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martes, 3 de diciembre de 2024

La certeza incierta: reflexión sobre “Los límites de la ciencia” de Javier Argüello




Existe una brecha enorme entre el conocimiento y las incertidumbres que caracterizan al pensamiento científico actual y las certezas con las que la mayoría de las personas interpretan, trabajan y se relacionan con el mundo. Esta distancia se debe a múltiples factores, entre ellos, la complejidad de los avances científicos y su limitada divulgación, así como a la resistencia humana a cuestionar creencias profundamente arraigadas.

Paradójicamente, mientras la ciencia avanza en la comprensión de los fenómenos que nos rodean y de nuestra propia naturaleza, gran parte de este conocimiento sigue siendo desconocido o incomprendido por la mayoría, que continúa aferrada a formas de comprensión del mundo propias del marco científico del siglo XVII. Esta desconexión no solo responde a la falta de acceso a información, sino también a la comodidad que ofrecen las explicaciones tradicionales, basadas en lógicas mecanicistas. Estas lógicas prometen una sensación de seguridad al plantear un mundo físico y tangible donde todo es medible, predecible y controlable, desde el nivel subatómico hasta las dinámicas del universo entero. 

Dentro de esta visión mecanicista, también se incluye, de manera reduccionista, la comprensión de la mente humana y la consciencia. Estos aspectos, profundamente complejos y aún rodeados de interrogantes para la ciencia, quedan atrapados en este intento de encajarlos dentro de esquemas lineales, materiales y deterministas.

Sin embargo, esta visión mecanicista choca con la realidad de un universo lleno de incertidumbre y complejidad, donde la predicción absoluta es una ilusión. La fantasía de poder anticipar cada comportamiento, cada reacción, queda constantemente desafiada por los descubrimientos científicos, que nos invitan a aceptar la incertidumbre y la subjetividad como parte inherente del conocimiento y la existencia. 

Para Javier Argüello, los límites de la ciencia se encuentran en aquellos caminos que, tras convertirse en cuellos de botella, terminan por revelarse como callejones sin salida. Estas situaciones plantean la necesidad de un cambio de paradigma, un cuestionamiento profundo sobre las hipótesis que buscamos validar y los métodos con los que lo hacemos. Hemos construido una cultura centrada en el análisis y la especialización como formas predominantes de comprensión, donde el conocimiento de las partes se asume como capaz de explicar el todo y donde todo debe ser abordado de manera evolutiva y lineal. Sin embargo, los avances en física desafían esta perspectiva al sugerir que el todo existe como una entidad independiente de las partes, y que estas no son más que constructos explicativos a través de los cuales se nos revela. Algo que ya intuían los antiguos y que es asumido como dogma por la mayoría de corrientes espirituales.

Este cambio de paradigma requiere una transformación en nuestra forma de entender el conocimiento, integrando la incertidumbre y la complejidad como principios fundamentales. Pero no es un proceso sencillo. Supone replantear no solo nuestra relación con el conocimiento, sino también cómo este se incorpora en nuestras prácticas cotidianas y en la visión que tenemos del mundo. Abrazar esta nueva forma de pensar implica soltar certezas, aceptar la riqueza de lo incompleto y avanzar hacia una comprensión más integral y conectada de la realidad.

Los límites de la ciencia” es un bombón que recomiendo encarecidamente a aquellas y aquellos que sienten que trabajan desde lo pequeño y necesitan desembarazarse de la estrechez de las certezas absolutas para abrirse a nuevas maneras de comprender y conectar ideas. Es un libro para quienes buscan salir del reduccionismo y abrazar la complejidad, para quienes sospechan que el conocimiento no solo se encuentra en lo que se mide y se prueba, sino también en aquello que se intuye y se experimenta. 

Este libro recoge la conferencia que Javier Argüello ofreció en noviembre de 2021 en San Sebastián. El evento, reunió a físicos, escritores, neurocientíficos y humanistas para explorar el papel de la belleza como faro en las distintas búsquedas humanas. Se trata de una obra breve pero profundamente inspiradora, que invita a repensar nuestras herramientas conceptuales y nuestras formas de aproximarnos al mundo.

