lunes, 25 de abril de 2011

Plátanos fritos & Ciruelas verdes


P r e l u d i o 

Se supone de mañana y no has salido ni ha recolectar flores o danzar por los bordes de la casa. La mañana mexicana de café y panes de bolita oaxaqueños; discusiones de abuelos, llamadas, boletos de autobús. Una habitación que da al fondo del patio y sonidos de aceite caliente en la cocina. Alguien dice ‘Jazmín’ con adorable acento sureño. Y lo amas. A veces el aburrimiento, como el movimiento de los líquidos de alto espesor. Quedarse con una mano en la cara, sosteniendo la barbilla. Mientras escuchas historias de tías mal intencionadas queriendo arruinar matrimonios. Pero queda, entre tu silencio y las sonrisas, ese espacio: fascinarte. Oprimir los párpados y la boca con cierta satisfacción del tiempo - espacio. Los labios húmedos de cafeína y leche dulce. Fotografías mal logradas de aparatos viejos. Se riega las plantas, como con un murmullo inconciente del agua fluyendo otra vez hacia la tierra. Un piano repitiéndose con toda su calidez. Ella, adorando tu música. Jean-Yves Thibaudet y Ryuichi Sakamoto, querida. Tú cerrando los ojos, de nuevo los ojos, y el olor a las especias, pescados frescos y ahumados, te los venden a $ 25.50 por pieza. Esta mujer amenazándonos ‘los voy a bañar a todos’, perros, pericos, niñas Waltz y todo.

Bebemos la tranquilidad en una taza de plástico. Se supone la felicidad goteando desde el rocío restante de las hojas.  Pero nadie te dice que todo se acaba. Que de nuevo lo viscoso de las cosas te deja la mirada ida en los puntos fijos. Lento. Todo es lento, fijo.  


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Sabía reconocer, desde siempre, ese sonido lejano de las cometas aleteando en el viento de abril.  Pero no reconocía las caras, ni el pasto –cada vez más nulo- ni los perros que circundan. A ese niño le falta la inteligencia de mi madre y la astucia de mi tío, le quiero ir a decir: cuando niña mi cometa volaba más alto que la tuya, y de aquí al árbol de allá era mío, y yo veo que tú te aburres y yo no me aburría nunca. Quizá con unos cuantos años menos lo haría, le enseñaba la lengua, volvía a encerrarme en la casa para seguir comiendo frutas que me trajeron los abuelos o seguiría dibujando obras maestras a crayones en la habitación de mis padres. Pero sucede no querer que este sol desaparezca. Isabel me habla de ir a la iglesia a las cinco de la tarde. Pero yo sigo invirtiendo el tiempo bajo el sol. Sonriendo, con la boca cerrada a la fe de la humanidad sobre todo en estos días, y adorando la inocencia de mi abuelo. Él preguntando ‘oye, y ¿Jesús está aquí y en todas partes?’, contestarle que yo de Jesús y su padre no sé mucho, pero que seguro ‘seguro abuelo que está en todas partes’.

Luego hace cuentas ’70x7’ porque Jesucristo lo dijo, yo reír ante ese número, lavar platos afuera, agradecerle a no sé quién, pero agradecerle al aire que he venido, los he visto, y tengo la suerte de no sentirme tan sola ni tan perdida, ni tan terrible si están ellos. Porque están a manera de raíces que me surgen desde los píes y ni con separación se arrancan. Entonces, no se puede no llorar o hacer una cruz de sangre, así cualquier día, a cualquiera hora, puedes llegar al oído de alguien, recitarle una frase fugaz: No sabes lo feliz que he fui en aquellos días. Sin merecerlo demasiado se me amó de tal forma, que al viento se le permitía sacarme a bailar. Tuve barcos de papel y cascadas en el patio de frente, descubrimientos antropológicos después de las tormentas. La arena, en verano, se escurría como diminutos diamantes que Brian Aldiss te podría describir mejor, pero como pequeñas dagas se clavaban en los ojos a momentos. Qué cuando estoy aquí lo tengo todo. Y ‘todo’ es una de mis palabras preferidas. Todo y Siempre. Todo. María. Y siempre.

