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viernes, 31 de mayo de 2024

Mejorar la comunicación es transformador



“Mejorar la comunicación es transformador, tanto para mí como para mi entorno”, este es el comentario que, a modo de feedback, realizó alguien con quien estoy trabajando diseño comunicativo en situaciones, interpersonales, peculiares.

Definir el marco comunicativo para conseguir o conservar una calidad de relación determinada, decidiendo aspectos como: qué se quiere transmitir, qué se pretende obtener, qué sensaciones se han de generar, qué palabras, expresiones, qué campos semánticos estimular o evitar, cómo estructurar la oración, cuando callar, etc., es un ejercicio brutal de previsión empática, consciencia y autogobierno que nunca te dejan igual. 

Orientar el foco a cómo comunicas arroja luz a tus relaciones, al impacto que causas, a los resortes que condicionan la transacción con aquellas personas con las que tratas o con las que estás. Ser consciente del por qué y del cómo te comunicas relativiza los lazos que estableces, da perspectiva y aporta capacidad de decisión. En definitiva, coger el timón de la comunicación, es un ejercicio de empoderamiento extraordinario. 

El cambio en la relación que conlleva la atención y cuidado de la comunicación genera, también, cambios en la otra persona, no sólo en su relación contigo sino en las posibilidades que se le abren, en su propio entorno, a partir de una experiencia comunicativa singular que le permite recibir y la estimula a aportar de manera distinta. 

Mejorar la comunicación es transformador y también agotador. Supone un esfuerzo considerable, un trabajo de contención, una pausa para reflexionar, identificar los diferentes propósitos que se mezclan y confunden en la comunicación habitual, separar el grano de la paja y el mensaje principal de las toxinas emocionales que impregnan las relaciones. Es un detenerse, rehacer y aprender de nuevo a relacionarse.

 

Por otro lado, el esfuerzo invertido en mejorar nuestra comunicación se traduce en relaciones más auténticas y significativas, además del bienestar personal que aporta el efecto balsámico y sanador de una comunicación cuidada. Quizás sea sólo esto lo que determine que este trabajo valga cada momento dedicado a ello.

 

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Foto de Ivan Dostál en Unsplash

martes, 9 de abril de 2024

La importancia del contacto en la transferencia de conocimiento

 

EL CONOCIMIENTO REALMENTE VALIOSO

En cualquier época, las personas, se han desvinculado de su organización, abandonado aquel puesto de trabajo en el que han acumulado experiencia y generado un conocimiento propio. “Propio” en el sentido de estar amasado con los ingredientes de su propia personalidad y particular forma de interpretar la realidad, aprendiendo de lo que hacen o perciben de su entorno.

No es necesario pensar en un tipo de conocimiento secundario o relacionado con actividades sofisticadas, cuando nos referimos a este conocimiento propio; en cualquier cadena de montaje, en un taller de costura, en un horno de pan o vendimiando, junto a la secuencia establecida para llevar a cabo una acción, las personas desarrollan, por ejemplo, una determinada manera de poner la mano a la hora de aplicar el estaño, de cortar la pieza, de amasar el pan o de separar el racimo de la vid que diferencia, cualitativa y cuantitativamente, al aprendiz del experto. Si esto es así en trabajos mecánicos y manuales, imagínate en aquellas profesiones menos lineales basadas en interrelaciones subjetivas.

Cuando hablamos de la pérdida de conocimiento que conlleva la desvinculación de una persona de la organización o del equipo, nos referimos básicamente a este tipo de conocimiento, no al lineal y susceptible de documentarse en un procedimiento, sino a aquel que se superpone a este y le confiere una calidad única a la acción.

LA DESVINCULACIÓN, UNA ESPADA DE DAMOCLES

Decía al principio que, desde siempre, las personas se han desvinculado en un momento u otro de su equipo u organización. Quizás, antaño, en la época de nuestros padres, este fenómeno se debiera fundamentalmente a la jubilación y, las trabajadoras y trabajadores, desarrollasen toda una vida profesional en aquella organización, pero, en la actualidad, la movilidad de las personas es mucho mayor y, además, totalmente impredecible.

Por ello, cuando hablamos de desvinculación, es absolutamente anacrónico que nos sigamos refiriendo tan sólo a la sombra tardía de la jubilación, ya que hoy en día, la descapitalización de desconocimiento suele deberse a muchas otras causas antes de que la persona se jubile. Incluso en la administración pública, el “concurso de traslado” suele ser una de las principales causas de la pérdida súbita de un saber propio, de un valor incalculable en términos de productividad, de eficiencia y de calidad.

