Mostrando entradas con la etiqueta StarWars. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta StarWars. Mostrar todas las entradas
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Una nueva versión de una vieja historia: Star Wars y su intrépida visión sobre el poder.
La space Opera no siempre ha sido comprendida en su intrínseco valor como subgénero de la ciencia ficción. En más de una ocasión, el aspecto emocional suele ser menospreciado, y sobre todo analizado, con un añadido innecesario a la concepción tradicional de la ciencia ficción. No obstante, con su dosis de aventura, escenarios extraordinarios y visiones aleccionadoras sobre la moral, es evidente que hay una percepción concluyente sobre la comprensión de la Space Opera como vehículo artístico y narrativo. Con sus arquetipos básicos, sus batallas asombrosas y su exhibición en ocasiones desordenadas de logros tecnológicos, el subgénero ha logrado encontrar un lugar propio para la reflexión sobre la moral, lo espiritual y el poder de la voluntad del hombre.
Tal vez por ese motivo, una de las mayores virtudes de la Saga creada por George Lucas ha sido la de construir una visión sobre lo mitológico desde un punto de vista asombrosamente actual y sobre todo, con un profundo peso emocional. Hasta ahora, Star Wars ha enfocado su noción sobre la moral desde una óptica curiosamente sesgada. Durante la mayor parte de la Saga, la historia central se ha mantenido alejada de discusiones culturales de corte específico y de hecho, parece más concentrada en analizar la Universalidad de los temas que maneja que en reflejar las inquietudes de cualquier época. De modo que, Star Wars — como concepto y saga — se mantiene incólume y sobre todo, como una cuidada revisión sobre la percepción de lo ético y el bien común.
Aún así, con toda su carga histórica y simbólica, resulta evidente que la Saga no deja de asumir su solidez como propuesta emocional y cultural, sin dejar a un lado su origen como drama épico de proporciones galácticas. Tal vez por ese motivo, “The Last Jedi” comienza con una escena habitual dentro de las películas de la Saga: Cameron Poe — el piloto insigne de la Resistencia — encabeza un ataque definitivo contra la Primera Orden. Poe, que hasta ahora representó al héroe rebelde y al espíritu definitivo de la Resistencia, encara el reto de enfrentar un armamento mayor y un enemigo tecnológicamente superior y mucho más violento de lo que hasta ahora había sido. Por tanto, el piloto asume la responsabilidad de sacrificar una considerable número de naves de la tropas rebeldes en beneficio de lograr lo que asume un bien mayor e incluso, una noción sobre el poder (a futuro) más poderoso de lo que podría interpretarse a primera vista. O al menos, esta es la conclusión de Poe, cuando regresa para celebrar su victoria.
No obstante, en el Puente de mando de Leia no hay nada que celebrar y de hecho, la General Organa recibe a Poe con un bofetón y una inmediata orden de degradar su cargo, por contradecir sus órdenes de manera directa. Para Leia, centro intelectual de la película y sin duda, de la Saga en muchos de sus aspectos primarios, la desobediencia de Poe no revista heroicidad alguna, sino antes bien, una evidente insubordinación que tiene un costo evidente en vidas y un necesario armamento. A primera vista poco trascendente, la escena conlleva quizás el mayor cambio de paradigma en la Saga desde que la Princesa Leia Organa tomara un Blaster para defender los secretos de la República. Con un interesante golpe de efecto y sobre todo, una meditada vuelta de tuerca, Brian Johnson asume la noción sobre el peso de la autoridad de una manera por completo distinta a lo que hasta ahora se había estado haciendo. Es entonces, cuando “The Last Jedi” muestra sus colores — su invisible pero pertinente discusión ideológica — y sostiene un importantísimo debate sobre la moral, la fuerza de la voluntad y la autoridad que transforma la película en una intrigante visión sobre el poder que se ejerce desde la emoción y lo intelectual que sorprende por su buen hacer y su interesante implicación en el debate actual sobre género, equidad y diversidad.
