Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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lunes, 21 de marzo de 2011

Dolor, depresión e indefensión



Se produce indefensión cuando algo que le afecta a uno no resulta comprensible, predecible ni controlable.

El dolor y desánimo crónicos o recurrentes no justificados cumplen con esas condiciones.

No hay un marco interpretativo suficiente, no es predecible el cuándo, cuánto, dónde ni por qué ni el padeciente tiene recursos para controlarlo.

El padeciente no sólo está indefenso sino que es juzgado y condenado en cierto modo ya que se considera que ha llegado a esa situación por culpa suya (genes y mala autogestión). También se espera que el indefenso, ya que no es capaz de remontar, al menos lleve su situación con dignidad y no perturbe demasiado el buen rollo ajeno.

El dolorido-desanimado no entiende lo que le pasa. Le aseguran que no tiene nada. No hay motivos para el lamento y la desgana. Es una situación imposible de sobrellevar. Estar bien y sentirse fatal. Por eso el padeciente prefiere que le encuentren algo, que le faciliten etiquetas de enfermedad. Son etiquetas que no aportan nada. Más bien consolidan la indefensión. Contienen la condición del estigma, de lo irresoluble. Remiten a errores pasados o a padecimientos misteriosos. La etiqueta alivia cuando se recibe pero hipoteca el medio y largo plazo. Precipita la condición de invalidez (si se tiene éxito en conseguirla).

El dolor y el desánimo afloran de forma impredecible, caótica. El padeciente aprovecha los respiros para darse una bocanada fugaz de vida ante la mirada recelosa de los prójimos de turno que no entienden cómo se puede tener el descaro de vivir estando con dolor y sin gana. El cerebro participa de esa reprobación y espera a que acabe la fiesta para aplicar el castigo por salirse del guión de enfermedad.

Al padeciente le llueven remedios y consejos, bálsamos y ánimos, generalmente inútiles. Los prójimos se sienten molestos por la resistencia a la mejoría y se encojen de hombros con la conciencia tranquila de haber hecho todo lo que está en su mano y con la sospecha de que el padeciente no "pone de su parte".

Los profesionales están optimistas consigo mismos. Proclaman nuevos remedios, avances espectaculares. Muestran fotos del cerebro sacándole los colores a los déficits y excesos. 

El padeciente confía, sobre todo si es novato en la condición. Lo prueba todo con esperanza y bolsillo decrecientes. Su sufrimiento avanza en proporción directa a lo que se dice avanzan las promesas de solución.

El organismo se convierte en el carcelero del padeciente. Este se ha convertido en alguien incapaz y peligroso, alguien al que no se deben conceder oportunidades pues no se espera nada bueno estando como está el aparato músculoesquelético, las serotoninas, la memoria, la energía y los prójimos.

El dolor y el desánimo son los sicarios de un cerebro catastrofista que prefiere ver al individuo enjaulado. La indefensión permite el enjaulamiento con la puerta abierta. No hacen falta vigilantes. El padeciente ha renunciado a huir. Sólo quiere que le dejen en paz en su retiro, rumiando su condición indefensa en la que nada se entiende, predice ni resuelve.

Cuesta tirar de los indefensos, hacerles ver que deben reaccionar, esforzarse en entender, predecir y controlar.

- No es una enfermedad. Es su cerebro. Ha construido una idea de organismo indefenso, vulnerable, incapaz. El cerebro es un órgano virtual, como el sistema inmune. Ven peligro e insuficiencia muchas veces donde no la hay. No colabore con ellos cuando estén equivocados. 

Defiéndase.

  

sábado, 19 de marzo de 2011

Está usted deprimido



A los padecientes de dolor crónico se les supone deprimidos. No hay que molestarse en preguntarles sobre su estado de ánimo. Puede, incluso, que contesten que es bueno y que sería aún mejor si no tuvieran dolor.  

- ¿Cómo anda de ánimos?

- Bien. Si no tengo dolor me como el mundo.

- Está usted deprimido. Por eso le duele.

- No me siento deprimido.

- Bueno. No hace falta sentirse deprimido para estarlo. Es típico de "la depresión": su carácter oculto, su invisibilidad ... para el padeciente pero no para nosotros, los profesionales.

