El oficio de verdugo exige ser moralmente depravado para su desempeño. Los verdugos hacen su "trabajo" con la cara tapada. No dan a conocer su condición en las tarjetas de visita. Los gobiernos que admiten la pena de muerte convierten en funcionarios a estos nefastos personajes. Es un argumento más en contra de la pena capital, que, conviene repetir una y otra vez, tanto degrada al ser humano. Los verdugos que ajusticiaron a Sadam además evidenciaron que también son unos patanes. Este detalle no debería haber pasado inadvertido para quienes les ordenaron la tarea, que tendrían que haberles hecho un cursillo de adiestramiento y obligarlos a repetirlo varias veces, hasta que estuvieran seguros de que iban a comportarse. Porque lo que ha ocurrido es que se ha dado a un cruel dictador la oportunidad de elevarse por encima de quienes le han condenado.
Y este es el modo en el que una aventura que comenzó quién por verse tan poderoso, se cree con derecho a hacer lo que se le antoje, aunque luego no lo pueda justificar, y que fue seguida por algunos que quizá no tenían más remedio que hacerlo, y por otros que torpemente calcularon beneficios va dando tumbos y generando episodios que no sirven para que nadie se cubra de gloria precisamente. Todo apunta a que la invasión de Irak acabará mucho peor de lo que se podía prever. Y lo sucedido debería llevarnos a pensar que si en el mundo imperara la justicia sería imposible que surgieran tantos dictadores y tantos tipos crueles. Sadam ha podido morir con la cabeza alta, consciente de que no era el más ruín de los habitantes de la tierra, sino sabedor de que hay muchos como él.