilé perturbando la paz de las marmotas y los sarrios que por allí había.


Tras una deliciosa noche contemplando el cielo estrellado nos levantamos temprano muy animados y con muchas ganas..., y menos mal porque nos iba a hacer falta. Nada más empezar, ya las primeras rampas que encaramos nos dejaron bien claro que la subida hasta el circo no iba a ser un paseillo precisamente. Así pues, todo para arriba sin apenas tramos para dar un respiro a las piernas, pasito a pasito fuimos ganando más y más altura. En lugar de ir por la senda clásica que va por el lazo izquierdo de la ladera, nosotros cruzamos el barranco Labaza a su lado derecho siguiendo el track que Jesús había metido en su GPS y que parecía que subía más directo (sin comentarios).


Asi, primero nos comimos unas rampas de hierba empinadas como ellas solas (aquí empezamos a pensar que tal vez habría sido mejor dejar más trastos abajo para aligerar peso), seguidas de una pedrera de grava que se venía toda para abajo al pisar de tanta pendiente como había, pero pronto llegamos a un precioso afloramiento de caliza de enormes bloques muy fáciles de trepar y sin más afanes extra alcanzamos el circo de Labaza con el impresionante paredón de la marmolera ante nuestras narices. A nuestra espalda el valle del rio Ara quedaba ya muy abajo y las vistas eran espectaculares. Y pensar que aún nos quedaban más de 500 m de desnivel hasta el collado de Lady Lyster... (y ya habíamos dejado atrás la zona de sombra).



A partir de aquí enfilamos por el corredor de la Moskowa entre rocas más o menos grandes y estables y unas empinadas pedreras de grava suelta de lo más criminal que he subido jamás, quemando motores y echando el resto hasta que por fin alcanzamos el inicio de la famosa chimenea de 50 m de grado II+. Como cuenta con buenos agarres la ascendimos sin dificultad, pero con mucho cuidado de no tirar piedras sueltas para abajo, eso sí. De la chimenea fuimos a salir a la arista que sube hasta el pico Cerbillona y allá que fuimos directamente cresteando en lugar de ir por la pedrera infernal que va hasta el collado de Lady Lyster.


Salvo las rocas descompuestas y sueltas, la cresta en sí no entraña muchas complicaciones en el tránsito, pero sí que presenta algunos pasos muy aéreos que remueven un poquejo el estómago.


Después de la paliza de la eterna subida por la Moskowa, el coronar el Cerbillona y contemplar las vistas del glaciar al otro lado fue todo un triunfo y un gozo indescriptible. Casi se me saltan las lágrimas. Ni que decir tiene que llegamos bastante maduritos de fuerzas. De todas formas, ya con nuestro primer tresmil en la saca y llenos de motivación seguimos adelante por la cuerda para subir al pico Clot de la Hount, segundo tresmil del dia. De allí habríamos podido seguir por la cresta hasta el abarrotado Vignemale, pero entre que estábamos cansados y había dudas con un paso que no se veía bien si se podía o no, optamos por bajar al glaciar y subir al Vignemale por donde todo el mundo. Desde abajo se vio que sí podíamos haber ido por la cresta y nos hubiéramos ahorrado la subida normal con toda la gente y las piedras que iban tirando los muy... En fin, con el Vignemale como plato gordo del día ya iban tres tresmiles.


Aquí paramos para comer un poco y reponer nuestras maltrechas fuerzas, que buena falta nos hacía. Además del cansancio se nos sumaba la sed, pues después de la sudada de la subida y el calor que estaba haciendo pronto vimos que ibamos a ir bastante justos con el agua y empezamos a racionarla. Cuando bajamos de nuevo al glaciar aprovechamos para rellenar las botellas con el agua que corría del hielo fundido. Estaba un poco turbia por la tierra (agua con minerales en vez de agua mineral, jeje), pero era mejor que nada para cuando se nos terminara el agua buena.


