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Hombre, renombre y fantasía

Qué guapa está. No fue lo único que su exacerbado rencor hacia ella le permitió sentir cuando pasó junto a él, momentos antes de su declaración ante el juez, sino que también tuvo una desmesurada erección.

-Me ratifico en mi declaración ante el fiscal.
No era más de la una de la madrugada cuando me despedí de mis amigos. Aquella noche celebrábamos el cumpleaños de uno de ellos, pero como no era fin de semana y todos trabajábamos al día siguiente, nos fuimos pronto a casa. Yo decidí irme sola, pero Augusto se ofreció a acompañarme. Augusto y yo nos conocíamos desde el instituto, teníamos buena relación aunque nunca habíamos estado a solas. Reconozco que al principio me sentí un poco violenta, pero como habíamos tomado alguna copa se me pasó después de las primeras bromas en torno a nuestro grado etílico. Yo no estoy acostumbrada a beber y se me sube rápidamente a la cabeza, pero aquella noche estaba en mis cabales.
Al llegar a casa Augusto empezó a bromear sobre la posibilidad de “echar un polvo”, yo me puse nerviosa pero me excitó la idea y le invité a subir.
Media hora después estábamos medio desnudos en el sofá de mi casa.
Todo transcurría con naturalidad hasta que él recibió una llamada al móvil. Se trataba de una chica con la que llevaba semanas viéndose pero que aún no había presentado al grupo, según me comentó momentos después. Me resultó raro pero no le di mayor importancia y me quité la falda. Es en este momento cuando él dice que se marcha, que le gusto mucho pero que es mejor parar. Yo intento convencerle para que se quede, pero no entra en razón y no me dejó más opción que… Que… Fui a mi escritorio y tomé las tijeras, primero le dije que me mataría si se iba. Después al ver que no me tomaba en serio decidí amenazarle a él. Me acerqué y le puse la punta de las tijeras en el cuello mientras acariciaba su miembro con la mano que me quedaba libre. Estaba durísimo. No había duda de que aquello le gustaba tanto como a mí. Él seguía resistiéndose, pero logré llevarle hasta el dormitorio. Allí sin soltar las tijeras ni un solo momento, estuvimos follando durante unas tres horas. Al terminar ninguno de los dos dijimos nada.
No volví a tener noticias suyas hasta la semana pasada en la que se me citaba a declarar acusada de violación. Y yo le repito, Su Señoría, que él tenía el miembro duro e incluso eyaculó en dos ocasiones.-


Augusto era un tipo de apariencia serena. No se le conocían estridencias de ningún tipo. Era un arquitecto de renombre, gracias a sus antepasados. Un buen hombre, que nunca había conseguido tener una relación estable. Sus fantasías sexuales hacían imposible que ninguna mujer aguantara a su lado más de un par de meses, hasta la noche de los hechos. En la que por primera vez disfrutó del sexo en su plenitud.
Augusto jamás perdonó a la responsable de ésto que le “desenmascarara” ante el juez. Aún así hoy la sigue visitando cada diecinueve de mes para disfrutar del “bis a bis” en el que jamás faltan unas tijeras, de plástico.

Descubriendo el sexo

No importa su edad, ni su nombre, ni su nacionalidad. Acaba de descubrir el sexo, en toda la extensión de la palabra, y me llama y me habla de las cosas más obscenas del mundo con la naturalidad del niño que aprende a decir su primer taco sin ser, verdaderamente, consciente del significado de la palabra.

Y me río, y se ríe porque se sabe un aprendiz mañoso, de brazos y piernas fuertes, pero de alma tierna.

Su discurso no tiene fin, sólo la limitación de la tecnología es capaz de terminar con el entusiasmo del muchacho contando con detalle sus hazañas de amor, donde él es el protagonista de una historia que jamás imaginó vivir.

Me sorprende la naturalidad con la que su curiosidad consigue sonrojarme al preguntarme cosas como si el semen sabe a lejía. Y me río, y se ríe.

Y en medio de su historia, que en boca de cualquier otra persona parecería el guión de una película porno, me dice: -¿Sabes? me ha dicho que me ama-.

Una vez más vuelves a ser mío.

