El artículo que aparece definido en
nuestra imagen del día, con su título (“Desafección en el constitucionalismo
vasco”), su subtítulo y nombre y cargo de su autor, publicado el viernes 24 de
julio pasado, unos días después de las últimas elecciones regionales en las
vascongadas (12 de julio), dice así:
Mucho se está especulando en esta etapa poselectoral vasca
acerca de la elevadísima abstención, que habría repercutido sobre todo en los
resultados de los llamados partidos constitucionalistas, entendiendo por tales
fundamentalmente al PSE y al PP. La abstención sería el resultado de un
desistimiento por parte del constitucionalismo, pero a mí me huele más a
desafección, que es algo sensiblemente distinto y por supuesto más grave.
Si echamos un vistazo al voto recibido por cada partido
comprobamos, en efecto, que el nacionalismo tiene un electorado fiel pero que,
no obstante, no ha subido en número de votos, sino que hay una tendencia a la
baja también entre ellos. Pero esa tendencia en el caso del PSE y sobre todo
del PP se convierte en una auténtica espantada a medida que bajan los índices
de participación. Hay quien cree que no hay nada por lo que preocuparse. Si el
nacionalismo mantiene su voto en escenarios de abstención elevada es porque el
votante constitucionalista está tranquilo con ese resultado. En el momento en
que el nacionalismo se eche al monte, entonces aparecerá de nuevo el voto
constitucionalista para poner las cosas en su sitio.
Sería algo así como un desistimiento benigno pero que, a mi
juicio, adolecería de dos vicios, al menos. El primero, considerar que la
política constitucionalista debe estar a merced de la ciclotimia nacionalista.
Por esa regla de tres, si el nacionalismo se mantuviera siempre en la
moderación, pues como que no haría falta siquiera que existiera el
constitucionalismo. Y el segundo, olvidarse de un hecho capital de nuestra
cultura política y que consiste en que el nacionalismo siempre se modera cuando
llegan elecciones y luego, con el resultado en el zurrón, es cuando saca su
patita soberanista.
Es mucho más realista y además eficaz reconocer que el
constitucionalismo padece de desafección por parte de sus votantes. El PSE lo
disimula por su afán institucional, que le hace agarrarse a su coalición con el
PNV para mantenerse en los cargos, más como inercia histórica que como
resultado de un proyecto propio y de futuro. Hay quien le ofrece al PSE, para
salvarse del torrente nacionalista, la rama federalista. Pero es esta una rama
quebradiza y poco segura: ni el PSE está en condiciones de desarrollarla en
toda España ni sirve para integrar al hoy votante nacionalista, que huiría de
ella como de una peste homogeneizadora y demasiado fría, poco emocional, nada
interesante.
Y el PP, como no puede disimularlo como hace el PSE, pues
ahí lo tenemos, con esa indefinición permanente entre moderarse como vasquista
o reivindicarse como españolista. Y de esa indefinición es de donde procede la
desafección de su electorado. Pero la pregunta es: ¿Por qué presentarse como
vasquista resulta moderado y, en cambio, hacerlo como españolista le convierte
en aventado? ¿No reside en esa disyuntiva, ya de entrada, la asunción como
propia de una interpretación nacionalista de la realidad vasca?
En un artículo anterior en estas páginas ya hacíamos notar
que en Euskadi el PP no puede ser moderado como lo es en Galicia. Los
escenarios son completamente distintos. Aquí la moderación se llama PNV, una
moderación que le permite hacer guiños con Bildu al mismo tiempo que gobernar
con el PSE o pactar con Casado si hace falta. Eso no está al alcance de ningún
otro partido vasco.
Y con el tema foral hemos insistido mucho en estas páginas,
para llegar a una conclusión: hay una cultura foral completamente desvirtuada
que ha impregnado el ambiente político vasco y español desde el inicio de la
Transición. Habría que corregirla, esto está claro, pero desde bases sólidas y
no improvisadas, como se pretendió en la etapa de Alfonso Alonso. Su gestación
se debió a autores sobre todo de izquierdas –y alguno de derechas– que le
dieron hecha al PNV su hegemonía ideológica hasta hoy. Consiste en creer que el
nacionalismo es la continuación natural del fuerismo. El símbolo efectivo de
esa creencia política lo constituyó la supresión, en la Disposición derogatoria
segunda de la Constitución española de 1978 y solo para el País Vasco, no para
Navarra, de la Ley foral de 1839.
La fuerza que la derecha navarrista conserva todavía en
Navarra se debe a que esa derogación no se aplicó para el Viejo Reyno. El PNV
consiguió abolir la ley de 1839 para el País Vasco, simbólicamente sí, pero con
ello ahogó cualquier salida foral para la derecha vasca, lo cual condena al PP
a una reivindicación solo en clave constitucionalista y españolista. Mientras
eso no se corrija de raíz, lo mejor es continuar con el constitucionalismo
españolista, donde el PP no tiene competidor. Como el PP abandone esa bandera,
pretendiendo ‘moderarse’, desaparecerá más pronto que tarde y Vox ocupará su
lugar.
No nos cabe la menor duda de que el P.P.
vasco habrá tomado nota del análisis, y se aprestará a organizar en los próximos
meses varios grupos de trabajo para promover la actualización de su mensaje y
de su programa político. Le va el futuro en ello.
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