En este punto Jesús comentó que se encontraba bastante cansado y que prefería volver al collado de Cerbillona, para subir de nuevo el pico Cerbillona, tranquilamente, y esperarnos en el collado de Lady Lyster. Fernando y yo seguimos adelante con la cosecha de tresmiles. En vez de crestear optamos por avanzar por el glaciar hasta la base de los picos, dejar las mochilas y ascender ligeros. Así cayeron el Pitón Carré y la Punta Chausenque. En ambos casos la subida no se presentó tan fácil como parecía a simple vista, muy empinada y con la roca bastante descompuesta (y además el factor psicológico al llegar al borde de la cresta y mirar para abajo hacia la ladera norte, con un patio de morirse allí mismo que me dejó las piernas como gelatina, madre, qué miedito). Si las subidas eran delicadas, las bajadas no lo fueron menos, pero bueno, fuimos con mucho cuidado y sumamos dos tresmiles más a nuestra cuenta (con lo que ya iban cinco).

Podíamos haber seguido, pero no era cuestión de demorarnos en exceso ni tener a Jesús esperándonos más de la cuenta, así que nos calzamos los crampones y cruzamos el glaciar hacia el collado de Lady Lyster sorteando las grietas en el hielo (bien visibles en estas fechas estivales). Cuando estábamos llegando vimos que Jesús se nos había adelantado por poco y ya se dirigía al Pico Central. Así que nada, dejamos las mochilas en el collado y para allá que nos fuimos también. Pero el muy bandido no nos esperó y nos lo encontramos de vuelta antes de llegar a la cumbre. El caso es que nos dice que si queremos ir hasta el Montferrat, que nos espera gustoso y nosotros, como no, le tomamos la palabra y para allá que fuimos (después de coronar el Pico Central, como no podía ser de otro modo).


Fuimos cresteando por el borde mismo de la fantástica marmolera. No hay palabras para describir las sensaciones de esta cresta. No es que sea técnicamente complicada (bueno, hay puntos en los que uno se puede complicar un poco la vida si quiere), pero goza de unas vistas inigualables: a un lado el paredón de la marmolera cayendo prácticamente lisa hasta el circo de Labaza muy muy abajo, y hacia el otro lado todo el glaciar de d'Ossoue rodeado de los tresmiles que habíamos visitado... Ir por esa cresta es como tocar el cielo (no puedo imaginar cómo habría sido hace unos cuantos años con el glaciar en su mejor momento, qué pena que se esté perdiendo y tan rápido con el cambio climático).

Llegamos al Montferrat, nuestro séptimo tresmil del día, y volvimos..., de nuevo por la cresta pero esta vez a paso ligero ahora que ya la conocíamos. Qué pasada. Es como volar sin alas. Como nos pillaba de paso, subimos de nuevo al Pico Central (más que nada por el qué dirán) y luego nos reunimos con Jesús en el collado. Tras comer un poco y beber el agua del glaciar (hey, no estaba tan mala después de todo) iniciamos el largo descenso, esta vez siguiendo la senda oficial. Descendimos por la chimenea con más facilidad de la que pensábamos y yo personalmente pude comprobar que las pedreras criminales de grava se bajan mejor que se suben (tuve que ir al trote porque había demasiada pendiente para bajarlas corriendo a todo trapo, snif, snif). Al final, tras 13 horitas de una ruta sensacional llegábamos bien molidos al campamento base y arrojábamos las mochilas a un lado y nos relajamos por fin. Nos quitamos la mugre en el río, cenamos y nos fuimos a dormir sin demasiadas ganas de mirar las estrellas esta vez.