El pensamiento lineal, heredado de la mecánica de procesos industrial, en el que andan todavía sumidas muchas organizaciones de todo tipo,  junto a la falta de actualización de conocimiento científico que padece, en general, nuestro sistema de trabajo, son probablemente los responsables de que las soluciones al reto que plantea la transferencia de conocimiento de una persona a otra siga abordándose de manera superficial y confiándose, principalmente, a la capacidad de documentarlo y almacenarlo para hacerlo accesible a quien lo pueda necesitar.

En muchos casos, esta documentación se realiza a partir de aportaciones directas que obvian o ignoran la heurística cerebral de una persona normal,  sometida  habitualmente a recuerdos y olvidos selectivos, a desvíos sistemáticos de pensamiento y, en definitiva, la responsable de que cada cual construya una narrativa personal en función de lo que quiere y cree que debe pensar.

Hay quien teniendo en cuenta este aspecto, sugiere contrastar este conocimiento para objetivarlo y no circunscribirlo tan sólo a un relato individual, pero en el caso del “conocimiento propio” es prácticamente imposible encontrar dos experiencias iguales aunque se trate de una misma situación, ya que cada persona tienen una vivencia distinta debido a sus sesgos perceptivos y a la forma de interpretarlos a partir de su particular sistema de creencias.

Por otro lado, confiar en gestionar el conocimiento experto a partir de su documentación viene a ser lo mismo que pretender transferir la relación de contactos de una persona haciendo entrega de su agenda, obviando el conocimiento que tiene su propietaria sobre el carácter, particularidades, gustos y rasgos personales de las personas allí relacionadas. Está claro que la agenda es necesaria, pero con ella no viaja todo este otro conocimiento tan importante para el correcto uso y utilidad de esta red de relaciones.

EL CONTACTO ES LA CLAVE

A finales de los 80, el lóbulo frontal dejó de ser un área muda conociéndose su importancia en la dinámica cerebral, directamente relacionada con la toma de decisiones y en el comportamiento en general. La “conducta de utilización” acuñada y descrita por el neurólogo francés François Lhermitte para referirse a un trastorno neuroconductual caracterizado por una dependencia exagerada del medio, era atribuida a una pérdida del control ejecutivo ocasionado por el desequilibrio entre el lóbulo frontal, responsable de guiar la actividad internamente, y el lóbulo parietal, relacionado con la respuesta a los estímulos externos. Este trastorno se describió junto a una conducta de “imitación”, en la que los pacientes frontales tampoco podían dejar de repetir e imitar aquellos gestos, emociones o comportamientos que entraban en su campo visual.

Paralelamente, en 1996, Giacomo Rizzolatti y su equipo identificaron una red neuronal que funciona como un espejo y era responsable tanto de las conductas de imitación como de la empatía.

Al parecer, las personas aprendemos unas de otras, de forma natural, por imitación desde la más tierna infancia y, al poco tiempo, añadimos a esta facultad, la capacidad empática de formular hipótesis sobre la vivencia de los demás, de las cuáles también aprendemos.

El contacto es fundamental y es el mecanismo principal de transferencia de conocimiento entre los seres humanos. Así ha sido reconocido a lo largo de los siglos hasta, quizás, la actualidad, donde la conjunción de variables como el individualismo creciente, la escasez crónica de tiempo y el atajo tecnológico, han creado el falso espejismo de creer que podemos "aprender a hacer" solos, mediante grageas documentales. El resultado es que este abordaje superficial no evita que sigamos descapitalizándonos de conocimiento muy valioso.

La falta de tiempo, la necesidad de acelerar el aprendizaje, la dependencia obsesiva a la métrica y al control desconfiado de lo que se transmite no deben determinar los mecanismos de transferencia del conocimiento y se han de procurar espacios relacionales de trabajo conjunto o colaborativo para favorecer la observación empática y el modelamiento entre las personas.

No es necesario esperar hasta el momento de la jubilación para abordar este tema. De hecho, puede resultar incluso contraproducente, ya que el temor a la desconexión puede generar una urgencia en acelerar los aprendizajes que lleve a un énfasis en compartir historias en lugar de conocimiento experto, priorizando el relato sobre la observación y los consejos sobre la supervisión de la práctica; muchos procesos del mal denominado “mentoraje”, son un ejemplo de ello.