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En la imagen se muestran dos momentos distintos, pero profundamente conectados, en la búsqueda del conocimiento: a la derecha, Richard Feynman, en un seminario en el CERN tras haber recibido el Premio Nobel de Física, en 1965; a la izquierda, una representación clásica de las musas, hijas de la memoria y guardianas de la inspiración. Las musas, según la mitología, ofrecían verdades profundas a través de la belleza, ya que solo lo bello podía abrir el corazón humano al conocimiento eterno.

 


domingo, 29 de septiembre de 2024

Qué es lo realmente importante


Existe el riesgo de no darnos cuenta de lo que realmente es importante en la vida, permitiendo que el tiempo pase sin dedicarle la atención que merece. Me pregunto cuántas personas pasan su existencia confundiendo lo importante con lo necesario. No pretendo, con esta distinción, restarle valor a lo necesario, en absoluto. Simplemente, no considero que algo, por el simple hecho de ser necesario, deba guiar nuestras decisiones ni convertirse en el centro que dé sentido a toda una vida.

Por ejemplo, nadie cuestiona que respirar es necesario; dudarlo sería ridículo. Pero también es absurdo centrar una vida únicamente en la acción de respirar. Las cosas necesarias cobran verdadera relevancia cuando su ausencia pone en peligro la subsistencia o la vida. Mientras eso no ocurra, no tienen por qué ocupar el primer lugar. Son, ante todo, necesarias, lo que no las rebaja, ya que su simple existencia garantiza su relevancia y permanencia. Por otro lado, si no somos conscientes de lo verdaderamente importante, corremos el riesgo de que quede relegado, pase desapercibido y, en definitiva, no reciba jamás la atención que merece.

Entonces, ¿qué es realmente importante?

Lo que de verdad importa puede variar para cada persona, pero en líneas generales, creo que está relacionado con aquello que nutre nuestra esencia, que nos inspira y nos conmueve, aquello que conecta con nuestros valores y da sentido a nuestra existencia, lo que realmente hace que valga la pena levantarse cada mañana. Lo importante es aquello a lo que algunos, lamentablemente, pensamos que debiéramos dedicarle más tiempo.

Vivimos en un mundo que, a menudo, intenta dictarnos lo que debería ser importante, imponiendo valores y prioridades que no siempre coinciden con nuestras aspiraciones más auténticas. La presión social y cultural nos empuja a invertir tiempo y energía en lo necesario, pero no siempre en lo esencial. Es fácil dejarse arrastrar por esa corriente, olvidando que lo que realmente importa puede quedar sepultado bajo capas de obligaciones, rutinas y expectativas externas. Lo importante no siempre se revela de forma inmediata ni evidente; a menudo requiere un proceso de introspección, de cuestionarnos y replantear nuestras prioridades.

Descubrir lo importante implica mirar más allá de lo que simplemente asegura nuestra supervivencia o éxito externo. Se trata de conectar con lo que nos hace sentir completos, lo que nos permite crecer, no solo como profesionales o miembros de una sociedad, sino como seres humanos plenos. Para algunos, esto se encuentra en las relaciones significativas, en el amor o la amistad; para otros, en la creatividad, la búsqueda del conocimiento o en el acto de contribuir al bienestar de los demás. En cualquier caso, lo importante tiene un carácter profundamente personal y su búsqueda es un camino que cada uno debe recorrer por sí mismo.

A menudo confundimos lo necesario con lo importante porque lo necesario es tangible, medible y, sobre todo, reconocido por los demás. Sin embargo, lo importante es más sutil, muchas veces invisible para el mundo exterior, pero inconfundible porque tiene un impacto profundo en cómo nos sentimos con nosotros mismos.

Hay que cuestionar algunas cosas inculcadas como que “el tiempo es oro”. El tiempo no es oro, el tiempo es vida. Por eso, lograr ese equilibrio entre atender lo necesario sin sacrificar lo importante es un desafío complejo, pero vital, al que debemos prestar mucha atención cada vez que algo reclame una parte de ese valioso tiempo.

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La foto de Gabriela Palai


viernes, 17 de marzo de 2023

Evolución y narrativa en consultoría: mi experiencia 13 años después.

Me dicen las redes sociales que ya han pasado 13 años desde que ultimásemos en Málaga los detalles de la declaración artesana y al revisarla, sigue pareciéndome tremendamente sólida, como todo aquello que está pensado a consciencia y sin estridencias; no puedo evitar sonreír al intuir en ella la mano de colegas que, estoy seguro, en la Edad Media, hubieran sido constructores de catedrales góticas por aquello de que lo que elaboran está tan bien hecho que se podría decir que es para siempre si no fuera porqué nosotros despareceremos antes.

