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12 julio 2017

DE BOMBAS Y BOMBARDEOS EN AGUAS DE TABARCA


Aunque fue el pasado día 9 de julio de 2017, hasta hoy, día 12, no ha saltado a las páginas de los medios de comunicación tanto locales, como autonómicos, nacionales y, probablemente, alguno internacional, la noticia del hallazgo en aguas de la Reserva Marina de Nueva Tabarca, de una bomba de la II Guerra Mundial.
El artefacto, localizado de forma casual por los miembros de un club de buceo, ha activado todas las alertas y ha conllevado la restricción de toda actividad subacuática y navegación en la zona balizada a tal fin por los medios de seguridad competentes, que procederá, esperemos que a la desactivación de lo que ha resultado ser una carga de profundidad, porque la detonación podría afectar gravemente a una zona especialmente protegida, que de eso no parece haberse preocupado nadie de advertir.
Las noticias dan cumplida reseña de los detalles del hallazgo, con fotografías, vídeo e incluso algún apunte histórico de las consecuencias del conflicto armado en aguas alicantinas, del mismo modo que dejan constancia de que no afecta ni al baño ni a las comunicaciones marítimas con Santa Pola y Alicante.
Y es que nuestras aguas fueron escenario de frecuentes pasos de submarinos y hundimientos de barcos durante la II Guerra Mundial, del mismo modo que nuestras costas y ciudades lo fueron de intensos bombardeos en la Guerra Civil Española, con lo que tampoco sería extraño que apareciera algún artefacto explosivo de la época, pues hasta Nueva Tabarca fue atacada por la aviación italiana, como quedó constancia en los medios de comunicación de entonces, y ejemplo es la portada del Diario El Luchador del 30 de noviembre de 1936 (Archivo Municipal de Alicante), aquí reproducida:

(Publicado en el blog "La Foguera de Tabarca")

28 marzo 2016

PROYECTO «TABARCA ISLAND»


El 11 de enero de 1962, D. Federico Trías de Bes Recolóns, en nombre y representación de la Compañía Mercantil «Tabarca Island, S. A.», que estaba domiciliada en Madrid, en la calle de Serrano n.º 77, en su calidad de Secretario del Consejo de Administración, exponía ante el Excmo. Ayuntamiento de Alicante:

1º. Que la Compañía Mercantil citada tiene suscrito con fecha 4 de Mayo de 1961 contrato de opción de compra para la adquisición de una parte de la Isla conocida con el nombre de Plana de Nueva Tabarca, integrada en el municipio de Alicante. La descripción de la parte que se adquiere es la siguiente: "un campo de tierra secana, de veintitrés hectáreas, ochenta y dos áreas y siete centiáreas, situada en la Isla de Tabarca del término de Alicante, lindante por el Norte, Este y Sur con orilla del mar; y por el Oeste, con el cementerio de dicha isla de Tabarca y con tierras del Ayuntamiento de Alicante".
También es objeto de esta opción una finca sita dentro del núcleo urbano, cuya descripción es la siguiente: "un trozo de tierra inculto comprensivo de dos mil setecientos setenta metros cuadrados, situados en la isla de Tabarca, término de esta Ciudad, lindante por el Norte, con casa de D. Constantino Bañón, D. Guillermo López y D. José Papí; por el Sur, Este y Oeste, con murallas".
2º. Que las escrituras y de­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­más documentos pertinentes para que "Tabarca Island, S. A." sea plena y públicamente titular del derecho de dominio sobre tales fincas, se otorgarán de acuerdo con la vendedora Doña Josefa Manzanaro Cardona, en la primera quincena del próximo mes de Febrero.
[…] 4º. Que la Sociedad que representa tiene la finalidad de llevar a cabo un planeamiento urbanístico total de la Isla, para dotarla no solamente de las necesarias instalaciones (tales como agua, electricidad, etc.) que la vida moderna exige para un normal y adecuado régimen de vida y saneamiento de la población, sino también restaurar y conservar los elementos de interés artístico e histórico existentes, reconstruyendo y realizando el proyecto existente de fecha mil setecientos setenta obra del Ingeniero Militar D. Fernando Méndez, […].

Se adjuntaba al escrito un plano de carácter general y provisional para complementar gráficamente el objeto del planeamiento urbanístico que se pretendía llevar a cabo.

Expediente «Tabarca Island» (Archivo Municipal de Alicante)
El 8 de febrero, el Arquitecto Municipal, «examinada la instancia presentada y el plano de Plan Parcial de Ordenación de la Isla Alicantina de "Nueva Tabarca", considera que no hay inconveniente alguno en que el Excmo. Ayuntamiento de Alicante, pueda otorgar a la Entidad Mercantil referida, la autorización previa».

Del mismo modo, el 28 de febrero, el Letrado Consistorial, evaluando el informe que por el Alcalde le había sido interesado, «nada puede oponerse en sentir del informante a que por S.E. sea concedida a la mercantil de referencia la autorización previa por la misma solicitada […] a fin de que por los Organismos públicos le sean facilitados cuantos elementos informativos precisare para llevar a cabo la redacción del correspondiente Plan y Proyecto».

La Comisión de Urbanismo, reunida en el día 14 de marzo, previa convocatoria, «se permite proponer a V.E. la adopción de los acuerdos siguentes:
  1. Autorizar a la Mercantil "Tabarca Island S.A." para que estudie la formación de un Plan municipal o comarcal para la urbanización de la Isla de Tabarca, como autorización previa […], pero concediendo a dicha Empresa un plazo máximo de cuatro meses para presentar el referido Plan y proyecto.
  2. Ordenar a los Servicios Técnicos Municipales que faciliten a "Tabarca Island S.A." cuantos elementos informativos precisare para llevar a cabo la redacción del correspondiente Plan y Proyecto, que deberá contener los extremos, documentos, planos, memorias, datos, esquemas, Ordenanzas, garantías, compromisos y medios económicos […].
  3. […] suspensión por un año del otorgamiento de licencias de parcelación de terrenos y edificación, en los sectores comprendidos en el perímetro de la Isla de Tabarca, con el fin de estudiar el Plan de Ordenación de la misma que ha sido solicitado, […]».

Mapa adjunto al Expediente «Tabarca Island» (AMA)
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Por todo ello, el día 2 de abril, D. Santiago Peña Carrascosa, Abogado y Secretario General del Excmo. Ayuntamiento de Alicante, certificaba que, según resultaba del Borrador del Acta correspondiente a la sesión ordinaria celebrada el día 31 de marzo, «el Excmo. Ayuntamiento Pleno constituido en la presente sesión por la mayoría absoluta del número de miembros que con el señor Alcalde lo integran de hecho y de derecho en la actualidad, previa la consiguiente deliberación y conformándose en lo sustancial con lo dictaminado y propuesto por la Comisión Municipal de Urbanismo, adoptó por unanimidad los acuerdos siguientes:

Primero.- Conceder a la Mercantil "Tabarca Island S.A." la previa autorización que solicita para el estudio y formación de un Plan Municipal y Proyecto de Urbanización de la total superficie de la Isla de Tabarca, […].
Segundo.- […] ordenar a los Servicios Técnicos Municipales faciliten a la Mercantil "Tabarca Island S.A.", cuantos elementos informativos precise […]».

A lo que siguió, con fecha 24 de abril, el correspondiente Decreto, al que se sucedieron varios recursos, solicitando los firmantes poder realizar el mismo tipo de ordenamiento urbanístico desde la vigente propiedad de terrenos anexos, como particulares.

Leyenda del mapa adjunto al Expediente «Tabarca Island» (AMA)
El documento fechado 13 de junio de 1962, echaba atrás las pretensiones de los particulares firmantes sin que, a tenor de que el asunto quedaría en vía muerta a partir de entonces, supusiera nada definitivo al respecto, ya que, en definitiva, nunca se ejecutaría tal proyecto, a pesar de las resoluciones en contra de los particulares y a favor de la mercantil, que emitiría el Ayuntamiento de Alicante.

Expediente instado por Don Federico Trías de Bes Recolóns, en nombre de "Tabarca Island, S.A." solicitando autorización previa para llevar a cabo los estudios necesarios al planteamiento urbanístico en la Isla de Tabarca, en trámite de resolver los recursos de reposición interpuestos por Doña Salud Aldeguer Manzanaro, Don Tomás Aldeguer Lloret, Don Ricardo Bonmatí Abad en nombre de Don Alejandro Mahíquez Sánchez, Don Vicente Blasco Tortosa y Don Germán Schlüter Darés, contra acuerdo del Excmo. Ayuntamiento Pleno de fecha 31 de Marzo último.
[…] La Comisión Municipal Permanente constituida en la presente sesión, […] por unanimidad, acuerdan desestimar por improcedentes los recursos de reposición deducidos […], toda vez que tanto la resolución como todo lo actuado administrativamente en el expediente de donde ella dimana, está perfectamente ajustado a derecho, sin que por tal motivo haya sido cometida infracción alguna de los preceptos legales que rigen la materia, ni pueda hablarse tampoco de que la Excma. Corporación Municipal ha ejercido de la potestad administrativa para fines distintos de los fijados por el Ordenamiento Jurídico, que es lo que constituye la supuesta derivación de poder a que se alude por los recurrentes.