Documentar es importante, qué duda cabe, pero no debe ocupar el espacio central en la transferencia de conocimiento. El enfoque colaborativo y relacional es fundamental para preservar el valioso conocimiento personal de nuestros entornos laborales. La solución no pasa por mecanismos cada vez más complejos y sofisticados de transferencia de conocimiento. La solución es simplificar y el reto está en la capacidad de desembarazarnos de complicaciones para recuperar la sencillez y el tiempo de los procesos naturales.

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Foto de Toa Heftiba en Unsplash

lunes, 31 de agosto de 2020

En busca del tiempo perdido: Las Cigarreras



 

Esta pintura representa lo que podría ser una escena cotidiana en la que fue la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, un edificio bellísimo e imponente convertido, actualmente, en sede de la Universidad de Sevilla.
La Real Fábrica de Tabacos llegó a dar trabajo a 6000 personas, albergando, inicialmente, a unos 1900 trabajadores, la mayoría hombres, hasta que, a mediados del s.XIX,  alguien cayó en la cuenta de que las mujeres eran menos exigentes y más productivas, con lo que la mano de obra masculina fue rápidamente sustituida por otra de femenina, tal y como lo recogió Gonzalo Bilbao en esta pintura denominada “Las Cigarreras” y realizada para la Exposición Nacional de Bellas Artes de Sevilla de 1915.
En la imagen se describe la actividad en una “galera”, que es como se denominaban a estas naves con filas de mesas en torno a las cuales se arracimaban trabajadoras para “torcer” [enrollar] los cigarros, agruparlos en mazos y guardarlos en cajas, tal y como se nos muestra sobre la primera mesa y en el suelo, justo delante y detrás de la primera mujer de la derecha.
Su independencia, la productividad, su valiosa aportación a la necesitada economía familiar y su actitud resuelta ante la hegemonía de lo masculino, confirió a las cigarreras de Sevilla un gran prestigio en la ciudad dotando a la figura de una enorme potencia icónica que autores como Mérimée o Bizet no supieron transferir al personaje de “Carmen” [una de estas cigarreras], optando por obtener más rendimiento del tópico masculino sobre lo irresistible, inestable, delirante y fatal que puede llegar a ser una mujer bella.
En la pintura, la acción parece girar en torno de la figura central de la mujer que amamanta a la criatura y en la cual convergen las miradas de regocijo cómplice de sus compañeras; como para reforzar este aspecto, la imagen atrapa e incluye a la joven con la cabeza cubierta de un pañuelo blanco que se halla a la derecha de la imagen, sentada en la mesa de detrás, y en la que la distancia de la escena la exime de cualquier expresión forzada exhibiendo una mirada curiosa acompañada de una sonrisa espontánea, empática y sincera.


El total de la escena armoniza, con toda naturalidad, lo personal con lo laboral y lo individual con lo colectivo traduciéndose  en un ambiente alegre y, a la vez, cálido sin que ello vaya en detrimento de la sensación de estar llevándose a cabo una actividad productiva dinámica y responsable.
El conjunto evoca comunidad, conciliación, relación y arropo pero también, dignidad,  responsabilidad, autoorganización y empoderamiento, todos ellos rasgos supuestamente pretendidos en los entornos organizativos de hoy en día, de ahí, muy probablemente, las fascinación hipnótica que despierta esta pintura desde una óptica como la actual, tan sensible a detectar, como los hombres grises de Momo, cualquier variable que atente contra una adecuada optimización del tiempo y suponga un perjuicio para la insaciable productividad o aprovechamiento que ha de dar sentido a cualquier cosa que se haga.
De hecho, todo lo que atañe a esta pintura, incluso el mismo acto de contemplarla, tiene que ver con la vivencia del tiempo y con la riqueza inacabable de matices humanos que aporta la atemporalidad de vivir un instante, en concreto del que emana de esta escena central y que nos arroja, en palabras de Luciano Concheiro  fuera del devenir, trastocando el estado de las cosas, donde la linealidad y la sucesión desaparecen; tal y como ocurre en este instante enquistado en la actividad fabril que recrea el resto de la pintura, como situado entre los paréntesis formados por la mujer joven de la izquierda, la que está en el suelo mojando las hojas de tabaco, y el resto de mesas que se pierden a lo largo de la galera, ajenas al motivo central del cuadro.
Contemplar Las Cigarreras, es desear para nosotros y nuestro día a día la vitalidad e inmensidad de tiempo que se halla en el instante que recoge esta pintura, por esto puede ser considerada una obra “portal”, ya que nos traslada a otro marco, difícil de describir pero que se anhela enormemente y en el que, con toda probabilidad, anida nuestra esperanza ante la posibilidad del cambio organizativo y de modelos de trabajo que tanto ansiamos.