Me sorprendes por detrás mientras yo sirvo una copa de vino. Con tu mano derecha elevas mi brazo derecho hasta que mi mano queda a la altura para acariciar tus rizos negros. Tu mano izquierda acaricia suavemente mi cuello, mi hombro, mi pecho, mi vientre y subes rápidamente la mano hasta mi cara, para girar con fuerza pero con delicadeza mi mandíbula hacia tu boca. Lames mi barbilla, mis comisuras, mi nariz y por fin metes tu lengua y en mi sedienta boca. Bajas tus dos manos hasta llegar a mi cintura, me giras sin dejar de devorar mi boca. Frente a frente me miras fijamente mientras mi respiración se acelera ante la inminente invasión de mi cuerpo. Vuelves a besarme, casi con violencia, tus manos recorren y aprietan todo mi cuerpo. Tu boca camina ahora por mi cuello y mis pechos, me llevas hasta la pared más cercana y allí, sin salida, subes mi falda, te deshaces hábilmente de mis bragas y me regalas, por fin, la dureza de tu polla. Un suspiro de satisfacción invade mi alma, tus envestidas se apoderan de mi respiración mientras poco a poco desde los pies hasta la nuca me recorre el orgasmo que pone fin a mi fantasía.
Una vez más, al abrir los ojos, no estás.

Mientras llegas


Hace días que te espero. Mucho antes, incluso, de que te fueras.
Tengo los dedos arrugados de la humedad de tu recuerdo y sólo se me ocurre pensarte disfrutándome.
El tiempo se convierte en ansiedad y el reloj en mi cuadro preferido.

Mi sexo huele a ti y mi boca guarda tu sabor.
Eres el hombre que mi cuerpo pide y que mi alma necesita.



Mi coño y yo


Desde hace días ando dividida en dos partes: la parte que apoya a mi mente y la parte que defiende a mi corazón. Ambos están en mi cuerpo, pero no se llevan bien. Ni tan siquiera de jóvenes porque la mente quería más a mi madre y el corazón más a mi padre. En fin una lucha que nunca les ha llevado a ninguna parte. La cuestión es que ahora andan peleadísimos, suerte que en estos casos yo siempre recurro a mi coño. Es el que mejor me entiende, no en vano ocupa un lugar protagonista en mi vida y en este blog.
Mi coño dice que si hago caso a la mente me privaré de las más bellas emociones, pero que si hago caso al corazón perderé la cordura y corro el riesgo de hacer el idiota, en cambio si me dejo llevar por lo que él, mi coño, siente mi vida será un gran saco de placeres. Por otro lado, también dice que puestos a decidir no necesitamos a nadie más, que como nos conocemos tan bien nos basta con un par de minutos para ser felices los dos y que así se relajaran la mente y el corazón y quien sabe si hasta se reconcilian.

Creo que una vez más le haré caso. Siempre tan sabio. Sé que el corazón y la mente le tienen celos porque le mimo demasiado, pero cómo no le voy a mimar si me da tantas satisfacciones.

El tercer voto decide

Cuando la cabeza quiere una cosa y el corazón otra, la única alternativa es preguntarle a la entrepierna.


Culo tenemos todos

Son muchos los años en los que se ha pensado que el culo era de “disfrute” exclusivo de mujeres y hombres homosexuales. Hay gente incluso que ni se plantea que el culo sirva para algo más que “finalizar la digestión”, pero esto comienza a cambiar. Parece que la liberación de la mujer también está liberando la mente de algunos hombres y estos comienzan a dejarse tocar (lamer, besar, acariciar) el culo.

Lo que sorprende de esto es que son los más jóvenes los más reacios. Los que más sienten “atacada” su virilidad cuando se les habla del tema, aunque también se da el caso de aquel con más de cuarenta que sigue pensado que “eso es de maricones”, pero nada más lejos de la realidad. Si una felación se acompaña de una buena estimulación anal el resultado es un orgasmo más intenso y largo. Pero, por su puesto, esto no es más que una opción íntima y personal.

O2

Después de la humedad, del sudor, de la saliva, del semen y sólo después del sexo, de su sexo, vuelvo a renacer. Su carne es el alimento de esta pobre adicta de él que es lo que soy, al fin y cabo. No me basta con tenerle cerca, no me basta con escucharle. Necesito saber, sentir que muere en mí, que la dureza de su erección lleva mi nombre. Que cada lametón es el inevitable impulso del deseo y mi boca su puerta al laberinto que le lleva a mi latiente entrepierna, donde vive hasta que yo muero.

Sólo después de esto quiero seguir viviendo.