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jueves, 14 de abril de 2016

Al invierno no se lo come el lobo

Aunque tardó en llegar, después del diciembre más caluroso de los últimos años, el invierno finalmente picó a la puerta y parece que no quiere marcharse. Ya entrada la primavera, los últimos días ha vuelto a nevar con fuerza en las montañas y aunque no pude salir mucho a pisarla, los pocos días que fui no defraudaron.



lunes, 17 de marzo de 2014

Los buitres que volaban sobre la mar


Hay sólo dos lugares en el mundo en los que se puede observar una imagen como la anterior, en la que un buitre leonado (Gyps fulvus) sobrevuela la superficie del mar acosado por una Gaviota patiamarilla (Larus michahellis). Uno se encuentra en la isla croata de Cres y el otro en el Monte Candina, en Cantabria, un macizo calizo de 483 metros de altura cuyas laderas y acantilados caen directamente sobre el Mar Cantábrico. En ambos lugares, los buitres han abandonado sus tradicionales riscos en las montañas para ubicar sus nidos en los acantilados marinos.

El miércoles pasado quedé con mis amigos Jesús Menéndez y Germán Ibarra para visitar esta zona única a la que le tenía ganas desde hacía años, pero siempre lo íbamos retrasando por falta de tiempo o porque la meteorología no acompañaba. Esta vez no había excusa, el tiempo era inmejorable y además tenía que hacer un viaje a Bilbao y me pillaba de camino. Y no podía tener unos guías mejores, ya que Germán, junto a su hermano Javi, habían sido de los primeros ornitólogos en visitar y censar la avifauna de este lugar privilegiado.


Aunque hay varias rutas para subir al Candina, puede que la más sencilla sea desde la localidad de Sonabia, desde donde se asciende por las dunas remontantes que parten desde la playa de Valdearenas. Una de las características geológicas de este sistema dunar es la existencia de cuatro estructuras dunares (primaria, secundaria, terciaria y rampante) muy diferentes entre sí, ya que se depositaron por distintos vientos. Pero tal como me comentó Jesús, un estudio reciente ha revelado que desde el punto de vista granulómetrico, las arenas de la duna rampante y las de la playa son de dos momentos geológicos muy diferentes, de ahí su gran singularidad. La estructura  básica de las dunas de la playa (primarias, secundarias y terciarias) son sedimentos del periodo cuaternario mientras que los de la duna rampante tienen una composición que no se corresponde con las citadas del cuaternario sino que son mucho más antiguas, y han sido originadas por transporte en un tiempo geológico en el que las aguas estaban más bajas, en las que la orilla estaba a gran distancia de la actual, desconociéndose el origen de su formación.

Desde la playa se sube por un camino bastante tendido y suave que discurre por la duna rampante y que sido labrado tanto por los montañeros como por las cabras que pastan por la zona.


A medida que íbamos subiendo ya vimos a los primeros buitres volando sobre nosotros. Varias parejas anidan en las paredes calizas que se orientan hacia el este. Sus nidos se pueden ver cómodamente desde el chiringuito playero reformado en observatorio que está cerca del aparcamiento de la playa. Pero nuestro mayor interés era ver a los que habían elegido los acantilados marinos para criar, y para verlos había que seguir subiendo un poco más.


A unos 150 metros para la cima, nos sentamos en el borde del acantilado para admirar las vistas del monte Buciero, en la desembocadura del estuario del Río Asón, que forma parte del Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel.


Desde ese lugar se podían observar dos nidos de buitre pegados a la pared caliza en uno de los cuales un pollo de pocos días era protegido por uno de sus padres. Solo con girar la cabeza teníamos la sensación de viajar en el tiempo y en el espacio, ya que mientras a un lado la imagen era la típica de la alta montaña, hacia el otro se veían bandos de gaviotas patiamarillas peleándose por los descartes de un pesquero mientras eran acosadas por un págalo grande, y un poco más lejos, dos araos comunes flotaban como corchos sumergiéndose cada poco para pescar. Al enfocar los prismáticos hacia el horizonte se veían pasar los alcatraces y a lo lejos, un águila pescadora volaba camino de su nido en el norte de Europa.

