El día de Nochebuena de 2013 se
cumplen 50 años de la llegada de la luz eléctrica a Nueva Tabarca, pues
el 24 de diciembre de 1963 se puso en funcionamiento el primer grupo
electrógeno de la isla. El acontecimiento, tan importante para la
población y tan deseado por los isleños, unido a la especial fecha en
que se hizo realidad, fue motivo de que la prensa, en especial el Diario La Verdad,
en las páginas 15 y 16 de la sección de Alicante del día 5 de enero de
1964, hiciera amplio eco de la noticia, dedicándole el citado diario un
extenso artículo, de la mano del periodista José Luis Blanco Zamora, así como unas páginas en su suplemento dominical, con un considerable reportaje gráfico de Ángel García Nieto,
logrando entre ambos una magnífica y completa semblanza de la isla, de
las alegrías y tristezas de sus habitantes, de sus deseos e ilusiones,
haciéndonos vivir una entrañable Nochebuena en Nueva Tabarca.
Ambos
artículos quedan transcritos a continuación, texto y fotografías, con
algún que otro comentario que intercalo [entre corchetes], y unas
anotaciones finales de la posterior evolución de la electrificación de
la isla. El ejemplar del Diario La Verdad consultado y reproducido, consta en la amplia hemeroteca del Archivo Municipal de Alicante.
* * *
El
periodista había pensado una y otra vez que las Nochebuenas se debían
pasar en casa. Era algo que había oído tantas veces de pequeño que había
llegado a defenderlo casi como un pequeño dogma. Sin embargo, por esta
vez las convicciones se quedarían sin poderlas llevar a la práctica.
Porque, al fin y al cabo una noche buena se pasa en cualquier parte, con
más razón si es la Nochebuena. Y en la misma bocana de la imaginación
quedó varado el lugar exacto donde mis huesos del norte irían a pasar la
Nochebuena: en Tabarca; una isla tranquila, una especie de pequeño
imperio romano donde la paz se dormiría con monótono arrullo de olas y
donde uno podría moverse como una figura más de un belén original, un
belén que estaría rodeado de agua por todas partes, sin lagos y sin
majadas, pero con cura y guardias civiles.
Tabarca: una tentación luminosa
Desde
Santa Pola se ve la isla. Es una tentación luminosa que invita a
echarse a nado para ganarla en un santiamén y dejarse de embarques en
botes o gasolineras. Sin embargo, las autoridades marineras, debido a su
profesión y a desengaños dolorosos, han perdido bastante fe en las
aparentes tranquilidades de la mar y ordenaron que embarcáramos en un
bote de motor cuyo patrón no conservaba de las grandes virtudes del mar
nada más que su destreza en el oficio. Pero de esto vale más no hablar. A
nuestro bote subieron un matrimonio joven, una señora mayor y un viejo
que deshilaba el valenciano a través de sus diezmados y destruidos
dientes. En popa iba sentado un pescador aparentemente joven —¡qué
difícil es saber la edad de estos hombres de la mar!— que venía a pasar
las Navidades con la familia desde Canarias, donde estaba embarcado con
la pesca de la gamba. Todos llevaban consigo las provisiones compradas
en Santa Pola para estas fiestas. Emprendimos, pues, la marcha. En el
muelle quedaban dos pequeñas embarcaciones más que habían de cargarse
con más avituallamiento, porque durante estas fiestas, nadie se mueve de
la isla. Garrafas de vino, carnes, pescados y huevos, servirían, dentro
de unas horas, como pitanza navideña.
A
las pocas millas ya se observan los detalles de Tabarca. Quien la
bautizara merece los mayores respetos por nuestra parte, porque el
nombre no puede ser ni más marinero, ni más bonito, ni más exacto. La
isla es o una gran barca o muchas barcas apiñadas junto a otra mayor,
quizá una barcaza —la iglesia— que ofrecen un perfecto trazado
geométrico de rectas. Claro, que la isla tiene tantos modos de verla...
