El viernes por la mañana salimos temprano de Madrid y sobre las 13:30 llegamos a Torla. Seguimos un poco más hasta el refugio de Bujaruelo y allí dejamos el coche donde buenamente pudimos, un poco a hacer gárgaras porque aquello estaba atestado de campistas, bañistas, andarines y turistas a montones. Horroroso, oiga, y con el calor que estaba haciendo, peor aún. Después de comer y preparar las mochilas emprendimos la marcha siguiendo el curso del rio Ara. En ningún momento dejamos de encontrarnos gente transitando por el GR-11, si bien cada vez los encuentros eran menos frecuentes conforme la pista iba ganando altura. Al llegar al refugio de Ordiso se nos mostró por fin la espectacular visión de la subida que íbamos a encarar el dia siguiente.
Seguimos avanzando por el GR-11, ahora convertido en un estrecho y polvoriento sendero muy pateado, disfrutando de las espectaculares vistas de los picos a nuestro alrededor y la marmolera del Pico Central. Sobre las 16:30 llegamos a la Cabaña del Cerbillonar, pero ya estaba ocupada por un nutrido grupo de jóvenes y tuvimos que buscar una nueva ubicación para nuestro campamento base. El pronóstico daba un tiempo más que bueno para todo el fin de semana, así que lo de dormir al raso con el cielo estrellado como techo nos pareció estupendo. Pronto encontramos una praderita de hierba muy maja y nos instalamos para disfrutar tranquilamente de lo que quedaba de tarde. Jesús y Fernando prefirieron tumbarse relajadamente y guardar fuerzas para la dura subida del día siguiente, pero yo estaba algo inquieto y allá que me fui a coronar en solitario el cercano pico de Calzilé perturbando la paz de las marmotas y los sarrios que por allí había.
Tras una deliciosa noche contemplando el cielo estrellado nos levantamos temprano muy animados y con muchas ganas..., y menos mal porque nos iba a hacer falta. Nada más empezar, ya las primeras rampas que encaramos nos dejaron bien claro que la subida hasta el circo no iba a ser un paseillo precisamente. Así pues, todo para arriba sin apenas tramos para dar un respiro a las piernas, pasito a pasito fuimos ganando más y más altura. En lugar de ir por la senda clásica que va por el lazo izquierdo de la ladera, nosotros cruzamos el barranco Labaza a su lado derecho siguiendo el track que Jesús había metido en su GPS y que parecía que subía más directo (sin comentarios).
Asi, primero nos comimos unas rampas de hierba empinadas como ellas solas (aquí empezamos a pensar que tal vez habría sido mejor dejar más trastos abajo para aligerar peso), seguidas de una pedrera de grava que se venía toda para abajo al pisar de tanta pendiente como había, pero pronto llegamos a un precioso afloramiento de caliza de enormes bloques muy fáciles de trepar y sin más afanes extra alcanzamos el circo de Labaza con el impresionante paredón de la marmolera ante nuestras narices. A nuestra espalda el valle del rio Ara quedaba ya muy abajo y las vistas eran espectaculares. Y pensar que aún nos quedaban más de 500 m de desnivel hasta el collado de Lady Lyster... (y ya habíamos dejado atrás la zona de sombra).
A partir de aquí enfilamos por el corredor de la Moskowa entre rocas más o menos grandes y estables y unas empinadas pedreras de grava suelta de lo más criminal que he subido jamás, quemando motores y echando el resto hasta que por fin alcanzamos el inicio de la famosa chimenea de 50 m de grado II+. Como cuenta con buenos agarres la ascendimos sin dificultad, pero con mucho cuidado de no tirar piedras sueltas para abajo, eso sí. De la chimenea fuimos a salir a la arista que sube hasta el pico Cerbillona y allá que fuimos directamente cresteando en lugar de ir por la pedrera infernal que va hasta el collado de Lady Lyster.
Salvo las rocas descompuestas y sueltas, la cresta en sí no entraña muchas complicaciones en el tránsito, pero sí que presenta algunos pasos muy aéreos que remueven un poquejo el estómago.
Después de la paliza de la eterna subida por la Moskowa, el coronar el Cerbillona y contemplar las vistas del glaciar al otro lado fue todo un triunfo y un gozo indescriptible. Casi se me saltan las lágrimas. Ni que decir tiene que llegamos bastante maduritos de fuerzas. De todas formas, ya con nuestro primer tresmil en la saca y llenos de motivación seguimos adelante por la cuerda para subir al pico Clot de la Hount, segundo tresmil del dia. De allí habríamos podido seguir por la cresta hasta el abarrotado Vignemale, pero entre que estábamos cansados y había dudas con un paso que no se veía bien si se podía o no, optamos por bajar al glaciar y subir al Vignemale por donde todo el mundo. Desde abajo se vio que sí podíamos haber ido por la cresta y nos hubiéramos ahorrado la subida normal con toda la gente y las piedras que iban tirando los muy... En fin, con el Vignemale como plato gordo del día ya iban tres tresmiles.