A pesar de ello, la noticia seguiría coleando durante meses, tal como se comprueba en la página completa que le dedicaba el Diario Información de 3 de febrero de 1963, con fotografía de pésima calidad incluida, en las «Páginas alicantinas del domingo»:


En enero del pasado año —ya lo dijo Información en una de sus reseñas municipales—, se presentó al Ayuntamiento una instancia por la que se solicitaba autorización para hacer un estudio completo de la isla de Tabarca y llevar a cabo un planeamiento urbanístico total en el que respetándose las características que presidieron el proyecto formulado en 1763 por el ingeniero don Fernando Méndez por encargo especial del rey Carlos III y cuya ejecución parcial permitió alojar a las 590 familias rescatadas del Bey de Túnez aquel año, se completara el citado proyecto, se dotara a la isla de los modernos adelantos que nos permiten a todos vivir con mayores comodidades en cualquier ciudad y a la vez se crease una zona turística y deportiva al margen del recinto urbano que pudiera constituir un centro de atracción del turismo, de primera categoría.
Como base operatoria, se alegaba en aquel escrito por la empresa que presentaba la instancia, que desde el año anterior tenía suscrita con determinado propietario una opción de compra de terrenos que representaban una extensión superficial equivalente a más de las dos terceras partes de la de la totalidad de la isla.
El Ayuntamiento, lo dijimos también, estimó que no comprometiéndose a nada no había inconveniente en que se hicieran cuantos estudios se desearan, y bajo ese concepto concedió la autorización deseada.
Desde entonces, las cosas que parecían tan llanas se han fruncido un poco. Aunque el dinero no huele, se huele a la legua y la opción de compra parece que perdió virtud ante ofertas más enjundiosas; nuevos elementos se hicieron visibles en el asunto hasta el extremo de llevar al Ayuntamiento a lo Contencioso por haber permitido el solicitado estudio. Pequeño mar de fondo en el que los intereses juegan sus estrategias, mientras la isla contempla cómo tras tantos años de vivir como un modesto remanso, se va convirtiendo en objeto de deseos y aspiraciones.
EL PROYECTO, ULTIMADO
Así las cosas, la empresa que solicitó la autorización terminó sus estudios, formuló un plan y lo tiene presentado en el Ayuntamiento con el deseo expuesto por escrito de que este lo apruebe para comenzar su rápida realización.
En él se trata de la inversión de más de 240 millones de pesetas en poner la isla al día, completando el plan de edificaciones de dos siglos, reparando la muralla, pavimentando las calles poco más o menos como en el Alicante peninsular, pero sin baches, construyendo una red de saneamiento, llevando agua, luz eléctrica, teléfono, etcétera, estableciendo modernos medios de contacto con la ciudad en cuyo municipio está incluida y creando una zona deportivo-recreativa de gran estilo pero sin edificios neoyorquinescos que rompan la perspectiva de un lugar hecho para el descanso y goce del clima fuera del mundanal ruido.
EL VECINDARIO TABARQUINO
Con independencia de lo bello y sugestivo que pueda tener tanto en el orden urbanístico como en el económico y de captación del gran turismo, al informador le interesa más que nada, saber en qué condiciones iba a quedar el vecindario tabarquino. Las poblaciones que han nacido al turismo, Benidorm por ejemplo, han creado sus zonas turísticas al margen del primitivo poblado y han sido sus habitantes los que ante la alegría dineraria de que daba muestras la ciudad residencial que llevaba su propio nombre, se decidieron a poner sus viviendas en orden de recibir el maná crematístico veraniego. Pero es que a fuerza de litoral, Benidorm sigue, con distintos nombres, hasta la frontera francesa dentro de España y al turismo no le era imprescindible el poblado.
Tabarca, por el contrario, no puede crecer y dentro de su recinto se ha de desarrollar todo. De ahí la preocupación por un vecindario cuyos derechos a seguir viviendo en la isla nacieron en el momento en que Carlos III alojó a sus tatarabuelos dándoles casa, que es lo único que se daba entonces.
NO INTERESA QUE SE VAYA
Aprovechando la presencia en Alicante, de personas vinculadas a la empresa que ha formulado el plan de urbanización de la isla, nos hemos entrevistado con una de ellas, que amablemente se ha brindado a ser nuestro «cicerone» en el recorrido por los planos y a la que nuestra primera pregunta ha sido esta:
—¿Qué le va a pasar al vecindario con esa urbanización? ¿Va a tener que irse?
—Todo lo contrario. Va a tener que quedarse. Al menos, ese es el propósito, el deseo y hasta la conveniencia de la empresa.
—Si me lo explica usted, lo entenderé mejor.
—Bien sencillo. En el orden personal, el vecindario ha de encontrarse más a gusto, porque se le dota de todos los adelantos y comodidades de que hasta ahora ha venido careciendo. En el económico, se le brinda la oportunidad de sacar un producto a sus viviendas, mejorándolas. En el profesional, exclusivamente centrada hoy día en la pesca, tiene al consumidor al alcance de la mano; y finalmente puede beneficiarse incluso, prestando su colaboración en los servicios que se establezcan.
Nuestros intereses, le hablo como empresa —sigue diciendo—, coinciden con los de los tabarquinos especialmente en las tres últimas características, tanto por lo que supone mayor capacidad de clientela, como por las mayores facilidades de abastecimiento, como por no tener que llevar a la isla todo el personal necesario para atender a las instalaciones, hecho que se produciría irremisiblemente si los vecinos se marcharan de Tabarca. Hay otra razón de orden psicológico, que tiene también su importancia; al turista le encanta departir con la gente del país, enterarse de sus costumbres y conocer esas mil pequeñas cosas que caracterizan el tipismo local. Si se marcharan los tabarquinos, tendríamos que hacer otros de artesanía, a los que en seguida se les vería el plumero.
Fotografía publicada en el Diario Información del 3 de febrero de 1963 (AMA)
SUFICIENTE ESPACIO
—Pero la isla no puede ser más grande de lo que es.
—Efectivamente. Pero si lo que usted quiere decir es que nos pueden molestar las edificaciones existentes en su condición de no nuestras, no es conflicto. En la zona de poblado de la isla (la parte más cercana a Santa Pola), queda terreno suficiente para edificar las viviendas necesarias para alojamiento del número de turistas sobre el que se ha hecho el estudio económico. Para nosotros, lo ideal sería que los propietarios de ellos se decidieran a construirlas; pero, en el caso de que no lo hicieran, naturalmente habría que ir a su adquisición por los medios legales establecidos, para suplir esa no colaboración.
INSTALACIONES
Estamos ya recorriendo la isla en el plano. En él se señalan los solares que pese a los propósitos de Carlos III quedaron mondos y lirondos y que aún siguen tomando el sol. Sobre ellos hay que construir las viviendas para los 800 turistas que alternativamente han de constituir la población flotante. Y en esa zona residencial se señalan, en la parte que mira a Alicante, dos playas, un club de yates y una zona para estos; en la que no vemos desde aquí, una piscina natural y una playa que se extiende por la franja estrecha que une las dos partes de la isla. En esta franja, la del puerto, se instalará lo que se llama el centro cívico, complementario de los servicios de las comunicaciones marítimas y demás correspondientes al aspecto comercial y de abastecimiento.
Y en la zona deportivo-recreativa, se acumulan todos los alicientes que, a más del buen clima, se ofrecen al turismo: Pesca submarina, palmeral, restaurante, boleras, frontón, baloncesto, tenis, jardín exótico, cuadras, mini-golf, esquí acuático y otras diversas instalaciones, entre las que figura un helipuerto, ya que la vía aérea cuenta en los proyectos de comunicaciones con tierra firme.
SERVICIOS
Una tubería submarina conectada con la conducción general de aguas del Taibilla, es la solución que figura en el plan para terminar de una con la ausencia total de agua potable en la isla. La instalación de alumbrado eléctrico, tanto público como particular, será alimentada por grupos generadores, por cable conectado con la red general alicantina, o por ambos medios a la vez, compensándose así las eventualidades que pudieran entorpecer la continuidad de un suministro que tiene tan destacada importancia.
El contacto marítimo con el puerto alicantino, sería establecido por una flotilla de embarcaciones adecuadas. Y a los anteriores servicios, se une la instalación de teléfonos, Correos, sucursales bancarias y demás que constituyan la continuación de la vida ciudadana en un trozo aislado de ella.
Y, como característica importante del plan presentado, nuestro interlocutor nos señala el hecho de que la máxima altura de las edificaciones no ha de rebasar los diez metros y que por lo tanto las instalaciones de cualquier clase, incluso las que puedan tener el carácter de hoteleras, se han de desarrollar en sentido horizontal.
Lo que no deja de ser un alarde.

Será casualidad o no, pero, en Santa Pola, en estas fechas y según este mismo diario, se barajaba la posibilidad de instalar un teleférico desde el cabo de Santa Pola hasta la isla. Pero el asunto quedó, igualmente, en agua de borrajas. «Tabarca Island», afortunadamente, pasó a ser un proyecto fallido.

(Artículo original del blog «La Foguera de Tabarca»)

08 diciembre 2015

LA FRUSTRADA FOGUERA DE TABARCA DEL 50 ANIVERSARIO


El año 2015 hubiera sido un año de celebración, tanto desde el punto de vista lúdico como cultural, de dos relevantes efemérides tabarquinas. Dos acontecimientos en la vida insular alicantina, tales como el 50 Aniversario de la Foguera de Tabarca y el 40 Aniversario del Hermanamiento con Carloforte, quedaron en el tintero por falta de apoyo de las instituciones y de la administración municipal.

La celebración se prentendía llevar a cabo teniendo como punto central de la misma la plantà de una foguera inédita, de amplio contenido cultural y promocional del patrimonio tabarquino, en el centro neurálgico de Nueva Tabarca. Pero, antes de profundizar en ello, hagamos un pequeño resumen de lo acontecido cincuenta años atrás.

La Foguera de Tabarca 1965

Ya parecía vislumbrarlo, unos años antes, el escritor Miguel Signes Molinés, en un inspirado artículo que evidenciaba a todas luces la querencia que tenía por la isla, y lo hacía en la Revista Oficial de las Hogueras de San Juan 1962. Se hacía evidente que el autor ya estaba pergeñando la que sería su obra cumbre, su futura novela Tabarca (1976). Partiendo del avistamiento desde la isla de un castillo de fuegos artificiales el día de San Juan, Miguel Signes escribía un texto que, años más tarde, se convertiría en parte del capítulo XII de su novela, con el título «La noche de San Juan vista desde Tabarca».

Del hecho de que Nueva Tabarca fuera desde su creación un barrio más del municipio de Alicante, se deriva que tarde o temprano la fiesta del fuego llegara, como parecía premonizar Miguel Signes. Y así sucedió en el ejercicio foguerer 1964-65, por primer y único año de forma oficial. La bienvenida a la Fiesta, en palabras de Tomás Valcárcel Deza, entonces presidente de la Comisión Gestora de las Hogueras de San Juan, fue la siguiente: «saludamos con simpatía el nacimiento de la Hoguera de Tabarca, ese trozo de tierra alicantina que tanto auge viene adquiriendo en estos últimos tiempos».

La especial ubicación de este recién nacido distrito le hizo acreedor de una historia tan corta como cargada de anécdotas. La primera noticia que aparece en prensa lo hace en el Diario Información del 23 de marzo de 1965, con los titulares «Decidido: una hoguera más, la de Tabarca / Por primera vez en la historia de la Fiesta, la isla se convierte en distrito "fogueril" / Coste del monumento artístico: siete mil duros». El artículo incluía la fotografía del boceto del monumento a plantar en la isla, incluyendo el texto los componentes de la comisión del distrito, ya constituida, así como la temática de la foguera:

La Hoguera será una exaltación de la isla y de sus bellezas naturales, recogiendo, humorísticamente, diversos aspectos que se relacionan con sus costumbres y actividades, el pretendido servicio de transporte en un helicóptero desde la isla a la capital, la presencia de los turistas en la época veraniega, la pesca submarina.