Para muchos profesionales el dolor surge del desánimo. Para los padecientes la relación es la contraria: el desánimo surge del dolor.

El organismo proyecta al individuo sus valoraciones, sus estados de ánimo, incertidumbre y pesimismo. El cerebro es un órgano virtual generador de decisiones perceptivas, interpretaciones, predicciones. 

Si duele quiere decir que el cerebro valora, con más o menos fundamento, amenaza de daño en los tejidos.

Si hay desánimo se puede inferir que el cerebro no quiere promover esfuerzo individual tal como están las cosas.

El programa inflamatorio, el de dolor y el del desánimo tienen mucho en común. Las moléculas proinflamatorias activan el cerebro deprimente. Podemos engañar al organismo administrando lipopolisacárido, una molécula de la cápsula de algunas bacterias. El cerebro activará el programa de sentirse enfermo. El lipopolisacárido engaña al cerebro.

El cerebro es un órgano falible... y cándido. Se le puede dar gato por liebre. Convencerle de que hay enfermedad o lesión sin haberla.

El cerebro deprimente está conectado con el cerebro evaluativo. Las ganas no son algo que el individuo pueda ponerse y quitarse. Se encuentra con y sin ellas, a veces conociendo las causas y otras ignorándolas.

El cerebro puede estar equivocado al proyectar percepciones. Sus evaluaciones pueden ser erróneas, catastrofistas, pesimistas. El YO de los tejidos y el YO de la interacción con el mundo pueden estar estimados como enfermos o incapaces sin serlo. Un entorno rebosante de recursos puede valorarse como precario o adverso. 

El individuo no recibe muchas explicaciones sobre lo que percibe. Se siente dolorido y desanimado. Eso es todo. Si no hay enfermedad ni adversidad tangibles el cerebro no apaga los programas sino todo lo contrario. Da una vuelta de tuerca al sufrimiento para forzar la conducta de enfermo.

Muchos padecientes doloridos y agotados rehuyen la etiqueta de la depresión. Tienen razón. Ellos se sienten físicamente enfermos y necesitan una etiqueta de enfermedad física. Por ejemplo: "fibromialgia".

Hay quienes aceptan la etiqueta de "depresión" pero sólo a condición de que provenga de alguna condición biológica (genes, neurotransmisores, huesos, articulaciones...) deficiente que les exculpa de su génesis. Residir en un organismo pobre en serotonina, con huesos y articulaciones desgastadas, músculos sin energía... es deprimente. El residente se limita a ser una víctima. Le ha tocado la mala suerte de residir en ese deficiente cuerpo.

A muchos profesionales les convence la propuesta de las explicaciones moleculares. La depresión es un estado inflamatorio soterrado. Sueñan con aplicar remedios caros, sofisticados, anti-factor alfa de necrosis tumoral, estimulación vagal... Guerra a las citoquinas, a los mensajeros...

El individuo va perdiendo protagonismo, sentido, responsabilidad...

- No me siento nada bien y no sé por qué.

- Tiene todo inflamado. Huesos, músculos, articulaciones. Su mente también está inflamada, enferma... El estrés, los genes... Déjeme la tarjeta genómica...

viernes, 18 de marzo de 2011

Este deprimente cerebro



Todo cuanto sentimos procede de la puesta en escena en la consciencia de un determinado estado de conectividad. Los estados de ánimo no son una excepción. Si sentimos desánimo es porque se han activado necesariamente las áreas cerebrales que lo generan. El porqué ha sido así ya es otra cuestión, la cuestión.

El cerebro genera dolor, sufrimiento físico, por obra y gracia de una evaluación de amenaza física referida a un momento, lugar y circunstancia.

El cerebro genera percepción de desánimo por obra y gracia de una evaluación pesimista de la interacción del individuo con un momento, lugar y circunstancia.

El dolor está vinculado a la integridad física de los tejidos. El desánimo a la autoestima del organismo como sujeto que interacciona con el entorno, físico y social, a su capacidad de afrontamiento y previsión de resultado.