Sin duda, “Star Wars” es un icono cultural que no admite grandes revisiones ni tampoco, enormes construcciones argumentales que puedan basarse en debates sociales o ideológicos específicos. Aún así, “The Last Jedi” demostró el poder de crear un contexto lo suficientemente poderoso que aprovecha las flexibles particularidades de la Space Opera para enviar un mensaje resonante y valioso sobre tópicos más o menos Universales. Siendo la película más política de la Saga — y la que medita con mayor interés sobre la historia bajo líneas que sostiene la versión más poderosa de la historia — es evidente que “The Last Jedi” tiene toda la intención de reflexionar en aspectos culturales de mayor profundidad de los que hasta ahora había tocado. Lo hace además, desde un elegante punto de vista que sorprende por su precisión. En “The Last Jedi” las piezas intelectuales parecen ordenadas para enviar un mensaje de enorme valor cultural. Y quizás, eso es uno de los puntos más fuertes en su argumento, que ha divido a los fans por su carácter revisionista y sobre todo, su capacidad para extrapolar visiones sobre la fe, la voluntad e incluso la espiritualidad de manera original y novedosa.
Una mirada a las estrellas: The Last Jedi y las mujeres.
Durante toda su historia, Star Wars ha sido pionera en su manera de asumir el peso de la Ciencia Ficción como vehículo de comunicación y expresión de ideas complejas. Desde la figura de Leia — convertida en ícono de lucha feminista por su innovadora reflexión sobre la autoridad y el poder — hasta la noción sobre lo moral basado en una expresión de fe casi Panteísta — la Saga ha meditado con cuidado sobre ideas de profundo contenido humanista. “The Last Jedi” no es la excepción y en esta oportunidad, el guión parece especialmente interesado en revisionar la figura del héroe, el poder de mando, el liderazgo y la autoridad. El guión no sólo establece la tensa relación entre Leia (con toda la carga de la Resistencia y sus implicaciones a su espalda) y Poe (símbolo de una nueva generación destinada a tomar el inmediato relevo ante el asedio de la Primera Orden) sino que además, plantea de una forma directa, la dicotomía compleja entre las decisiones colectivas y el heroísmo como una toma de responsabilidad profundamente consciente. Para el guión de “The Last Jedi”, la percepción sobre el poder se estructura sobre la comprensión del bien y del mal como posturas intelectuales mezcladas con la emoción y cierta percepción espiritual. Pero más allá de eso, “The Last Jedi” pondera sobre el teorema del poder como influencia de la voluntad y es entonces, cuando el enfrentamiento de Poe y la autoridad alcanza un nuevo valor.
La Vicealmirante Holdo — interpretada por una exquisita Laura Dern — expresa no sólo toda la propuesta de “The Last Jedi” sobre los mecanismos de poder, sino que logra elaborar una meditada visión sobre el liderazgo y la responsabilidad que atañe el manejo de los hilos de la representatividad y la estructura de mando, más allá de la noción del héroe en estado puro que representa Cameron Poe. Con una asombrosa habilidad, el guión plantea varias nociones sobre el hecho del ejercicio del mando y lo hace, con una notable atención a la visión de la resistencia como un conglomerado de la voluntad colectiva y lo que resulta aún más interesante, su percepción sobre lo moral en el liderazgo. Holdo, altiva, silenciosa, sin el brillo o el carisma poderoso de Poe, llega para no sólo ejercer el control en medio de una situación caótica, sino que además, razona sobre las necesidades del equipo como un punto de vista de intrínseco deber personal. La Almirante viene a sustituir al liderazgo espiritual de Leia y lo hace con una sobridad que sabe a poco, en comparación con la vistosa rebeldía de Poe. Es entonces cuando el guión establece una línea evidente de la relación entre ambos personajes. Poe mira a la discreta Goldo y sonríe. “No es lo que esperaba” admite, con lo que parece resumir la interpretación sobre la sobria ejecución del poder que representa Holdo.
Para Poe, es evidente que Holdo no tiene los requísitos para “liderar” — a la manera como lo comprende — o al menos de la manera como imagina podría hacerlo él mismo. Pero sorprende como Holdo no sólo aumenta en envergadura como líder sino también como rostro de un tipo de expresión de la autoridad de enorme fortaleza moral. Holdo asume su posición de mando y lo hace, sin importar la insistencia de Poe en dispuestar su firmeza, su elocuencia y su versión de la connotación profunda que desea mostrar sobre el bien y el mal moral. Holdo (y anteriormente Leia) demuestran que el poder es un atributo responsable, basado en un tipo de inspiración profunda sobre la capacidad para asumir el peso de sus acciones. Mientras Poe lucha y batalla desde la frontalidad — lo cual también resulta válido dentro del contexto de la trama — Leia y Holdo muestran el poder una convicción basada en una compleja sensibilidad y fortaleza que el piloto aprenderá a medida que avanza la narración y la comprensión sobre las dimensiones del liderazgo se hace más evidente.
