Tal y como aclara la introducción a su
edición en Edhasa, El existencialismo es un humanismo constituye una
conferencia dada por Sartre en París en 1945, en un doble intento de acercar
sus teorías del existencialismo a un público más amplio y de defenderlo y
absolverlo de las críticas de las que había sido objeto. Por ello, deviene
imprescindible para un adecuada comprensión del texto y su posicionamiento “a
la defensiva” tener en cuenta las circunstancias en las que la obra sartriana
se había distribuido, así como el revuelo que había causado en las esferas
intelectuales del momento. Con su obra magna El ser y la nada publicada
en 1943, Sartre planteó la conferencia en reacción a dos frentes principales de
crítica: el marxista/comunista y el cristiano. En la posteridad, Sartre se
arrepentiría de haber dejado que el texto de su conferencia se editara (tras
mínimas correcciones), probablemente porque ha pasado a considerarse como
introducción al existencialismo, algo que sólo consigue de forma parcial. Amatíssimos
puristas: sí, es cierto que su carácter breve y reductor ha eclipsado
desafortunadamente el global de la filosofía sartriana. También que
quizá, de no tener este tutorial de cien páginas, el astro francés no sería
sino tierra inhóspita para el común de los mortales.
Empieza
Sartre su magistral lavado de cara en la primera página: la crítica que al
existencialismo se hizo en su día por incitar al quietismo, a la no-acción, no
es más que una pobre escudo de los que se inventan determinismos. Que yo
sepa, desde Schopenhauer, y a su paso por Nietzsche y Kierkegaard, la polémica
de la abulia de la filosofía es candente. En el caso de Sartre, el sector
intelectual marxista renegó del existencialismo por incitar en última instancia
a una postura contemplativa de la vida, lo cual se consideraba aburguesado.
Además, tanto por el flanco comunista como por el cristiano se le critica por
derivar sus teorías del puro cogito cartesiano, esto es, de la
subjetividad absoluta del que se sienta, y además en soledad, a elucubrar. Se
dice que su visión de la existencia es parcial, que han olvidado u omitido
aspectos luminosos y alegres de la vida a los cuales se tiene acceso no mediante
al pensamiento sino gracias a la acción. El colectivo religioso, además, suelta
una clásica: los postulados existencialistas no derivarían sino en una anarquía
sistémica en la que la gente pierde los valores. Sartre refuta esto con un
argumento que atisba ya otro de los puntos vertebrales del libro: el presentar
verdades inconvenientes sin ser demolido por la tradición es imposible. Sartre
ve en el existencialismo una filosofía que libera al hombre, y al tiempo que lo
libera lo hace responsable de todas sus decisiones y el transcurso de su vida.
Se desprende, por tanto, de este punto, la idea sartriana que arguye que si el
existencialismo es rechazado es porque deja sin excusas circunstanciales al
individuo, porque anula el victimismo. Cita Sartre varias opiniones y dichos
que se han consagrado como verdades en la mentalidad popular, como es la de que
los humanos somos débiles y necesitamos un órgano regulador (Dios, cuya pérdida
no aceptarían los religiosos, cimentados en esto) para no ir hacia “lo bajo”,
lo vil. El primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en
posesión de lo que es, y hacer recaer sobre él la responsabilidad total de su
existencia[1],
sentencia.
Y poco hay
que esperar para que Sartre establezca su tesis principal, la clarificación del
existencialismo. En su mínima expresión, la definición del existencialismo es
la de un movimiento filosófico que defiende que la existencia precede a la
esencia[2].
Establece entonces la analogía entre un abrecartas y los humanos, con la
que explica que nosotros, al contrario que los abrecartas, no fuimos creados
con un proyecto o una plantilla de referencia, ni con una utilidad concreta.
Entendido este punto del ateísmo, Sartre trae a colación la falta de coherencia
en las teorías de Kant y otros filósofos ateos (sorprendente, puesto que Kant
no lo era) en sus consideraciones de una naturaleza humana común a todos. Para
él, el ateísmo debe ser consistente a este respecto y afirmar que, si la
existencia precede a la esencia, no puede haber ningún tipo de naturaleza o
condición humana. La incongruencia a este respecto no tardará en llegar.