A pesar de que el sol ya brillaba desde hacía un par de horas, no hacía demasiado calor y aún no se habían formado las corrientes térmicas que muchas aves aprovechan para coger altura, y la imagen que esperábamos, la de los buitres volando sobre la mar se estaba haciendo de rogar.


No tuvimos que esperar mucho tiempo para que aparecieran los primeros, algunos salían de sus nidos después de pasar la noche en ellos y otros llegaban, probablemente con el buche lleno de comida para alimentar a los pollos. Y tras los buitres, las gaviotas, que ya se encuentran acotando los territorios de cría y no dudan en acosar a cualquiera que se acerque por las proximidades, aunque tenga más de dos metros y medio de envergadura.


Algunos buitres aparecían repentinamente detrás del monte y volaban durante unos instantes sobre la superficie de la mar para girar como grandes aviones comerciales, plegar las alas y sacar los trenes de aterrizaje para entrar directamente a los nidos. Aunque desde la posición en la que estábamos no podíamos ver el lugar exacto donde se ubicaban, siguiendo su trayectoria se interpretaban sin dificultad que estaban en los cortados marinos que caían verticales sobre la mar, a no demasiados metros de la superficie, lo que los hacía únicos.

Esta ubicación de los nidos es la responsable de que todos los años algún pollo de buitre se caiga al agua durante sus primeros vuelos y tenga que ser rescatado por algún pesquero o por las patrullas de salvamento marítimo. Si llegan a tiempo no hay ningún problema, ya que una vez seco y después de pasado el susto es capaz de remontar el vuelo sin problemas.


Ya era la hora de bajar y volviendo sobre nuestros pasos nos dirigimos de nuevo hacia la playa. Los buitres seguían volando sobre nosotros y una pareja de halcón peregrino pasó varias veces a nuestro lado, gritando continuamente. Las vistas desde aquí eran espectaculares; hacia el oeste se apreciaba perfectamente el perfil irregular de este tramo de costa, formado por pequeños acantilados, numerosas calas y pequeños islotes y al fondo el cabo Cebollero, también conocido como la ballena.


Una vez que llegamos a la playa cogimos el coche para ver el monte Candina desde otra perspectiva, esta vez desde la playa de San Julián, al oeste. Desde aquí se puede observar el monte aún más impresionante, divisándose perfectamente los acantilados verticales en donde los cormoranes moñudos (Phalacrocorax aristotelis) y los buitres comparten las repisas para nidificar.

Milano negro volando sobre la playa

Pero el monte Candina no es sólo especial por su colonia de Buitre leonado, que con sus más de 100 parejas nidificantes es la más numerosa de Cantabria. En sus laderas se reproducen otras muchas aves características de los cortados rocosos de media y alta montaña. Y no sólo están presentes, sino que algunas alcanzan en esta zona relativamente pequeña unas densidades inusitadamente altas. Entre estas aves destacan 4 parejas de alimoche (Neophron percnopterus), 4 de Halcón peregrino (Falco peregrinus), que es una de las mayores densidades a nivel mundial,  1 de Águila culebrera (Circaetus gallicus), 1-2 de Águila calzada (Hieraaetus pennatus) y varias parejas de Milano negro (Milvus migrans). Aparte de las rapaces, las dos especies de chovas, la Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) y la Chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus), también nidifican aquí, siendo para esta última especie el único lugar costero de nidificación en la Península Ibérica y el que está situado a menor altitud. También se pueden observar las dos especies de roqueros, el rojo (Monticola saxatilis) y el solitario (Monticola solitarius) y una gran cantidad de pequeños paseriformes.