En un viejo mapa marítimo de la Ayudantía de Marina de Santa Pola la
vimos como una gran tortuga con el cuello y rabo estirados y espatarrada
nadando hacia la costa levantina. Salvador Rueda la vio como una
guitarra. Pero no hay que apresurarse porque sobre el poeta y la isla
hablaremos más adelante.
Barca vetusta del Moncho
En
mi cabeza bullía una intranquilidad; una especie como de recuerdo
olvidado que trataba de emerger y sacar la cabeza en cuanto un impulso
feliz, como un milagro, le abriese las vidriosas aguas de la
imprecisión. Al fin surgió y fue en forma de unos versos que, de niño,
el padre nos hizo aprender cuando él era más joven, y estaba menos
cansado y tenía más ocios en la vida. Del poeta no me acuerdo [se trata
igualmente de Salvador Rueda], de los versos creo que sí:
Barca vetusta del Moncho
que vas de Pola a Tabarca.
¡Cuántos crujidos de guerra
dieron sobre el mar tus tablas!
Estos
versos vivían dentro de mí sin interés ni relieve alguno. Nunca los
entendí cuando los estaba aprendiendo de muy niño. Fue el día de
Nochebuena cuando el bote, la vieja barca del Moncho, tenía una explicación. Yo había entrado en el viejo mundo del Moncho, del viejo Moncho,
el barquero ordinario de la isla, que la conquistaba y la dejaba
diariamente como un don Juan, sin petulancias y almadrabero por línea
directa de familia. Don Pascual Russo [lo correcto es Ruso], viejo
capitán de almadraba, ágil y esbelto de figura y con un rostro
inteligente y distinguido identificaría más tarde al Moncho cuando le dijera estos versos. He aquí un personaje, el Moncho, que ha entrado y tiene su lugar en la historia; en la grande o en la pequeña historia —¿qué más da?— de Tabarca.
A
media mañana puse los pies en el muelle de la isla y caminé cuesta
arriba, en medio de pequeños barcos, hacia el pueblo. Las calles se
abren al mar en todas direcciones; en una de ellas me encuentro al cura
armado con la caña de pescar y un bote de carnada. Después del saludo y
de estrecharnos la mano, me enteré de que no era el cura, sino un
hermano de él, seminarista, que estaba pasando las vacaciones navideñas
en su compañía. Murallas y viejos arcos de tiempos de Carlos III imponen
su autoridad real al mar. No le asustan estos gestos al Mediterráneo
que siempre ha vivido muy democráticamente con los reyes. ¡De algo le
han de servir sus largas experiencias!
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La Guardia Civil disfruta de paz
El
próximo saludo es con la Guardia Civil. Un cabo primero, con gafas y
con pipa, me acoge con una sonrisa abierta debajo de un bigote perfilado
y empezamos a charlar sobre la isla. Más tarde pude comprobar que las
conversaciones sobre Tabarca, si se hacen sobre el pasado, carecen de
importancia para las gentes. Todo lo más que sale a relucir es Carlos
III con sus bondades sociales de traer a la isla italianos. No hay que
olvidar que en Sierra Morena levantó una colonia, La Carolina, con
gentes de la Europa nórdica y que gozaron da los mismos privilegios de
exención de impuestos que en la actualidad disfruta Tabarca. En Tabarca
quedan muchos Chacopino, Russo, Manzanaro...
Si se
intenta hablar sobre el presente de la isla, se saca en conclusión que
todos sus habitantes la llevan dentro; la quieren como a uno más de la
familia, pero los comentarios sobre su vida son un poco dolorosos.
—Mire
Vd. —me decía un viejo entornando los ojos como si el reverbero marino
le estuviera dando de continuo— aquí ve muchos hombres, sólo por estas
épocas del año. Dentro de unos días vuelven a la mar y aquí se quedan
unos cuantos jóvenes, todos los viejos, las mujeres y los niños.