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Epílogo

Curiosamente, 1915 también fue el año en el que falleció F.W. Taylor, el padre de la división del trabajo, la producción en cadena, el control y demás lindezas que caracterizan el modelo de producción que hoy consideramos tan normal.
Esta nueva manera de organizar el trabajo llegó también a la Real Fábrica de Tabacos la cual, un año después de esta pintura, en 1916, aumentó la mecanización de la producción e introdujo métodos de control sobre la productividad de las personas que chocaron frontalmente con la cultura organizativa que había hasta entonces.
La libertad y empoderamiento que gozaban las trabajadoras ya debían ser difíciles de digerir en aquel momento donde la necesidad constante de la presencia de la mujer en el ecosistema familiar y la estratificación social eran todavía más acusadas que hoy en día y donde  la picaresca y un ambiente abierto podían poner algo de solución a muchísimas de las carencias a las que se veían sometidas aquellas existencias humildes, de hecho, se dice que la flexibilidad de la que gozaban las trabajadoras convivía con controles a la entrada y a la salida y la existencia de una pequeña prisión dentro de la fábrica.
Però, la llegada de la modernidad con sus promesas productivas y de progreso, fue el principio del fin y no tan sólo de todo lo que se desprende de esta pintura, sino de lo que fue la misma Real Fábrica de Tabacos antes de desaparecer, definitivamente, como tal.
No parece que hayamos aprendido mucho de todo ello.

sábado, 30 de junio de 2018

Escuchando se entiende la gente

Tradicionalmente, el peso del acto comunicativo recae, principalmente en la persona que comunica.

La importancia de elaborar la idea, de encontrar las palabras adecuadas para poder expresarla y de transmitirla de manera ordenada, clara y elocuente, son considerados, más o menos conscientemente, los pilares fundamentales de la buena comunicación, siendo el receptor poco más que un depósito del mensaje que se quiere emitir o el valedor de la capacidad comunicativa del emisor.

Es muy posible que esta sea la razón por la que el entrenamiento en habilidades comunicativas suela circunscribirse al acto de hablar o de escribir.

Pero, sin quitarle la importancia que tiene a quien comunica y a la necesidad lógica de que, para que haya comunicación debe haber quien quiera compartir su idea y, además, lo haga de manera inteligible, la preponderancia de la persona que habla ha invisibilizado el extraordinario peso que tiene quien escucha y lo decisivo de su papel a lo largo de todo el acto comunicativo.

La intensidad de nuestras conversaciones, la riqueza de nuestros debates o la salud comunicativa de nuestras reuniones se debe, en gran parte a la calidad de la escucha de las personas que intervienen en ellas.

La calidad de la escucha viene dada, generalmente por la capacidad y por la voluntad de escuchar, ya que, tanto o más importante es querer transmitir una idea como que haya alguien, al otro lado, que quiera conocerla y que sepa apartar la atención del discurrir de sus propios pensamientos para abrirse contemplativamente a lo que otra persona trata de transmitir.

Querer escuchar es muy importante y demasiadas veces suele darse por sentado cuando no suele ser tan obvio como parece.

El propósito competitivo de las interacciones humanas, la prisa por concluir y llegar pronto a cualquier parte, el sesgo con el que se aborda cualquier realidad o la importancia que hoy en día tiene la propia marca y hacerse oír, son algunos de los determinantes por los que quien debiera escuchar, a menudo se debata por no ahogarse en su impaciencia por hablar, de por cierto lo que el filtro sesgado de su percepción le ofrece o dedique el tiempo [en el que debiera escuchar] a construir mentalmente contra argumentos a lo que sea que se le pueda decir.

Hablar con alguien que se mantenga en una actitud, receptiva y neutra, que espere paciente y de tiempo a seleccionar las ideas para poder hilarlas en una melodía que responda a lo que se quiere expresar no es tan común.

Una escucha atenta que haga sentirse a gusto y acompañado en el proceso de construcción del discurso o, por el contrario, una escucha defectuosa que muestre dudas cuestione o ningunee puede determinar un cambio en el propósito de la comunicación y en la relación entre las personas.

Gran parte de la incomodidad y del desgaste que padecen muchas relaciones interpersonales en el seno de las organizaciones [y fuera de ellas] se debe, sin lugar a duda, a la forma en cómo se comunican, ya sea porque se utiliza una forma de hablar poco consciente, impositiva o agria o porque la escucha es defectuosa o inexistente.