En cualquier lugar del mundo, un lugar como este gozaría de la máxima figura de protección, pero sorprendentemente, el Monte Candina sólo está incluido en el L.I.C Río Agüera, lo que no lo protege en absoluto. La zona esta sometida a una gran presión humana, sobre todo turística y en estos momentos a cualquier empresa se le podría ocurrir abrir una cantera en las mismas laderas del monte y no encontraría demasiados impedimentos.

Como comentaba al principio, solo hay otro lugar en el mundo como este, pero mientras en la Isla de Cres, su colonia de buitres marinos goza de la máxima protección y actualmente cuenta con un importante proyecto de conservación y voluntariado, el monte Candina tiene un futuro preocupante e incierto y no parece que las autoridades competentes estén dispuestas a hacer algo para remediarlo.

Jesús y Germán, muchas gracias por la visita y todo lo que aprendí con vosotros ese día.

NOTA: haced click en las fotos si las queréis ver a mayor tamaño.

lunes, 1 de octubre de 2012

Ya llegó el otoño


Ya se ha terminado el verano, que este año ha sido especialmente seco y caluroso. Ha entrado el otoño, personalmente la estación del año que más me gusta; la berrea del ciervo ya ha empezado hace varias semanas, aunque se está retrasando por la ausencia de lluvias. Los árboles cambian de color muy rápido y los verdes, los rojos y los ocres llenan los montes.

Es tiempo de salir al campo y disfrutar de estos días y como el rebeco de la foto, mirar al infinito y dejar la mente en blanco por unos minutos.

NOTA: como siempre, haced click en la foto para ampliarla.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El gato montés


Hay algunos animales que son completamente imprevisibles, puedes ir al monte toda tu vida y no verlos nunca y otras veces los ves varias veces seguidas y luego nunca los vuelves a ver. Eso es lo que me pasa a mi con el Gato montés (Felix silvestris), durante años no conseguí encontrarme con uno y en el último año lo vi tres  veces, aunque dos de ellas de noche y fugazmente.

Pero ayer fue distinto, fui a una zona de la cordillera con Héctor y con Tino donde solían ver a un gran macho de vez en cuando mientras cazaba en un prado. Creo que hay muy pocas personas en el norte de la Península que hayan observado tantos ejemplares distintos y en tantas ocasiones como ellos (eso si a base de muchas horas de prismáticos y telescopio), así que no podía estar en mejor compañía.

Al poco de empezar a caminar, Tino vio un enorme gato sentado en un prado a unos 300 metros. Era un macho que ya tenían controlado desde hace al menos cuatro años y que reconocían por una muesca en su oreja derecha. Estuvo cazando ratones en el prado y luego se tumbó para meterse luego en el bosque.


Al poco tiempo de esconderse entre los árboles, las urracas (Pica pica) y los arrendajos (Clamator glandarius) empezaron a reclamar insistentemente, lo que indicaba sin duda que el gato seguía por allí. Nos cambiamos de sitio y nos situamos a unos 200 metros de donde estaban los córvidos, en un alto desde el que se controlaban unos prados que el gato solía usar como cazadero. Montamos el telescopio y empezamos a escudriñar la zona, pero no vimos nada. Localizamos una corza que ramoneaba entre las escobas para de vez en cuando quedarse clavada mirando hacía "algo" que había a su espalda.

Tuvo que ser Tino otra vez el que descubrió al gato. Había bajado por la ladera y estaba tumbado dormitando entre la vegetación, justo hacia donde miraba la corza. Ya eran más de las ocho de la tarde y la luz empezaba a bajar pero con el telescopio se le veía perfectamente. A la distancia a la que se encontraba resultaba imposible hacerle una foto con el equipo que llevábamos así que intentamos probar montando un macro sobre el telescopio y tirando a una velocidad de 1 segundo y un diafragma de 2,8. Para mi sorpresa un par de fotos quedaron algo decentes, lo suficientes para que se viera el gran gato.

Él siguió descansando, levantando la cabeza de vez en cuando para ver lo que pasaba a su alrededor. Pero no fue hasta que se puso el sol cuando se desperezó y salió de su encame para caminar lentamente hacia el prado. Había empezado la caza, pero nosotros apenas ya podíamos verlo.