31 julio 2015

EL CAMPOSANTO TABARQUINO


Allá, en la punta oriental de la isla —parafraseando a Fernando Delgado en su blog «Oficio de escribir»—, lindando con los arrecifes donde cormoranes, gaviotas, garzas y otras aves mediterráneas se instalan al atardecer, quietas, enhiestas, firmes, aguardando acaso la salida de las almas hacia la eternidad, se levantan los blancos muros del humilde cementerio de Nueva Tabarca. En el otro extremo, el occidental, que contempla el ocaso, se halla el poblado diseñado por los ingenieros dieciochescos. Parece como si la isla se dividiese en un mundo de muertos y otro de vivos, antagónico, reñidos entre sí, que separan muros y tapias con la llanura de El Campo entre ellos, una particular sabana de paleras, cambrones y retamas.


Los mismos tabarquinos hicieron su cementerio en el cabo Falcó, como señalando a la patria ítala perdida. Sus lápidas, su libro de enterramientos si se conservara, estaría bien lleno de los apellidos Ruso, Parodi, Chacopino, Pitaluga, Luchoro y tantos otros de aquellas gentes que, dicen las memorias, antes de dos años habían perdido su dialecto genovés por el valenciano de las gentes de la costa. Paradójicamente, en el cautiverio de Túnez y Argel lo habían mantenido durante quince años. Acaso ese, su querido dialecto, esté también enterrado en el pequeño y humilde Cementerio casi marino de Tabarca, como lo denominara el malogrado Enrique Cerdán Tato en su célebre sección «La Gatera» del Diario Información del 26 de enero de 1993, basado, a su vez, en el artículo del Diario El Luchador del 5 de febrero de 1913, páginas 1 y 2, que luego veremos al completo.

Lo cierto es que, si existe en la isla un lugar que haya visto pasar, mudo y silencioso, los devenires políticos y sociales de su rica historia a lo largo de los siglos, ese es su cementerio, recinto aletargado y, por fortuna, frecuentemente abandonado de la curiosidad turística estival.


La documentación más antigua que hace referencia al camposanto tabarquino se conserva en el Archivo Municipal de Alicante. En comunicación fechada 26 de mayo de 1894, el pedáneo Vicente Antón se dirige a su «digno Jefe» José Gadea de este modo:

Ante todo ruego a V.S. se digne dispensarme si llego a abusar de su amabilidad, teniendo en cuenta el objeto que al hacerlo me propongo.
Según oficialmente tuve el honor de comunicar a V.S. el cementerio de esta localidad se halla en estado ruinosísimo; y como quiera que actualmente se halla aquí una cuadrilla de albañiles de Torrevieja, que, sobre la costumbre establecida, hace una notable rebaja en el precio de los jornales, convendría aprovechar esta oportunidad para verificar la reparación que dicho cementerio exige.
Por varios conductos he sabido que algunos periódicos se han ocupado de este asunto, manifestando que el Iltmo Sr. Obispo de esta Diócesis se proponía contribuir con cierta cantidad destinada al indicado objeto, lo cual prueba la actividad desplegada por V.S. en pro de tan piadosa obra, y por la cual y en nombre de este pueblo agradecido doy a V.S. las más expresivas gracias, rogándole nuevamente reitere sus gestiones cerca del consabido Prelado, manifestándole la urgencia del asunto en cuestión.
Con tal motivo se reitera de V.S. con la consideración más distinguida su humilde subordinado y S.S.Q.B.S.M.

 

Carta así contestada el 29 de mayo al alcalde pedáneo de Tabarca: «Muy Sr. Mío y amigo: En mi poder su carta de 26 del actual y accediendo gustoso a sus ruegos, con esta fecha escribo al Sr. Obispo, interesándole eficazmente conceda algún auxilio para la reparación del cementerio. De V. affmo. amigo S.S.Q.B.S.M.». Y cumpliendo su palabra, se dirigió esa misma fecha al «Ilmo. Sr. Obispo de la Diócesis», en los siguiente términos:

Muy Sr. Mío y respetado Prelado:
El Alcalde pedáneo de la Isla Plana o Nueva Tabarca, perteneciente a este término municipal, me dirige una sentida carta, participándome el estado ruinoso del Cementerio y suplicando la instancia del bondadoso óbolo de V.S.I. el necesario importe para la reparación de este sagrado lugar, aprovechando la ocasión, difícil de contar en aquella isla, de hallarse en ella una cuadrilla de albañiles de Torrevieja que se compromete a efectuar la obra con notable rebaja en el precio de los jornales.
Como sé que nunca se acude en vano a los nobles y generosos sentimientos de V.S.I. no he vacilado en acceder a la súplica que se me ha hecho, implorando del virtuoso Prelado que rige la Diócesis el auxilio para los pobres feligreses de Tabarca, infelices pescadores que ganan trabajosamente la subsistencia en medio de mil penalidades y fatigas.
Entretanto, esperando con la contestación de V.S.I., llevar algún consuelo a aquellos isleños, que ven con profunda pena destruirse el venerable recinto donde descansan los restos mortales de sus mayores y sus abuelos, aprovecho la ocasión para repetirme una vez más de V.S.I. con el mayor respeto atento S.S.Q.B.S.A.


El prelado oriolano contestaba el 30 de mayo al alcalde José Gadea: «Muy señor mío y de toda consideración y aprecio: Tengo el gusto de incluirle 100 pts. para la reparación del Cementerio de la Isla de Tabarca. Sólo siento que el donativo no pueda ser de más importancia; pues son tantas las atenciones que sobre mí pesan, y tan escasos los recursos de que dispongo, que me veo en la necesidad de limitar mis limosnas a pequeñas cantidades. Aprovecho la ocasión de reiterar a V. los sentimientos de mi consideración y aprecio, su afmo.».


El 2 de junio, agradecía el alcalde el donativo diocesano: «Muy Sr. mío y venerable Prelado: Tengo la mayor complacencia en acusar recibo de su muy atenta carta de 30 de Mayo último, y dar a V.S.I. las más expresivas gracias por su generoso donativo de cien pesetas para auxilio de la reparación del Cementerio de Tabarca, en nombre mío propio y en el de los vecinos todos de aquella Isla. Con este motivo, se repite con la mayor consideración de V.S.I. atento S.S.Q.B.S.A.».


Pues bien, hemos de tirar de hemeroteca y trasladarnos a octubre de 1911 para encontrar nuevas noticias al respecto, en concreto en la página 2 del Diario El Pueblo del día 12, que reproduce con el titular «¿Otra primera piedra? Comprendido...» la noticia aparecida en el Diario de Alicante: «Mañana marcha a Tabarca acompañado de los técnicos del Ayuntamiento el señor Alcalde, con el objeto de estudiar sobre el terreno, el medio de construir en la isla un nuevo cementerio. Desde hace mucho tiempo vienen los isleños solicitando tan necesaria obra y nuestro Ayuntamiento siempre se ha encogido de hombros. Que ahora no sea una añagaza nueva, que no se demore más la resolución de este asunto es nuestro más vehemente deseo».

Añadía el citado diario: «Ciertamente... Desde hace mucho tiempo vienen los isleños reclamando esas obras tan precisas y nuestro Ayuntamiento siempre se ha encogido de hombros. Pero ahora que están próximas las elecciones municipales, ha creído el señor Soto llegado el momento de presentarse en la isla y estudiar sobre el terreno la concesión de aquellas mejoras. No sabemos si, de paso, colocará alguna primera piedrecita para las mismas. Porque eso de poner la piedra primera para el comienzo de una obra, es cosa sencillísima a juicio de nuestro Alcalde: lo más difícil es colocar la última... Respecto a este asunto, saben ya a que atenerse los vecinos de Tabarca... ¡conocen perfectamente a los peces!».


La Correspondencia de España, en su página 3 de la misma fecha, corroboraba la noticia y añadía que «los expedicionarios serán obsequiados con una paella». Pero, sin duda, la mejor crónica de los sucesos acaecidos en relación al caposanto de la isla, están recogidos en el citado artículo del Diario El Luchador, de 5 de febrero de 1913, titulado «En Tabarca. Inauguración del Cementerio. Su Primer Cadáver», firmado por Antonio Guerra el 24 de enero, que se reproduce íntegro a continuación, con mucho más jugosos —y macabros— detalles:

Diario El Luchador, 5 de febrero de 1913 (AMA)