Al día siguiente nos levantamos sin hora y tranquilamente recogimos el campamento e iniciamos el retorno a Bujaruelo. Justo donde el camino se ponía más estrecho y difícil nos encontramos con un rebaño de vacas y ternerillos que venían en sentido contrario. Tuvimos que subirnos a unas rocas para apartarnos y dejarles el paso libre. Más adelante aprovechamos para visitar un puente colgante que habíamos visto a la ida. No era muy grande, pero sí engañoso, porque el maldito se movía un montón cuando te subías y me llevé una buena impresión (yo soy de roca sólida y no me gusta mucho que se mueva el suelo bajo mis pies). Al llegar al coche lo encontramos cubierto de polvo hasta arriba, tanto había sido el tránsito de vehículos por allí esos días. Y nada, de vuelta a Madrid lleno de buenos recuerdos, con una sonrisa en el rostro, el cuerpo resentido de la paliza y con la cabeza trajinando ya en nuevos planes...

Un xaludote

lunes, 13 de agosto de 2012

Maliciosa desde la Barranca por la cuerda de las Buitreras

Hacía algún tiempo que Jesús y yo teniamos la intención de ir a explorar la cresta de la cuerda de las Buitreras. Ante la escasez de reseñas detalladas en la web pensamos que la mejor forma de salir de dudas de si se podía o no se podía hacer era ir allí y comprobarlo nosostros mismos. Así pues, allá que fuimos el pasado domingo 12 de agosto aprovechando que remitía la intensa ola de calor sahariano de los dias previos. Como la cosa prometía, a esta aventura se nos unieron David Santillán y Celso, ambos gustosos de la escalada y de las buenas trepadas.


Alrededor de las 10:00 salíamos de la Barranca directamente hacia la cuerda para coger la cresta desde sus primeros riscos. Al principio la senda discurría a la agradable sombra de un pinar, pero al salir de allí comprobamos lo que se puede esperar de un soleado día de agosto (aunque sin ola de calor, menos mal). Ya desde el principio nos empezamos a subir a cuanto risco se nos ponía por delante, más que nada para ir calentando los músculos, pues las vistas que teníamos de la cresta que nos aguardaba prometían una jornada más que entretenida.


De Cuerda de las Buitreras
Así, risqueando poco a poco, nos fuimos aproximando a los primeros murallones de la cresta de las Buitreras propiamente dicha. Nos equipamos el arnés y el casco y allá que enfilamos los primeros tramos de trepada ya en serio (tan en serio que a mitad de vía nos encontramos con más dificultades de las esperadas y tuvimos que improvisar unas vías de escape para salir de allí, cada uno como pudo, llegando incluso a echar mano de la cuerda para ayudar a Celso a salir rapelando de un punto donde se había quedado bloqueado). Visto lo visto, después de los apuros padecidos, decidimos ser un poco más conservadores y tomarlo con calma de ahí en adelante, pues un aspecto que pudimos constatar (y que sería característico de toda la cresta hasta el final) es que en todo momento se nos ofrecían alternativas de subida y bajada para todos los gustos, más o menos complicadas, pudiendo elegir y adaptar la progresión por la cresta al nivel de dificultad de cada uno para disfrutarla al máximo, sin más malos ratos ni complicaciones innecesarias.


De Cuerda de las Buitreras
De esta forma fuimos cresteando sin problemas, disfrutando en cada tramo con las sorpresas escondidas que ibamos descubriendo, trepaditas guapas y muy resultonas y destrepes a cada cual más interesante y motivador (y en ocasiones también estrechos y vertiginosos tramos de funambulista por el mismísimo alto de la cresta si se los sabía buscar). Como siempre, había que ir con mucho cuidado para no tirar piedras sueltas a los compañeros a pesar de que la cresta está formada principalmente por grandes bloques de granito encajados (lo que le da un carácter bastante más estable y menos descompuesto que las pizarras del Garmo Negro de la semana pasada). Sin embargo, nunca hay que confiarse a pesar de las apariencias, porque al menos en tres ocasiones me encontré con bloques bien gordos sueltos y en precario equilibrio que me los podría haber echado encima y dejarme planchado como un sello si me hubiera fiado y me hubiera agarrado a ellos cargando peso. Gracias a que en todo momento ibamos alerta tanteando el terreno nos ahorramos este tipo de sustos desagradables.
De Cuerda de las Buitreras