No podía engañarme.
Sabía reconocer, también, este sentimiento desolador. Ese de antes de marcharse a cualquier lugar. Ellos, apacibles y serenos merodeando por la casa, como una última comida juntos. Lágrimas de mi abuela, las mías, estática, mientras atisbo –casi- por última vez el jardín hasta que regrese. O pensarlo: por última vez, hasta que regrese.

Ya. Qué terrible preguntarse a los veintidós ‘¿será esta la última vez que veo a mi abuela?’.

Y cerrar las maletas y dirigirse al comedor.

domingo, 17 de abril de 2011

Alucinaciones y Convexos


Aparentemente, nos encontramos dentro de la habitación. Pero estas alas tuyas, y esta espuma mía, paralelamente, me dicen que la soledad es ambigua, y en todos los lugares. Te renombro como a lo nuevo, y nuestra anatomía irregular converge en el calor y dentro del vaho de las calles, en el sudor dulce de hombros morenos, irreconocibles. Anónimos. No logro pronunciar la clemencia de su tacto. Sucede con el sol a media tarde, tú, como la felicidad aparcada tal las barquillas para pescar en primavera. Un montón de niños flacos, semidesnudos, danzando en el eco del agua. Tan parecido a ti.  Tan como tus manos, los cuatro pares. Creo que he aprendido a poseer sólo tres. Porque no me han erosionado tanto, para dejar de ser tuyas. Entonces sucede querer decirte tantas cosas. Cómo disolverme y llegar en las sombras a tus palmas. Las que no conozco Quiero encontrarte en los pliegues de las faldas, y en los soniditos de las familias cuando ríen, y que ya todo se haya dicho antes de que aparezcas tú. Para que resuenes, de tal modo, que todos los techos truenen, y las cigarras hagan sus melodías tristes en tu oído. Para que aquellos movimientos telúricos del mundo, solamente sean relativos a tus pasos. Tuve que inventarte así, una noche de domingo, y una tarde de sábado. Las personas parecían incendiarse sentadas en sus taburetes, y yo inmóvil, y yo en la gracia de pertenecerte de tal manera, que me limitaba a la pirotecnia azul, febril a los lamentos de los otros. Tenían que decirme que el mundo se perdía entre explosiones dactilares, los pecados, y el vino. Y que todo era cenizas por la mañana. Pero como ya era completamente tuya, y no podía morirme todavía, reiniciaba el ensayo de estar en las habitaciones tibias demás. Atender las alucinaciones falaces entre estas gentes que no se dicen nada. Pero todas se encuentran continuamente, hablando de ti.

miércoles, 13 de abril de 2011

Los Sueños buenos y Malos




[Para la gente que lee La Brecha continuamente, periódicamente -o ¿casualmente?- sabrán, que no soy mucho de publicar escritos extensos o artículos ajenos a mí. Incluso siendo míos, nunca lo son tanto. Será que no tendré demasiado que decir, que valga. No obstante hay algunas palabras que sí valen, y nos duelen, nos llenan  y nos pueden como pocas cosas en la vida. Lejos de mi aparente estoicismo e individualismo, siempre he amado la tierra donde nací. Nunca olvido de donde vengo. Dice mi abuela que así sabré bien a dónde voy -aunque eso ya no sé explicarle que no lo sé muy bien-. Así que me he tomado la libertad de transcribir un 'discurso' o relato que forma parte del disco "No tiene fin" del grupo 'Los cojolites'. Dichos, grandes exponentes del Son Jarocho. Específicamente del sur de Veracruz, donde yo nací.  Lo coloco tal cual suena y tal lo dice ese hombre, cuyo nombre desconozco, y me gustaría saber. Lo dejo con los pequeños errores, dentro de su perfección y el atropello en las palabras. Aunque yo me hago feliz y triste sólo de escucharlo. Pido, a ti que me lees, que en todo caso vuelvas a perder unos minutos conmigo ... porque esto, también soy yo. ]

