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jueves, 9 de abril de 2015

Resiliencia, familia y diversión

— En el alféizar de mi ventana siempre tengo una pila …
— … de nidos colgados de oscuras golondrinas —continúa el mayor, lleno de la pasión propia de su edad; alentada por un alma de poeta.
— … de comida, para alimentar a gatos abandonados y solitarios —apostilla el mediano, de corazón sensible, preocupado por los que siente indefensos.
— … ¿qué es un alféizar? —pregunta el pequeño, con la curiosidad que le caracteriza.
— Una repisa que tienen las ventanas, por el lado exterior, pero también en el interior que es donde, decía, tengo siempre una pila …
— … de libros, molestando, obstaculizando el movimiento oscilante (y el batiente) e impidiendo que la superficie esté limpia, llenando todo de cosas —rezongó ella, cargada de más razón que paciencia.
— Ya. Los quitaré —traté de sentenciar, asumiendo ambos que era un propósito que me iba a costar llevar a cabo.


*****

El cuarto de baño: un espacio sin puerta (en nuestra casa) que aprovecho para lecturas improvisadas, a la vez que me alivio.

Todos agradeceremos que no entre en detalles.

Nina NesbittStay out



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Hoy, en uno de los libros que contenía la pila colocada en la parte interior del alféizar de la ventana del cuarto de baño que utilizo por la mañana, he leído lo siguiente:

“En psicología existe una antigua historia sobre un anciano jubilado que estaba encolerizado porque unos niños jugaban de manera ruidosa junto a la ventana de su pequeño apartamento en el primer piso. ¿Los alejó a gritos? No. Eso no hubiera sido inteligente. Salió y dijo que le encantaba oír a los niños jugando debajo de su ventana y que les daría un cuarto de dólar a cada uno si jugaban allí. Los niños estuvieron encantados. Les pagó un cuarto de dólar cada día durante una semana. La segunda semana salió después de que hubieran estado jugando y les explicó que como era muy pobre, sólo podía darles diez centavos a cada uno. A los niños no les gustó la reducción del pago. Algunos abandonaron, pero la mayoría continuaron allí. Al comienzo de la tercera semana, el hombre jubilado salió y les explicó que era tan pobre que sólo podía pagar un penique para cada uno al día. Los niños se marcharon diciendo que no jugarían debajo de aquella ventana por un penique. La estrategia del anciano para solventar su problema refleja una comprensión detallada de cómo sus acciones afectarían a los muchachos”.

Al Siebert: “La resiliencia. Construir en la adversidad”

*****

— Es curiosa la historia.
— Sí. Me llamó la atención. Por eso quise compartirla contigo.
— Gracias.
— Ahora estoy pensando cuándo podré encontrar la posibilidad de poner en práctica la estrategia. Se me ocurrió pagar a los niños para que, progresivamente, vayan reduciendo su nivel de ruido.
— Adelante.
— Pero he encontrado un problema.
— Sabía que serías capaz de hacerlo.
— No sé cómo hacer para pagarles.
— ¿Perdón?
— Que hay un problema de conversión de monedas.
— No te sigo.
— Te explico: primero, el jubilado, empieza con un cuarto de dólar; más tarde, pasa a ofrecerles diez centavos y no sorprende que rechacen su oferta final.
— Era lo que buscaba. Les ofreció una cantidad ridícula.
— El jubilado que no salía de su casa en esa antigua historia que existe en psicología quería que se fueran a jugar a otro sitio. Pero, ofreciéndoles un penique, los niños no encontraron la cantidad ridícula, sino que les pareció absurda y, por eso, se fueron.
— Lo que él quería.
— Que no. ¿Cómo iba un jubilado anciano, que apenas sale de su casa más que para arengar a unos niños que juegan de manera ruidosa debajo de su ventana, orquestar un plan en el que, mientras apacigua su cólera y reprime su deseo inicial de amedrentarlos con el bastón para hacerlos callar, les aturde ofreciéndoles moneda extranjera —¡peniques!— para que comprueben su grado de locura, se aturdan y se vayan?
— ¡Mira que tienes gana de sacarle punta a las cosas.
— Todo es culpa de la reducción de costes y la forma de hacer libros, fabricándolos como si fueran en serie.
— Deliras.
— Que no. Que te digo yo que todo este sinsentido se debe a cómo trabajan ahora las editoriales, que encargan los trabajos de traducción a becarios, que no aparecen acreditados y a los que descuentan una cantidad fija de dinero por cada coma empleada.
— ¿Has tomado la pastilla?
— Voy a mirarlo.
— …
— ¿Ves? Mira la página de créditos:

 (Alienta Editorial. Planeta DeAgostini Profesional y Formación, 2007)

— Ninguna mención al traductor. Ni siquiera indican el título original de la obra, ni su año de publicación.
— ¿Es importante?
— Para gente con ideas propias, no. Pero, para los que cumplen los protocolos, es tremendamente relevante. Hay una forma de trabajar establecida que debería seguirse.
— Ya.
— Pero, ¿qué puedes esperar de unos tíos que vienen del planeta Agostini?