No obstante, al leerla también me veo a mí en mis inicios post empresariales y miro con cariñosa nostalgia a aquel que era entonces y en el que no me identifico ahora, ya sea porqué esté en un momento distinto o puede que también sea porque, sin saberlo, nunca me haya identificado del todo ya que, con los años, he aprendido a distinguir entre lo que quiero y lo que quiero querer y entre quien soy y quien creo ser, soy más sincero conmigo mismo y me atrevo más a decirme la verdad de lo que pienso, creo y siento, de ahí que cada vez tienda más al silencio, porque hablar no me permite escuchar ni escucharme.

En la Declaración decimos que buscamos divertirnos en cada trabajo y, con el tiempo, veo que no se si lo he buscado, pero divertirme, lo que se dice divertirme, me he divertido poco, eso no quita que en muchas ocasiones haya salido satisfecho de lo que he considerado un trabajo bien hecho, o de que haya disfrutado enredándome en la interacción con el grupo de personas, pero divertirme no sería la expresión que utilizaría si pienso en las horas de preocupación invertidas para resolver cuestiones, en la pereza que me sobreviene siempre que he de exponerme públicamente, en hacer frente a los mismos obstáculos y resistencias, en las dudas que me han asaltado ante las propuestas o diseños que he presentado y en la necesidad que he tenido de aceptar ciertos proyectos o amoldarme a ciertas exigencias para garantizar una buena relación con el cliente; no, no me he divertido, como mucho he llegado a casa satisfecho de cómo han ido las cosas, de que tal o cual intervención ha funcionado o de haber salido indemne de una dura jornada de trabajo, pero, en general, no me  he divertido y ahora, la verdad, ya no busco divertirme.

Para mí la consultoría ha sido y sigue siendo la manera profesional de compartir los resultados de mis inquietudes  intelectuales y personales -si es que hay alguna distinción en ellas- con aquellas personas con las que he colaborado, porque, eso sí, siempre he tenido claro que trabajo con las personas, personas que forman parte de organizaciones, claro, pero que me trasladan unas necesidades que se supone que son de la organización, a través de sus sesgos particulares, algo inevitable en cualquier interacción humana; mediante la consultoría, decía, he vehiculizado el resultado de mi inquietud por comprender las claves del funcionamiento de las personas en las organizaciones, lo cual es lo mismo que decir, del funcionamiento las personas entre sí en entornos organizados, tanto juntas como de cada una en su individualidad. Y las organizaciones con las que colaboro, han contribuído a este trabajo comprensivo, dejándome habitar en parcelas de su realidad, esta ha sido la principal transacción en los años que llevo de consultor, esta y poder vivir de ello, claro.

Veo que lo que he ofrecido a lo largo de los años es más un punto de vista en constante evolución que una técnica artesanal. En realidad, respecto a esto último he seguido en mis inercias de siempre, es cierto que he aprendido de mis colegas y he incorporado algunas técnicas de acuerdo con mis posibilidades, necesidades y capacidades, pero no ha habido un cambio sustancial que marque un antes y un después, sigo haciendo las cosas de forma muy parecida.  Sin embargo, he invertido la gran mayoría de mis recursos personales en la creación de una narrativa propia que ha sido la que ha ido dictando la melodía a mi mano, algo que no creo, en absoluto, que sea singular y que sólo me pase a mí, pero sí que puede suponer una diferencia en el modelo de consultoría que se ofrece. Cuando se antepone el marco narrativo a la metodología de trabajo, entonces, más que de consultoría artesana, estaríamos hablando de consultoría de autor, algo que sí que establece una diferencia entre unas prácticas de la consultoría y otras, sin que por ello, en ningún caso, tengan que ser excluyentes la artesanía y la generación de conocimiento, se trata simplemente de donde se halla el punto de apoyo, si en el en el cómo o en el porqué.

La creación de una narrativa propia que permita comprender y actuar sobre la realidad con la que se trabaja puede hacerse vertical u horizontalmente, es decir, profundizando en un punto o transitando de un punto a otro. La profundización permite la especialización y repercute en la identidad que se proyecta, algo que está muy bien por varias razones, una es que te da más seguridad sobre lo que dices o haces, la otra es que es más fácil que se te identifique claramente en un tema, lo cual aumenta la probabilidad de que se te tenga en cuenta cuando alguien tenga una necesidad que esté relacionada con tu ámbito de conocimiento.