"  Quería terminar, contándoles una historia que me platicó el viejo Antonio. La cito de memoria, y sin el reposo, y el análisis pausado que da el escribirla. Y ocurrió hace como un enero, una madrugada de enero, fría, diez años antes de la toma de San Cristóbal, y doce años an … no, perdón, veintidós años antes de que llegara aquí con ustedes. Estaba yo, me encontraba pues escuchando en la grabadorita una música, en algún momento no sé cuando, me di cuenta de que a mis espaldas estaba el viejo Antonio y sin que viniera al caso, le baje un poco el volumen por que sabía que iba hablar él. Encendí un cigarro por doblador; doblador le decimos nosotros a la cubierta del maíz, porque no había papel para fumar. Agarró un tabaco del que yo fumo, se formo un cigarrillo, lo prendió y empezó a platicar esta historia de los sueños buenos y malos.


 Y decía él que en el mundo había gente muy mala, tan mala, que su maldad salía hacia afuera y empezaba a caminar como fantasma. Que cuando la gente buena tenía un sueño malo, una pesadilla, no estaba soñando su sueño, sino que estaba soñando un sueño ajeno. En ese sentido decía: no hay porque tener miedo de las pesadillas, porque lo que tenemos que entender es que no es nuestro sueño. Y precisamente, era una pesadilla el mundo en el que estábamos entonces, donde como pueblos indios no éramos mirados, ni tomados en cuenta, mucho menos escuchados. Porque donde nosotros estábamos, no llegaba nada. Nada. Ni carreteras, ni comunicación, ni radio, ni televisión, ni nada. Ahí podía alguien nacer, crecer, morirse, y nadie iba llevar la cuenta. Ni saber siquiera como se llamaba. Bueno, decía él, esos sueños malos o esas pesadillas que vamos teniendo, son ajenas, son de otro que dejo escapar su sueño. Y nosotros, como estamos dormidos, sin darnos cuenta lo tomamos y lo metemos en nuestro sueño. Pero decía también que hay sueños buenos, algunos eran tan buenos que no los recordábamos, hasta en el momento que los empezábamos a hacer en la realidad. Y decía por ejemplo que había veces, que soñábamos la libertad. Y que a la hora que soñábamos la libertad, soñábamos al otro. Y lo hablábamos, y no había temor en nuestra palabra, ni había temor en nuestro oído, en nuestro sueño podíamos estar a lado del que estaba diferente, sin que hubiera problema, y podíamos saber que cada uno y cada cual podía ser lo que es, sin que hubiera enfrentamiento, sin que hubiera choque, sin que hubiera quien manda y quien obedece. Decía el viejo Antonio que ese sueño se llama libertad, que a veces nos damos cuenta que lo tuvimos y a veces no. Que sólo lo vamos a recordar otra vez, cuando lo conquistemos en la lucha. Y decía también, que hay sueño, que es el sueño de la justicia. Y uno soñaba en la justicia, que el mundo era parejo, que era plano,  que había luz en la mesa y había alimento para la palabra, que la gente reía, y cantaba y bailaba, porque el mundo estaba cabal y no había arriba ni había abajo. Y que ese sueño muy seguido lo olvidábamos, la gente que somos, la gente humilde y sencilla y que no lo íbamos a recordar, otra vez, hasta que lo hubiéramos hecho realidad. Y decía el viejo Antonio también, que hay veces que soñamos que somos mejores, mejores seres humanos, mejor hombre o mejor mujer. Según cada quien, con cada cual. Y que en ese sueño, uno sentía que no era perfecto pero que era mejor que el minuto anterior, que el día anterior, que el año anterior. Sentía que era más completo porque era grande su escucha, para el otro, porque era buena la palabra que le regalaba el otro. Porque sabía que no estaba solo y que había otro, que luchaba por él, en lo mismo, en el mismo lugar, en esa tierra que estaba siendo soñada en el sueño. Pero existía, como quiera, fuera de él.