Queen & David BowieUnder pressure



*****

Más tarde, en el coche, camino de las ocupaciones diarias:

— Ayer estuvieron en el colegio para presentar el proyecto de “arambé”.
— ¿“r n’ b”?
— No. “Aranvé”.
— No te entiendo, hijo. ¿“R&B”?
— Arrambé.
— También estuvieron en mi clase.
— Y en la mía.
— Era para pedir dinero.
— ¡Déjame contarlo a mí!
— ¡Empecé yo!
— Sí, pero quiero seguir yo.
— Vino el profesor …
— … y luego nos dijo …
— … podíamos ayudar …
— … hablando yo …
— ¡Callaos!
— ¿No os dieron un folleto, o algo, que explique el proyecto?
— Sí. Pero era para toda la clase.
— Pues me gustaría saber en qué consiste.
— Trataré de enterarme.
— Mejor. ¿No sabes cómo se llama y busco yo en internet?
“Arramblé”.
— ¿Podrías deletrearlo?
— A – R – A – N …
— … es con M.
— A – R – A – M – B – E.
— ¡Listo!
— Luego lo miro.

Al final, resultó que llevaba “H”: www.harambee.es/

Ten Years AfterI’d love to change the world



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— ¿Qué ruido es ése?
— Una canción que me ha mandado ...
— Pues suena de pena.
— … mi hermano.
— Ya. La vi antes. Suena fatal.
— Sí. Debe ser porque están encerrados en un coche.
— Nosotros también.
— Y son cinco.
— Como nosotros.
— El sonido reverbera.
— Será eso.
— Suena de vicio.
— Sí.
— A mí también me gustan.

DVICIOEnamórate



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— Ahora hay trece signos.
— ¿De puntuación?
— No.
— ¿En dónde?
— En el horóscopo.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué lo han cambiado? ¿Han puesto o han quitado uno?
— Han puesto.
— Antes eran doce.
— No tenía muy claro cuántos eran. Sabía que era un número par…
— Ya es algo.
— Explica eso.
— La vara de Hermes.
— El caduceo.
— Cadúceo.
— Caduceo.
— ¿Qué es eso?
— La vara de olivo que Apolo le regaló a Hermes.
— ¿Pero cómo va a ser un signo del zoodiaco?
— Sí, porque han descubierto una nueva constelación y le han puesto nombre.
— ¿Pero no se supone que en el zoodiaco deben ser animales o cosas así?
— Ahora son trece.

Ohio PlayersHeaven must be like this



*****

— … llegaron los españoles y les preguntaron a los que estaban allí, cómo se llamaba aquello.
— … exterminadores.
— ¿Por qué dices eso?
— Arrasaron con todo. Lo contaron en clase.
— Bueno, seguro que no fue exactamente así.
— … y como no entendieron lo que les decían…
— … porque no hablaban en cristiano…
— … contestaron: “yu-ca-tan”.
— Yucatán.
— Lo que acabo de decir.
— No. Tú dijiste: “yu-ca-tan”, como si fueran tres sílabas.
— Sigue con la historia.
— Porque “yu-ca-tan”, en el idioma que hablaban ellos, significa: “no te entiendo”.
— Como “canguro”, que les pasó a los que llegaron a Australia.
— ¡Qué curioso!
— A mí me lo contó éste.
— Yo lo le leí en Gerónimo Stilton.
— Todo está en los libros.

Robert CrayGreat big old house



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Es mucho más complicado hacerlo si te encuentras solo.

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Ayer hablaba de la diversidad en las familias.
La nuestra es, además, enormemente divertida.

William DeVaughnBe thankful for what you’ve got



Estoy profundamente agradecido a los cuatro.
Mi décimo tercer signo.

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Llevar un montón de música en el coche,
programada en modo random,
produce agradables combinaciones.


miércoles, 4 de febrero de 2015

Nieve

Tras el parte meteorológico, se despertó en casa un cierto clima de suspense, expectantes ante una copiosa nevada.



Se podrían hacer bolas de nieve. Y batallas.


Alguna idea imaginada con muñecos de nieve.
