¡Ah!,
pero no habléis del futuro. Aunque no es necesario sacar el tema porque
ellos se encargan de hacerlo. Los tabarqueños [lo correcto es
tabarquinos] esperan muchas cosas. Tienen fe en su isla. Parece como si
fuera un hijo bien dotado que sólo le hace falta que alguien se interese
en cogerlo de la mano y ocuparlo. Esperan noticias; todas las
informaciones son pocas para estos hombres, a quienes les duele, y
mucho, el que los hijos de Tabarca, hermanos, tíos, primos, parientes
lejanos —porque en la isla todos son parientes—, tengan que abandonarla
porque la mar es cicatera y cobra con creces los regalos que hace. Les
duele que Tabarca tenga emigrantes cuando hay tantas "posibilidades
turísticas" que están ahí, sobre un terreno volcánico [el origen de la
isla no es volcánico, sino básicamente arrecifal] y a lomos de unas
aguas calientes y apacibles rizadas de brisas.
El silencio reside en Tabarca
La
tarde es propicia para comentarios. Delante de la puerta del Pósito de
pescadores, éstos, tumbados de costado o sentados cara a la mar,
comentan suavemente —hablar alto en el pueblo ofende al silencio que
como una gran vela marina se extiende sobre todo— los mil incidentes que
cada uno haya protagonizado. Yo, en diálogo con don Pascual, el viejo
capitán de almadraberos, con el alcalde y practicante al mismo tiempo de
la isla —un hombre jovial, optimista y activo— me voy enterando de unas
cuantas cosas.
—La isla —me dice el alcalde— tiene
unos dos kilómetros de largo por uno de ancho. Los problemas actuales
principales, son: deficiencias en los servicios higiénicos por falta de
agua, y sobre todo, carencia de luz. Este último problema lo hemos
solucionado con la instalación de un grupo electrógeno —motor de quince
kilowatios— que surte de luz al pueblo. Precisamente esta noche se
inaugurará. Todos abrigamos unas grandes esperanzas de que Tabarca
llegue a ser un centro turístico importante que redima a la isla de
todos los problemas que la abruman. Sabemos que una empresa, UTISA
(Unión Turística Insular, S. A.), ha comprado unos 180.000 metros
cuadrados. Esto quizá sea la solución de esta isla que tantas
posibilidades tiene para el turismo.
Fue emocionante el
momento en que el motor del grupo electrógeno se puso en acción. Cien
casas se iluminaron y otras tantas familias —son 280 los habitantes
actuales de la isla— lanzaron gritos de entusiasmo ante el
acontecimiento. Tabarca se iluminó y los que estábamos dentro,
recogiendo en la calle la repercusión del acontecimiento, nos daba la
impresión de que íbamos a bordo de un gran barco iluminado en el que se
celebraba una gran fiesta. Colaboraba a crear esta impresión el
traqueteo incesante del motor que alimentaba de energía las bombillas.
Tabarca, así la vimos la Nochebuena de 1963, comenzaba a navegar con
esta inauguración oficial-local con el mejor de los aires: con el del
optimismo y el de las realizaciones.
—Sabemos que el
señor gobernador actual [en esas fechas era Felipe Arche Hermosa] —sigue
el alcalde—, está muy interesado en ayudarnos y en montar algo
grandioso en Tabarca. Estamos convencidos de que poco a poco surgirá una
nueva Tabarca desconocida y todos encontraremos solución a los mil
problemas actuales.
La isla de la esperanza
En
la isla no se sabe si este caparazón de tortuga quieta es zona militar o
civil. A estas gentes sencillas, niños grandes, prestas al saludo y a
sonreír con la más ancha de las sonrisas, que se santiguan antes de
echar la red al agua y que al sacarla se lo agradecen a Dios con estas
palabras: "Sarsia calá, a Deu siga encomaná" [Red calada, a Dios sea encomendada],
no les preocupan estas zarandajas. Ellos lo que quieren es que sus
parientes y amigos no salgan de Tabarca y que la isla, la pequeña isla,
recoja en sus murallas a todos; les dé de comer y no tengan que vivir de
continuo con las inquietudes y temores del hijo, el hermano o el esposo
que salieron —"Va ya para tres meses y no ha vuelto ni siquiera para
esta Nochebuena"—. Hasta muy tarde han estado muchas madres y hermanos,
alguna novia también, esperando el regreso de uno de estos pescadores.
