Uno ya desconfía con pleno derecho de la calidad
literaria de sus contemporáneos más emergentes, pero ocasionalmente la compra
improvisada de un lote de libros depara sorpresas. El jueves pasado, antes de tomar
un avión para visitar la otra punta del país, hice la visita de rigor a La Central en busca de una
lectura que pudiera adecuar al jaleo de un viaje, así que busqué libros de
bolsillo, a poder ser, que no excedieran las doscientas páginas. Para la
empresa, lo más sensato era recurrir a la colección Compactos de
Anagrama. Contaba con novedades: un par de libros que ya había leído cuando
vencieron sus respectivos premios literarios, uno de Bolaño, otro de Paasilinna y uno de
Andrés Barba, autor del que ya conocía las señas pero al que no había leído. A sus
treinta y pocos años de edad, Barba figuraba en la lista Granta de reveladores
autores hispanos y había obtenido, a sus veintiséis, una mención como finalista
en el premio Herralde con La hermana de Katia. Esta era la novela
reeditada en bolsillo. Ojeé la biografía del autor y los comentarios que le
había dedicado la prensa escrita: le adjudicaban una rara sensibilidad impropia
de este siglo y una conciencia estilística igualmente extraña; por lo demás,
había ganado también el premio Torrente Ballester con Versiones de Teresa. Me gusta Torrente Ballester -que, como Francisco Franco y yo, también es natal de Ferrol-, y uno de los miembros del jurado era un antiguo profesor mío, que me aprobaba más por camaradería literaria
que por cumplir como alumno;
por todo ello, devolví La hermana de Katia a la estantería y leí
las primeras páginas de Versiones de Teresa. Me senté en una de las
escaleras que dispone La
Central para alcanzar los anaqueles más altos. La forma del
libro era escandalosamente atrevida; bastará con decir que, por ejemplo, el
primer capítulo prescinde del sangrado del primer renglón de párrafo y está
escrito con todos los renglones alineados, al modo de un poema. Y las temáticas eran de mi agrado: al parecer, Andrés Barba trabajaba las relaciones
interpersonales con un presumible gusto por el psicologismo. Creí que quizá me
encontraba ante un descubrimiento y me convencí para comprar el libro; no me
alcanzaba el dinero y compré La hermana de Katia.
Lo
comencé a leer en el meto y me bastó una escena para entusiasmarme y
entristecerme a la vez. En efecto, era verdad esa rara sensibilidad que le
adjudicaban a Andrés Barba y fue un gran acierto que el jurado del premio
Herralde votara por publicar La hermana de Katia intuyendo las
cualidades de un escritor de raza. Pero también advertí lo lejos que está
la literatura contemporánea de poder presumir de una "sensibilidad" apropiada.
Para mí, el colmo de la sensibilidad artística radica en Proust por lo
siguiente: es capaz de tomar un objeto o fenómeno cualquiera y transformarlo
por completo en algo extraño que, libre de sus antiguas, aburridas y heredadas
acepciones, gusta redescubrir; y En busca del tiempo perdido no es
más que eso: un tour de force que termina por desautomatizar la cotidianeidad
de la belle epoque y la vida entera del sujeto narrador. En el primer volumen
de la obra, Por la parte de Swann, si mal no recuerdo, el narrador
pasea por unos jardines -El Bois de Boulogne o los Champs Élyssés o por La parte de Swann; creo que por La parte de Swann- y
describe la vegetación pormenorizadamente. En un momento dado, repara en un nenúfar que flota sobre el agua y se mueve de lado a lado, lineal, precisa y constantemente.
De buenas a primeras, podemos imaginar el fenómeno a través de cientos de
pinturas de Manet y Monet, recreaciones fotográficas o visitas a una zona
verde, pero la genialidad de Proust -es decir, su capacidad para apropiarse del
fenómeno e individualizar su representación- consiste en comparar los
movimientos del nenúfar a ras del agua con...¡los movimientos de un obsesivo
compulsivo! No es que esté relacionando las técnicas de Andrés Barba con las
técnicas de Proust. Apunto que esa capacidad que Proust demuestra a la hora de
reinventar con su puño y letra la cotidianeidad que retrata, Barba la demuestra
también ya en las primeras escenas del libro. No lo hace a través de una prosa
exquisita, pero sí la encela en el lenguaje explicando qué bulle por la cabeza
de sus personajes, sus particulares conductas y condiciones.
Disponer las cosas de tal modo que resulten extrañas, eso es un
ejercicio de sensibilidad; y, si se canaliza a través del lenguaje escrito,
buena literatura o, cuando menos, buena literatura en una de sus múltiples
variantes. Andrés Barba, a mi entender,
es un autor sensible y por eso -sólo por eso- hay que leerlo.
Iago Fernández
Imgino que la última afirmación, de tan rotunda , será una provocación. Sensibilidad es un beso, la descripción de un beso. Ya sabes: una rosa es una rosa es una rosa.
ResponderEliminarLo extraño es extraño. A veces lo extraño puede ser sensible, a veces incomprensible, a veces, sencillamente extraño, como el hecho, tan poco sensible, por otra parte, de que Rajoy haga extatamente lo contrario de lo que prometió a sus votantes. ( sé que el ejemplo no es muy bueno, porque lo extraño sería que cumpliese sus promesas.Pero, en fin,creo que me entiendes)
Comparto la opinión de Iago. Barba me parece uno de los mejores escritores españoles de su generación, y, aunque no he leído ningún libro suyo que me parezca redondo, todos me emocionan. Tiene ese talento. Además de la Hermana de Katia, me gustó bastante Ahora tocad música de baile.
ResponderEliminarYo sólo he tenido ocasión de leer el libro que reseño y, para ser una opera prima, es más que destacable su calidad literaria. A. Barba es un autor muy versátil que conoce los rudimentos del trabajo. Probaré a leer "Ahora tocad música de baile".
ResponderEliminarSiempre un placer tenerte rondando por el blog.