La historia de Alan Ruxton y Tulie Hall que han escrito a cuatro manos Weldon Penderton y Albert Kadmon en niñosgratis* comienza con una referencia velada a Cien años de soledad, que resulta significativa como definición de lo que viene: un realismo crudo y atroz reflejo de la dura vida en el Oeste, y una apuesta por lo dionisiaco, la magia, la lisergia y una sexualidad primitiva.
Adolescentes, Alan y Tulie marchan con una expedición en
busca de unos tramperos, y acaban unidos a un grupo de ellos que viven
siguiendo una hermandad masculina con contratos de “matelotage”, al estilo del descrito
por B. R. Burg para los piratas del siglo XVII. Este grupo está en relación
con una tribu de indios de la zona con cuya primera visita los chicos pasan un
primer rito de iniciación, para descubrir que uno de ellos es “bardaxe”. Ambos acaban
integrados en un pueblo indio, donde les reconocen valor y poder. Tendrán
también la posibilidad de viajar a San Francisco, antes de que los espíritus les
reintegren a la vida india de manera aparentemente inevitable.
La balada de la mano de oro es una novela corta pero
contundente, de ritmo rápido y elipsis narrativas inteligentes, con un lenguaje
de profunda carnalidad y con frecuencia brutal. Bebe de fuentes de interés como
las historias de
Dorothy M. Johnson, a las que añade crudeza y magia y sustrae mujeres, o de
la antropología cultural que reivindica un pasado cazador/recolector de
libertad sexual y mental, y que se refleja en las comunidades indias y sus
diferentes ritos de paso y drogas alucinógenas que superan Alan y Tulie. En la
lectura yo tuve mis propios ecos
de Brujería y contracultura gay, pero también de En busca del fuego.
El 'redescubrimiento' del sexo cara a cara, o del beso, desde el ‘incivilizado’
Occidente racional de la frontera al terreno de la realidad alterada, combinan
la huida de la dialéctica ilustrada con el alcance de la felicidad sensorial y
espiritual en un primitivismo de cierta divinización. En ese choque nietzscheano
queda un pozo pesimista de crueldad vital que se combate con un último capítulo
maravillosamente catártico y luminoso, fuera del orden, pero animado de la
justicia idealista del Oeste.
Bien por ellos, Alan y Tulie, y por los autores, también dos, que rinden un nuevo volumen de literatura queer a la colección asterisco que tanto sigo en este blog (Salvemos la Jarapa, El Power Ranger rosa, Vivan los hombres cabales). Y que continuará.
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