He
asistido a uno de estos recibimientos. El hijo sonriente, espigado,
camina hacia el pueblo, junto a la madre, viene de las costas de Agadir.
Los saludos le siguieron a lo largo de las calles y al pasar junto a la
Virgen, debajo del arco, se santigua, como todos los tabarqueños lo
hacen. La familia, los amigos y parientes salieron a relucir en los
diálogos entrecortados y en telegrama, iban comunicándose las primeras
noticias sobre todos. Durante todos estos días han estado llegando
marineros a Tabarca. Algunos, sin embargo, pasarán estas festividades
navideñas enviando S. O. S. sentimentales con el recuerdo, a la casa
paterna y a los amigos que en esta noche saldrán por las calles
silenciosas de Tabarca asustando a los gatos y perros de la vecindad.
El
cura nuevo, don Francisco, ha llegado a última hora a la isla. Viene de
Alicante donde no le han podido entregar las cestas navideñas que
estaban destinadas para Tabarca. En Santa Pola las esperó hasta última
hora y no llegaron; menos mal que algunas familias distribuyeron sus
provisiones a los que las esperaban con impaciencia, ya que no tenían
preparado nada para la fiesta familiar. Don Francisco es un cura joven,
con una sonrisa intemporal, de ademanes suaves, pero que a la hora de la
verdad —en Tabarca es la tormenta— se remanga la sotana y tira de los
chicotes [en términos marinos, es el nombre que recibe el extremo de un
cabo de cuerda], por el barco, como los buenos.
En casa
del cura terminamos de cenar a las nueve. Tres horas antes de comenzar
la "misa de gallo". ¡Qué buena estaba la sopa, señor Roque! El señor
Roque es el padre del cura nuevo, de don Francisco, y cocina de
maravilla. En la sobremesa, compartida en diversos sitios, porque más
que sobremesa fue una ronda por las casas vecinas, se habló de muchas
cosas. Algunas tan entretenidas como los comentarios sobre Pepe.
Pepe, el "otro cura" de Tabarca
Que
¿quién es Pepe? Él dice que es cura de Tabarca. É1 se llama don José de
Tabarca. Su madre, su bendita madre, le ha tenido que hacer una sotana
igual que la de don Francisco. Un sacerdote anterior le regaló un
breviario y su iglesia particular está muy cerca de la iglesia del
pueblo; es una pequeña cueva en el interior del hueco de las murallas.
Él se ha encargado de ponerle una puerta y de montar el altar. Una
pequeña hornacina, a la entrada, encierra una esquila [campana pequeña
con la que se convoca a eventos de la comunidad como reuniones o
procesiones] que Pepe, perdón, don José de Tabarca, toca, llamando a sus
fieles a las mismas horas que el señor cura. Tiene su altar y su
nacimiento. Reza por el pueblo y por los pescadores de alta mar y a la
letanía que él lee en el breviario —es analfabeto, pero esto no importa
para que él recite su letanía— incluye junto a la invocación "Casa de
Oro", las de casa del cura nuevo, casa de la tía Nicolasa y otras
invocaciones más, y uno piense que el Dios bueno oirá las súplicas de un
alma, que encerrada en una psicología rota, ha polarizado sus "manías"
en pedir que los hombres sean buenos.