Quien haya visitado este peñón, aunque sólo haya sido por unas cuantas horas, habrá podido ver en qué sitio y estado se halla el viejo y derruido cementerio.
Situado a las mismas puertas del pueblo y en el punto que sirve de atracadero a las embarcaciones pesqueras, frente a la Cala, y en un estado lastimoso se encuentra el corralón destinado a guardar los cadáveres allí sepultados; corralón más propio para retener un ganado lanar o cabrío, que apropósito para cubrir las cenizas de cuerpos humanos.
Cuando ocurría una defunción se hacía imposible abrir nueva zanja, sin que se tropezara con otras cajas allí depositadas no mucho tiempo ha.
La tierra allí contenida, ha sufrido una total transformación; aquello no es arena, no es detritus de cuerpos pétreos, no es ese polvo desprendido de piedras calizas, yesosas, silíceas o areniscas, aquello está hoy convertido en grasa pringosa, trozos de madera podrida, cráneos, fémures, alguno que otro destruido esqueleto mal envuelto en retorcidos y grasos trapos que sirvieron de sudario a algún recién muerto; cadáveres que aun conservan restos filamentosos en estado pútrido, todo revuelto, todo con mezcla heterogénea, todo confundido, tristemente amalgamado.
Ante el cúmulo de cadáveres allí depositados, ha ocurrido con mucha frecuencia, que al asentar el pie sobre su suelo haya sido hundido éste hasta la rodilla, metiéndolo dentro de una caja.
En un entierro, al penetrar en el sagrado recinto donde tantas cenizas revueltas hay por el transcurso del tiempo, había que hollar con su planta y de un modo ineludible, multitud de fosas mal cubiertas.
Por tanto, se hacia necesaria, imprescindible, la edificación de otro cementerio de más capacidad y situado en punto más lejano.
La higiene, la piedad y el buen sentido lógico así lo aconsejaban y, al efecto, se pensó y se acordó la construcción de otro cementerio emplazado al final del campo.
Llevado por sus nobles deseos, el pedáneo de esta isla D. Pascual Chacopino quien durante su mando ha introducido algunas mejoras en el pueblo, lo solicitó por conducto de D. Alfonso Rojas Pobil de Bonanza, del Ayuntamiento de Alicante, siendo entonces su alcalde presidente D. Federico Soto.
Algunos señores concejales de la minoría republicana colaboraron en apoyo de esa buena idea.
Se llamó al que hoy hace de maestro albañil Tomás Giménez Antón para que se pusiese de acuerdo con el señor arquitecto municipal y llegaron al acuerdo de que se haría dicho Cementerio de las dimensiones siguientes: 40'40 metros de longitud por 20'60 de fachada más un depósito con cubierta de teja y aditado al cuerpo del Cementerio y presupuestado por la cantidad de 2.547'37 pesetas, de las cuales mil doscientas cincuenta pesetas las pagaría el pedáneo de la recaudación del producto de la venta de los algibes del pueblo, y, el resto, o sea l.207'87 pesetas los abonaría el Ayuntamiento de la caja municipal.
Procedióse a la construcción del referido Cementerio y en el 15 de Enero de 1912 quedó terminado.
Posteriormente vino el señor arquitecto para girar la correspondiente visita de inspección, dándolo por útil y hecho en forma pactada.
La pedanía de Tabarca satisfizo religiosamente la cantidad por la cual se obligaba en él contrato.
Quedaba pues, por satisfacer el Ayuntamiento de Alicante la cantidad de mil doscientas noventa y siete pesetas treinta y siete céntimos, cantidad que aún no ha sido satisfecha a pesar de haber hecho más de veinte viajes a Alicante el contratista de dicha obra. En todas sus visitas a la alcaldía ha obtenido la misma contestación, siempre la misma discordante nota; siempre el no hay dinero por ahora; ya lo tendremos en cuenta, y, ...en cuenta lo tienen aún, pero en cuenta pendiente.
Para un pobre bracero que pone su trabajo material, sus escasos recursos, su crédito, todo en fin, cuanto puedo y más, por cumplir; que cumple al cabo, y espera se le entregue lo suyo para pagar a los operarios, pagar materiales, cubrir sus créditos empeñados por esa causa, y se pasen los días, las semanas, los meses y aún los años obteniendo sólo la promesa de que ya «lo tendrán en cuenta», es más que triste desesperante.
Fuera cualquier ciudadano, cualquier pobre el que adeudare en, o aún menos, cuenta al Ayuntamiento o a otra entidad cualquiera y apremiado por las circunstancias no pudiera pagarla, no se hubiese esperado tanto tiempo y habríase visto el caso muy probable de despojarle hasta de la camisa puesta en su cuerpo.
Al decir del contratista de la obra, D. Alfonso no ha cumplido como bueno en estn asunto, antes al contrario ha perjudicado grandemente la situación financiera del Tomás Giménez, causa por la cual ha tenido que pasar muchos apuros por la falta del pago por parte del Ayuntamiento, y como no se le pagaba al contratista como era de ley y de razón, éste se negaba ha entregar la llave del cementerio interín no se le pagara; resultando de esto que salían perjudicados hasta los mismos muertos que no tenían unos palmos de terreno en donde pudieran descansar sus restos pagando así tributo a la tierra.
Entre tanto, los que iban pasando a mejor vida habían de ser sepultados revueltamente con los restos de otros no mucho tiempo ha sepultados. No podía ser de otro modo.
Y, así venía ocurriendo hasta hoy que es totalmente imposible continuar de esa suerte, pues el último cadáver inhumado en el cementerio viejo fue preciso hacerlo en un nicho de propiedad ajena y, en donde fue necesaria la rotara da la fachadita para colocar su féretro; y aún así a costa de muchos esfuerzos y grandes trabajos.
Vista la suprema necesidad y considerando que al actual alcalde de Alicante D. Edmundo Ramos sabrá complir su formal promesa dada personalmente al contratista y una comisión compuesta de dos vecinos y el pedáneo de ésta, se ha resuelto inaugurar el nuevo cementerio habiendo sido el último cadáver enterrado en el viejo, de la vecina de esta Cayetana Ruso Martínez, fallecida a los 86 años de su edad, el cinco de Enero actual y el primer cadáver que entra hoy por las puertas del nuevo el de Francisco Ruso Martínez de 89 años y hermano de la anterior, de modo que una hermana cierra el viejo para siempre, y un hermano inaugura otro. Es que no han querido habitar juntos en el campo de la muerte.


En la documentación conservada en el Archivo Municipal de Alicante, encontramos el principio de la resolución de esta historia, en forma de la siguiente comunicación a Alcaldía firmada por seis concejales del Ayuntamiento de Alicante, de fecha 1 de abril:

Excmo. Señor.
En Enero de 1911, los vecinos de la Isla de San Pedro o Nueva Tabarca, dirigieron a V.E. una razonada exposición, manifestando que el pequeño Cementerio donde recibían cristiana sepultura los restos mortales de los pobladores de la Isla, se encontraba completamente agotado y en condiciones de no poder seguirse practicando en él inhumaciones; añadiéndose a esto que el Campo-Santo se encontraba casi a las paredes del pueblo, constituyendo por consiguiente un verdadero peligro para la salud del vecindario.
Por todas estas razones, terminaban los vecinos su escrito, solicitando que el Ayuntamiento proveyera, cuanto antes, a la necesidad de construir un nuevo Cementerio, en condiciones de distancia y en terrenos que nada costarían, por pertenecer a la zona marítima, y a cuya construcción contribuiría el vecindario con la mitad del importe.
A dicha instancia, acordó V.E. que una Comisión de Concejales se trasladase a la Isla y practicase una investigación sobre el importe del consumo de agua de aquellos algibes, forma de recaudarlo, objeto a que se destinaba y demás circunstancias que la Comisión estimase debía conocer el Ayuntamiento, antes de adoptar acuerdo en la instancia de referencia.
Por razones que desconocen los firmantes, es lo cierto que nada consta hiciese en concreto el Ayuntamiento, para resolver el conflicto de los enterramientos en la Isla de Tabarca, poniendo a los vecinos en el trance de resolverlo por sí mismos, construyendo uno nuevo, cuyo coste ha ascendido a 1.200 pesetas.
Ahora bien, los Concejales que suscriben, después de bien pensado el asunto, entienden que el Ayuntamiento está en el deber de contribuir con la mitad del importe del Cementerio, una vez convencido, por informe técnico, de que reúne las condiciones necesarias para ser utilizado sin peligro para la salud pública. Dicha suma con cargo a Imprevistos.
Con lo cual cumplirá una de las misiones que le impone la Ley Municipal.


En ácida clave de humor, La Unión Democrática del día 6 de abril, en su página 1 publicaba: «Se acordó que una comisión de concejales que no se mareen, giren una visita a la isla de Tabarca, para inspeccionar el cementerio construido a expensas de los vecinos». Claro y conciso.


Más dura todavía fue la crítica «Inhumanos» de la sección política del Diario El Graduador del 8 de abril, en su página 2, en las que tachaba de «juerga y bullanga» las expediciones municipales que se realizaban a la isla, añadiendo de esta última: «¿Tendremos otra paella?». Y también la página 2, en este caso de El Periódico para Todos del 12 de abril, concluía, aunque con inexactitudes evidentes: «Han quedado terminadas las obras de reparación en las paredes del Cementerio viejo de Tabarca las cuales se venían a tierra de por sí mismas, y desgastadas por la destructora mano del tiempo y abandono del mismo», queriendo atestiguar así la escasa calidad de las obras realizadas, obviamente, por falta de fondos para ello. Pudieron comprobar si era así o no, in situ, los miembros de la «comisión presidida por don Edmundo Ramos y de la que formaban parte los concejales señores Guardiola y Cid» (La Unión Democrática, 25 de abril, página 3).


«La comisión especial que estuvo en Tabarca a informar sobre el nuevo cementerio allí construido, presentó dictamen favorable y se acordó abonar la mitad de su importe; la otra mitad la abonarán los vecinos de aquella isla» (Diario El Popular, 21 de junio de 1913, página 1).


Y, como no hay cementerio sin sepulturero: «Se resuelve el concurso celebrado para proveer una plaza de sepulturero municipal con destino en la isla de Tabarca, adjudicándola a Antonio Vicedo Pascual. Este nombramiento se ha hecho atendiendo a que los dos concursantes: el designado y Antonio Chacopino, han cumplido los requisitos señalados pero mientras el primero ha sido excedente de cupo el segundo ha prestado el servicio militar. Pero para nada se ha tenido en cuenta los servicios continuados y normales, prestados en ese cargo hasta la fecha por el señor Chacopino» (Diario El Luchador, 13 de diciembre de 1934). Como era habitual, no sin cierta polémica.


Pero esto ya es historia y, para terminar esta, qué mejor que la reseña de Emilio Soler Pascual, en su sección «Pretérito imperfecto» del Diario Información de 10 de febrero de 2002 titulada Manuel Vicent en el cementerio de Tabarca. En ella, hacía referencia al libro de viajes de dicho autor «Del Café Gijón a Ítaca», del que rescata algunos fragmentos de su capítulo Descubrimiento del Mediterráneo como un mar interior, «al que debemos su viaje meditado a la única isla habitada del País Valenciano, Tabarca», en el que, tras una breve introducción a la isla y sus avatares históricos, describe la llegada del viajero y sus impresiones sobre el perfil de la misma, para centrarse luego fundamentalmente en su recorrido hasta el cementerio, acompañado por una joven desconocida, que culminaba así:

«Ahora se añadió un punto blanco, lleno de fulgor, que era la tapia del cementerio, en el extremo oriental de la isla».
(...)
Pero de toda la isla, lo que más llama la atención del viajero es su camposanto, blanqueado y tranquilo. Así lo recuerda él: «El cementerio de Tabarca es el cementerio marino más profundo de cuantos he conocido. Los muertos llevaban allí su propio timón».
(...)
El viajero llega hasta la menuda tapia del reposo eterno: «La cancela estaba cerrada y había una cuba de agua que sin duda servía para regar los geranios de los muertos».
La única manera de entrar allí es saltando por lo que, ayudándose de un bidón oxidado, no se lo piensa dos veces y brinca por «un tejadillo reblandecido por el calor que sin duda cubría a algunos cadáveres: por un momento temí que si aquel tinglado se hundía, alguien desde el más allá me tiraría de las patas, pero los muertos aquí son de confianza...». Rodeado de tumbas y con el ruido machacón que producen dos chicharras veraniegas, el intrépido paseante, y la bella desconocida, se mueven entre las lápidas con apellido sonoros por italianos. «Parodi, Chacopino, Luchoro, Ruso, Salieto. Nombres que serían descendientes de aquellos coraleros de Génova que habitaban otra isla de Tabarca en aguas de Tunicia».
El viajero, observando que había hileras de nichos abiertos y vacíos, sin estrenar dice él, tiene la atrecvida ocurrencia de introducirse en uno de ellos: «Estuve un rato tendido allí dentro, y no puedo negar que se estaba muy fresco, aunque desde allí no se divisaba el mar...». Al contrario de lo que pudiera parecer, la salida resulta mucho más sencilla que la entrada al recinto: trepa por otro nicho vacío hasta alcanzar el borde de la tapia. Cuando está a punto de saltar hacia el exterior, oye una voz que le demanda que lleve cuidado, que no se caiga, no vaya a ser que se dé un golpe de muerte... Y el escritor, con la sonrisa en la boca, responde fácilmente: «Sería como caer de espaldas en la cuna».