Las micro agresiones que impactan diariamente en las personas mientras se comunican, ya sea hablándose o no escuchándose, generan a su vez, micro frustraciones que acaban siendo los determinantes principales de la agresividad y la falta de sintonía interpersonal que amarga muchas existencias.


Otro aspecto clave que subraya la importancia de la escucha en la comunicación entre personas, es su componente adivinatorio o empático, me explico:

Continuamente se afirma que el saber se convierte en conocimiento cuando se hace explícito, que es hablando [o escribiendo] cómo llegamos a conocer lo que sabemos, aunque sea manteniendo un diálogo con nosotros mismos.

Pero a esta afirmación tan interesante para distinguir entre saber y conocimiento o para comprender cómo aprendemos continuamente de nosotros mismos, hay que añadir que una persona es más o menos capaz de traducir en palabras lo que piensa en función del nivel de lenguaje en el que se maneje, de la riqueza de vocabulario que posea o de su habilidad para desenvolverse en diferentes registros lingüísticos y aún así, es muy probable que nunca llegue a recrear exactamente con palabras aquello que quiere decir.

Lo que se dice es un esbozo más o menos detallado de la idea que se quiere trasmitir y lo que realmente se quiere comunicar depende en gran medida de la capacidad empática de quien escucha, es decir, de su capacidad para formular una teoría sobre lo que se le está intentando comunicar. Quizás sea debido a esto por lo que salpicamos continuamente nuestros diálogos con intervenciones del tipo: “no sé si me explico”, “¿me entiendes?” por parte de la persona que emite o “creo que se lo que me quieres decir” por parte de quien escucha.

Comunicar es, por tanto, un "pinta y colorea" en manos de quien escucha, de ahí la importancia de prestar una atención plena, disminuir en la medida de lo posible el sesgo de los propios prejuicios e instalarse mentalmente en el lugar del otro, algo que parece muy complicado pero que, a menudo, hacemos de manera instintintiva en aquellas conversaciones que mantenemos con personas con las que nos encontramos a gusto.

Sólo se trata, entonces, de ser conscientes de ello, gobernarlo y ponerlo al servicio de nuestras organizaciones y al de la salud y el bienestar de las personas que trabajan en ellas.

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La primera imagen es de Joseph Scheurenberg (German, 1846-1914): A shared Moment.

La segunda es un detalle de la obra de Daniel Ridgway Knight (1839 - 1924) Après un dejeuner, bords de la Seine.

viernes, 2 de febrero de 2018

El poder de "contar un cuento"



La forma más efectiva de transmitir verbalmente una idea sin necesidad de que se deban tomar apuntes, leerlos y releerlos, muchas veces, hasta memorizarlos, es explicando un cuento.

El cuento ha sido, desde antiguo, unos de los principales recursos para transmitir experiencias y conocimientos o para inculcar valores, códigos de conducta y temores. Un ejemplo lo tenemos en las religiones; los textos religiosos acostumbran a ser recopilaciones de relatos, historias que explican las vicisitudes de tal o cual personaje, no están apoyadas en sesudos argumentarios, te explican un relato, por ejemplo el de Adán y Eva y retienes fácilmente la secuencia de acontecimientos: la creación del hombre, la costilla y la mujer, la felicidad inicial, el árbol, la prohibición, la manzana y la serpiente, la mordida compartida, el desnudo, la vergüenza, la hoja de parra, la expulsión, tinieblas y sufrimiento.

Una sucesión de imágenes que nos atrevemos a transmitir con total seguridad sin necesidad de tener que repasarlas para poder retenerlas ya que, gran parte de este efecto que producen los relatos se debe a que estimulan, en las personas, una recreación visual imaginaria de aquello que están escuchando o leyendo. Inevitablemente reproducen en su fantasía, los escenarios, situaciones, voces o el rostro de los personajes que aparecen en la narración. Tanto es así que, cuando, por ejemplo, un relato se lleva al cine, hay quien se niega a ver la película por el temor a que las imágenes que muestra la pantalla no se correspondan con las que imaginó en su momento.

Esta es una de las claves del extraordinario efecto que ejercen los relatos sobre los seres humanos, el de abducirlos y transportarlos imaginariamente a los escenarios en los que se reproduce la historia y es justamente ahí, en este poder vivencial, de donde emana su extraordinario efecto pedagógico.