De hecho, es notorio que la película responsabiliza a Poe por los peligrosos momentos que atraviesa la rebelión, que debe enfrentar con sus fuerzas diezmadas una batalla que le desborda y le supera con creces. Es entonces cuando el liderazgo tranquilo, pausado e inteligente de Leia y Holdo, se hace ncesario y enorme, de enorme peso en su importancia intelectual. Con un inteligente golpe de efecto, “The Last Jedi” elabora una visión renovada sobre sus héroes pero sobre todo, realza la importancia de una figura del liderazgo tan audaz como intelectualmente ponderada. Un paso adelante en la comprensión de la heroicidad como puerta abierta hacia una visión mucho más amplia, ponderada e inteligente sobre el poder, el uso del argumento intelectual como punto de vista y sobre todo, una poderosa reflexión sobre la voluntad, la fe y la capacidad para asumir los cambios necesarios en su visión del contexto histórico que rodea a la saga a través del tiempo. “The Last Jedi” es un paso en una importante dirección sobre la diversidad, sin intentar glorificar al género sino reflexionando de manera sagaz sobre los dolores y temores culturales desde una perspectiva fresca y emocionante. Quizás justo lo que la cultura pop necesita.
martes, 19 de diciembre de 2017
Desde una galaxia muy lejana, una historia muy familiar: ¿Por qué Star Wars continúa cautivando nuestra imaginación?
El mitólogo Joseph Campbell insistió en más de una ocasión que el hombre viene contándose las mismas historias desde el principio de los tiempos. Una idea que en el cine parece ser más evidente, sustanciosa e intrigante que en ningún otro medio artístico. Una y otra vez, la idea del héroe que atraviesa todo tipo de dolores y angustias para alcanzar la redención, se convierte en una expresión de fe y una alegoría de la esperanza. Tal vez por ese motivo, una de las franquicias más populares de la historia del Séptimo arte, está basada justamente en la percepción del mito infinito sobre la capacidad de la heroicidad para reinventarse. Durante toda su historia, “Star Wars” reflejó el tradicional camino del héroe desde la perspectiva de cierta visión tradicional. Luke Skywalker representaba no sólo al hombre que luchaba por reconstruir su pasado — y su historia personal — sino al símbolo de la esperanza. George Lucas asumió el monomito de Campbell desde la percepción ideal de la alegoría sobre el bien y el mal. El joven Jedi atraviesa el mapa de su vida en busca de significado y también, como una mirada profunda y en ocasiones conmovedora sobre el poder de la voluntad en busca del bien común. Al final, la Saga Stars Wars se erige como una reinvención mitológica de un curioso peso argumental: sus personajes responden al arquetipo clásico y lo hacen, desde un punto de vista profundamente emocional. La Space opera como escenario de un recorrido intelectual y sensorial a través de una narración que tiene su evidente origen en el antiquísimo hábito de contar historia. Como si se tratara de una nueva comprensión sobre los alcances de la narración como vínculo espiritual, Star Wars se ha convertido no sólo en parte de la cultura Pop, sino en un comprensión profunda sobre una inocente versión de lo moral.
La magia de Star Wars — como historia y como propuesta — es sencilla y casi rudimentaria. Un héroe que atraviesa un trayecto lleno de dificultades para reivindicarse en la raíz misma del bien y del mal. Nadie podría decir que se trate de una historia original y es que tal vez, eso es lo menos importante. Porque George Lucas no descubrió una nueva forma de contar leyendas y grandes aventuras, sino que construyó una manera muy original de comprenderlas. Tomó fragmentos de cientos de pequeños recuerdos Universales y los mezcló para sostener una visión extraordinaria e ingenua sobre el poder, la religión, la creencia, el amor y la lealtad. Lucas no inventó nada nuevo ni tampoco intentó hacerlo: el triunfo de su Creación reside en recurrir a esa frontera inocente donde todos creemos las mismas cosas y asumimos la realidad con simplicidad. Un cuento de Hadas que todos reconocemos tarde o temprano. Ya sea en un bosque encantado acechado por criaturas peligrosas o en una Galaxia poblada por monstruos y Caballeros con extrañas capacidades mentales, lo que se cuenta parece superar lo evidente. Star Wars encarnó la vieja historia contada alrededor del fuego en familia, de la que se lee al dormir y se convirtió en algo más. En una referencia inmediata y trascendental de lo que se narra como parte de la cultura, de la identidad que todos compartimos.
