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13 de octubre de 2024

Max y Emil

 


Después de haber leído hace un año Peter Camenzind, y haber recuperado el ambicioso e irresistible estilo de Hermann Hesse, era obligado seguir con alguna más de sus novelas cortas previas a El lobo estepario. El paso natural es Demian. Historia de las mocedades de Emil Sinclair, de nuevo una novela de formación, pero ahora publicada en 1919, quince años después de Peter Camenzind. Dos cosas relevantes han pasado en ese tiempo: Hesse ha recibido sus primeros tratamientos psicoanalíticos, y ha habido una guerra mundial.

El título de esta novela contiene a sus dos protagonistas; tanto el principal, Emil Sinclair, cuya voz y punto de vista no abandona nunca el autor (está escrita en primera persona), como a Max Demian, el amigo unos años mayor que él, que llega con su madre a la misma ciudad en que vive Sinclair, y a su misma escuela. Demian ayuda a Sinclair a salir de un atolladero, hoy diríamos un caso de bullying, con otro compañero del colegio. Sinclair comienza a idealizar a Demian, entre la admiración y un incipiente afecto.

Porque Demian es un prototipo de belleza, y además un buen conversador que analiza las situaciones que rodean a Sinclair con bonhomía y precisión. Sinclair desde un principio teoriza sobre la existencia de un mundo dual, con un escenario de luz, armonía y raciocinio (en el que coloca su vida familiar, y cabe pensar que el orden establecido), y otro sórdido y oscuro donde se plasman las negruras del alma, y donde están la mentira, las pasiones de los hombres, y donde el abuso del alcohol, que ya aparecía de manera determinante en Peter Camenzind, es protagonista. Demian refuerza a Sinclair en estas ideas, si bien no es el único amigo que lo hace. Esta dualidad (reflejada en una mítica águila bicéfala llamada Abraxas, relacionada con culturas que empezaban a interesar con fuerza a Hesse) atormenta de continuo a Sinclair, lector de Nietzsche, del que no sólo se adopta esta dicotomía no lejana a su lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco, sino un estilo de gran vitalismo, una necesidad imperiosa de vivir, sentir y avanzar, el puro impulso de voluntad del filósofo puro llevado a una ficción de cierto tinte biográfico.

De nuevo este vitalismo no se encarna en sexualidad. Como sucedía en Peter Camenzind, la mujer amada vuelve a ser una ilusión, casi una teoría, y es el rostro andrógino de Demian el que se aparece en sueños a Sinclair. Imposibilitado de resolver este conflicto en el que él mismo se ha metido, Hesse recurre a la bella madre de Demian, al parecido entre ambos, como encarnación del deseo sublimado pero nunca consumado de Sinclair. El ejemplo máximo es el sueño que tiene Sinclair sobre un cuadro, que cree el retrato ideal de una supuesta enamorada; la imagen del cuadro luego resulta parecerse a un Demian femenino, y finalmente, el encuentro de Sinclair con la madre de Demian le revela que era ella la retratada soñada. Hesse sin duda almacenaba algún tormento al respecto, pues el conflicto es el mismo de Camenzind.

Las conversaciones y paseos que los personajes mantienen sobre la forma de conocer, el carácter del alma, y la pureza (o no) de actos y sentimientos terminan bruscamente por el inicio de la Gran Guerra. Ambos, Demian y Sinclair, deben pelear en la misma, con finales dispares, en una contienda representada de forma sangrienta y contundente en apenas cuatro páginas, con una ruptura definitiva de la narración, que acaba abruptamente y pasa a finalizar sin descanso. No acabo de ver si Hesse no sabía cómo terminar, o si para él era imprescindible denunciar los efectos de la guerra en general en la juventud. Esto no es descartable, pues Hesse fue un pacifista convencido (como Nietzsche desde que estuvo en el frente de la guerra franco-prusiana) desde esta Primera Guerra Mundial, al contrario que Thomas Mann, escritor amigo y autor con el que Demian comparte el tipo de final de La montaña mágica. El pacifismo de Mann comenzó con la llegada del nazismo.