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Tabarca: aquí también nació Dios, perdido en la soledad del mar; el periodista vino a verlo y a vivirlo |
La Nochebuena en la isla
La
gente espera el último toque para acudir a la "misa de gallo". Mientras
tanto los mozos y mozas de Tabarca se han reunido, cada grupo por
separado, para celebrar la cena de Nochebuena. Las chicas llenan la isla
con panderos y villancicos mientras saltan y bailan. Hay huevos y pollo
en el menú. Los chicos, más silenciosos, están alrededor de un gran
plato de morena pescada por ellos, que un viejo cocinero de barco ha
preparado a conciencia. De lo exquisito del plato podemos dar fe ya que
con el bichero de los dedos ensartamos un hermoso trozo bien acompañado
con su concienzudo trago de vino. Parece como si el periodista hubiera
estado viviendo siempre con ellos. Tabarca, lo repetimos, es un inmenso
hogar abierto a todos.
Entre los comentarios y risas salta el recuerdo para los que no han llegado. Bueno, otro año será.
La
Guardia Civil, al frente de su cabo, llega bien abrigaba y torea a la
brisa, que ha refrescado un mucho, con el largo capote verde claro. La
campana de la iglesia —sirena de este barco amarrado al muelle de los
acantilados y murallas— llama a los isleños a la misa. Viejas y viejos,
jóvenes y chiquillos, van llegando poco a poco para celebrar el gran
misterio cristiano: el Nacimiento de Dios. Los ramos de las palmeras se
agitan a la puerta dándoles una especie de bienvenida.
Las
chicas se encargan del coro y la misa resulta armonizada. La iglesia
—robusta construcción con trazas de fortaleza— se llena de voces que
reciben como contrapunto el rítmico compás del mar, que rompe contra los
muros cercanos. En silencio y recogimiento se van acercando a adorar al
Niño, los hombres primero, luego las mujeres y van saliendo con prisas
para encerrarse en las casas. Es muy tarde ya para estos tabarqueños
acostumbrados a irse a la cama cuando comienza a rizarse la luna sobre
el agua marina.
Todavía nos damos una vuelta por el
pueblo. El alcalde ha dado órdenes de que se pare el motor de la luz y
al poco rato el pueblo se queda a oscuras y en completo silencio.
Solamente las linternas de los guardias horadan la oscuridad en su ronda
permanente y al rayar el día se irán para la vieja fortaleza de tiempos
de Carlos III, que se ha convertido ahora en cuartel [se refiere a la
Torre de San José, entonces destinado a cuartel de la benemérita].
Tabarca duerme después de este desacostumbrado ajetreo que la habrá
sorprendido un tanto.
El poeta Salvador Rueda vivió en la isla y la cantó
El
sol iba ya alto cuando sacamos el agua del aljibe para lavarnos. El
agua de Tabarca es fina agua de lluvias que los isleños recogen
cuidadosamente en aljibes llenos de años y de ecos [el agua corriente no
había llegado todavía, y era una de las principales carencias de la
isla].
Desde la Cantera, hacía el sur, popa de este
gran trasatlántico que es Tabarca, nos trasladamos, bordeando la lengua
de mar, hasta el cabo Falcón, en el otro extremo. Aquí está el
cementerio: pequeñas cruces de madera clavadas en el suelo, y alguna
lápida, señalan las sepulturas. Las paredes en mal estado —están
tratando de repararlas— se abren al mar. Nos ha parecido estupendo que
los pescadores puedan seguir teniendo vistas al mar aun después de este
último trance. La espuma de la mar es la mejor mortaja para estos
hombres marineros.
Es
cierto, desde luego, que son contados en el año los muertos tabarqueños.
Vienen a morir dos o tres octogenarios y nacen de cuatro a seis en el
mismo período de tiempo. Antes de llegar al pueblo, donde un grupo de
mujeres va por las puertas cantando y pidiendo limosna para celebrar
misas en sufragio de las almas, pasamos delante del solar de la casa que
construyó con sus propias manos y habitó el poeta Salvador Rueda. Está
en un saliente en la parte media de la isla, entre el pueblo y los
yermos terrenos que una sociedad anónima ha comprado en vistas de montar
un gran complejo turístico. El poeta vivió mucho tiempo en la isla
cuando los botes no llevaban motor y los viajes a Santa Pola había que
hacerlos a remo. El mismo tenía su bote y él lo gobernaba.