Tal vez por ese motivo, todos sabemos alguna cosa de Star Wars, seamos fanáticos o no. Hay una especie de idea general de un mito moderno que tiene la capacidad de asombrar, a pesar de su sencillez. Una reescritura de lo mítico que parece sostenerse de precisamente de una cultura acostumbrada al cinismo. Star Wars cautivó no obstante ser lo suficientemente predecible como para que nunca llegue a ser otra cosa que una gran fábula cuyo escenario es una Galaxia muy muy lejana. Y es que quizás, el atractivo insistente, inolvidable y entrañable de la Star Wars, sea justamente ese: La capacidad para formar parte de una pequeña historia que nos pertenece a todos de alguna manera. Que se crea y se construye con cierta noción de la esperanza que la saga — incluso la olvidable segunda trilogía — mantiene con enorme consistencia.
Pero seamos francos, no somos fanáticos de Star Wars sólo por una serie de intelectuales razones psicológicas. Lo somos porque la historia te atrapa, capta esa atención infantil y casi inocente que de alguna forma nos sujeta con la suficiente firmeza como para hacernos emocionar en cada oportunidad que disfrutamos de la película. No importa que seamos los niños que disfrutaron de la Trilogía por primera vez o los adultos que hoy esperan reencontrarse con la mitología Pop en una sala de cine. Lo que cuenta Star Wars es mucho más importante que todo análisis. Es la emoción genuina de comprender un tipo de leyenda íntima de una generación despojada de todos sus ciudades. Los no creyentes en busca de nuevos iconos. ¡Y de qué manera los encarna Star Wars! ¡Cómo logra no sólo resumir los tópicos y estereotipos de todas las viejas historias! Un espejo donde la fantasía y la imaginación se reflejan desde una perspectiva fresca, creada a la medida de toda una nueva generación de creyentes.
Con toda seguridad, no hay otro motivo para que sea tan perdurable. Para que forme parte de tantos pequeños trozos de infancia. Como si Stars Wars pudiera resumir toda una perspectiva sobre lo que las historias pueden contar y sobre todo, lo que podemos esperar de ellas. Porque Starwars, parece no sólo vincular esa noción sobre el poder de imaginación bajo toda una interpretación creada para el lenguaje cinematográfico, sino además, la dotar de una desconocida seriedad. El antiguo cuento para niños recreado a un nuevo nivel, sino una propuesta intelectual de particular importancia.
Al menos, para George Lucas siempre lo fue. Desde el principio — allá por los primeros años de la década de los 70 — se tomó muy en serio su creación y algo de esa contundencia se adivina en parte de su tono y propuesta. Tanto, como para crear un Universo coherente con sus propias y precisas reglas: Hubo un tiempo que Lucas pagó de su propio bolsillo a un hombre para que memorizara todos los datos relevantes de su trilogía. Una especie de guardián que sabía por ejemplo, la distancia exacta entre los planetas Hoth y Dagobah, cual era la genealogía de la familia Skywalker y la velocidad que — en teoría — podría alcanzar la X Wing de Luke. Pero también, era el responsable que el mundo creado por Lucas fuera tan real como para convencer, para construir toda una percepción creíble sobre su coherencia. Para Lucas, obsesionado desde antes de escribir la primera escena de cualquiera de sus películas con la trascendencia y el poder de contar, era de capital importancia ese rastro de realidad, de sustancia y de vida que debían llenar a sus historias.