De Cuerda de las Buitreras

Cuando llegamos a la parte de arriba de la cuerda vimos que todo lo que quedaba hasta la cima de la Maliciosa se suavizaba notablemente y ya no hacía falta llevar el arnés y el casco, así que los guardamos y proseguimos la marcha. En la cresta no nos habíamos encontrado con nadie, como era de esperar. Lo sorprendente fue que tampoco había nadie en la cima de la Maliciosa ni en los alrededores (a pesar de que eran sobre las 15:30 cuando llegamos) y allí nos quedamos a comer contentos y felices.
De Cuerda de las Buitreras


El sol había pegado fuerte todo el día y a esas alturas íbamos un poco justos de reservas de agua, así que decidimos bajar de vuelta a la Barranca por la vía más directa: la senda del arroyo Tijerillas. Sin embargo, un pequeño despiste nos hizo tomar una alternativa un poquito más al norte que nos ofreció unas panorámicas sin igual de la cresta de las Buitreras a un lado y del Peñotillo de la Maliciosa al otro (una alternativa muy interesante para cuando subamos por allí, dicho sea de paso). En el punto donde cruzamos el Tijerillas para unirnos a la senda "oficial" comprobamos con gran alegría que aún corría el agua, fresca y limpia, procedente de un manantial cercano y pudimos aliviar nuestra sed. De todas formas, de ahí a la Barranca no quedaba gran trecho y sobre las 17:00 ya estábamos celebrando tan satisfactoria ruta de exploración a base de cerveza fresquita y rehidrantante.

Resumiendo: una cresta pequeñita aquí cerquita de casa (que se puede hacer tan larga y entretenida como se quiera), muy disfrutona y apta para todos los públicos en función del camino que se elija (por supuesto hay que saber calibrar con ojo experto la dificultad de cada paso, tanto de subida como de bajada, para no meterse en líos innecesarios). No hace falta llevar material, si bien quien desee dar rienda suelta a la cabra montés que lleva dentro tiene opciones más que sobradas para complicarse la vida todo lo que quiera (en ese caso sí que es recomendable llevar una cuerda, arnés, casco y descensor, sólo por si acaso). Incluso localizamos varios puntos ideales para iniciarse en el mundo de la escalada clásica. Si se va con cuidado y respeto, garantizo una jornada de diversión montañera sin mayores problemas que alguna raspadura o algún que otro corte por los afilados cristales de cuarzo del granito sin pulir, abrasivo como él solo. A disfrutarlo pues.

Un xaludote


martes, 7 de agosto de 2012

Cordal Pondiellos-Argualas desde Panticosa. El dragón ha despertado

Hacía ya tres largos años que no iba por Pirineos, que se dice pronto, y ya iba siendo hora de volver y retomar viejas sensaciones. Y como no podía ser de otro modo, tuvo que ser Fernando Navarro, viejo compañero de trepidantes aventuras montañeras que vuelve a estar en activo, el que finalmente me motivara con una suculenta propuesta de las que a él le gustan: había estado hace poco por la zona de Panticosa recorriendo el cresterío de la cuerda que va desde el collado de Tebarrai por los Picos del Infierno hasta el Pico de Pondiellos y quería terminar el resto del accidentado cordal que llega hasta el Pico de las Argualas. Así pues, para allá que nos fuimos el pasado día 4 de agosto Fernando, Jesús, Araceli y yo con la sana intención de vivir intensas emociones cresteando cual sarrios en estado salvaje.