Todavía
la gente mayor lo recuerda y quedan "coplas" suyas aprendidas de
memoria por los vecinos. Al periodista le han recitado una de estas
"coplas" dedicada a la isla. Se trata de un soneto que transcribimos, a
pesar de que su trabajo costó porque la mujer que lo sabía tenía que
decirlo de "carrerilla", si no se le olvidaba:
Isla gentil que siempre te deseo,
de una guitarra tienes la figura,
donde se ata la larga encordadura
está la soledad de mi recreo.
Dibujada en mi espíritu te veo,
igual que un instrumento de hermosura,
orlada por la mar y la bravura
que te azota con verde balanceo.
Para vivir ¡qué sitio tan dichoso!
Para sonar, ¡qué mágico retiro!
Para morir, ¡qué campo soledoso!
Quién fuera el ancho mar, guitarra mía,
que retienes la caja de armonía
como un inmenso estuche de zafiro.
Los
versos de Salvador Rueda siguen todavía válidos para esta afortunada
isla del Mediterráneo que lleva varada tantos siglos esperando que una
mano providencial venga a arrancar unas notas que resuenen a progreso y
optimismo esperanzador.
Tabarca, trasatlántico sin
rumbo, inmensa tortuga con un caparazón de tierra estéril, guitarra con
cuerdas, pero sin sonido, espera. Los tabarqueños —me lo decía don
Pascual— esperan también que esos rumores que corren de hacer de la isla
un gran centro de alto turismo, sean realidad. Estas gentes sencillas
como niños grandes, acostumbrados a vivir en vilo pendientes del tiempo,
de la mar; llenos de esperanza por dentro que le sale por los ojos,
carecen de casi todo y lo esperan todo.
En 1939 el
censo de población arrojaba un número de habitantes de 1.400. En la
actualidad viven en la isla 280. Los jóvenes emigran, pero con el
recuerdo viven dentro de su isla. Carece de presupuestos la pedanía y no
se pagan impuestos de ninguna clase. Este trozo de tierra volcánica
española, que el Jefe del Estado recorrió el Domingo de Ramos de 1963 [7
de abril] y cuya visita recuerda emocionado el cabo de la Guardia
Civil. Él ha visto con sus propios ojos, las necesidades y ha charlado
con sus gentes. Tabarca con sus problemas y sus esperanzas, es conocida.
Los tabarqueños creen que el montaje de un gran complejo turístico será
su redención. Se ha hablado de la creación de un gran casino de juego,
de un club de regatas, de un campo de golf y de muchas otras cosas. Y el
periodista se pregunta con un ligero temor: ¿Será el turismo la
salvación de los tabarqueños?
El sol ha cruzado el
meridiano del día de Navidad y el periodista se despide en la sobremesa
de don Francisco, el cura, del alcalde, en nombre de todo el pueblo, de
don Pascual, acepta el ofrecimiento amistoso del viejo Santa Creus
[¿Santa Claus?] y, con honda pena, se dispone a desembarcar de este
enorme trasatlántico que se llama Tabarca para pasar a una canoa
marinera e ir a "tierra firme", como dicen los tabarqueños. El
periodista se ha encontrado en Tabarca como en un gran hogar y ha pasado
una noche buena; de las mejores Nochebuenas que recuerda.
* * *
HOY ES DÍA GRANDE
Hay más hombres que de ordinario.
Vinieron de la mar a pasar la fiesta.
No todos.
Hay quien está a muchas millas y a años de lejanía.
Pero hay que celebrarlo como en cualquier rincón del mundo.
La barca se ha cargado de provisiones abundantes en Santa Pola.
El cura ha estado corriendo por tierra firme regateando la caridad para quienes aquí no tienen nada.
A última hora la caridad no llegó.
Tuvo que volverse con las manos vacías y el corazón en un puño.
Pero en Tabarca hay conciencia de hogar común —todos o casi todos son parientes—, y de estas sacas y cestas hubo para todos.
La gran noticia de esta Nochebuena.