Una anécdota que parece recordar el hecho que Star Wars, es anterior a internet, a la repercusión del merchandising relacionado con las películas, incluso anterior al humilde Betamax y toda su influencia en la cultura popular. El mundo creado por George Lucas se basa en las infinitas ideas que parecen unir la emoción con la Ciencia Ficción para renovar el género, para dar un empujón definitivo al pesimismo cinematográfico que una larga post Guerra y el posterior conflicto de Vietnam habían convertido en una distopía recurrente. La fantasía se había impregnado de cierta tristeza recurrente, de un elocuente sermón sobre los peligros el poder y sobre todo, los temores de a la ambición humana. Lucas tomó todo eso y lo entrecruzó con todo tipo de mitos recurrentes para finalmente, otorgarle un lustre dinámico y brillante. Lo situó en pleno corazón de la Ciencia Ficción e inventó todo un nuevo lustre para esa fantasía basada en el Universo que comenzaba a descubrirse y sus promesas. Después de todo, la Primera fotografía de la Tierra desde el Espacio profundo se tomó en diciembre de 1968 y mostró a nuestro planeta más allá de la poesía y la religión. Una imagen de una solitaria bola color azul flotando en la inmensidad solitaria de un Universo inexplorado. George Lucas tomó esa nueva conciencia — esa noción de nuestra fragilidad y vulnerabilidad — y cimentó un perspectiva asombrada sobre culturas imposibles y criaturas amenazantes, pero tan parecidas a cualquiera de nosotros, como para resultar conmovedoras y reconocibles. Y así, Lucas renovó la Ciencia Ficción no para las grandes reflexiones sobre los dolores humanos, sino para la esperanza, las pequeñas puertas abiertas y cerradas de nuestra imaginación.
Más de una vez se ha dicho que Lucas plantó cara al pesimismo con una historia simple. Y es verdad, pero su simplicidad no carece de fuerza. En una ocasión, el director admitió que había basado su obra en el libro del mitógrafo Joseph Campbell “El Héroe de las Mil Caras”, en el que se analiza la recurrencia del mito y los personajes de la humanidad a través de cientos de culturas distintas. Un único relato arquetípico que cuenta lo mismo para asombrar de la misma manera al mismo público. Ya fuera desde la montaña del rito sagrado, el púlpito de la Iglesia, las páginas de un libro o desde una nave espacial. Campbell llamó “monomito” a esa cualidad común y además, lo dotó de importancia histórica. El Monomito no solo influye en la literatura, sino en nuestra perspectiva sobre la cultura a la que pertenecemos, la sociedad en la que nacemos y sobre todo, el legado de conceptos y creencias que recibimos al nacer. “El héroe se aventura fuera de su mundo cotidiano y llega a una región asombrosa y sobrenatural. Allí tropieza con unas fuerzas fabulosas y obtiene una victoria decisiva sobre ellas. Entonces el héroe regresa de su aventura con el poder de conceder favores a sus semejantes” dice Campbell para describir el Trayecto del Héroe originario y de pronto, la odisea de todos los héroes de nuestra infancia parecen revivir a su sombra. Los que vuelan, los huérfanos que visten máscara para combatir al crimen, los que montan a caballo. Y por supuesto, el jovencísimo Luke Skywalker, adolescente y rebelde, aburrido de su planeta de origen y de su tranquila vida de muchacho de campo, que emprende un viaje iniciático junto a un mentor de misteriosos conocimientos. Más allá de los monstruos al acecho, las magníficas naves, los rayos láser y los villanos de brillante armadura negra, Luke atravesó el mismo camino sinuoso hacia la redención que tantos personajes queridos y admirados en la cultura Occidental. Y Luke se convirtió en el nuevo ícono de la heroicidad por accidente, el aprendiz en vía de superar a su maestro.
Eso, a pesar de no ser perfecto: Luke era bajito, torpe y constantemente parecía sorprendido con lo que se iba tropezando a su alrededor. Tal como el espectador que lo seguía, descubría a poco un mundo extraordinario, un Universo expandido que Lucas elaboró a la medida para reflejar una nueva mitología. Sin llegar al Revisionismo — o no de inmediato, hay un poco de eso en el Retorno del Jedi — Lucas elabora toda una propuesta sobre lo recién nacido en el arte de narrar. Todo es nuevo, en esta miríada donde las criaturas más extrañas conviven en un extraño equilibrio con hombres y mujeres de aspecto corriente. Y más allá de eso, coexiste un cierto equilibrio conceptual. Star Wars como un mito por si mismo. O mejor dicho, una herencia histórica de lo que un mito podría ser.
El éxito de Star Wars — como mitología moderna y obra cinematográfica — tomó por sorpresa a Hollywood y lo transformó. El tradicional viaje del Héroe saltó de la literatura tradicional y se convirtió en la película preferida. Los guiones parecieron amoldarse al monomito, buscar esa elegancia trascendental que convirtió a la trilogía original en un éxito perdurable y sepultó en la indiferencia a la segunda. Una y otra vez, el fenómeno Star Wars se reinventó para conseguir siempre sostenerse sobre una propuesta fresca. No parecía haber límite en esa capacidad de la historia para decir lo mismo en cientos de maneras nuevas. Con toda probabilidad ese fue el motivo que luego del viaje a la luz de Luke, fuera necesario contar el trayecto a la oscuridad. Entre uno y otro, la brecha se hizo más profunda y la idea, más elemental. Había mucho que decir sobre una Galaxia muy, muy lejana.