El día amaneció parcialmente cubierto de nubes y con pronóstico de tormentas para la tarde, pero de momento no tenía mala pinta y a las 7:30 empezamos a andar. Nada más salir de los Baños de Panticosa empezamos a calentar motores zigzagueando por la trillada senda del pinar, la cual se empina cosa mala poco después de salir de la arboleda y empezamos a ganar metros de desnivel con rapidez a costa de unos buenos sudores y resuellos. Poco a poco fuimos adelantando numerosos grupos de montañeros que estaban ejerciendo la saludable costrumbre de parar para tomarse un respiro y así, todo para arriba sin tregua, alcanzamos una basta pedrera de grava bastante suelta (muy inestable debido a la fuerte pendiente si no se va por el camino marcado por los hitos, doy fé) que nos llevaría ya directamente al collado del Cuello de Pondiellos. Una subida intensa y exigente, pero sobre las 9:30 ya estábamos contemplando las magníficas vistas del otro lado..., y empezamos a sentir un ligero estremecimiento y hormigueo en los dedos cuando nos fijamos en lo que venía a continuación: había merecido la pena la sudada, ahora empezaba lo bueno.


Desde el Cuello empezamos a crestear en dirección norte para ascender al Pico de Pondiellos. Trepaditas fáciles (pero muy delicadas debido a que la roca está muy descompuesta y suelta), aderezadas con unas vistas impresionantes de los alrededores y unas canales de vértigo que empezaron a remover los gusanos en mi estómago. Las nubes segían metiéndose de tanto en tanto, pero la cosa no iba a más y seguimos adelante tras volver al Cuello de Pondiellos.

Nuestro siguiente objetivo se mostraba accesible tan sólo a través de una empinada chimenea, un estrecho tajo abierto en la ladera del pico pero con numerosos agarres que facilitaban la trepada, seguida de un nuevo tramo de cresta accidentada y descompuesta. Jesús y Araceli sensatamente decidieron ir por la senda, pero Fernando y yo, menos sensatos, fuimos por el borde mismo del cordal con una porrá de metros de caída en vertical a nuestra derecha. Aquí los gusanos se tornaron mariposas que empezaron a revolotear sin pausa por mis tripas pero al fin alcanzamos nuestro segundo pico del día, la Aguja de Pondiellos.


En este punto las emociones ya se dispararon a tope cuando vimos la subida al Garmo Negro, unos 50 metros tan empinados que parecían casi verticales. En esta ocasión la fortuna quiso que me quedara cerrando el grupo y menos mal, porque a pesar de llevar todo el cuidado del mundo, en un pequeño descuido provoqué una avalancha de piedras que habría resultado nefasta de haber tenido alguien debajo. Da igual la experiencia que se tenga. En la montaña no hay lugar para el despiste porque los errores se pagan muy caros. Fernando no se cansaba de advertirnos: "mucho ojo con las piedras sueltas o medio desprendidas, no bajéis la atención de lo que estáis haciendo en todo momento". Y más si cabe en un lugar tan delicado como en el que nos movíamos.


En fin, sin más contratiempos contentos y felices coronamos el Garmo Negro, nuestra tercera cima del día, con las nubes echándosenos sobre nuestras cabezas pero de nuevo sin ir a más. Así pues, de ahí bajamos (por el borde de la cuerda como no podía ser de otra manera, pues vaya desperdicio no ir por allí teniéndola tan cerquita) al collado de las Argualas y de nuevo empezamos a subir cresteando hasta el pico Algas Norte, cuarta cima del dia. De aquí al pico Algas (quinta cima) sólo nos llevó unos pocos minutos de accidentado cresterío que en algunos tramos tenía como mucho dos palmos de ancho y con un patio no apto para cardíacos, muy muy muy disfrutón (siempre y cuando se mantenga el vértigo bajo control, claro).