En mi caso, no ha sido así, nunca un punto de apoyo me ha parecido lo suficientemente sólido como para capturar toda la atención y profundizar en él; aunque siempre me he dedicado al cambio en las organizaciones he tocado todo tipo de melodías: la planificación, la mejora continua, la comunicación, el trabajo en equipo, el liderazgo, las comunidades, la autogestión, la colaboración, la gestión del conocimiento, etc., cada uno de estos puntos iba activando otro que se incorporaba a mi relato de manera principal mientras, los anteriores iban perdiendo resonancia e incluso diluyéndose hasta desaparecer.

Con el tiempo he sido consciente de que este transitar nunca ha tenido el propósito de conocer nuevas cosas, nunca ha sido aditivo, ni tampoco se debe al aburrimiento, sino que ha sido la consecuencia directa de la colisión de mi discurso con la realidad que estoy viviendo en aquel momento, sí, mi transito siempre ha sido debido a una decepción, a una micro decepción si se quiere, por no ser tan extremo. A menudo los discursos nos hacen vivir realidades paralelas a las que se dan en el día a día, es más, estos discursos pueden ser compartidos entre varias personas creándose el equivalente a mundos propios donde estos discursos se refuerzan y se reafirman, al margen de la cruda realidad determinada por la cultura y el modus operandi de las organizaciones. La gestión del cambio y todos sus afluentes como la innovación, el conocimiento o el super liderazgo suelen ser un buen caldo de cultivo para la creación y supervivencia de estos lobbies extraterrestres.

Mi tránsito particular me ha llevado a la convicción de que cualquier cambio que se quiera llevar a cabo en el entorno ha de partir, en primer lugar, de la voluntad consciente y sincera de querer cambiar, sin ese deseo prendido en el alma, el cambio que se impulsa no suele pasar de ser un espejismo que se desvanece con el tiempo, como ya habréis podido comprobar.

En segundo lugar, para gestionar el cambio uno ha de cambiar, no hay otra, moverte de un lugar a otro comporta que tú mismo o tu misma abandones el lugar en el que estabas, y llevar a cabo un cambio personal, sea de la magnitud que sea, exige cierta capacidad de autoconsciencia respecto a quien se está siendo.

Y todo esto me lleva a ahora, en estos trece años he ido viajando de lo macro a lo micro; en el momento actual estoy trabajando en aquellos aspectos relacionados con la transformación personal necesaria para impulsar el cambio, ya sea en un equipo o en una organización; pura consultoría de autor con una praxis artesana; no creo que vaya ya mucho más allá, lo siguiente sería meterme en biología molecular y me queda un poco lejos, uno ya tiene sus años.

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La imagen es de markusspiske y está en Pixabay

Escribí este post para la Red de Consultoría Artesana #REDCA 

viernes, 24 de febrero de 2023

De ChatGPT, egos y relaciones sociales

A más precisa y ajustada es la respuesta a mi pregunta por parte de una máquina, más aumenta mi tendencia inconsciente a personalizarla y considerarla “alguien”, por ejemplo, hace unos días interaccionando con el modelo de inteligencia artificial ChatGPT, analicé un texto y exploré maneras de simplificarlo, en un momento determinado, le pregunté al “modelo AI” por la opinión que le merecía el texto y me respondió:


 Nada original, ya lo sé, este tipo de respuesta, en Siri o Google Assistant, pudiera haber sido la misma o similar, no obstante, como la interacción con ChatGPT era, por decirlo de algún modo, más intensa por colaborativa, me llevó a una reflexión que no me habían estimulado antes otros asistentes virtuales.

Pensé que mi sensación respecto a la máquina era de comodidad, que no me sentía en absoluto expuesto ni amenazado por mis preguntas, que mi intimidad o imagen estaban a salvo, bueno, menos cuando pienso que hay alguien detrás que observa, clasifica y valora mis preguntas, hasta que me digo que no es probable que alguien me preste atención a mí, que son miles las personas que están entrando información y la mía no es más que un grano de arena en tan inmensa playa, que de haberlo, seguro que no se trata de alguien, sino de “algo”.