(Artículo publicado en el blog «La Foguera de Tabarca»)

22 febrero 2014

EL DESAPARECIDO LIENZO DE JOSÉ APARICIO: RESCATE DE CAUTIVOS EN TIEMPOS DE CARLOS III


El día 8 de junio de 1932, aparecía en las páginas 1 y 2 del Diario El Luchador de Alicante, un artículo firmado por el marchante y crítico de arte, colaborador de este y otros medios escritos, Juan de Rojas y Puig, titulado «Un rescate de cautivos». El día 10 del mismo mes, idéntico escrito quedaba reproducido en la página 1 del también alicantino Diario El Día. Versaba sobre un lienzo al óleo que llevaba un tiempo desaparecido, del célebre pintor alicantino José Aparicio e Inglada, cuyo título exacto es Rescate de cautivos en tiempos de Carlos III, y que obvio es decir que hace referencia a los tabarquinos cautivos en Argel, redimidos por orden del citado monarca para poblar nuestra Isla Plana en el último tercio del siglo XVIII.

Veamos primero el contenido del artículo de Juan de Rojas, y más tarde conoceremos en profundidad a José Aparicio, su obra y probable paradero de la misma.

Un rescate de cautivos

Diario El Día, página 1
del 10 de junio de 1932
(Biblioteca Nacional de España)
Uno de los cuadros más célebres del pintor alicantino José Aparicio Inglada, es el que lleva por título el mismo que encabeza estas líneas: fue pintado en Roma en el año 1813 y adquirido por S. M. Fernando VII, pasó luego al Museo del Prado y más tarde al de Arte Moderno, ignorándose en la actualidad su paradero; es de un mérito indiscutible para los alicantinos por evocar un hecho del reinado de Carlos III íntimamente ligado a la historia de Alicante.

El citado monarca había dispuesto el rescate de los pobladores de Tabarca [correcto: Tabarka], pequeña isla de origen fenicio a unos 300 metros de la costa del continente africano, frente a la frontera argelina (pertenece en la actualidad al estado de Túnez bajo el protectorado francés), cuyos habitantes de origen genovés, dedicados a la pesca del coral, después de haber estado bajo la protección de España hasta el año 1738, pasaron al dominio del Bey de Túnez, cayendo posteriormente en poder de los argelinos que los redujeron a la esclavitud, obligándoles a rudos trabajos y recluyéndolos en lóbregas mazmorras.

Intervinieron en el rescate los Padres Trinitarios, que a la sazón tenían hospitales establecidos en Argel y Túnez, y los Padres de la Orden de la Merced o Mercedarios, llamados vulgarmente Mercenarios, establecidos en Alicante desde el año 1702 en el barrio de San Blas, junto a las vertientes del barranco del Negre; estas órdenes religiosas se dedicaban principalmente a la redención de cautivos, y llamaban Padre Redentor al religioso designado para hacer el rescate.

El día 8 de diciembre de 1768, fiesta de la Purísima Concepción, quedaron redimidos los cautivos en Argel, según se había convenido, y el 19 de marzo de 1769 arribaron a este puerto, uniéndose a los que anteriormente desembarcaron en Cartagena y llegaron a esta ciudad conducidos por el Padre Redentor Fray Juan de la Virgen. Siendo insuficiente el local reducido de los Mercenarios, don Guillermo de Baillencourt, gobernador político y militar de esta ciudad, dispuso lo necesario para que fuesen alojados en el Colegio de los Padres Jesuítas (edificio últimamente ocupado por las Religiosas de la Sangre de Cristo hasta el 11 de mayo del pasado año 1931), deshabitado desde la madrugada del 3 de abril de 1767, en que se dio cumplimiento en Alicante a la Pragmática Real Sanción de Carlos III, expulsándoles de sus dominios.


La isla inhabitada de Santa Pola, distante 4,500 kilómetros del cabo del mismo nombre y 9 millas de esta capital, la antigua Plumbaria tal vez mencionada por Estrabón según Madoz, o la antigua Planesia citada por Figueras Pacheco, servía por entonces de guarida a los moriscos que pirateaban por estas costas, siendo un peligro para las embarcaciones y una amenaza constante para los pueblos y caseríos circunvecinos; por otro lado la próxima llegada de los tabarquinos redimidos a esta ciudad, sin saber cómo aprovechar sus actividades, fueron motivos suficientes que indujeron al conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla, a manifestar al monarca la conveniencia de construir viviendas en la isla, enviando a los rescatados para colonizarla, y Carlos III, sin retardar su decisión, ordena por conducto de su primer ministro las disposiciones necesarias, nombrando comisionado para las Reales Obras de la Isla Plana de San Pablo, que así se llamaba entonces, al propio gobernador conde de Baillencourt, y director de las mismas al ingeniero don Fernández de Méndez [error, es Fernando Méndez de Ras].

El 21 de febrero de 1769, el conde de Aranda trasmite al gobernador de Alicante una orden de S. M. para que, verificado el arribo a este puerto de los tabarquinos, se formase un libro en folio en el que con toda distinción de nombres, apellidos, edades y estado, se extendiese una puntual matrícula de las personas de ambos sexos de que constaren cada familia, previniendo con toda claridad su ejecución, a fin de que en tiempo pudiere saberse el número de familias que fuesen admitidas para la población de la mencionada colonia, incluyendo al cura párroco y al gobernador de Tabarca
[Tabarka] que, formando parte de los cautivos, también habían sido redimidos, y que a tiempo dicho libro se colocare en el archivo de la nueva población, quedando una copia autorizada en el Ayuntamiento de esta ciudad, dando cuenta de su cumplimiento. El 7 de diciembre de 1769 fue firmado por Baillencourt original y copia de la puntual Matrícula de los Tabarquinos, y se encuentran depositados respectivamente en el Archivo Parroquial de la Isla y en el Archivo Municipal de Alicante (sala 1.ª, en una vitrina situada en el centro de la sala).

Los tabarquinos permanecieron en Alicante hasta el mes de abril de 1770, que pasaron a ocupar la isla que, desde entonces, denominaron Nueva Tabarca.

Aparicio traslada al lienzo el preciso momento en que se realiza el rescate: en primer término a la izquierda, sentado y apoyado sobre sillares de cantería, un cautivo en actitud meditabunda sostiene sobre sus muslos una niña pubescente completamente desfallecida, en segundo término otro cautivo, sentado en el suelo sobre brozas en la misma actitud, sujetos por cadenas, ajenos a la escena que se desarrolla en el resto del cuadro. Por diversos términos de la derecha, en tropel, se dirigen otros cautivos en actitudes diversas por entre soldados argelinos en busca de su libertad hacia la escalera, en cuyo primer tramo, situado en el centro del cuadro, un mozo corpulento conduce a un ciego y venerable anciano que, en plano inferior, se apoya sobre su nietecita; en el rellano, varios padres Trinitarios y Mercedarios entregan a los argelinos las estipulaciones del rescate, mientras otro religioso dirige la palabra a los cautivos; al fondo, un arco de medio punto con gruesos barrotes de hierro, por los que asoman irredentos, separa otra estancia oscura iluminada con hachones.

Deseoso de averiguar el paradero de este cuadro, que conozco por un grabado al aguafuerte del mismo Aparicio que conservo en mi colección, en el pasado mes de abril, por conducta particular, me dirigí al Museo de Arte Moderno, manifestándome que efectivamente estuvo allí depositado pero, debido a lo mal que se llevaban anteriormente los registros, no pueden decirme el lugar donde en la actualidad se encuentra, ya que para eso habría que hacer un registro por lodos los museos provinciales.

En este museo provincial existen un cuadro en depósito titulado «La Promesa», obra del fallecido pintor asturiano Ventura Álvarez Sala, nacido en Gijón en 1871; sus paisanos, interesadísimos en recoger las obras de sus pintores, han hecho gestiones hasta averiguar su paradero y, con fecha 28 de mayo último, la Dirección del Museo Nacional de Arte Moderno remite un oficio al señor presidente de esta Excelentísima Diputación, rogando se den las órdenes oportunas para que, en el más breve plazo posible, se envíe a dicho centro el referido cuadro por serle necesario disponer de él.

¿No habría manera de que nosotros pudiésemos conseguir del citado Museo Nacional, se averiguase si en los sótanos del mismo o en algún museo provincial se encuentra «Un rescate de cautivos», poniendo por nuestra parte el mismo celo desplegado por los asturianos, hasta conseguir rescatar el cuadro de Aparicio?

Juan de Rojas Puig

Alicante 7 de Junio de 1932


José Aparicio e Inglada (¿Autorretrato?)
Museo de la Fundación Lázaro Galdiano, 1820

José Aparicio e Inglada
(Alicante, 1770-Madrid, 1838)

El pintor alicantino José Aparicio es uno de los exponentes de la pintura neoclásica española. Comenzó su formación artística en el taller que los Espinosa tenían en Alicante, y posteriormente estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y en la de San Fernando de Madrid. En 1796 obtuvo el primer premio en clase de pintura por el cuadro titulado Godoy presentando la paz a Carlos IV, que le valió una pensión de 12.000 rea­les de vellón para continuar sus estudios en París, ciudad en la que permaneció entre 1798 y 1807, donde frecuentó el estudio de Jacques-Louis David.

En 1806 expuso en el Museo Napoleón el cuadro titulado La fiebre amarilla de Valencia con gran éxito, lienzo por el que fue premiado con medalla de oro, y al año siguiente marchó a Roma, donde tuvo que permanecer hasta 1814 a causa de la invasión napoleónica. En la Ciudad Eterna pintó el cuadro El rescate de cautivos en tiempos de Carlos III, que le valió el ingreso como académico de mérito en la Academia de San Lucas.