Por ese motivo, Star Wars regresa. Esta vez, quizás consciente que el monomito ya resulta caduco — se le llama patriarcal y eurocéntrico — y busca un nuevo replanteamiento. Por ese motivo, el rostro de una mujer joven parece sustituir a Luke y una batalla de sables de luz roja con el viejo caballero Jedi a la saga, a la batalla entre el bien y el mal. No obstante, de nuevo el viejo cuento de Hadas se encarna en una lucha más allá de las estrellas y su planteamiento parece ser de nuevo, tan original como la primera vez que se proyectó en pantalla.
lunes, 18 de diciembre de 2017
La Fuerza nos acompañe: ¿Por qué “The Last Jedi” de Rian Johnson cambia el concepto central de Star Wars para siempre?
La última escena de “El Despertar de la Fuerza” (J.J Abraham — 2015) muestra al personaje de Rey extendiendo a un envejecido y silencioso Luke Skywalker su viejo sable láser. No resulta casual que la mirada que ambos cruzan sea ambigua, melancólica e impaciente. Se trata de una ruptura entre la vieja percepción sobre el poder místico e invisible que sostiene la trama entera y su rostro más joven. Luke y Rey simbolizan un espacio formal de enorme importancia entre la noción sobre la fuerza tal y como la conocemos y algo más profundo, novedoso y construido a partir de una idea más amplia sobre el concepto. Al final, “El Despertar de la Fuerza” es el preludio a una percepción más compleja de la Saga creada por George Lucas hace casi cinco décadas atrás.
Por ese motivo “The Last Jedi” (Randi Johnson — 2017) es un paso adelante no sólo sobre la percepción de la Saga cinematográfica como conjunto, sino su inevitable — y necesaria — madurez. Hasta ahora, La Fuerza — el motor que enlaza, sostiene y contiene la mayor parte de los hilos argumentales de la historia — había sido percibida como un atributo sacro e incluso, directamente relacionado con una orden dogmática e incluso con una línea familiar. La noción sobre la Fuerza como atributo de unos pocos — o que en todo caso, sujeta a la idea de un entrenamiento y conocimiento que se transmite por línea directa — construyó un limitado espacio de acción entre quienes pueden transmitir el conocimiento (esos escasos Maestros Jedis) y sus alumnos, dispersos de un lugar a otro de la galaxia y que por ahora, eran una fuente de temores y dudas, siendo que el lado oscuro parecía tan tentador como inevitable. Además, hasta ahora, La Fuerza tenía unos pocos elementos reconocibles y que estaban basados mayormente en el control mental y una misteriosa capacidad sobre el espacio físico, que hasta ahora era insuficiente para justificar su importancia en la Mitología de la Saga. No obstante, “The Last Jedi” amplía su alcance y por primera vez, analiza el núcleo esencial de La Fuerza como poder, en todas sus implicaciones y ramificaciones. No sólo vemos a Leia haciendo uso de su capacidad — en uno de los momentos más debatidos del argumento — sino también, al nacimiento de un nuevo punto de vista sobre lo que los Jedi pueden hacer. De pronto, la capacidad intrínseca de La Fuerza va mucho más allá de controlar voluntades o mover rocas. Y es entonces cuando la película “The Last Jedi” encuentra su tono y ritmo en medio de todas las miradas y aseveraciones sobre la identidad que debe enfrentar como parte de una Saga de semejante importancia en la cultura Pop. “The Last Jedi” medita sobre el futuro de la historia pero también, sobre las infinitas posibilidades que se plantean a partir de la idea que La Fuerza o mejor dicho, sus consecuencias y sus relaciones con los personajes y las extrapolaciones que se llevan a cabo dentro del mito Star Wars, se hace más amplia, inabarcable e inexplicable.