La cresta que separa el Algas del Argualas resultó el tramo más accidentado y complicado de todo el recorrido. En este punto las mariposas de mis tripas se habían tornado en un furibundo enjambre, pero a esas alturas ya daba todo igual y sólo quedaba dejarse llevar y disfrutar a tope del momento. Hacía mucho que no sentía unas sensaciones tan intensas: el corazón martilleando con fuerza en el pecho, todos los sentidos alerta con los nervios a flor de piel, las nubes metiéndose descaradas pero sin ocultar el vacío a ambos lados de la cresta, el viento soplando de costado cada vez más fuerte y frio, como los sudores de la emoción que bañaban mi frente y mi espalda... Tan sólo en una ocasión tuvimos que retroceder un tramo de cuerda y destrepar hasta la senda porque nos encontramos con un paso bastante delicado e inaccesible que no dejaba ver si se podía bajar por el otro lado o no. Pero enseguida regresamos a la cresta y después de una trepada final por una estrecha y retorcida chimeneita Fernando y yo nos juntamos con Jesús y Araceli (que habían optado por subir por la senda "oficial" marcada con hitos) y juntos coronamos la sexta y última cima del dia: el Pico de las Argualas.


Tras una parada para comer emprendimos el camino de vuelta. El empinado descenso del Argualas por la senda "oficial" tampoco tuvo desperdicio ninguno hasta que llegamos a la pedrera que baja del collado de las Argualas. Después de alguna que otra culetada por bajar patinando a lo loco por la gravera, la senda desapareció de nuestra vista para ir a parar al fondo de una inesperada barranca, lo cual agradecimos sinceramente por ser mucho más amena (y más estable) que la pedrera de antes.


Después de la barranca la senda se une al camino por el que subimos por la mañana y llegamos de nuevo al pinar. El tramo final de las zetas se nos hizo un poco largo de más, pero a las 17:30 ya estábamos en el refugio Casa de Piedra celebrando tan magnífica ruta con unas buenas jarras de cerveza. Muchas gracias, amigos, por tan magnífica aventura.

Al dia siguiente teníamos previsto hacer la Peña Foratata, una ascensión corta pero que no tiene subidas fáciles (como poco trepadas de II o II+ y muy aéreas según las descripciones consultadas). Durante la noche descargó una buena tormenta y para cuando nos levantamos el cielo aún seguía nuboso y amenazando con llover en cualquier momento, por lo que decidimos dejarlo para mejor ocasión. Ya estábamos satisfechos con la estupenda ruta que habíamos hecho y no era cuestión de meterse en líos innecesariamente descendiendo malamente la Peña con la roca mojada. Así pues, otra interesante subida que dejamos pendiente para cuando Pablo se restablezca (arriba ése ánimo, amigo, y adelante con la recuperación, que se te acumula el trabajo y a este paso no vas a dar a basto cuando vuelvas, jeje).

Conclusión: un fin de semana de los que dejan honda huella en la memoria, disfrutando de sensaciones largo tiempo dormidas. La repetiría sin dudarlo. No es un cordal difícil pero hay que extremar las precauciones en todo momento por estar la roca tan suelta y descompuesta. Y sí, lo reconozco. El regreso de Fernando y sus tentadoras propuestas ha provocado algo que incluso hasta hace poco menos de un mes creía imposible: ha despertado al dragón que llevo dentro y todo apunta a que la fiesta no ha hecho nada más que empezar...

Un xaludote





jueves, 2 de agosto de 2012

De Vuelta por Riaño


PICO YORDAS (1964m) 
 
Después de nuestro fallido intento a la Cruz de Mampodre el invierno pasado, nos quedamos con ganas de volver por allí a quitarnos la espinita y a probar con alguno más de los cientos de picos que llenan los mapas de Riaño.