A su regreso a España, fue nombrado pintor de cámara de Fernando VII y académico de mérito, y más tarde director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Se convirtió en un artista muy célebre en su momento a causa de los temas patrióticos relacionados con la Guerra de la Independencia; un claro ejemplo es El hambre de Madrid, de 1818, que evoca, muy de cerca, el cuadro El conde Ugolino y sus hijos del pintor Henry Fuseli, pintado en 1806 y difundido a través de grabados. Sus obras fueron destinadas a centros oficiales y casas nobles debido a su temática.

Sin duda la más famosa pintura de este artista fue El desembarco de Fernando VII en la isla de León, de 1827, que se perdió en el incendio del Tribunal Supremo de 1915, y de la que solo se conserva un boceto en el Museo Romántico de Madrid. Diez años antes de su muerte, Aparicio fue nombrado académico de mérito de la Academia de San Carlos de Valencia.


El rescate de cautivos en tiempos de Carlos III, de José Aparicio, 1813
(¿Museo Nacional del Prado?)

El rescate de cautivos en tiempos de Carlos III

Este lienzo, que tenía unas medidas de 435 x 638 cm, perteneció al Museo del Prado, donde figuraba expuesto, conservándose testimonios fotográficos que permiten conocer su composición. Tanto esta última circunstancia como la existencia de un grabado de Bartolomeo Pinelli (1781-1835), del que se conservan sendos ejemplares en la Biblioteca Nacional y en el Museo Municipal de Madrid, que reproduce el cuadro, permiten identificar la obra adquirida como boceto, con significativas variantes, del original perdido.

Es un cuadro relevante en el conjunto de la producción de Aparicio, que trabajó en él en Roma durante años, terminándolo en 1813. El pintor lo expuso al año siguiente en la Iglesia de Santa Maria della Rotonda en el Panteón, con gran éxito, pues le mereció la nominación de Académico de San Lucas. Posteriormente lo ofreció a Fernando VII, que lo aceptó, llevándolo probablemente en 1815 a España, donde pasó a las Colecciones Reales y fue expuesto en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En ese mismo año, el artista añadió la figura de un fraile trinitario calzado, orden que también participó en el rescate junto a los trinitarios descalzos y a los mercedarios. Más tarde pasó al Museo Real de Pinturas, y se trasladó a finales del siglo XIX al Museo de Arte Moderno, consignándose en sus catálogos de 1899 y 1900. Y, misteriosamente, desapareció.

El cuadro recordaba el rescate, en 1768, de un amplio número de cautivos en Argel, por orden de Carlos III. Con la representación de aquel hecho, ocurrido casi medio siglo antes, José Aparicio servía a la restauración de la monarquía borbónica, a la que había sido fiel hasta el extremo de haber sufrido cautiverio, como otros pintores españoles, en Roma, por haberse negado a jurar fidelidad a José Bonaparte, y también defendía el prestigio del estamento religioso, en contra de la conducta observada por Napoleón en Roma.

Según la Memoria de Actividades de Javier Barón Thaidigsmann (Museo Nacional del Prado, 2006, p. 70-72), el boceto muestra, perfectamente conseguido en tonalidad ocre y gris casi monocroma, el efecto general de las masas de figuras en la composición, acentuando su franja central mediante la iluminación que viene de la izquierda, por donde penetran a la mazmorra los frailes, uno de los cuales entrega el rescate. En el grupo de cautivos de la derecha, la condición de las figuras, una madre que da el pecho a su hijo y un anciano sostenido por dos jóvenes, acentúa el dramatismo de la escena. La emoción que suscita la redención se plasma sobre todo en el sentido de avance del grupo central, que se resuelve con un sentido triunfal en la figura del joven situado más hacia el centro. Su actitud (que Aparicio modificó, haciéndola más sosegada, en el cuadro definitivo) evoca la del Laocoonte, cuyo brazo derecho se había restaurado según una composición similar, diferente a la que hoy tiene.

Esta inspiración en la antigüedad clásica, que el pintor estudió directamente durante su amplia estancia en Roma, en obras como Sócrates enseñando (Musée Goya, Castres), con cuya cabeza guarda relación la del anciano, aparece también en alguna medida en otros desnudos de esta obra. Los situados en primer término, en penumbra, tratados como si fueran relieves, acentúan el dramatismo de la escena por su actitud de abandono, en contraste con la agitación de la multitud del último término, tras las rejas. En él, la figura que mira de frente, revela la inspiración de Aparicio en la pintura neoclásica francesa. Su mirada fija aparece también en algunas figuras masculinas de El hambre en Madrid (Museo Nacional del Prado, P03924) y es representativa de la desesperación, evocando, como se ha comentado desde 1814, el personaje de Ugolino de La Divina Comedia.

Pero, ¿dónde se encuentra realmente Rescate de cautivos en tiempos de Carlos III? Pues, según la ficha que aparece de esta obra en la Galería Online del Museo Nacional del Prado, estaría, no expuesta, en la propia pinacoteca desde 2006:

Num. de catálogo: P07944
Autor: Aparicio e Inglada, José
Título: Rescate de cautivos en tiempos de Carlos III
Cronología: Antes de 1813
Técnica: Óleo
Soporte: Lienzo
Medidas: 56 cm x 73 cm
Escuela: Española
Tema: Historia
Expuesto: No
Procedencia: Adquirido por el Museo del Prado, 2006

(Artículo original del blog "La Foguera de Tabarca")

13 diciembre 2013

LA LUZ LLEGÓ A TABARCA EN NOCHEBUENA


El día de Nochebuena de 2013 se cumplen 50 años de la llegada de la luz eléctrica a Nueva Tabarca, pues el 24 de diciembre de 1963 se puso en funcionamiento el primer grupo electrógeno de la isla. El acontecimiento, tan importante para la población y tan deseado por los isleños, unido a la especial fecha en que se hizo realidad, fue motivo de que la prensa, en especial el Diario La Verdad, en las páginas 15 y 16 de la sección de Alicante del día 5 de enero de 1964, hiciera amplio eco de la noticia, dedicándole el citado diario un extenso artículo, de la mano del periodista José Luis Blanco Zamora, así como unas páginas en su suplemento dominical, con un considerable reportaje gráfico de Ángel García Nieto, logrando entre ambos una magnífica y completa semblanza de la isla, de las alegrías y tristezas de sus habitantes, de sus deseos e ilusiones, haciéndonos vivir una entrañable Nochebuena en Nueva Tabarca.

Ambos artículos quedan transcritos a continuación, texto y fotografías, con algún que otro comentario que intercalo [entre corchetes], y unas anotaciones finales de la posterior evolución de la electrificación de la isla. El ejemplar del Diario La Verdad consultado y reproducido, consta en la amplia hemeroteca del Archivo Municipal de Alicante.

* * *


El periodista había pensado una y otra vez que las Nochebuenas se debían pasar en casa. Era algo que había oído tantas veces de pequeño que había llegado a defenderlo casi como un pequeño dogma. Sin embargo, por esta vez las convicciones se quedarían sin poderlas llevar a la práctica. Porque, al fin y al cabo una noche buena se pasa en cualquier parte, con más razón si es la Nochebuena. Y en la misma bocana de la imaginación quedó varado el lugar exacto donde mis huesos del norte irían a pasar la Nochebuena: en Tabarca; una isla tranquila, una especie de pequeño imperio romano donde la paz se dormiría con monótono arrullo de olas y donde uno podría moverse como una figura más de un belén original, un belén que estaría rodeado de agua por todas partes, sin lagos y sin majadas, pero con cura y guardias civiles.

Tabarca: una tentación luminosa

Desde Santa Pola se ve la isla. Es una tentación luminosa que invita a echarse a nado para ganarla en un santiamén y dejarse de embarques en botes o gasolineras. Sin embargo, las autoridades marineras, debido a su profesión y a desengaños dolorosos, han perdido bastante fe en las aparentes tranquilidades de la mar y ordenaron que embarcáramos en un bote de motor cuyo patrón no conservaba de las grandes virtudes del mar nada más que su destreza en el oficio. Pero de esto vale más no hablar. A nuestro bote subieron un matrimonio joven, una señora mayor y un viejo que deshilaba el valenciano a través de sus diezmados y destruidos dientes. En popa iba sentado un pescador aparentemente joven —¡qué difícil es saber la edad de estos hombres de la mar!— que venía a pasar las Navidades con la familia desde Canarias, donde estaba embarcado con la pesca de la gamba. Todos llevaban consigo las provisiones compradas en Santa Pola para estas fiestas. Emprendimos, pues, la marcha. En el muelle quedaban dos pequeñas embarcaciones más que habían de cargarse con más avituallamiento, porque durante estas fiestas, nadie se mueve de la isla. Garrafas de vino, carnes, pescados y huevos, servirían, dentro de unas horas, como pitanza navideña.

A las pocas millas ya se observan los detalles de Tabarca. Quien la bautizara merece los mayores respetos por nuestra parte, porque el nombre no puede ser ni más marinero, ni más bonito, ni más exacto. La isla es o una gran barca o muchas barcas apiñadas junto a otra mayor, quizá una barcaza —la iglesia— que ofrecen un perfecto trazado geométrico de rectas. Claro, que la isla tiene tantos modos de verla... En un viejo mapa marítimo de la Ayudantía de Marina de Santa Pola la vimos como una gran tortuga con el cuello y rabo estirados y espatarrada nadando hacia la costa levantina. Salvador Rueda la vio como una guitarra. Pero no hay que apresurarse porque sobre el poeta y la isla hablaremos más adelante.

Barca vetusta del Moncho 

En mi cabeza bullía una intranquilidad; una especie como de recuerdo olvidado que trataba de emerger y sacar la cabeza en cuanto un impulso feliz, como un milagro, le abriese las vidriosas aguas de la imprecisión. Al fin surgió y fue en forma de unos versos que, de niño, el padre nos hizo aprender cuando él era más joven, y estaba menos cansado y tenía más ocios en la vida. Del poeta no me acuerdo [se trata igualmente de Salvador Rueda], de los versos creo que sí:

Barca vetusta del Moncho
que vas de Pola a Tabarca.
¡Cuántos crujidos de guerra
dieron sobre el mar tus tablas!

Estos versos vivían dentro de mí sin interés ni relieve alguno. Nunca los entendí cuando los estaba aprendiendo de muy niño. Fue el día de Nochebuena cuando el bote, la vieja barca del Moncho, tenía una explicación. Yo había entrado en el viejo mundo del Moncho, del viejo Moncho, el barquero ordinario de la isla, que la conquistaba y la dejaba diariamente como un don Juan, sin petulancias y almadrabero por línea directa de familia. Don Pascual Russo [lo correcto es Ruso], viejo capitán de almadraba, ágil y esbelto de figura y con un rostro inteligente y distinguido identificaría más tarde al Moncho cuando le dijera estos versos. He aquí un personaje, el Moncho, que ha entrado y tiene su lugar en la historia; en la grande o en la pequeña historia —¿qué más da?— de Tabarca.