Pensé que esta comodidad era por la convicción de estar relacionándome con “nadie”, con una máquina sin un ego al que complacer, que en la interacción no cabe la posibilidad de que mi “yo” se sienta aludido, que no es posible tomarse nada a título personal, que la interacción es limpia por sencilla, sin dobleces; una interacción limitada a dar respuesta a preguntas, nada que ver con la complejidad de una conversación humana en términos de transacción emocional y social.

Y aun así, sentía mi reconocimiento y admiración a su concreción, a la rapidez, organización y completitud de las respuestas y pensé que de la misma manera, en general, suelo reconocer lo que hacen o logran las personas, no a las máscaras de los egos con las que interacciono con ellas, que sería distinto si en la relación fuéramos capaces, cada cual, de desprendernos de este interfaz que se toma personalmente cualquier inflexión de la voz y lo tamiza a través del sesgo de sus emociones y sentimientos volviéndolo todo personal y potencialmente peligroso, que nuestras aportaciones seguirían siendo útiles, aunque no nos las reconocieran, porque no lo necesitaríamos, ya ves tú la importancia que le damos al “gracias” o al “por favor”, que no es que no crea que no son importantes o que no se deban dar, ¿eh? Sólo que tan sólo sirven para sentirnos “alguien” para los “otros”, para no desvanecernos en el “nadie”, para poder seguir danzando en este baile de máscaras que es la vida social y que es el responsable de la mayoría del estrés que sufrimos, un estrés de relacionarnos del cual nos liberaríamos si fuéramos capaces de mostrarnos indiferentes y no necesitar tanto del refuerzo social, como ChatGPT que, por no tener, no tiene ni nombre propio.

Y no es que no valore los sentimientos o las emociones, que defienda un discurso cien por cien racional y metálico, no, soy muy consciente de que sin ellos y ellas, no podría estar elaborando este texto por ejemplo, no tendría necesidad de explicarme cosas, de entenderlas ni de transformarlas; solo que me he sentido tranquilo en esta conversación de pregunta respuesta donde no media más comunicación que la que se ve y donde puedo centrarme en lo que estoy trabajando sin preocuparme de mantenerme a flote en el permanente juego social y que sería fabuloso que algo parecido pudiera suceder cuando hablamos con alguien, que la tensión por sostener la relación desapareciera porque no fuera importante ni necesaria para nadie de los que estamos ahí.

Probablemente, esta reflexión hace tiempo que se va gestando, desde aquel primer momento en que la voz del navegador me informaba de estar “recalculando” y que, aun sabiendo que se trataba de una respuesta programada, me sugería algo con una paciencia y resiliencia infinita por las continuas muestras de indiferencia y falta de consideración que yo mostraba a sus indicaciones; faltaba algo en el tono cordial de la voz o, en el caso de ChatGPT, en la construcción aséptica de sus frases, que no echo para nada de menos, porque es precisamente lo que me produce calma y es ahí donde veo que, al margen de las potencialidades sobre sus posibles usos productivos o la calidad de las respuestas que nos ofrece, esta tecnología con la que estamos jugando ahora, participa de un atributo común a cualquier herramienta humana, el de poder convertirse en un espejo donde ver realmente quienes estamos siendo; si se quiere, claro, como con todo.

-Gracias, ChatGPT

 


-Vale.

 

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Imagen de Pixabay

miércoles, 12 de enero de 2022

Humildad

 

Comprender es un fenómeno que, lejos de lo que comúnmente se cree, se realiza en dos partes mútuamente dependientes: cerrando y abriendo o, si se prefiere,  tomando y soltando.

La primera es inevitable y se desprende de la necesidad, tan humana, de reducir cualquier incertidumbre atrapándola en nuestras palabras o sometiéndola a la melodía explicativa impuesta por nuestra lógica.

La definición de “comprender” indica precisamente esto: abrazar, ceñir, rodear, contener, incluir, entender, alcanzar, justificar.

Pero comprender, lo que se dice comprender de verdad, no se limita tan sólo a encontrar una palabra o una explicación razonable para algo determinado, implica, además, tener la clara consciencia de que se escapa algo, de que toda palabra o explicación, nunca es suficiente como para contener la totalidad de cualquier fragmento de realidad, que cada parte de lo que hemos creído atrapar es indisociable del todo al que pertenece.