Porque los ojos abiertos, con las pupilas dilatadas, en la impasibilidad rayana con la parálisis con la que representamos a una criatura escuchando un cuento, se dirigen hacia dentro, hacia la secuencia de imágenes que su mente está recreando, al universo en el que le ha sumergido la narración. Los cuentos invitan a acompañar muy de cerca a los protagonistas en sus peripecias, a ver el mundo desde sus ojos, a empatizar con ellos. Sin lugar a duda, en un momento de nuestras vidas, todos fuimos Caperucita y nos internamos en aquel bosque.

Poder seguir al personaje hasta el punto de vivir lo que le está ocurriendo y confundirse imaginariamente con él, permite experimentar en carne propia, no tan sólo el efecto de sus decisiones, sino el proceso y los criterios que ha seguido para tomarlas, de ahí que uno de los momentos más poderosos, siguiendo con el ejemplo de Caperucita, sea cuando se detiene a hablar con el Lobo, algo que en nuestra mentalidad infantil, no podíamos entender de la protagonista [¡pararse a hablar con el Lobo”!] pero que, inconscientemente, impactaba con un mensaje de gran valor pedagógico, la conveniencia de no imitar y huir del carácter veleidoso e inconsciente que ya intuíamos en aquella niña que se distraía, alegremente, con flores y pájaros, ajena a los consejos de su madre e indiferente a la terrible amenaza que acechaba en el bosque. Esta era la gran lección.

La efectividad del cuento se halla en su poder para sumergir en la situación a quien se halla bajo su influjo, esto es lo que hace posible que se perciba más de lo que está escrito, que se empatice con las sensaciones y emociones de los personajes, que se viva, comprenda y asimile la situación como si fuera propia.

Los recursos pedagógicos del cuento se encuentran en la propia narración, en ningún momento el adulto aclaraba el porqué de tal o cual reacción. No era necesario dar explicaciones sobre los efectos espeluznantes de encontrarse con el Lobo en el bosque. Al final de la historia, tampoco se hacían preguntas sobre los puntos fuertes o débiles del carácter de Caperucita ni sobre los aspectos que refrendaban las principales conclusiones que se desprendían del relato, no hacía ninguna falta. Tan sólo era necesario deshilar el relato cuidando de que los matices en el timbre y el volumen de la voz junto, con un adecuado uso de los silencios, crearan el espacio suficiente para que la imaginación hiciera el resto y los principios activos del relato actuaran en nuestra mente inoculando los ruidos, colores, sonidos, sensaciones, criterios, valores, gozos y recelos agazapados en cada pliegue de la narración.

Ahí está la fuerza del cuento y la razón de que, al margen de edades, niveles culturales y condición social, una historia, bien contada, siga siendo, de largo, el canal más poderoso para transmitir experiencia, valores y miedos entre los humanos.

Leer es bueno para cualquier persona y sería fantástico que, además de conveniente, fuera igual de interesante y habitual, pero, para aquellos profesionales cuya actividad depende o está basada en comprender las circunstancias o el punto de vista de otras personas, la lectura debiera ser un hábito, algo totalmente integrado en su día a día, uno de los canales más importantes para su desarrollo profesional.


Y el tipo de lectura al que me refiero no es la de los textos técnicos, de pensamiento, ensayo o de actualización profesional, no, sino la narrativa, la novela, sin importar que ésta esté basada en hechos reales o de ficción, ni que la temática o el argumento sea de fantasía, policíaco, psicológico o de aventuras. Tan solo que sea un relato, el desarrollo de una historia basada en las evoluciones de unos determinados personajes inmersos en sus propias vidas, que estimulen en nuestra imaginación su visión del mundo, las circunstancias que influyen en sus decisiones, que muevan a empatizar con sus emociones y sentimientos que, en suma, permitan integrar a nuestra propia experiencia, su vivencia.

Esta es, sin duda alguna, una de las maneras más efectivas de aumentar nuestra experiencia, conocer nuevos mundos, situaciones y personajes y, en consecuencia, de ampliar nuestra visión comprensiva de todo lo que nos rodea.

Del mismo modo, aquellas personas interesadas en transferir los aspectos más sutiles y basales de su experiencia o en compartir su punto de vista, opinión o conocimiento sobre algún tema, debieran hacer uso del poder de un cuento para lograr su objetivo, despertar el interés de su auditorio, capturar su atención y sumergirlo en la situación, dar volumen y hacer más vívidos los contenidos para facilitar su comprensión y aprendizaje.

Nuestras organizaciones debieran de llenarse de los relatos y de las historias de su gente, que sus experiencias fueran contadas, conocidas por todos e integradas en el acervo de aquel conocimiento corporativo con el que las personas tejen el vínculo atemporal que existe entre ellas y obtienen las orientaciones y criterios tan útiles en sus decisiones.