A media mañana puse los pies en el muelle de la isla y caminé cuesta arriba, en medio de pequeños barcos, hacia el pueblo. Las calles se abren al mar en todas direcciones; en una de ellas me encuentro al cura armado con la caña de pescar y un bote de carnada. Después del saludo y de estrecharnos la mano, me enteré de que no era el cura, sino un hermano de él, seminarista, que estaba pasando las vacaciones navideñas en su compañía. Murallas y viejos arcos de tiempos de Carlos III imponen su autoridad real al mar. No le asustan estos gestos al Mediterráneo que siempre ha vivido muy democráticamente con los reyes. ¡De algo le han de servir sus largas experiencias!


La Guardia Civil disfruta de paz

El próximo saludo es con la Guardia Civil. Un cabo primero, con gafas y con pipa, me acoge con una sonrisa abierta debajo de un bigote perfilado y empezamos a charlar sobre la isla. Más tarde pude comprobar que las conversaciones sobre Tabarca, si se hacen sobre el pasado, carecen de importancia para las gentes. Todo lo más que sale a relucir es Carlos III con sus bondades sociales de traer a la isla italianos. No hay que olvidar que en Sierra Morena levantó una colonia, La Carolina, con gentes de la Europa nórdica y que gozaron da los mismos privilegios de exención de impuestos que en la actualidad disfruta Tabarca. En Tabarca quedan muchos Chacopino, Russo, Manzanaro...

Si se intenta hablar sobre el presente de la isla, se saca en conclusión que todos sus habitantes la llevan dentro; la quieren como a uno más de la familia, pero los comentarios sobre su vida son un poco dolorosos.
—Mire Vd. —me decía un viejo entornando los ojos como si el reverbero marino le estuviera dando de continuo— aquí ve muchos hombres, sólo por estas épocas del año. Dentro de unos días vuelven a la mar y aquí se quedan unos cuantos jóvenes, todos los viejos, las mujeres y los niños.

¡Ah!, pero no habléis del futuro. Aunque no es necesario sacar el tema porque ellos se encargan de hacerlo. Los tabarqueños [lo correcto es tabarquinos] esperan muchas cosas. Tienen fe en su isla. Parece como si fuera un hijo bien dotado que sólo le hace falta que alguien se interese en cogerlo de la mano y ocuparlo. Esperan noticias; todas las informaciones son pocas para estos hombres, a quienes les duele, y mucho, el que los hijos de Tabarca, hermanos, tíos, primos, parientes lejanos —porque en la isla todos son parientes—, tengan que abandonarla porque la mar es cicatera y cobra con creces los regalos que hace. Les duele que Tabarca tenga emigrantes cuando hay tantas "posibilidades turísticas" que están ahí, sobre un terreno volcánico [el origen de la isla no es volcánico, sino básicamente arrecifal] y a lomos de unas aguas calientes y apacibles rizadas de brisas.

El silencio reside en Tabarca

La tarde es propicia para comentarios. Delante de la puerta del Pósito de pescadores, éstos, tumbados de costado o sentados cara a la mar, comentan suavemente —hablar alto en el pueblo ofende al silencio que como una gran vela marina se extiende sobre todo— los mil incidentes que cada uno haya protagonizado. Yo, en diálogo con don Pascual, el viejo capitán de almadraberos, con el alcalde y practicante al mismo tiempo de la isla —un hombre jovial, optimista y activo— me voy enterando de unas cuantas cosas.

—La isla —me dice el alcalde— tiene unos dos kilómetros de largo por uno de ancho. Los problemas actuales principales, son: deficiencias en los servicios higiénicos por falta de agua, y sobre todo, carencia de luz. Este último problema lo hemos solucionado con la instalación de un grupo electrógeno —motor de quince kilowatios— que surte de luz al pueblo. Precisamente esta noche se inaugurará. Todos abrigamos unas grandes esperanzas de que Tabarca llegue a ser un centro turístico importante que redima a la isla de todos los problemas que la abruman. Sabemos que una empresa, UTISA (Unión Turística Insular, S. A.), ha comprado unos 180.000 metros cuadrados. Esto quizá sea la solución de esta isla que tantas posibilidades tiene para el turismo.

Fue emocionante el momento en que el motor del grupo electrógeno se puso en acción. Cien casas se iluminaron y otras tantas familias —son 280 los habitantes actuales de la isla— lanzaron gritos de entusiasmo ante el acontecimiento. Tabarca se iluminó y los que estábamos dentro, recogiendo en la calle la repercusión del acontecimiento, nos daba la impresión de que íbamos a bordo de un gran barco iluminado en el que se celebraba una gran fiesta. Colaboraba a crear esta impresión el traqueteo incesante del motor que alimentaba de energía las bombillas. Tabarca, así la vimos la Nochebuena de 1963, comenzaba a navegar con esta inauguración oficial-local con el mejor de los aires: con el del optimismo y el de las realizaciones.

—Sabemos que el señor gobernador actual [en esas fechas era Felipe Arche Hermosa] —sigue el alcalde—, está muy interesado en ayudarnos y en montar algo grandioso en Tabarca. Estamos convencidos de que poco a poco surgirá una nueva Tabarca desconocida y todos encontraremos solución a los mil problemas actuales.

La isla de la esperanza

En la isla no se sabe si este caparazón de tortuga quieta es zona militar o civil. A estas gentes sencillas, niños grandes, prestas al saludo y a sonreír con la más ancha de las sonrisas, que se santiguan antes de echar la red al agua y que al sacarla se lo agradecen a Dios con estas palabras: "Sarsia calá, a Deu siga encomaná" [Red calada, a Dios sea encomendada], no les preocupan estas zarandajas. Ellos lo que quieren es que sus parientes y amigos no salgan de Tabarca y que la isla, la pequeña isla, recoja en sus murallas a todos; les dé de comer y no tengan que vivir de continuo con las inquietudes y temores del hijo, el hermano o el esposo que salieron —"Va ya para tres meses y no ha vuelto ni siquiera para esta Nochebuena"—. Hasta muy tarde han estado muchas madres y hermanos, alguna novia también, esperando el regreso de uno de estos pescadores.

He asistido a uno de estos recibimientos. El hijo sonriente, espigado, camina hacia el pueblo, junto a la madre, viene de las costas de Agadir. Los saludos le siguieron a lo largo de las calles y al pasar junto a la Virgen, debajo del arco, se santigua, como todos los tabarqueños lo hacen. La familia, los amigos y parientes salieron a relucir en los diálogos entrecortados y en telegrama, iban comunicándose las primeras noticias sobre todos. Durante todos estos días han estado llegando marineros a Tabarca. Algunos, sin embargo, pasarán estas festividades navideñas enviando S. O. S. sentimentales con el recuerdo, a la casa paterna y a los amigos que en esta noche saldrán por las calles silenciosas de Tabarca asustando a los gatos y perros de la vecindad.

El cura nuevo, don Francisco, ha llegado a última hora a la isla. Viene de Alicante donde no le han podido entregar las cestas navideñas que estaban destinadas para Tabarca. En Santa Pola las esperó hasta última hora y no llegaron; menos mal que algunas familias distribuyeron sus provisiones a los que las esperaban con impaciencia, ya que no tenían preparado nada para la fiesta familiar. Don Francisco es un cura joven, con una sonrisa intemporal, de ademanes suaves, pero que a la hora de la verdad —en Tabarca es la tormenta— se remanga la sotana y tira de los chicotes [en términos marinos, es el nombre que recibe el extremo de un cabo de cuerda], por el barco, como los buenos.

En casa del cura terminamos de cenar a las nueve. Tres horas antes de comenzar la "misa de gallo". ¡Qué buena estaba la sopa, señor Roque! El señor Roque es el padre del cura nuevo, de don Francisco, y cocina de maravilla. En la sobremesa, compartida en diversos sitios, porque más que sobremesa fue una ronda por las casas vecinas, se habló de muchas cosas. Algunas tan entretenidas como los comentarios sobre Pepe.

Pepe, el "otro cura" de Tabarca

Que ¿quién es Pepe? Él dice que es cura de Tabarca. É1 se llama don José de Tabarca. Su madre, su bendita madre, le ha tenido que hacer una sotana igual que la de don Francisco. Un sacerdote anterior le regaló un breviario y su iglesia particular está muy cerca de la iglesia del pueblo; es una pequeña cueva en el interior del hueco de las murallas. Él se ha encargado de ponerle una puerta y de montar el altar. Una pequeña hornacina, a la entrada, encierra una esquila [campana pequeña con la que se convoca a eventos de la comunidad como reuniones o procesiones] que Pepe, perdón, don José de Tabarca, toca, llamando a sus fieles a las mismas horas que el señor cura. Tiene su altar y su nacimiento. Reza por el pueblo y por los pescadores de alta mar y a la letanía que él lee en el breviario —es analfabeto, pero esto no importa para que él recite su letanía— incluye junto a la invocación "Casa de Oro", las de casa del cura nuevo, casa de la tía Nicolasa y otras invocaciones más, y uno piense que el Dios bueno oirá las súplicas de un alma, que encerrada en una psicología rota, ha polarizado sus "manías" en pedir que los hombres sean buenos.

Tabarca: aquí también nació Dios, perdido en la soledad del mar; el periodista vino a verlo y a vivirlo

La Nochebuena en la isla

La gente espera el último toque para acudir a la "misa de gallo". Mientras tanto los mozos y mozas de Tabarca se han reunido, cada grupo por separado, para celebrar la cena de Nochebuena. Las chicas llenan la isla con panderos y villancicos mientras saltan y bailan. Hay huevos y pollo en el menú. Los chicos, más silenciosos, están alrededor de un gran plato de morena pescada por ellos, que un viejo cocinero de barco ha preparado a conciencia. De lo exquisito del plato podemos dar fe ya que con el bichero de los dedos ensartamos un hermoso trozo bien acompañado con su concienzudo trago de vino. Parece como si el periodista hubiera estado viviendo siempre con ellos. Tabarca, lo repetimos, es un inmenso hogar abierto a todos.

Entre los comentarios y risas salta el recuerdo para los que no han llegado. Bueno, otro año será.

La Guardia Civil, al frente de su cabo, llega bien abrigaba y torea a la brisa, que ha refrescado un mucho, con el largo capote verde claro. La campana de la iglesia —sirena de este barco amarrado al muelle de los acantilados y murallas— llama a los isleños a la misa. Viejas y viejos, jóvenes y chiquillos, van llegando poco a poco para celebrar el gran misterio cristiano: el Nacimiento de Dios. Los ramos de las palmeras se agitan a la puerta dándoles una especie de bienvenida.

