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jueves, 14 de octubre de 2010

Nada te turbe

En 1965, Pablo VI nombró a santa Teresa de Jesús Patrona de los escritores españoles, y sólo cinco años más tarde, la elevó a la categoría de Doctora de la Iglesia. Lo más llamativo es que la santa no tuvo una educación especialmente destacada, ni cursó ninguna de las materias que se impartían en las cátedras universitarias de la época. Tampoco, salvo por la lectura de las Cartas de san Jerónimo y Las Confesiones, de san Agustín, se había instruido en las grandes obras de los santos ni de los místicos. Hoy, sin embargo, sus escritos son considerados como obras maestras de la prosa castellana, de la poesía del Siglo de Oro y, sobre todo, de la literatura mística. Si los literatos alaban su estilo vibrante, enérgico y claro, su plasticidad y la belleza de sus composiciones, la Iglesia califica de celestial su doctrina. Porque habla de Dios, sí, pero, sobre todo, porque acerca a Dios.

Su vigor y laboriosidad le permitían escribir mientras recorría España fundando Carmelos. Y aun así, su producción es ingente por la cantidad de obras y la profundidad de sus contenidos: Libro de la vida; Camino de perfección; Castillo interior o Las moradas; Las fundaciones; Relaciones; Conceptos del amor de Dios; Exclamaciones del alma a Dios; numerosísimos poemas, escritos menores, y Cartas, de las que se conservan más de 400.


Nada turbe,
Nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.

Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.

Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
nada te falta.

Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.

Teresa de Ávila 1515-1582