El cerebro es una estructura narrativa. Funde pasado, presente y futuro y presenta al individuo su evaluación predictiva sobre beneficio-perjuicio, capacidad-incapacidad, éxito-fracaso, aprecio-desprecio social, autoestima...

La evaluación pesimista cerebral activa el programa denominado: "respuesta de enfermedad", un programa que nos hace sentirnos mal, desanimados, doloridos, adinámicos, desinteresados en la interacción con el entorno, sumidos en una reflexión rumiante sobre los aspectos negativos de acciones propias y ajenas del pasado reciente y lejano.

Cuando estamos enfermos, los tejidos afectos liberan moléculas señal (citoquinas) que activan receptores neuronales periféricos (nervio vago) y centrales. De ese modo el cerebro sabe que hay problemas de muerte celular, local o sistémica. Las citoquinas encienden los programas que nos hacen sentir enfermos y nos incitan a conducirnos como tales. Apetece quedarnos en cama, desentendernos de las obligaciones y compromisos y estar fuera de juego como individuos operativos para centrarnos en consideraciones catastrofistas.

Tal como sucede con el dolor, que, irrumpe sin que conozcamos los motivos y sin que los profesionales tampoco los desvelen, sucede con los desánimos. Pueden envolvernos sin que haya motivo relevante.

Al desánimo sin causa desanimante aparente le llaman depresión.

La depresión inexplicada surgiría, según dicen, de la incapacidad cerebral de producir suficiente cantidad de moléculas necesarias para afrontar adversidades y carencias, propias y ajenas. En concreto, poca serotonina, la droga de la felicidad y el optimismo.

Un cerebro doliente es un cerebro hipersensiblero, hipervigilante, evitador de daño.

Un cerebro deprimente es un cerebro que promueve la baja estima, la evitación de fracasos

El dolor penaliza los propósitos y acciones del individuo, por motivos de seguridad física: "no te muevas pues puedes generar perjuicio físico..."

El desánimo trata de desmotivar el esfuerzo por evaluación catastrofista, de fracaso: "no te esfuerces pues no vas a conseguir nada..."; "no sirves para eso" o... "son unos canallas, no van a apreciar tu esfuerzo, van a lo suyo..."

A la depresión, tal como sucede con el dolor, le buscan y encuentran genes, moléculas que faltan o sobran.

A la depresión, tal como sucede con el dolor crónico, la consideran una enfermedad, algo que supera al individuo, algo que sigue su curso, al margen de los esfuerzos por evitarla.

La depresión, dicen, es algo biológico. Falta serotonina, factores de crecimiento (BDNF). No se fabrican nuevas neuronas en hipocampo, la corteza frontal se adelgaza...

El cerebro doliente encoge el ánimo del padeciente a golpe de tormento físico. El cerebro deprimente enchufa el desánimo para conseguir la voluntad de no tener voluntad.

Dolor y desánimo van, con frecuencia, de la mano.

Dicen los expertos que es porque la serotonina y la noradrenalina andan flojas en ambos casos y que sería buena cosa poder paliar la escasez desde fuera, con la ayuda de fármacos que estiran la presencia fugaz de la serotonina en las sinapsis, impidiendo que la neurona que la ha liberado vuelva a recaptarla, una acción incomprensible esa de ofrecer algo para retirarlo al momento.

Tal como sucede con el dolor, el cerebro tiene razones de organismo que el individuo desconoce, razones que aconsejan proyectar al individuo la percepción de que no debe esforzarse pues será inútil el esfuerzo, por culpa de la incapacidad propia o de la incomprensión y villanía ajena.

En el dolor crónico y en la depresión no explicada se registra al individuo para buscar y encontrar traumas físicos y emocionales mal reparados, genes descaminados, deficiencias químicas.

En el dolor y en la depresión hay un cerebro narrador, evaluador. Construye narraciones desde valores biológicos, evolutivos, culturales... No siempre consideramos la visión del organismo, un organismo razonablemente normal e irracionalmente instruido...

El cerebro puede proyectar al individuo dolores y desánimos sin justificación, por evaluación pesimista, catastrofista. 

Este doliente y deprimente cerebro... Ande con cuidado...