La entusiasta escritura de Hesse sigue siendo envolvente y causante de adicción lectora.  Sus penetraciones en el alma y mente humana revelan la psicología de un momento histórico (como lectores sabemos lo que venía después, revelándose así la intuición del autor), y sirven para seguir entendiendo las aspiraciones de ese yo romántico e imbuido de su genuina individualidad a desarrollar, hija del siglo precedente. Se hace ciertamente irresistible seguir con el autor, pero ver si al menos cambia el registro de protagonista será un punto relevante.


Hermann Hesse, según foto en La Verdad.


 

 

21 de diciembre de 2023

Bildungsroman

 


Como lector me ha emocionado mucho volver a leer y a disfrutar enormemente una novela de Hermann Hesse. Se debe a que con 18 años leí El lobo estepario, que me impactó profundamente con todo su angst existencialista. Aunque luego leí alguna obra más de Hesse (un par de libros de relatos y Siddharta) me parecieron muy menores, o así lo recuerdo, y le abandoné como lector. A esta vieja edición de 1978 de Peter Camenzind llego gracias a IberLibro y a la mención de Alex Ross en Wagnerismo (como pasaba con Alas, de Mijail Kuzmín), donde se describe la escena de aire netamente homoerótico en que Peter admira las dotes de un amigo mientras toca al piano Los maestros cantores de Nuremberg.

Peter Camenzind es el protagonista de esta novela de formación de estilo romántico, primera obra de Herman Hesse publicada en 1904 a los 27 años, revelando un enorme talento para la imagen poética y el impacto visual de sus vívidas descripciones de la naturaleza. Se trata de una novela de formación, la Bildungsroman de los alemanes del diecinueve, casi pura. La narración del proceso vital de Camenzind (que en cierto modo parece no parar nunca) se inicia desde el mismísimo origen de aire bíblico: "en un principio fue el mito". Los dones que Dios reparte en el pueblo de montaña donde nace Peter son agasajados con un lenguaje florido, musical, y profundamente lírico, cuyo arrebato continuado tiene su reflejo en el corazón y comportamiento del protagonista, y que es sin duda el mayor atractivo del libro. Consigue así un retrato de su protagonista como un ser sin mácula, nacido del milagro de la naturaleza perfecta, pero que, obligado por el carácter maltratador de su padre y tras la dolorosa muerte de su madre, emigra a estudiar a la ciudad, abandonando el lago y las montañas cuyas capacidades catárticas impulsaban su corazón.

No obstante, Camenzind no es un personaje invariable, sino que crece físicamente, y busca su encaje emocional y espiritual. El primero no lo consigue: sus enamoramientos son absurdamente platónicos (aunque su físico sea el de un Dios y su alma sea pura entrega), y, peculiarmente, mantiene a sus mujeres objeto de deseo en un estatus inalcanzable mientras reserva palabras sensuales a su amigo pianista y artista, cuya muerte -la segunda relevante en su vida- le cambia definitivamente el carácter, le hace caer en la bebida, y lo impulsa finalmente al oficio de escritor de artículos para las revistas y publicaciones alemanas, todo ello con episodios de pesimismo profundo en el que se observa un atisbo de El lobo estepario hasta ahora inexistente, que no encuentra consuelo en algunos círculos intelectuales que frecuenta, y cayendo también en episodios violentos. Obligado a errar por tierras alemanas, suizas e italianas, casi siempre innominadas, como un poeta errante sin Penélope, finalmente regresa a casa de su padre, y allí comienza a cuidar a un discapacitado. Su sacrificio y la respuesta positiva de sus cuidados parecen conseguir por fin en su alma un reposo y encuentro espirituales que la juventud y la pasión le negaron.

Peter Camenzind mantiene un irresistible tono apasionado por la literatura y la vida al que es inútil enfrentarse con las barreras de la lectura irónica postmoderna. Su expresividad penetra en cabeza y corazón irremediablemente, y la transmisión que consigue del anhelo del alma romántica es casi sublime, como una vivencia cercana muy remarcable. Y, lógicamente, el libro se enmarca en un contexto histórico que describe en cierto modo. De su tono, retrato social, y vicisitudes vitales pueden intuirse muchas circunstancias. Faltaban 23 años para El lobo estepario, pero por el medio una guerra brutal y sus derivas cambiaron irremediablemente la escritura del joven romántico por la del hombre angustiado, a pesar de, en realidad, probablemente hablar del mismo problema: la búsqueda del alma propia.

El joven Hermann Hesse (vía)