Viene a ser como pretender comprender la vida silvestre de un pájaro desde la jaula en el que lo hemos encerrado y darnos cuenta de lo imposible de hacerlo, simplemente porque ya no es libre, que para comprenderla hay que soltarlo, admitir que no hay palabras suficientes, que nada se puede explicar por sí mismo desgranado del todo, este es el segundo paso y muy posiblemente, el que lleva al socrático “solo se que no se nada”, símbolo de la sabiduría.

Y es que, lejos de la arrogancia de los que creen contener al mundo en su puño por haber comprendido, la verdadera comprensión aboca inexorablemente a la humildad.

domingo, 21 de febrero de 2021

Cuestiones y respuestas al vuelo en torno a la gestión del conocimiento en las organizaciones públicas

 

Gran parte del interés actual por capturar el conocimiento de las personas, en las organizaciones públicas, nace de la preocupación por la descapitalización de conocimiento experto debido a las jubilaciones que se prevén dentro de unos años.

Las bajas tasas de reposición de personal durante el período de crisis económica sitúa en la actualidad al 75% de las empleadas y empleados de la Administración General del Estado entre los 40 y los 59 años y en tan sólo una década se habrá jubilado, en la Comunidades Autónomas, más de medio millón de personas.

La concepción mecánica de las culturas corporativas, la falta de relevancia que ha tenido una concepción completa del desarrollo y de aprovechamiento del conocimiento de las personas y una gestión de los RRHH de corte legalista centrada, básicamente, en los procesos de administración de personal es, muy probablemente, la responsable de la falta de resiliencia que exhiben y exhibirán estas organizaciones a corto plazo si no se articulan, de inmediato, actuaciones dirigidas a corregir esta situación, de ahí la urgencia que se respira en muchas actuaciones destinadas a desplegar sistemas de gestión del conocimiento y, más concretamente, mecanismos para transferir a la organización el conocimiento de aquellas personas que se prevé, al corto, que se desvinculen de ella.

La situación es preocupante, sí, y sin lugar a dudas, ha de estimular iniciativas y movilizar recursos destinados a paliarla, pero, bajo esta preocupación, sigue percibiéndose la creencia antropocéntrica tradicional de que nada sucede a menos de que se lleve a cabo una actuación intencionada, como si la Tierra dejase de rodar sobre su eje a menos que alguien accione un dispositivo de rotación diseñado ex profeso para ello, me explico, en el caso de la comunicación hay quien cree que las personas no se comunican a menos que se establezcan canales concretos y, en cuanto al conocimiento no es extraño encontrarse con personas que piensan que nada se transfiere si no se formaliza un mecanismo específico destinado a que pueda tener lugar este trasvase.

Pero sabemos que no es así, como ya decía la primera versión del Manifiesto Cluetrain, queramos o no, la comunicación comparte con los líquidos su naturaleza fluida y, como la humedad, encuentra siempre el camino para conectar a las personas; en cuanto al conocimiento, entre los humanos se trasmite de manera espontánea, aprendemos unos de otros sin que haya siquiera intención de hacerlo, de hecho, se está comprobando como la implantación de formas alternativas a las tradicionales de organización del trabajo atenta contra mecanismos naturales de conexión exocerebral que normalmente se desconocen o, directamente, no se tienen en cuenta,  un reciente artículo pone sobre la mesa que los efecto positivos del teletrabajo, como el aumento de la productividad, van de la mano con aspectos no tan buenos como la interrupción de la trasferencia espontánea de conocimiento tácito que se da en los espacios presenciales compartidos y, con ello, el deterioro del proceso de innovación con el consecuente debilitamiento de la competitividad organizacional.

Así pues, ante el miedo por perder el conocimiento de las personas que se desvinculan de la organización, en cierto modo, cabe relajarse ya que, a pesar de que no sea visible, ni se mida ni se gobierne, parece inevitable que las personas aprendan unas de otras, las más de las veces de forma espontánea y sin ninguna intención de hacerlo, eso sí, como decía antes, de manera totalmente invisible e inasible por parte de la organización.