Y como aquello de que "las segundas partes nuca fueron buenas" no terminaba de convencernos, unos cuantos decidimos regresar al lugar del delito para comprobarlo por nosotros mismos. Eso si, para engañara al destino, dejamos la subida a la Cruz como una lejana posibilidad en caso de que nos fallara el buen puñado de rutas que llevábamos cargadas en el GPS.
De este modo y con la pena de dejarnos en casa a alguno de los integrantes de la anterior intentona, nos juntamos un viernes por la tarde: Inma, Maranta, Jesús, Jose, Taber, David y un servidor; para comenzar uno de nuestras maratonianas escapadas lejos de la gran ciudad.


Llegar al embalse de Riaño por la tarde, mientras aparecen las primeras brumas y el sol tiñe de naranja las cumbres del Espigüete, el Gilbo, el Yordas y compañía, es de esas visiones que merecen la pena aunque luego te tires todo el fin de semana con el culo pegado a una tumbona. Pero, como este no era precisamente nuestro caso, no solo mereció la pena sino que además, parecía una señal divina de que esta vez si que si...  Para alojarnos, de nuevo elegimos el albergue de Maraña, donde tan buen trato nos había dado Natacha y al que volveremos sin dudarlo en cuanto surja una nueva oportunidad.

De Pico Yordas desde Liegos

El sábado bien tempranito, pero sin exagerar, decidimos subir al Yordas desde el pueblo de Liegos pero, para continuar con la costumbre del grupo de "cuanto más empinado mejor" decidimos hacer  la ruta a la inversa de como suele venir en las guías, es decir: subiendo directamente por el hayedo de Burín hasta la majada del Yordas y de allí directamente a la cima. 

La ruta comienza por un llana y bonita pista de tierra que transcurre entre prados y desde la que pudimos contemplar la mole del Yordas medio cubierto por las brumas de la mañana.  Así, entre pastos, vaquitas y un sol que ya empezaba a pegar fuerte, nos desviamos hacia el espectacular hayedo de Monte Borín a cuya sombrita daban ganas de quedarse tan ricamente.

De Pico Yordas desde Liegos

Siguiendo otra de las ancestrales costumbres del grupo, a estas alturas ya llevábamos un buen rato rajando de lo divino y de lo humano así que fue practicamente inevitable que nos saltáramos el track y nos tocara "por casualiad" alargar la ruta por un lugar algo más empinado de lo normal hasta la collada de Burín, cosa que, por cierto, no pareció contrariar a nadie especialmente. Una vez subsanado tan "imprevisto" despiste bajamos a la majada del Yordas para hacer unas fotos del embalse y comenzamos campo a través la subida a la cima por una zona de pedrera no muy agradable mientras dejábamos el Gilbo a nuestras espaldas.
Uno tras otro llegamos hasta la cruz que marca el punto más alto donde nos dedicamos a intentar identificar los macizos de Picos de Europa y a hacer fotos a toda la fauna que se nos cruzaba por delante, excursionistas incluidos...

De Pico Yordas desde Liegos

A la bajada, ya que estábamos, decidimos seguir sin hacer demasiado caso al track y enfilamos la linea de cumbres que baja hacia el collado de Tendeña, parando a comer y echar una siestecita (costumbre en fase de reintroducción en nuestras rutas) en un alto desde el que podíamos escuchar la llamada de la peña de la Cruz al fondo del paisaje.

Si por algo merece a pena esta ruta es porque es de esas que cunado te crees que ya no queda nada por ver, te sorprende con otro pedazo de hayedo, al estilo bosque de hadas de cuentos infantiles, aun más espectacular que el de subida y a cuya sombra alcanzamos de nuevo el valle de San Pelayo para regresar por la misma pista hasta Liegos.