NOTA: haced click en las fotos, que algo mejor se verá.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Los brezos gigantes de La Gomera

Los bosques nubosos se localizan en las islas occidentales del archipiélago canario, en el norte de Tenerife, la Gomera, El Hierro y La Palma, y también en otras islas de la Macaronesia como Madeira y Azores. Se trata de un bosque húmedo con precipitaciones anuales entre 800 y 1100 mm y unas temperaturas medias que oscilan entre los 15 y 19ºC. Estos bosques se encuentran fundamentalmente en zonas de montaña donde las brumas de los alisios precipitan al chocar con las laderas en forma de una llovizna casi continua.


Hace unos 20 millones de años, durante el Terciario, este tipo de bosques húmedos ocupaban toda la cuenca mediterránea, el norte de África y el sur de Europa, pero tras las últimas glaciaciones y los posteriores periodos áridos, desaparecieron de todas estas zonas quedando recluidos a algunas islas macaronésicas. Las dos formaciones boscosas características del monteverde canario, perfectamente representadas en el Parque Nacional de Garajonay, en la isla de la Gomera, son el Fayal-Brezal y la Laurisilva. El Fayal-Brezal ocupa la franja superior del bosque húmedo y las dos especies más representativas son la Faya (Myrica faya), el Brezo (Erica arborea) y el Madroño canario (Arbutus canarensis).


Para alguien que viene del Cantábrico, acostumbrado a los brezales rastreros, con Ericaceas que en la mayoría de las ocasiones no nos llegan a las rodillas, resulta sorprendente y completamente alucinante ver brezos de mas de 5 o 6 metros de altura, completamente tapizados de líquenes y musgos que se ven favorecidos por la elevada humedad ambiental. Debido a esta abundante cobertura de musgos y líquenes, estos bosques también son conocidos como bosques musgosos.


En el sotobosque abundan los helechos, con 18 especies distintas, que en algunas zonas cubren la práctica totalidad del suelo. La mejor representación de los bosques húmedos canarios se encuentra en el Bosque del Cedro, en pleno corazón de Garajonay. Siguiendo el sendero que parte desde el alto del Contadero se va descendiendo desde unos 1200 m de altitud hasta los 600 m, y a medida que bajamos se aprecia perfectamente la sucesión forestal, desde los brezales de cumbre hasta los bosques de laurisilva de viñatigos (Persea indica) característica de los fondos del valle, pasando por la laurisilva de laderas, donde predominan los laureles (Laurus azorica).



Por el fondo del valle discurre el arroyo del Cedro, el más caudaloso de La Gomera, que hay que cruzar para seguir el sendero hasta llegar a Las Mimbreras y posteriormente a la pequeña ermita de Nuestra Señora de Lourdes. Aun se conserva parte de una antigua presa de piedras, ya parcialmente rota después del paso de los años.


Durante todo el camino se escuchan cantar los pájaros continuamente, siendo la especie mas abundante el Reyezuelo sencillo, que en Canarias tiene una subespecie endémica (Regulus regulus teneriffae). De todas formas, aunque las dos aves estrella de Garajonay son la Paloma rabiche (Columba junoniae) y la Paloma turqué (Columba bollii) destaca la presencia de una riquisima fauna invertebrada, ya que en Garajonay se encuentran mas de 150 especies de invertebrados endémicos.

Vegetación xerófila en la costa, a menos de 20 minutos de Garajonay

Sin lugar a dudas el PN de Garajonay, con sus brezos gigantes y las formaciones arboreas de Fayas y Laureles es un lugar espectacular. Merece la pena perderse por los numerosos senderos perfectamente señalizados que se encuentran por todo el Parque Nacional para luego darse un baño en la playa en pleno mes de diciembre, a escasos kilómetros de estos bosques, donde las nieblas dan paso al sol y los brezos a los cactus y las palmeras.