Pero, lo dicho hasta ahora, no pone en cuestión la necesidad de impulsar un sistema de gestión del conocimiento por parte de la organización sino que arroja luz sobre cuál ha de ser su verdadero propósito, que no es otro que el de amplificar esta transferencia natural de conocimiento entre las personas o, al menos, no interrumpirla ni dañarla con supuestas “ideas geniales” o mecanismos complejos que la conviertan en algo ajeno al fluir natural de la vida organizativa.

¿ES NECESARIO QUE PASE ALGO PARA ACTIVAR LA TRANSFERENCIA DE CONOCIMIENTO?

Volviendo al tema de la captura del conocimiento experto de aquellas personas que se desvinculan de la organización surge la pregunta de cuándo hacerlo: ¿un mes, un año, dos años antes?

La mayoría de los sistemas que conozco deciden un momento a partir del cual se ha de activar todo un protocolo de actuaciones destinadas a capturar el conocimiento experto de la persona que va a abandonar la organización. Este protocolo o “plan de desvinculación” puede incluir mecanismos diversos como: mentorías, tutorización de proyectos, asesoramientos puntuales, llevar a cabo sesiones de formación interna, elaboración de artículos o participación mediante posts en el blog corporativo, entrevistas en formato audiovisual sobre temas más o menos generales de la experiencia laboral o sobre la percepción y vivencia de la organización, etc.

Existe también una tendencia a decidir sobre qué puestos de trabajo va a incidir esta actividad de captura, conservación y difusión del conocimiento experto recayendo, principalmente y de manera bastante extendida sobre directivos, mandos intermedios y, como mucho, técnicas o técnicos de nivel alto. Un factor este que genera más costes que ganancias ya que suele repercutir, de manera evidente, en el clima laboral debido al mensaje indirecto que se vierte sobre la importancia que merecen para la organización el resto de los puestos de trabajo, que refuerza la naturaleza jerárquica y clasista de la estructura organizativa y porque corroe el compromiso de las personas por la manifiesta falta de reconocimiento al currículum experiencial de los profesionales de base.

Todos estos aspectos generan una serie de cuestiones: ¿realmente podemos controlar en todos los casos cuando la persona se desvincula de la organización? En el último año, por ejemplo, he tenido dos personas con las que he colaborado que han enfermado gravemente y han desaparecido literalmente de su puesto de trabajo sin que se haya podido articular ningún mecanismo en el caso de que hubiera existido. Lo mismo sucede con los traslados, como máximo se suelen realizar un mero traspaso de las funciones mediante costosos equilibrios que suelen repercutir sobre el tiempo de la persona que se ha ido.

Teniendo en cuenta que el conocimiento tácito suele estar fuera del control consciente de la persona y de que, el más singular e interesante, emerge cuando es estimulado por situaciones concretas de toma de decisiones, y que la gran mayoría de mecanismos que suelen figurar en los planes o protocolos de desvinculación son, en sí mismos, escenarios artificiales construidos ex profeso ¿son realmente útiles estos mecanismos, o solo recogen aquel conocimiento más evidente y común que se desprende de las situaciones profesionales más predecibles? ¿Hasta que punto cuando construimos el relato de nuestro conocimiento expresamos realmente lo que sabemos y no fabulamos por el mero hecho de dotar de lógica o épica a nuestra explicación?

¿Existe alguna persona en la estructura cuyo conocimiento no interese a la organización, sea quien sea, se lleve bien o mal con sus superiores y ocupe el puesto que ocupe?

Sin desmerecer la utilidad de los protocolos y mecanismos que se utilizan para gestionar el conocimiento de las personas que se desvinculan por una causa u otra de la organización y reconociendo su utilidad táctica, habida cuenta de la carencia de atención que este tema ha solido suscitar hasta hace poco ¿por qué esperar a que la persona se vaya para interesarse por la utilidad de su conocimiento experto para la organización? ¿por qué no construir, desde el principio, una arquitectura que favorezca y facilite la transferencia de conocimiento entre las personas y que mantenga actualizada de manera continua a la organización? ¿Cuáles deberían ser los pilares de esta arquitectura?

VERSE Y CONVERSAR, LAS CLAVES DE LA TRASFERENCIA NATURAL DEL CONOCIMIENTO TÁCITO

El contacto está en la base de la transferencia natural de conocimiento tácito entre los seres humanos.

Puede que no haya intención de enseñar, incluso puede que no haya tampoco un propósito expreso de aprender, pero aún así, sin esas intenciones o propósitos, el contacto genera, de manera continua, aprendizajes de los que las personas no llegan a ser, muchas veces, conscientes.

