Malena respira hondo apoyada contra la puerta.
Pese al control que ha conseguido aparentar tiene el corazón a mil.
Sus propios latidos la ensordecen.
Las manos se le humedecen. Las aprieta decidida y busca en el bolso sus zapatos.
Se descalza y los cambia. Fuera tacones, fuera sofisticación, escenografía, teatralidad.
Pese al control que ha conseguido aparentar tiene el corazón a mil.
Sus propios latidos la ensordecen.
Las manos se le humedecen. Las aprieta decidida y busca en el bolso sus zapatos.
Se descalza y los cambia. Fuera tacones, fuera sofisticación, escenografía, teatralidad.
Adiós a la mujer fatal. ¡Qué repugnancia! La rabia
la ciega y tropieza con la pared de enfrente.
Uno de los discretos limpiadores la mira de reojo y levanta la cabeza
altiva.
Esa agresividad sólo la despierta él. Esa pasión, esa furia, ese
descontrol… Esos sentimientos.
Alberto tuvo ese don desde el primer día. Él de afectarle demasiado y esto
empezaba a durar demasiado. Diez años, es una vida cuando se está enamorado.
Baja las escaleras quitándose pendientes, pulseras, collares, anillos… Todo
lo que se ha puesto ante Alberto con tanta ceremonia. Se pasa la mano
enfurecida por los labios para quitarse su sabor. Ese sabor único de ese
maldito egocéntrico que no consigue desprenderse del cuerpo.
Sale tras saludar al recepcionista con un movimiento de cabeza. Señala con
el dedo hacia arriba y el hombre asiente. Mensaje captado. El cliente sigue en
la habitación. Hoy no salen juntos.
Ya en la calle saca el móvil del bolso. Esa tarde merienda con las chicas y
conociéndolas tendrá el whats lleno de mensajes.
Cuando se encontró con Alberto, aún no habían decidido donde irían.
Cuando se encontró con Alberto, aún no habían decidido donde irían.
Otra de esas viejas costumbres de siempre, donde alguna sugería un cambio
en la monotonía.
Como cambiar de escenario para los encuentros para acabar invariablemente yendo al mismo bar de siempre, eso sí, nunca ocupaban la misma mesa que la semana anterior, si es que podían evitarlo e intentaban variar el día del encuentro. Cada semana corría un día, como los turnos de la fábrica, y la que no podía venir se lo perdía.
Como cambiar de escenario para los encuentros para acabar invariablemente yendo al mismo bar de siempre, eso sí, nunca ocupaban la misma mesa que la semana anterior, si es que podían evitarlo e intentaban variar el día del encuentro. Cada semana corría un día, como los turnos de la fábrica, y la que no podía venir se lo perdía.
Al no ser que coincidiera que nadie podía ir, solían decir. Pero eso hasta
el momento no había sucedido y de las cuatro que eran, siempre había un mínimo
de dos. No se aceptaban nuevas adeptas al clan. Ya lo habían probado y era
desastroso.
Amigas, familias, parejas o hijos, fuera de la cita.
Era el momento de explicarse las batallas semanales y todas conocían los
secretos de todas. O casi todo. Siempre había informaciones que se guardaban
para la más comprensiva y por extraño que le pareciera, esta persona era Malena.
La gran guardiana, como la apodaban. Ella sabía más de lo que quería. Según
la mirada de sus amigas o hermanas, como se llamaban entre sí, llegaba hasta el
fondo. La única capaz de no juzgar y no pestañear ante el más grave crimen. Quien
mejor mantenía la calma en las crisis.
Sus consejos eran los más buscados.
Perdida en sus pensamientos siente que el bolso vibra. Busca a ciegas el
móvil y tropieza con montones de tesoros olvidados. Se promete por centésima
vez en ese día ordenarlo y de paso ordenar su caótica vida.
El audio de aviso se ha convertido en sirena y los ocupantes de su apretado
vagón, parecen animarla con ojos asesinos a pararlo.
¡Como sean de nuevo alguna de las chicas o Alberto, los mata. Uno a uno,
lentamente!
-Dime- susurra descolgándolo...