Jean-Paul Sartre fuma una pipa |
Es
interesante que a las alturas de 1945 Sartre no viera el vínculo posible entre
una filosofización abstracta del asunto de la naturaleza humana y una conexión con
la ciencia relacionada, los estudios de evolución y herencia genética. Este
aislamiento del humano de toda base genética o acercamiento científico
pareciera casi defender un resto en Sartre de la comprensión del humano como
ser particular, no animal. Se encuentra también por aquí su afirmación el
existencialismo es sólo para técnicos o filósofos. Acháquese este tufo
clasista-elitista a un lapsus y úsese el ad hominem para bien, sólo en
aras de disociar un autor que derrapa de un texto que vale la pena. A esta
sazón, valga remarcar que en el libro se hallan multitud de pasajes que,
sacados de contexto, dan a entender muy bien por qué Sartre fue tan criticado,
sus teorías “mal entendidas”, y él sintió la necesidad de invertir tanto tiempo
en aclaraciones. Sin duda su estilo es una espada de doble filo: claro, sí,
pero también pontificador, acaso perezoso u olvidadizo de matizar cuando hace
falta o de recalcar el anclaje contextual de afirmaciones categóricas. Llaman
la atención, pues, notas como la precede al texto en la edición de Edhasa, en
la que se explica que El ser y la nada es un texto mal leído y con
frecuencia deformado[3].
Discúlpese el afán pertinaz, pero ¿hasta qué punto es lícito esto? En teoría de
literatura un colectivo cada vez más numeroso formula la pregunta (algo
retórica): ¿Es posible leer mal un texto o es más bien que el texto está mal
construido? En toda obra teórica, y en especial en filosofía, donde se maneja
un elenco enorme de conceptos no consensuados, la cuestión estilístico-lingüística
adquiere una importancia vital. Construya su casa por el tejado y
cargará con las consecuencias. Ojalá Sartre hubiera
sido tan sensato como un filósofo austriaco contemporáneo (empieza por W y no
es Willy Wonka) a este respecto, definiendo como él hacía los términos
constituyentes antes de enarbolarlos.
En
cualquier caso, retomando su negación de una naturaleza humana (el hombre
empieza por no ser nada[4],
que recuerda al brillante no se nace mujer de su esposa), se desarrollan
dos teorías. De un lado, el optimismo que se deriva de este proyecto en blanco,
de esta tabula rasa que Sartre ve en los humanos. Como contrapeso, una
responsabilidad, pues dichos valores e intereses vitales constituyen (aun si
involuntariamente, aun para el mayor relativista) nuestra afirmación del bien.
Asumiendo que nadie opta en primera instancia por el mal antes que por el bien,
cualquier acto nuestro es una apuesta sobre el bien colectivo. Hay, en este
sentido, una losa de responsabilidad por todo acto en tanto que acto político,
como agente que repercute en el desarrollo de la comunidad. Esta presión por
escoger lo acertado y la falta de criterios sólidos para conseguirlo es lo que
para Sartre desemboca en la agonía existencialista, que injustamente se ha
considerado más icónica de dicho movimiento que el optimismo antes mencionado.
Lo que prosigue es una apología de la angustia, que Sartre
no considera un camino hacia la inacción. Aquí contrasta su opinión, por
ejemplo, con la de Dostoievski. Como se observa al leer Memorias del
subsuelo (otro famoso aperitivo al existencialismo más sesudo), Dostoievski
entiende toda acción como una arrogancia equívoca, y todo agente un iluso que
cree haber encontrado la opción correcta y se jacta de implementarla.
Angustia |
Todo
está permitido si Dios no existe y en consecuencia el hombre está abandonado,
porque no encuentra ni dentro ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse.[5]
Si bien esto guarda una lógica respecto a la idea del no-Dios como abandono de
una moral impuesta y de unos patrones éticos, no se tema diferir del maestro.