Uno de los factores que contribuyen a este aprendizaje es el del modelamiento. Las personas son modelos de aprendizaje las unas para las otras de manera permanente, son receptivas y aprenden de las actuaciones de los demás de manera involuntaria, simplemente por cercanía; sólo con la posibilidad de verse por el rabillo del ojo, cualquiera tiende a elaborar una teoría de la mente y es sensible a las acciones de otra persona. Las neuronas espejo de quien observa se encargan de rellenar los espacios vacíos de las actuaciones que ve en los otros: los valores que las orientan, las emociones que las acompañan, etc.

Estar juntos es una fuente continuada e involuntaria de transferencia de conocimiento y aprendizaje permanente, parece lógico entonces orientar el diseño de los espacios en esta dirección así como propiciar el máximo de oportunidades para que las personas puedan trabajar juntas.

Otro de los mecanismos naturales que inciden de manera poderosa en la creación y transferencia de conocimiento es la conversación.

Conversar es ideal para construir conocimiento y una de las mejores oportunidades para aprender de nosotros mismos ya que nos invita a poner en orden nuestras ideas hasta que estas adquieren un sentido y cobran el suficiente valor como para ser compartidas. Parece que no es hasta que transformamos las ideas en palabras y las disponemos en una melodía narrativa que accedemos a lo que sabemos, lo comprendemos y lo convertimos en conocimiento, hasta entonces el saber es algo difuso, indefinido, sin expresión, extraviable, ajeno a nuestra atención y, por ello, las más de las veces, inconsciente e incontrolable.

Pero la conversación es, además una de las herramientas más poderosas y a la vez accesibles y sencillas de transferencia de conocimiento entre las personas; la libertad en la que se da, el bienestar que genera, la confianza que despierta, su carácter íntimo y la falta de orientación a un objetivo concreto son claves en ese tránsito fluido de la experiencia y del saber por el alambique de la relación interpersonal.

Así pues, parece clave impulsar y proteger todos aquellos escenarios que favorezcan la conversación y el contacto entre las personas ya que son decisivos como pilares de esta arquitectura para la transferencia de conocimiento tácito que es necesario articular en nuestras organizaciones. Y, de hacerlo, ha de ser desde el principio, no esperar a que suceda nada ni que se dé alguna situación especial.

DEJAR DE SEGUIR PONIÉNDOLE PUERTAS AL CAMPO

Uno de los máximos peligros para potenciar la transferencia de conocimiento tácito es la desconfianza hacia cualquier mecanismo natural por el mero hecho de serlo. Parece como si siempre fuera necesario conceptualizar, dividir por fases, subordinar a objetivos útiles, compartimentar, enriquecer metodológicamente y secuencializarlo todo para que este algo llegue a ser apto como para integrarse en la dinámica de la organización.

Con la conversación como herramienta de gestión del conocimiento está sucediendo lo mismo. A veces parece como si su origen cotidiano y mundano obligase a construir un andamiaje conceptual y metodológico en torno a ella que le confiera la dignidad necesaria como para ser considerada una actuación profesional y no una de las maneras más antiguas de perder el tiempo.

Esta tendencia raya con el ridículo ya que llega a suponérsele a la conversación unos objetivos, unas fases y unos métodos que no reconocemos en nosotras o en nosotros en ninguna de las mejores conversaciones que hemos mantenido y que merecen ser consideradas como tales a lo largo de nuestra vida.

A diferencia de otras maneras de dialogar, el poder de la conversación radica en su naturaleza caórdica e intentar estructurarla es como querer ponerle puertas al campo,  lo cual conduce siempre a transformar cualquier campo en un huerto o en un jardín, ambos domesticados y controlados sí, pero también predecibles respecto a lo que se espera y se puede obtener de ellos.

Una conversación domesticada no es conversación, es otra cosa y de eso ya tenemos suficiente en nuestros entornos, como también sabemos a qué conducen y que no sirven para lo que necesitamos.

Es la conversación genuina la que se debe provocar y facilitar, la abierta e informal y, para ello, se requieren de pocos recursos, básicamente de convicción.

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La primera imagen corresponde a "The Master and the Apprentice" de Norman Rockwell.

La segunda es de “The Joiner’s Apprentice” y el autor es Robert Campbell.