Para muchos fanáticos, el hecho mismo de replantearse la naturaleza de La Fuerza parece un exabrupto, pero no lo es tanto. Durante toda la Saga, La Fuerza ha sido considerada una percepción omnipotente de cierta energía Universal que analiza y galvaniza todas las percepciones sobre la realidad. La Fuerza, tal y como George Lucas la concibió, se presume como una cualidad intrínseca al Cosmos, que se manifiesta a través de ciertos individuos y que además, posee la innata capacidad de equilibrar la percepción del bien y el mal. Lucas, usó la concepción de La Fuerza para dotar a la Saga de corazón y de sentido moral, además de una orden seudo religiosa capaz de mantener una doctrina específica que sostuviera su interpretación más general. Pero con el correr del tiempo, fue evidente que La Fuerza como idea, superaba la mera percepción de los Jedis como depositarios de un ancestral sabiduría. Convertidos en parias dentro del mismo Universo que sustentaban, la figura del Jedi pareció encarnar el temor y la angustia subsecuente a la noción del yo estructural que se sostiene sobre toda la Trama de la Saga. Después de todo, Lucas ha insistido a lo largo de las décadas que Los Jedi son una forma de comprender La Fuerza, pero no la Fuerza en si misma. La breve analogía — la metáfora general sobre el uso del poder — siempre gravitó sobre la Saga Star Wars como una mirada elusiva sobre el autoristarismo y la versión persistente sobre la codicia y sus peligros. Más que cualquier otra cosa, Star Wars es una Saga Moral bajo la pátina de una inteligente Space Opera. Entre ambas cosas, La Fuerza dota de un sentido antiguo y revelador a la comprensión sobre el espíritu humano y sus relaciones con lo invisible.
Toda la trama de “The Last Jedi” es un anuncio periférico y casi abstracto sobre lo que La Fuerza puede hacer como núcleo conductor de la trama. La película es toda una reflexión sobre los alcances del bien y el mal, además de la profundidad de las reflexiones morales que asumimos inevitables al momento de ejercer el poder. Desde las primeras escenas tanto Luke Skywalker (Mark Hamill), el general Leia (Carrie Fisher), Rey (Daisy Ridley), Kylo Ren (Adam Driver) como el líder supremo Snoke (Andy Serkis) muestran nuevas y desconocidas capacidades de La Fuerza y lo hacen a través de lo que parece ser una comprensión innata sobre sus posibilidades y una elocuente mirada a la Saga como un transitar elemental hacia una completa renovación. La Fuerza sigue creciendo, uniendo y elaborando lo que podría definirse como un vinculo inevitable entre todas las formas de vida que habitan en el Universo de Lucas. No obstante, también es una meditada percepción sobre los matices de interpretación de la Fuerza como barómetro moral de una Saga que con el correr de la década se ha distinguido por analizarse a sí misma desde una línea firme que separa al bien y al mal ético con absoluta firmeza. El poder está en Luke y Leia, pero mientras él lo contiene y lo oculta debido al miedo y al dolor, Leia sólo hace uso de él en quizás el momento más álgido de su larga existencia. Rey apenas comienza a comprender los límites del poder secreto que ella misma admite “siempre estuvo en ella” pero que apenas ahora “se manifiesta”. Kylo demuestra la perversión de la capacidad a través del miedo y el rencor, mientras que Snooke — de quién sabemos más bien poco, lo que lo convierte en símbolo de la oscuridad patente y persistente en el Universo de la Saga — sostiene su precario control sobre la Primera Orden a través de una mero anuncio de lo que realmente la pueda puede hacer, como energía que une y enlaza el bien con el mal. Pero Snooke además, demuestra la arrogancia definitiva y el hecho que La Fuerza que se manifiesta como expresión de la voluntad, también ser usada como un arma. Un reflejo evidente del misterio que rodea al vínculo que une al Universo con todas las cosas y coexiona la percepción del ayer y del hoy, como una forma de expresión dual de la bondad y la maldad.
Snooke muere y de pronto, Kylo asciende no en su conocimiento sobre lo íntrinseco de La Fuerza, sino en el hecho mismo que está vinculada directamente a su voluntad y a sus sentimientos. Tal vez por esa razón, Kylo y Ren están unidos durante toda la trama. Un vínculo evidente que el guión de Johnson realza con una intención evidente: Uno y otro representan la tentación del lado contrario para ambos personajes. Mientras la Fuerza en Rey se hace cada vez más fuerte través de su bondad y su dolor, en Kylo ocurre exactamente lo contrario. El bien y el mal se asumen como indispensable para la existencia conjunta de la realidad. Un antiguo concepto religioso que Star Wars analiza desde una perspectiva esencialmente moral sin elemento dogmático alguno. Tanto, que Snookejamás se identifica como Sith y tampoco lo hace Kylo, a pesar de su identificación maniaca con la figura de Darth Vader. Por su parte, Rey comprende que la instrucción que necesita recibir en realidad es una comprensión sobre los alcances del poder en su interior y recorre las brechas emociones y heridas invisibles, como una forma de asumir a cabalidad el peso de La Fuerza en su vida.
