P r e l u d i o
Se supone de mañana y no has salido ni ha recolectar flores o danzar por los bordes de la casa. La mañana mexicana de café y panes de bolita oaxaqueños; discusiones de abuelos, llamadas, boletos de autobús. Una habitación que da al fondo del patio y sonidos de aceite caliente en la cocina. Alguien dice ‘Jazmín’ con adorable acento sureño. Y lo amas. A veces el aburrimiento, como el movimiento de los líquidos de alto espesor. Quedarse con una mano en la cara, sosteniendo la barbilla. Mientras escuchas historias de tías mal intencionadas queriendo arruinar matrimonios. Pero queda, entre tu silencio y las sonrisas, ese espacio: fascinarte. Oprimir los párpados y la boca con cierta satisfacción del tiempo - espacio. Los labios húmedos de cafeína y leche dulce. Fotografías mal logradas de aparatos viejos. Se riega las plantas, como con un murmullo inconciente del agua fluyendo otra vez hacia la tierra. Un piano repitiéndose con toda su calidez. Ella, adorando tu música. Jean-Yves Thibaudet y Ryuichi Sakamoto, querida. Tú cerrando los ojos, de nuevo los ojos, y el olor a las especias, pescados frescos y ahumados, te los venden a $ 25.50 por pieza. Esta mujer amenazándonos ‘los voy a bañar a todos’, perros, pericos, niñas Waltz y todo.
Bebemos la tranquilidad en una taza de plástico. Se supone la felicidad goteando desde el rocío restante de las hojas. Pero nadie te dice que todo se acaba. Que de nuevo lo viscoso de las cosas te deja la mirada ida en los puntos fijos. Lento. Todo es lento, fijo.
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Sabía reconocer, desde siempre, ese sonido lejano de las cometas aleteando en el viento de abril. Pero no reconocía las caras, ni el pasto –cada vez más nulo- ni los perros que circundan. A ese niño le falta la inteligencia de mi madre y la astucia de mi tío, le quiero ir a decir: cuando niña mi cometa volaba más alto que la tuya, y de aquí al árbol de allá era mío, y yo veo que tú te aburres y yo no me aburría nunca. Quizá con unos cuantos años menos lo haría, le enseñaba la lengua, volvía a encerrarme en la casa para seguir comiendo frutas que me trajeron los abuelos o seguiría dibujando obras maestras a crayones en la habitación de mis padres. Pero sucede no querer que este sol desaparezca. Isabel me habla de ir a la iglesia a las cinco de la tarde. Pero yo sigo invirtiendo el tiempo bajo el sol. Sonriendo, con la boca cerrada a la fe de la humanidad sobre todo en estos días, y adorando la inocencia de mi abuelo. Él preguntando ‘oye, y ¿Jesús está aquí y en todas partes?’, contestarle que yo de Jesús y su padre no sé mucho, pero que seguro ‘seguro abuelo que está en todas partes’.
Luego hace cuentas ’70x7’ porque Jesucristo lo dijo, yo reír ante ese número, lavar platos afuera, agradecerle a no sé quién, pero agradecerle al aire que he venido, los he visto, y tengo la suerte de no sentirme tan sola ni tan perdida, ni tan terrible si están ellos. Porque están a manera de raíces que me surgen desde los píes y ni con separación se arrancan. Entonces, no se puede no llorar o hacer una cruz de sangre, así cualquier día, a cualquiera hora, puedes llegar al oído de alguien, recitarle una frase fugaz: No sabes lo feliz que he fui en aquellos días. Sin merecerlo demasiado se me amó de tal forma, que al viento se le permitía sacarme a bailar. Tuve barcos de papel y cascadas en el patio de frente, descubrimientos antropológicos después de las tormentas. La arena, en verano, se escurría como diminutos diamantes que Brian Aldiss te podría describir mejor, pero como pequeñas dagas se clavaban en los ojos a momentos. Qué cuando estoy aquí lo tengo todo. Y ‘todo’ es una de mis palabras preferidas. Todo y Siempre. Todo. María. Y siempre.
No podía engañarme.
Sabía reconocer, también, este sentimiento desolador. Ese de antes de marcharse a cualquier lugar. Ellos, apacibles y serenos merodeando por la casa, como una última comida juntos. Lágrimas de mi abuela, las mías, estática, mientras atisbo –casi- por última vez el jardín hasta que regrese. O pensarlo: por última vez, hasta que regrese.
Ya. Qué terrible preguntarse a los veintidós ‘¿será esta la última vez que veo a mi abuela?’.
Y cerrar las maletas y dirigirse al comedor.