Todo cuanto sentimos procede de la puesta en escena en la consciencia de un determinado estado de conectividad. Los estados de ánimo no son una excepción. Si sentimos desánimo es porque se han activado necesariamente las áreas cerebrales que lo generan. El porqué ha sido así ya es otra cuestión, la cuestión.
El cerebro genera dolor, sufrimiento físico, por obra y gracia de una evaluación de amenaza física referida a un momento, lugar y circunstancia.
El cerebro genera percepción de desánimo por obra y gracia de una evaluación pesimista de la interacción del individuo con un momento, lugar y circunstancia.
El dolor está vinculado a la integridad física de los tejidos. El desánimo a la autoestima del organismo como sujeto que interacciona con el entorno, físico y social, a su capacidad de afrontamiento y previsión de resultado.
El cerebro es una estructura narrativa. Funde pasado, presente y futuro y presenta al individuo su evaluación predictiva sobre beneficio-perjuicio, capacidad-incapacidad, éxito-fracaso, aprecio-desprecio social, autoestima...
La evaluación pesimista cerebral activa el programa denominado: "respuesta de enfermedad", un programa que nos hace sentirnos mal, desanimados, doloridos, adinámicos, desinteresados en la interacción con el entorno, sumidos en una reflexión rumiante sobre los aspectos negativos de acciones propias y ajenas del pasado reciente y lejano.
Cuando estamos enfermos, los tejidos afectos liberan moléculas señal (citoquinas) que activan receptores neuronales periféricos (nervio vago) y centrales. De ese modo el cerebro sabe que hay problemas de muerte celular, local o sistémica. Las citoquinas encienden los programas que nos hacen sentir enfermos y nos incitan a conducirnos como tales. Apetece quedarnos en cama, desentendernos de las obligaciones y compromisos y estar fuera de juego como individuos operativos para centrarnos en consideraciones catastrofistas.
Tal como sucede con el dolor, que, irrumpe sin que conozcamos los motivos y sin que los profesionales tampoco los desvelen, sucede con los desánimos. Pueden envolvernos sin que haya motivo relevante.
Al desánimo sin causa desanimante aparente le llaman depresión.
La depresión inexplicada surgiría, según dicen, de la incapacidad cerebral de producir suficiente cantidad de moléculas necesarias para afrontar adversidades y carencias, propias y ajenas. En concreto, poca serotonina, la droga de la felicidad y el optimismo.
Un cerebro doliente es un cerebro hipersensiblero, hipervigilante, evitador de daño.
Un cerebro deprimente es un cerebro que promueve la baja estima, la evitación de fracasos.
El dolor penaliza los propósitos y acciones del individuo, por motivos de seguridad física: "no te muevas pues puedes generar perjuicio físico..."
El desánimo trata de desmotivar el esfuerzo por evaluación catastrofista, de fracaso: "no te esfuerces pues no vas a conseguir nada..."; "no sirves para eso" o... "son unos canallas, no van a apreciar tu esfuerzo, van a lo suyo..."
A la depresión, tal como sucede con el dolor, le buscan y encuentran genes, moléculas que faltan o sobran.
A la depresión, tal como sucede con el dolor crónico, la consideran una enfermedad, algo que supera al individuo, algo que sigue su curso, al margen de los esfuerzos por evitarla.
La depresión, dicen, es algo biológico. Falta serotonina, factores de crecimiento (BDNF). No se fabrican nuevas neuronas en hipocampo, la corteza frontal se adelgaza...
El cerebro doliente encoge el ánimo del padeciente a golpe de tormento físico. El cerebro deprimente enchufa el desánimo para conseguir la voluntad de no tener voluntad.
Dolor y desánimo van, con frecuencia, de la mano.
Dicen los expertos que es porque la serotonina y la noradrenalina andan flojas en ambos casos y que sería buena cosa poder paliar la escasez desde fuera, con la ayuda de fármacos que estiran la presencia fugaz de la serotonina en las sinapsis, impidiendo que la neurona que la ha liberado vuelva a recaptarla, una acción incomprensible esa de ofrecer algo para retirarlo al momento.
Tal como sucede con el dolor, el cerebro tiene razones de organismo que el individuo desconoce, razones que aconsejan proyectar al individuo la percepción de que no debe esforzarse pues será inútil el esfuerzo, por culpa de la incapacidad propia o de la incomprensión y villanía ajena.
En el dolor crónico y en la depresión no explicada se registra al individuo para buscar y encontrar traumas físicos y emocionales mal reparados, genes descaminados, deficiencias químicas.
En el dolor y en la depresión hay un cerebro narrador, evaluador. Construye narraciones desde valores biológicos, evolutivos, culturales... No siempre consideramos la visión del organismo, un organismo razonablemente normal e irracionalmente instruido...
El cerebro puede proyectar al individuo dolores y desánimos sin justificación, por evaluación pesimista, catastrofista.
Este doliente y deprimente cerebro... Ande con cuidado...