Fuimos a pasar la noche mejor del año en un ambiente de soledad y pobreza, y también allí nos encontramos con el acontecimiento.
Por vez primera en su historia, en esta noche en que los cielos derraman luz, Tabarca va a tener iluminación.
En la hora mágica de la Nochebuena se inauguró el grupo electrógeno.
Y se hizo la luz.
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La
isla. Lejos de la tierra. Prisión, soledad de poetas o viviendas
derruidas de gentes pobres. En 1939 tenía 1.400 habitantes. Hoy, 280. No
hay comunicación regular con el mundo. Quien puede tener un bote,
marcha cuando quiere y el mar lo permite. Los demás esperan que alguien
pueda llevarles. Más ruinas que muros en pie. Sobresale la iglesia,
firme recuerdo de tiempos mejores. Aquí vivió el periodista la
inolvidable emoción de una Nochebuena entre las gentes sencillas, como
las que eligió Cristo para vecinos de su nacimiento.
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Poco
después de la cena, y mientras se espera a la misa del gallo, júbilo en
las calles semiderruidas de la isla. Villancicos y alegría. Los mozos
están lejos. En la mar, pescando. Vienen algunos, pero cada tres o
cuatro años. La espadaña [elemento arquitectónico de los campanarios] ha
lanzado su llamada por toda la isla y hasta ha penetrado en la
profundidad de la oscuridad marinera. Llegan a misa los fieles. Hace
frío. Es medianoche. Una medianoche clara. Suena el mar a unos metros.
Dios va a nacer.
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La
adoración del Niño Dios. Hombres y mujeres llegan con devoción hasta el
altar. La Guardia Civil, que hace la vigilancia de la isla. Aquí, donde
la convivencia tiene rasgos muy peculiares, donde no se pagan impuestos
—ni hay donde pagarlos—, donde las ramas más íntimas de la familia se
desgajan sangrantes por el vendaval de la necesidad, la fe en Dios, que
acaba de nacer como hombre, es más robusta y necesaria. Y, por ello, el
corazón más limpio. Lo último. El pobre cementerio de Tabarca. Dos o
tres nuevos inquilinos tan sólo al año. Cada vez menos gente. Nacen
aquí, pero se van a morir —y buscar la vida— lejos. El mar, el eterno
compañero, rodea las tumbas. Dicen que todo esto se va a transformar.
¡Qué extrañeza de siglos si llega a realizarse!
* * *
Nueva
Tabarca siguió dependiendo más de dos décadas de estos
grupos electrógenos, para la electricidad que precisaban los isleños en
su día
a día, con un fuerte incremento de la demanda en época estival, gracias a
ese turismo anunciado, aunque no resuelto como se pensaba, que
habitualmente
superaba las capacidades de estos generadores.
En 1988 se terminaba la construcción de una central solar
fotovoltaica que fuera capaz, no ya de proporcionar la electricidad necesaria
a los tabarquinos, sino de soportar los incrementos veraniegos que exigía
el creciente turismo de la isla, complementando así el servicio que seguían
dando los generadores. La planta fue financiada por la Unión Europea, instalada
por AEG, dotada con 2.466 módulos fotovoltaicos y proyectada con una potencia
eléctrica de 100 kilovatios.
Diez años más tarde, en 1998, el Ayuntamiento de Alicante,
la Generalitat e Iberdrola alcanzaban un acuerdo para dotar a la isla de
Tabarca de las instalaciones necesarias para recibir suministro eléctrico desde
la península, mediante un
cable submarino. Se paliaba así, con una inversión de
135 millones de pesetas, una de las viejas reivindicaciones de los habitantes de
la isla, condenando, sin embargo, a la obsolescencia, a la central solar
fotovoltaica, sin que nunca hubiera llegado a funcionar a pleno rendimiento. Tabarca
tendría un servicio normal de energía, 24 horas al día, antes de fin de 1999, y
llegaría a la isla por el mismo conducto que la abastece de agua potable, por
lo que apenas implicaba impacto ambiental.