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  • Desconozco quien es la autora o autor de la imagen que encabeza el artículo, pero me gusta especialmente el giro inesperado que puede cobrar la historia.
  • La segunda imagen es un detalle de Story of Golden Locks de Seymour Joseph Guy [1870].
  • La última imagen es la reproducción de un óleo de Carl Larsson que lleva por título: “Caperucita Roja y el lobo en el bosque” [1881].



domingo, 17 de diciembre de 2017

Empatía

Últimamente, empatía es una palabra que suele aparecer muchísimo en diferentes contextos de trabajo.

Es muy probable que este fenómeno está alimentado por una multitud de causas, muy actuales, que van desde las sobrecogedoras necesidades que diariamente se ponen de manifiesto en nuestro contexto político y social mundial, a la necesidad de nuestras organizaciones de aumentar la implicación de las personas transformando la clásica "gestión de los Recursos" en una verdadera "gestión de los Humanos", todo ello aliñado con la relevancia que en los últimos años han adquirido los componentes más emocionales para comprender la heurística cognitiva del cerebro.

Sea como fuere, la palabra empatía, aparece más a menudo que de costumbre como la pócima capaz de arreglar los más intrincados problemas que, desde siempre, amenazan la sintonía entre la disparidad de puntos de vista, ideas y personalidades que pueblan el género humano.

Cuando no se confunde y se utiliza como sinónimo, a menudo se asocia la empatía con la compasión, la caridad, el altruismo, la ternura o la piedad. Pero, la empatía, no se corresponde necesariamente con ninguno de esos atributos, se puede ser empático y no exhibir ninguna de esas cualidades, pensemos por ejemplo en un negociador o en un jugador de póker, necesariamente empáticos para poder captar el punto de tensión del otro o penetrar la facies inexpresiva de su oponente con el fin de elaborar una hipótesis sobre las cartas que lleva en la mano. Digamos que, la empatía, se lo pone fácil a las personas generosas, pero no por ser compasivo, caritativa o piadoso se es necesariamente empático.

Se suele decir que la empatía es la capacidad para ponerse en la piel o en los zapatos del otro. Esta definición suele llevar a algunas personas a pensar que se trata de la capacidad casi mágica de saber exactamente cómo se siente o en qué piensa el otro y eso no es del todo cierto, la empatía sólo permite establecer una hipótesis sobre el estado del otro que puede ser más o menos coincidente con la realidad de este estado.

¿De qué depende esta coincidencia? Generalmente de las experiencias previas, vividas directa e indirectamente, de las que dispone la persona y, por otro lado, de su capacidad de relacionarlas con la situación a la que está asistiendo. Esta combinatoria entre experiencia y capacidad de relacionarla con los estados que se observan es la que permite elaborar una teoría comprensiva, más o menos acertada, sobre el estado cognitivo o emocional en el que se halla otra persona.

Desde que Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese descubrieran, en la circunvolución frontal anterior [área de Broca] y en el lóbulo parietal, una red de neuronas que interviene de manera determinante en la comprensión del comportamiento de otros individuos y a las que denominaron “neuronas espejo”, la empatía dejó de ser una cualidad específica atribuida a algunas personas particularmente sensibles para pasar a ser una capacidad compartida por cualquier ser humano.

Además de ser determinante en las conductas de imitación en las que se basa el aprendizaje, la actividad de las neuronas espejo, permite elaborar teorías mentales sobre las posibles razones y motivaciones de las actuaciones de otras personas o percibir, como si fueran propios, los sentimientos o sensaciones que puedan estar experimentando cada una de ellas.


En líneas generales se puede afirmar que, salvo que exista algún tipos de disfunción, la capacidad de empatizar es inherente a la naturaleza de cualquier ser humano, pero ¿significa esto que por poder ser capaces de serlo, normalmente somos empáticos?

Y es aquí donde tener capacidad de empatizar y ser empático no necesariamente han de conjugarse y darse por supuestas en la misma persona.

Porque el hecho de estar frente a alguien no significa que se le vea. Por decirlo de algún modo, hay muchas personas que toman a aquellas otras con las que se relacionan, como a "espejos" en los que reflejarse.