En medio de la reflexión sobre las implicaciones de la Fuerza (que la película nunca olvida y que de hecho, analiza una y otra vez en diferentes tramos del guión) es evidente y notorio que la Saga Star Wars avanza hacia una percepción por completo nueva sobre las posibilidades del poder central que anima — y sostiene — la mitología de la Saga. Luke Skywalker, convertido en un ermitaño y también, aislado por el dolor de la culpa, encarna la trasición del tradicional Jedi hacia algo mucho más complejo. A través de su historia — que no resulta totémica ni tampoco busca encarnar el Yo absoluto y persistente que representó hasta ahora la Orden para la saga — La Fuerza se hace una idea mucho más poderosa de lo que hasta ahora se había insinuado. Poco a poco y a través de información — la narración sobre lo ocurrido en la Academia Jedi, las diferentes interpretaciones de la misma escena que tanto Luke como Kylo tiene — comprendemos que Luke por un momento, consideró la posibilidad real de matar Kylo en un impulso tan cercano al lado Oscuro, que define por completo la tridisimensionalidad del personaje como alegoría a la Orden que representa y que con toda seguridad, encarna mejor que cualquier otro personaje. Luke y nada más que Luke, logra sostener la percepción de la Orden de los Jedi y es su reflexión final sobre el fracaso de sus objetivos y elementos, lo que logra sostener una disyuntiva de enorme importancia sobre la capacidad de la Orden para sostener la comprensión de La Fuerza, como teoría. Luke llega a la conclusión — entre dolores y un padecimiento moral de larga data — que Los Jedi fracasaron en el intento, no de comprender a La Fuerza, sino de difundir su poder y construir una dogma sacralizado sobre sus elementos más evidentes. De pronto Luke se asombra ante el pensamiento que La Fuerza es algo más que una percepción dinámica e inarbarcable sobre un concepto Universal — no específico — sobre la bondad y la maldad. Un equilibrio mucho más cercano a la concepción panteísta que Lucas contempló en la creación de la Saga que a la versión más cercana al conocimiento aglutinado bajo cierto dogma moral que desarrollaron las posteriores adiciones a la Saga. De un extremo a otro, es evidente que “The Last Jedi” pondera sobre los alcances de la Fuerza más allá de su cualidad de Deus ex machina que suele atribuirsele. En los diferentes aspectos de sus personajes, resulta notorio que “The Last Jedi” analiza la cuestión de la correspondencia del bien y el mal en más de una forma. En la que es con toda seguridad una de las mejores escenas de la película, Rey y Kylo luchan con equipo en la impresionante sala roja llena de Guardias de Snooke. Es evidente que entre ambos, existe una complicidad inherente a La Fuerza pero sobre todo, una extraordinaria compenetración que los hace invencibles. ¿Toma Kylo poder a través de Rey? ¿La batalla entre ambos es la visión más evidente entre el equilibrio de la Fuerza que postula toda la película? ¿Qué hace que entre ambos exista una coexistencia necesaria e incluso previsible? Mientras ambos luchan, hay un evidente paralelismo entre uno y otros, una colaboración poderosa que insinúa que uno y otro se reflejan mutuamente. No obstante, al final La Fueza vuelve a dividirse, entre los dolores y el rencor de Kylo y la visión idealista de Rey. Una brecha definitiva que al final separa a ambos personajes, quizás para siempre.
“The Last Jedi” parece más interesada en meditar sobre el futuro de la Saga que en los rudimentos tradicionales que la convirtieron en objeto de culto instantáneo. De pronto, Los Jedi (como orden)parecen haber perdido su papel protagónico, en favor de una nueva generación de hombres y mujeres que asumen la fuerza como atributo espiritual. La última escena de la película — en la que un pequeño niño demuestra que La Fuerza se manifiesta de maneras nuevas y asombrosas — deja muy claro que el futuro de Star Wars va mucho más allá de su mitología. Y quizás, ese es el mayor aporte de la película a la franquicia. La Fuerza convertida en el poder que aglutina la voluntad universal y la justicia. La Fuerza para todos.