Aquí paramos para comer un poco y reponer nuestras maltrechas fuerzas, que buena falta nos hacía. Además del cansancio se nos sumaba la sed, pues después de la sudada de la subida y el calor que estaba haciendo pronto vimos que ibamos a ir bastante justos con el agua y empezamos a racionarla. Cuando bajamos de nuevo al glaciar aprovechamos para rellenar las botellas con el agua que corría del hielo fundido. Estaba un poco turbia por la tierra (agua con minerales en vez de agua mineral, jeje), pero era mejor que nada para cuando se nos terminara el agua buena.
En este punto Jesús comentó que se encontraba bastante cansado y que prefería volver al collado de Cerbillona, para subir de nuevo el pico Cerbillona, tranquilamente, y esperarnos en el collado de Lady Lyster. Fernando y yo seguimos adelante con la cosecha de tresmiles. En vez de crestear optamos por avanzar por el glaciar hasta la base de los picos, dejar las mochilas y ascender ligeros. Así cayeron el Pitón Carré y la Punta Chausenque. En ambos casos la subida no se presentó tan fácil como parecía a simple vista, muy empinada y con la roca bastante descompuesta (y además el factor psicológico al llegar al borde de la cresta y mirar para abajo hacia la ladera norte, con un patio de morirse allí mismo que me dejó las piernas como gelatina, madre, qué miedito). Si las subidas eran delicadas, las bajadas no lo fueron menos, pero bueno, fuimos con mucho cuidado y sumamos dos tresmiles más a nuestra cuenta (con lo que ya iban cinco).
Podíamos haber seguido, pero no era cuestión de demorarnos en exceso ni tener a Jesús esperándonos más de la cuenta, así que nos calzamos los crampones y cruzamos el glaciar hacia el collado de Lady Lyster sorteando las grietas en el hielo (bien visibles en estas fechas estivales). Cuando estábamos llegando vimos que Jesús se nos había adelantado por poco y ya se dirigía al Pico Central. Así que nada, dejamos las mochilas en el collado y para allá que nos fuimos también. Pero el muy bandido no nos esperó y nos lo encontramos de vuelta antes de llegar a la cumbre. El caso es que nos dice que si queremos ir hasta el Montferrat, que nos espera gustoso y nosotros, como no, le tomamos la palabra y para allá que fuimos (después de coronar el Pico Central, como no podía ser de otro modo).
Fuimos cresteando por el borde mismo de la fantástica marmolera. No hay palabras para describir las sensaciones de esta cresta. No es que sea técnicamente complicada (bueno, hay puntos en los que uno se puede complicar un poco la vida si quiere), pero goza de unas vistas inigualables: a un lado el paredón de la marmolera cayendo prácticamente lisa hasta el circo de Labaza muy muy abajo, y hacia el otro lado todo el glaciar de d'Ossoue rodeado de los tresmiles que habíamos visitado... Ir por esa cresta es como tocar el cielo (no puedo imaginar cómo habría sido hace unos cuantos años con el glaciar en su mejor momento, qué pena que se esté perdiendo y tan rápido con el cambio climático).
Llegamos al Montferrat, nuestro séptimo tresmil del día, y volvimos..., de nuevo por la cresta pero esta vez a paso ligero ahora que ya la conocíamos. Qué pasada. Es como volar sin alas. Como nos pillaba de paso, subimos de nuevo al Pico Central (más que nada por el qué dirán) y luego nos reunimos con Jesús en el collado. Tras comer un poco y beber el agua del glaciar (hey, no estaba tan mala después de todo) iniciamos el largo descenso, esta vez siguiendo la senda oficial. Descendimos por la chimenea con más facilidad de la que pensábamos y yo personalmente pude comprobar que las pedreras criminales de grava se bajan mejor que se suben (tuve que ir al trote porque había demasiada pendiente para bajarlas corriendo a todo trapo, snif, snif). Al final, tras 13 horitas de una ruta sensacional llegábamos bien molidos al campamento base y arrojábamos las mochilas a un lado y nos relajamos por fin. Nos quitamos la mugre en el río, cenamos y nos fuimos a dormir sin demasiadas ganas de mirar las estrellas esta vez.
Al día siguiente nos levantamos sin hora y tranquilamente recogimos el campamento e iniciamos el retorno a Bujaruelo. Justo donde el camino se ponía más estrecho y difícil nos encontramos con un rebaño de vacas y ternerillos que venían en sentido contrario. Tuvimos que subirnos a unas rocas para apartarnos y dejarles el paso libre. Más adelante aprovechamos para visitar un puente colgante que habíamos visto a la ida. No era muy grande, pero sí engañoso, porque el maldito se movía un montón cuando te subías y me llevé una buena impresión (yo soy de roca sólida y no me gusta mucho que se mueva el suelo bajo mis pies). Al llegar al coche lo encontramos cubierto de polvo hasta arriba, tanto había sido el tránsito de vehículos por allí esos días. Y nada, de vuelta a Madrid lleno de buenos recuerdos, con una sonrisa en el rostro, el cuerpo resentido de la paliza y con la cabeza trajinando ya en nuevos planes...
Un xaludote