Para empatizar con otra persona ha de focalizarse la atención en ella, de lo contrario es muy improbable que llegue el mínimo de información necesaria para poder elaborar cualquier teoría que interprete su estado físico, cognitivo o emocional, pero hay quien se mira a través del otro y sólo ve en este otro aquellos rasgos que reflejan algo de sí mismo. Que sólo busca en descubrir en los ojos del otro cualquier indicio de admiración, deslumbramiento, fascinación, censura o reprobación hacia sí mismo.

A veces nos preguntamos: cómo aquella persona con la que estamos no se da cuenta de lo que nos transmite o nos produce, atribuyendo esa ignorancia a su falta de capacidad para empatizar cuando en realidad sólo se debe a que no nos ve a nosotros, sino que muy probablemente se esté viendo a través nuestro.

Para empatizar hay que vencer la presión del propio Ego para erigirse en el centro de toda atención, incluso de la nuestra, y es en este apagar el propio Yo cuando emerge ante nosotros el Otro y nos abrimos a la oportunidad de ser impactados por su presencia.

El secreto de la empatía reside en la capacidad de desalojar el propio Yo para que quepa cualquier Otro que pongamos en su lugar y, para ello, hay que proponérselo y esforzarse.

Ahí está la clave de la solución y la dificultad para resolver muchos de los males que nos aquejan.

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  • La primera imagen es el Narciso de Caravaggio [1594-96]
  • La segunda imagen corresponde a Eco y Narciso de John William Waterhouse [1903]



domingo, 5 de julio de 2015

Escuchar



Traigo a este blog una escena que me fascina de “Entre Copas” [Sideways, 2004] que es en la que mi admiración, por el guión y la interpretación de esta película, llega a su clímax.

Antes de comentarlo, recordar que el argumento gira alrededor del viaje "enológico" que Miles le regala a Jack en su despedida de soltero. Dos amigos que se hallan cada uno en las antípodas del otro, tanto en la forma de ser como en las expectativas que cada uno deposita en este viaje.

Por un lado, Miles, un escritor sin éxito, divorciado y solitario, que se gana la vida como profesor de literatura, espera pasar ese viaje junto a su amigo, mostrándole el universo del vino y jugando al golf en los espacios muertos. Jack, en cambio, un actor fracasado y seductor tiene por único objetivo gozar esos días de todo el sexo que cree que dejará de tener ante su inminente boda.

El pulso entre estas dos maneras de enfocar el viaje, la insistencia de Jack en transformar a su conveniencia el programa de Miles y la doble moral que exhibe el actor ante las llamadas de su futura esposa hacen mella en un Miles que no acaba de metabolizar su divorcio el cual regurgita amargamente ante la más mínima posibilidad de plantearse estar con otra mujer.

Una noche van a cenar con Stephanie, una somelier a la que han conocido aquella mañana y Maya, una estudiante de enología, que conoce a Miles por trabajar de camarera en un restaurant del que es cliente. Stephanie y Jack sintonizan rápidamente en una cena tensa que Miles, cada vez más ebrio, amenaza con echar a perder.

La escena que comparto sucede en casa de Stephanie, donde ésta ha propuesto terminar la velada. En este momento, Miles y Maya salen al porche impelidos por el crescendo sonoro de la impetuosa pasión surgida entre Stephanie y Jack y supuestamente incómodos por quedar en evidencia ante la fogosidad de la otra pareja. Es entonces cuando Maya formula su pregunta.

Este fragmento de la película es brillante, para mí el mejor. Me gusta por la forma de escuchar de Maya ante la pregunta que le hace a Miles. Una escucha única, personal y sincera, limpia, atemporal e intensa. No hay nada en su postura ni en la expresión de su cara que denote impaciencia o espera, nada indica que esté interpretando o valorando lo que Miles va exponiendo. Se halla totalmente presente, disponible y atenta a la narración que él va construyendo, como si el fluir de la reflexión de Miles sólo fuera posible y dependiera de la calma que suscita esta escucha. Una escucha admirable y difícil, acostumbrados como estamos a intercalar comentarios mientras creemos que escuchamos. Se trata de la escucha que sana, que cura, que repara, que conecta con los propios valores aunque sea mediante un metafórico circunloquio sobre las bondades de la variedad Pinot. Una escucha que sin ser activa no es, para nada, pasiva.

Muy interesante comprobar la transformación del personaje mientras habla y como su respuesta resuena en la mirada de ella hasta el punto de querer amortiguar ese eco intercambiando los papeles y preguntándole: “¿y tú, qué?” A lo que ella responde con un “¿Qué de qué?” Que denota la singularidad con la que hay que formular cada pregunta para generar la escucha que requiere una buena respuesta. Y, en este caso, su respuesta no tiene desperdicio…