Fantásticos planes.

Todos pasan por que nieve —mucho— y que anulen la posibilidad de ir a clase.

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Corriendo, se abalanzan a mirar por la ventana.

—¡Jo! ¡Tenía tantas ganas de que nevara…!
—¿Y no nevó?
—Ni una gota.
—Dirás copos. Las gotas son para la lluvia. Cuando nieva se habla de copos.


jueves, 30 de octubre de 2014

jueves, 17 de enero de 2013

Por Amor a la Música: Belle & Sebastian — “Tigermilk” (1996)


En ocasiones, tu fortaleza se muestra en tus momentos de mayor debilidad.

1996 — Tigermilk


A Stuart Murdoch le empezó a fascinar la música, siendo adolescente, escuchando a The Felt o The Smiths. Estudiando en la Universidad de Glasgow, contrajo una rara enfermedad —encefalomielitis miálgica, o síndrome de fatiga crónica— que le condenó a permanecer, durante siete años encerrado en casa. Esto era a finales de los ‘80s, antes de la revolución informática y los teléfonos móviles. Esa época prehistórica que suponía, para un niño enfermo, soledad, lectura, algo de música y mucho, mucho aburrimiento.

Así que, siete años de reclusión le ofrecieron la oportunidad de componer, como forma de entretenimiento. Murdoch había recibido clases de piano, siendo niño. Entonces no sabía la ayuda que, el empeño de sus padres en que estudiara piano, le iba a suponer durante su confinamiento forzoso.

A principios de 1995 su enfermedad había remitido y empezó a buscar músicos con los que formar la banda que llegaría a ser Belle & Sebastian.

En el Stow College, en un curso de gestión musical, los alumnos debían dirigir un sello real, llamado Musical Honey, como proyecto incluido en el programa formativo. La música de B&S era completamente distinta del resto de grupos que barajaban (y, ya puestos, de todo el panorama musical en el que estaban inmersos, el britpop de mediados de los ‘90s). Piano, flauta, violines o trompetas no eran los instrumentos más habituales. Como tampoco abundaban las canciones melódicas o las letras con un regusto amargo. Pero los estudiantes de aquel curso no tuvieron dudas y quisieron publicar la música de B&S. Había material suficiente para ir más allá del EP previsto inicialmente. Se incluyeron 10 canciones. La edición inicial fue de 1000 unidades. El éxito fue totalmente inesperado.

Su virtud se encontraba en su fragilidad: compuesta por alguien que lo había pasado mal, suponía el referente para todos aquellos que no encajaban en ninguna otra parte. La energía del rock debía, mínimamente, ceder ante la poética del pop de cámara (como se le describió).

Dentro del debut de B&S se encontraban muchos elementos para encarnar a Murdoch como el guía de una porción de desheredados. Su sensibilidad (en la forma de concebir la música) y su atención al formato (las canciones que se publicaban como singles no irían incluidas en los LPs; elección cuidadosa de las portadas; abundante material —letras de las canciones, textos o fotografías— acompañaban a los discos) hicieron que, como antes The Beatles o, más tarde, The Smiths, despertaran auténtica pasión en sus seguidores.

Y los diez primeros pasos en la construcción de su obra, se encuentran en “Tigermilk”.


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Después llegarían más discos, aunque ya no serían el primero.

1996 — If you’re feeling sinister
1998 — The boy with the arab strap
2000 — Fold your hands child, you walk like a peasant
2002 — Storytelling
2003 — Dear catastrophe waitress
2005 — Push barman to open old wounds
2006 — The life pursuit
2010 — Write about love

Sitios que he consultado:



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En el juego “Por Amor a la Música” le tocaba a No Fun Magazine sugerir tema. Su propuesta era “portadas con un comic”.


— Pues no lo entiendo.
— ¿Qué no entiendes?
— ¿Dónde está el comic?
— ¡Ah, claro! Se me olvidó mencionarlo. El nombre del grupo está tomado de un libro infantil de una escritora francesa Cécile Aubry, cuyos protagonistas, el niño de seis años, Sébastien, y el perro de montaña de los Pirineos, Belle, inspirarían también un serie de episodios para la TV francesa y de dibujos animados japoneses.
Pero hablas del nombre del grupo y no de la portada.
Ya. Si te fijas, en la portada aparece una mujer amamantando a un tigre de plástico.
Sí. Me había fijado.
Es Hobbes, el amigo que cobra vida en la imaginación de Calvin, protagonistas conjuntos de la tira cómica de Bill Watterson, que Stuart Murdoch devoró durante su convalecencia.
¡Ah!



Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...