¿Cómo no va a encontrar el hombre dentro de sí “una posibilidad de aferrarse”,
una directriz? Desde esta perspectiva debería creerse que una sociedad que
comienza desde cero, sin valores y sin civilización, se destruiría a sí misma
en el caos. Quizá la única prueba capaz de probar esto erróneo sea el hecho de
que, en efecto, no sucedió así. Por mucho que haya costado, por grandes que
sean sus fallas, estamos en el siglo XXI con una civilización. Pese a esta
precaria explicación, el Sartre de entre líneas parece estar de acuerdo. Nótese
cómo chirrían que (I) no hay esencia y (II) tendemos al bien común. La mayoría
somos hombres de “buena fe”, mientras que sólo una minoría son de “mala fe”,
aclara. Saliendo por la tangente, no es exactamente esto lo que se discute,
sino más bien hasta qué punto seríamos capaces de preservar un orden si
aceptamos el “Dios ha muerto”. Aunque Sartre no lo mencione, Kant tiene
respuesta para esto. Parafraseando, viene a ser: llegados a este punto, es
absolutamente irrelevante si Dios existe o no y si las escrituras bíblicas son
verídicas para poder adoptar los valores morales provechosos que en ellas se
expresan. Actualmente, los razonamientos de Peter Singer parecen más lógicos.
A
modo de bisagra, Sartre expresa un principio pro-activo que, incluso a cuenta y
riesgo de que se tache de idealista, parece acertadísimo: no se trata de
contar con los posibles más que en la medida estricta en que nuestra acción
implica el conjunto de esos posibles.[6]
Pero esta actitud optimista, que mueve a la acción, no parece mantenerse del
todo a posteriori. Sartre confiesa que, al no haber esencia humana, no
puede confiar en la buena fe de los demás, por lo que pierde la esperanza. El
filósofo francés no está convencido que los presupuestos que apoya (políticos,
sociales, etc.) vayan a salir bien. ¿Quiere decir esto que debo abandonarme
al quietismo? No. En primer lugar, debo comprometerme; luego, actuar según la
vieja fórmula «no es necesario tener esperanzas para actuar».[7]
Aguardan
un par de ideas menos afortunadas. De recetas con malos ingredientes salen
platos no muy buenos, como son: una crítica a la esperanza en cuanto a creadora
de ilusos y fracasados (derivado de un “vida=conjunto de acciones”, premisa más
que discutible); y seguidamente un recordatorio de nuestra subjetividad deficiente (el otro es indispensable a mi existencia
tanto como el conocimiento que tengo de mí mismo[8], dice, y tiene un pase. Pero ojo: diez
gallinas no encontrarán la solución a un problema que una sola no pueda
resolver).
Ya en el
último tercio, se entabla una conexión entre el arte y la moral, siendo que
ninguno de los dos posee un prospecto. Ambos se crean libremente y sin pauta,
de acuerdo a las necesidades y posibilidades de cada momento. Cierra Sartre
explicando el humanismo del que habla: una celebración al humano como ente subjetivo
en continua formación, único legislador de sí mismo y que es en el
desamparo donde decidirá sobre sí mismo.[9]
Con estos
temas y sus ramificaciones, las apenas noventa páginas de El existencialismo
es un humanismo construyen un texto rico en ideas, claro y accesible en la
expresión, donde los postulados de Sartre se presentan de forma esquemática,
bosquejando más mediante refutaciones de las críticas propinadas que con
exposiciones completas. ¿Criticarlo por ello? Un bonsái es un bonsái es un
bonsái, no un árbol. El que rechazaría el
Premio Nobel de Literatura quince años después anima a la angustia acaso de un
modo unamuniano, el de la duda metódica, la duda como único método de ir
obteniendo respuestas.
Uno debe
terminar disculpando la osadía de haber contrariado a un grande. Juro tener un
parentesco que lo justifica: el mismo cogito desvelado, desconfiado y
desconfiable de aquél francés con gafas. Eso, y un poco más de torpeza.
Gaizka Ramón
Bibliografía
SARTRE,
Jean Paul. El existencialismo es un humanismo. Barcelona: Edhasa, 2006.