Las chicas se encargan del coro y la misa resulta armonizada. La iglesia —robusta construcción con trazas de fortaleza— se llena de voces que reciben como contrapunto el rítmico compás del mar, que rompe contra los muros cercanos. En silencio y recogimiento se van acercando a adorar al Niño, los hombres primero, luego las mujeres y van saliendo con prisas para encerrarse en las casas. Es muy tarde ya para estos tabarqueños acostumbrados a irse a la cama cuando comienza a rizarse la luna sobre el agua marina.

Todavía nos damos una vuelta por el pueblo. El alcalde ha dado órdenes de que se pare el motor de la luz y al poco rato el pueblo se queda a oscuras y en completo silencio. Solamente las linternas de los guardias horadan la oscuridad en su ronda permanente y al rayar el día se irán para la vieja fortaleza de tiempos de Carlos III, que se ha convertido ahora en cuartel [se refiere a la Torre de San José, entonces destinado a cuartel de la benemérita]. Tabarca duerme después de este desacostumbrado ajetreo que la habrá sorprendido un tanto.

El poeta Salvador Rueda vivió en la isla y la cantó

El sol iba ya alto cuando sacamos el agua del aljibe para lavarnos. El agua de Tabarca es fina agua de lluvias que los isleños recogen cuidadosamente en aljibes llenos de años y de ecos [el agua corriente no había llegado todavía, y era una de las principales carencias de la isla].

Desde la Cantera, hacía el sur, popa de este gran trasatlántico que es Tabarca, nos trasladamos, bordeando la lengua de mar, hasta el cabo Falcón, en el otro extremo. Aquí está el cementerio: pequeñas cruces de madera clavadas en el suelo, y alguna lápida, señalan las sepulturas. Las paredes en mal estado —están tratando de repararlas— se abren al mar. Nos ha parecido estupendo que los pescadores puedan seguir teniendo vistas al mar aun después de este último trance. La espuma de la mar es la mejor mortaja para estos hombres marineros.
Es cierto, desde luego, que son contados en el año los muertos tabarqueños. Vienen a morir dos o tres octogenarios y nacen de cuatro a seis en el mismo período de tiempo. Antes de llegar al pueblo, donde un grupo de mujeres va por las puertas cantando y pidiendo limosna para celebrar misas en sufragio de las almas, pasamos delante del solar de la casa que construyó con sus propias manos y habitó el poeta Salvador Rueda. Está en un saliente en la parte media de la isla, entre el pueblo y los yermos terrenos que una sociedad anónima ha comprado en vistas de montar un gran complejo turístico. El poeta vivió mucho tiempo en la isla cuando los botes no llevaban motor y los viajes a Santa Pola había que hacerlos a remo. El mismo tenía su bote y él lo gobernaba.

Todavía la gente mayor lo recuerda y quedan "coplas" suyas aprendidas de memoria por los vecinos. Al periodista le han recitado una de estas "coplas" dedicada a la isla. Se trata de un soneto que transcribimos, a pesar de que su trabajo costó porque la mujer que lo sabía tenía que decirlo de "carrerilla", si no se le olvidaba:

Isla gentil que siempre te deseo,
de una guitarra tienes la figura,
donde se ata la larga encordadura
está la soledad de mi recreo.

Dibujada en mi espíritu te veo,
igual que un instrumento de hermosura,
orlada por la mar y la bravura
que te azota con verde balanceo.

Para vivir ¡qué sitio tan dichoso!
Para sonar, ¡qué mágico retiro!
Para morir, ¡qué campo soledoso!

Quién fuera el ancho mar, guitarra mía,
que retienes la caja de armonía
como un inmenso estuche de zafiro.

Los versos de Salvador Rueda siguen todavía válidos para esta afortunada isla del Mediterráneo que lleva varada tantos siglos esperando que una mano providencial venga a arrancar unas notas que resuenen a progreso y optimismo esperanzador.

Tabarca, trasatlántico sin rumbo, inmensa tortuga con un caparazón de tierra estéril, guitarra con cuerdas, pero sin sonido, espera. Los tabarqueños —me lo decía don Pascual— esperan también que esos rumores que corren de hacer de la isla un gran centro de alto turismo, sean realidad. Estas gentes sencillas como niños grandes, acostumbrados a vivir en vilo pendientes del tiempo, de la mar; llenos de esperanza por dentro que le sale por los ojos, carecen de casi todo y lo esperan todo.

En 1939 el censo de población arrojaba un número de habitantes de 1.400. En la actualidad viven en la isla 280. Los jóvenes emigran, pero con el recuerdo viven dentro de su isla. Carece de presupuestos la pedanía y no se pagan impuestos de ninguna clase. Este trozo de tierra volcánica española, que el Jefe del Estado recorrió el Domingo de Ramos de 1963 [7 de abril] y cuya visita recuerda emocionado el cabo de la Guardia Civil. Él ha visto con sus propios ojos, las necesidades y ha charlado con sus gentes. Tabarca con sus problemas y sus esperanzas, es conocida. Los tabarqueños creen que el montaje de un gran complejo turístico será su redención. Se ha hablado de la creación de un gran casino de juego, de un club de regatas, de un campo de golf y de muchas otras cosas. Y el periodista se pregunta con un ligero temor: ¿Será el turismo la salvación de los tabarqueños?

El sol ha cruzado el meridiano del día de Navidad y el periodista se despide en la sobremesa de don Francisco, el cura, del alcalde, en nombre de todo el pueblo, de don Pascual, acepta el ofrecimiento amistoso del viejo Santa Creus [¿Santa Claus?] y, con honda pena, se dispone a desembarcar de este enorme trasatlántico que se llama Tabarca para pasar a una canoa marinera e ir a "tierra firme", como dicen los tabarqueños. El periodista se ha encontrado en Tabarca como en un gran hogar y ha pasado una noche buena; de las mejores Nochebuenas que recuerda.

* * *


HOY ES DÍA GRANDE

Hay más hombres que de ordinario.

Vinieron de la mar a pasar la fiesta.
No todos.
Hay quien está a muchas millas y a años de lejanía.
Pero hay que celebrarlo como en cualquier rincón del mundo.
La barca se ha cargado de provisiones abundantes en Santa Pola.
El cura ha estado corriendo por tierra firme regateando la caridad para quienes aquí no tienen nada.
A última hora la caridad no llegó.
Tuvo que volverse con las manos vacías y el corazón en un puño.
Pero en Tabarca hay conciencia de hogar común —todos o casi todos son parientes—, y de estas sacas y cestas hubo para todos.
La gran noticia de esta Nochebuena.
Fuimos a pasar la noche mejor del año en un ambiente de soledad y pobreza, y también allí nos encontramos con el acontecimiento.
Por vez primera en su historia, en esta noche en que los cielos derraman luz, Tabarca va a tener iluminación.
En la hora mágica de la Nochebuena se inauguró el grupo electrógeno.
Y se hizo la luz.

La isla. Lejos de la tierra. Prisión, soledad de poetas o viviendas derruidas de gentes pobres. En 1939 tenía 1.400 habitantes. Hoy, 280. No hay comunicación regular con el mundo. Quien puede tener un bote, marcha cuando quiere y el mar lo permite. Los demás esperan que alguien pueda llevarles. Más ruinas que muros en pie. Sobresale la iglesia, firme recuerdo de tiempos mejores. Aquí vivió el periodista la inolvidable emoción de una Nochebuena entre las gentes sencillas, como las que eligió Cristo para vecinos de su nacimiento.
Poco después de la cena, y mientras se espera a la misa del gallo, júbilo en las calles semiderruidas de la isla. Villancicos y alegría. Los mozos están lejos. En la mar, pescando. Vienen algunos, pero cada tres o cuatro años. La espadaña [elemento arquitectónico de los campanarios] ha lanzado su llamada por toda la isla y hasta ha penetrado en la profundidad de la oscuridad marinera. Llegan a misa los fieles. Hace frío. Es medianoche. Una medianoche clara. Suena el mar a unos metros. Dios va a nacer.
La adoración del Niño Dios. Hombres y mujeres llegan con devoción hasta el altar. La Guardia Civil, que hace la vigilancia de la isla. Aquí, donde la convivencia tiene rasgos muy peculiares, donde no se pagan impuestos —ni hay donde pagarlos—, donde las ramas más íntimas de la familia se desgajan sangrantes por el vendaval de la necesidad, la fe en Dios, que acaba de nacer como hombre, es más robusta y necesaria. Y, por ello, el corazón más limpio. Lo último. El pobre cementerio de Tabarca. Dos o tres nuevos inquilinos tan sólo al año. Cada vez menos gente. Nacen aquí, pero se van a morir —y buscar la vida— lejos. El mar, el eterno compañero, rodea las tumbas. Dicen que todo esto se va a transformar. ¡Qué extrañeza de siglos si llega a realizarse!

* * *

Nueva Tabarca siguió dependiendo más de dos décadas de estos grupos electrógenos, para la electricidad que precisaban los isleños en su día a día, con un fuerte incremento de la demanda en época estival, gracias a ese turismo anunciado, aunque no resuelto como se pensaba, que habitualmente superaba las capacidades de estos generadores.

En 1988 se terminaba la construcción de una central solar fotovoltaica que fuera capaz, no ya de proporcionar la electricidad necesaria a los tabarquinos, sino de soportar los incrementos veraniegos que exigía el creciente turismo de la isla, complementando así el servicio que seguían dando los generadores. La planta fue financiada por la Unión Europea, instalada por AEG, dotada con 2.466 módulos fotovoltaicos y proyectada con una potencia eléctrica de 100 kilovatios.

Diez años más tarde, en 1998, el Ayuntamiento de Alicante, la Generalitat e Iberdrola alcanzaban un acuerdo para dotar a la isla de Tabarca de las instalaciones necesarias para recibir suministro eléctrico desde la península, mediante un cable submarino. Se paliaba así, con una inversión de 135 millones de pesetas, una de las viejas reivindicaciones de los habitantes de la isla, condenando, sin embargo, a la obsolescencia, a la central solar fotovoltaica, sin que nunca hubiera llegado a funcionar a pleno rendimiento. Tabarca tendría un servicio normal de energía, 24 horas al día, antes de fin de 1999, y llegaría a la isla por el mismo conducto que la abastece de agua potable, por lo que apenas implicaba impacto ambiental.

(Artículo publicado en el blog "La Foguera de Tabarca")

 
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