De Pico Yordas desde Liegos

Después de las cervecitas de rigor y alguna que otra foto de recochineo para el compañero Marcos, que andaba a esa misma hora por la zona de Picos, el grupo se dividió entre futboleros (Inma y Jose) que decidieron ir a ver el partido de la selección a Maraña, y obsesos del monte, que decidimos alargar la jornada explorando una zona de escalada cercana, donde nos pusimos a practicar rápeles de cara a la próxima visita al Midi. Finalmente, esta segunda opción resultó la más acertada puesto que llegamos justo para ver el partido aunque, eso si, solo nos diera tiempo a tomar la mitad de cervezas que el resto.
Como quien no quiere la cosa, dio la casualidad que aquella noche era San Juan, así que no nos quedó más remedio que acercarnos, por invitación de Natacha, a la hoguera que tenían preparada en el pueblo, donde nos dedicamos a quemar malos royos y hacer un poco el ganso.(por cierto ¡¡¡Una mierda!!! lo de quemar malos royos no funciona.... para muestra un botón)





PEÑA DE LA CRUZ (2192m)

A la mañana siguiente, algunos más perjudicados que otros, no nos quedo más remedio que rendirnos a lo inevitable: la Cruz de Mampodre estaba ahí al lado y como nadie se quejó... para allá que nos fuimos dejando de lado la peregrina idea del paseito mañanero para suavizar al vuelta a Madrid.



Esta vez, por cuestiones de horario, decidimos subir por el valle de Valverde y así, de paso, conocíamos la otra vertiente o más bien todas las vertientes, porque la otra vez la niebla apenas nos permitió vernos las puntas de las botas.
De nuevo verdes prados y estupendas vistas, aunque esta vez en lugar de vacas había caballos y algún rebeco que otro en la parte de arriba.




Como la ruta no estaba demasiado bien indicada, una vez llegamos a los chozas de Valverde, decidimos continuar por el lado derecho del arroyo de Valverde hasta enlazar con una trocha de ganado que nos llevaría al collado de.....??? efectivamente, como no podía ser de otra manera, Collado de VAL-VER-DE. En este punto Inma, visto que al día siguiente Taber y ella marchaban para Picos, decidió con muy buen juicio, reservar fuerzas y volverse al Albergue a tomar un refrigerio y disfrutar del pedazo de día que nos estaba haciendo.

De La Cruz de Mampodre

Una vez que la trocha se pierde a la altura de la fuente de.... ejem, ejem, es cuando las verdes praderas se convierten en verdes paredes encajadas entre la Polinosa, a la derecha, y la Cruz de Mampodre, a la izquierda. Como tampoco estaba demasiado claro a que collado teníamos que subir primero, Taber decidió subir al de la Polinosa mientras que el resto hicimos un "recto" hasta llegar algo más a la izquierda de la Peña de Mediodía.

De La Cruz de Mampodre

Una vez reunidos allí, pudimos ver lo cerca (o lejos, según se mire) que nos habíamos quedado el invierno pasado de llegar a nuestro objetivo. El último tramo de subida es una fácil pero bonita trepada, con arista incluida (en seco no tiene el más mínimo problema) que nos dejó directamente en la cumbre, desde donde se disfrutan de una s impresionantes vistas que abarcan desde Montaña Palentina hasta las Ubiñas pasando por los tres macizos de Picos de Europa y la más cercana Peña Ten, a la que ya echamos el ojo para otra ocasión.

De La Cruz de Mampodre

Tras el descanso, vuelta a bajar, pero esta vez por el Circo de Mampodre que, aunque más directa, resulto ser una bajada bastante más intrincada e incómoda que la normal, sobre todo porque no hay traza ninguna de camino y hay que ir con un poco de ojo para sortear las paredes que cortan la bajada natural a cada tramo.

De La Cruz de Mampodre

Al final, con las piernas un poco más cargadas de lo normal y con un poco más de sol en el cogote de lo que nos hubiera gustado, llegamos de nuevo al albergue con el tiempo justo para comer algo y volver a Madrid, con atascazo de entrada incluido ¡¡¡Faltaría más!!!

Siguiendo con el refranero y puesto que en este caso la segunda parte fue casi mejor que la primera, decidimos allí mismo que "no hay dos sin tres", así que: ¡nos veremos en Riaño!