Y decía el viejo Antonio, que en ese sueño donde somos mejores era tan rica, el color, y la música que había, que a veces se hacía una música; decía que en el sueño en el que somos mejores cuando se escapaba de nuestras cabezas, y de nuestro sueño y pasaba a la vigilia, cuando estábamos despiertos: era una Música. Y antes de irse me dijo, que el sueño de ser mejores, es muchas veces, como la música que estabas escuchando. Y se fue. 
Quienes me entendieron, lo que estoy diciendo, y lo están pensando, saben que lo que estaba escuchando era un Son Jarocho.

[Aplausos]

El son y el guapango, fueron las dos hojas de la ventana por las que me asome primero, a lo que era la música, y los musiqueros, después se abrió una puerta: el rock. 
Buenas noches compañeros, muchas gracias. "

domingo, 10 de abril de 2011

Chez moi - Chez toi



The quiet morning

Nos habíamos quedado en casa para soñar libremente dentro de la habitación amarilla. Terminar por fin esa correspondencia pendiente, y enviarla lo más pronto posible. Empaquetar música para los próximos viajes, odiarlos a todos, demostrárselos a todos –que los odias-, comer sola en la última silla de la mesa del fondo. Esperar que nadie pregunte absolutamente nada, es pesado contestarles cuando no se tiene rostro ya. Decidimos encerrarnos para llorar con Nessun dorma. Hace años que reconocemos ese temblor callado, mi cuerpecito tristísimo –según tus remembranzas-, una intoxicación ilógica de los sentidos con los idiomas extranjeros.



 La única forma de llegar debajo de sus huesos, a la siete de la mañana, es abrir los ojos.




‘Adoraba la lentitud, y la rara sensación de que todos ya habían muerto’.  El jugo de naranja tan trillado, mis perros emocionados al verme despertando el día, y mis melodías lentísimas, rebotando en los muros. También era mi padre. En no sé qué lugar de la casa, pero sabía que él deambulaba en algún sitio, con mis discos de Jazz en su aparato más viejo. Moviendo al ritmo un píe. “Jeepers Creepers” y Ella Fitzgerald recordándome que otra vez era domingo. Qué hoy deberíamos ser felices con este andar parsimonioso, nuestro trabajo de años, saludar a los clientes que al final ni conocemos. O no hacerlo. Pero conformar esta dinámica de ser. Lo que debemos ser. El barrio de siempre con sus fluidez diaria a través de los años. Recién lo comprendo; hay una luz en abril donde el cielo se abre a veces, y es la sonrisa de mi mujer o la de mi abuela, en forma de calor, bajando hacia mí a la velocidad del sonido para acariciarme el cabello.  Es eso o nostalgia. Lanzar un suspiro muy fuerte mientras voces franco-italianas dicen ‘que no hay paredes pero sí árboles’. ‘Quand tu es tellement près de moi’.


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María, amor:

Estoy en la banquita del negocio. Mi madre no ha llegado. Presumo que lo hará un poco borracha, y queriéndome dar muchos besos. Tú sabes. Pero estoy pensándote, y aun no tengo el valor del que te hablé por la tarde, ese que siempre me falta para escribirte hasta que se me caigan las manos. Hago ver las mismas farolas de siempre. Esas que fotografío junto a la red de cables, que no entiendo por qué, te parecen bonitos. Estoy así, con las luces naranjas haciéndome nido en los ojos, pero esperando, como esperando por ti e inmóvil. Tenemos suerte, María. Darnos cuenta del amor, y admitir, lo terriblemente afortunadas y felices que somos. Cualquier domingo por la tarde, cuando allá va cayendo la noche -como tus párpados- y me hago dulce demás y no sé como despedirme sin que sea a medias todas las veces. Intentaré prolongar estas palabras hasta que me escuches, de estar allí, por la mañana y abandonas tu hogar, conduces el auto hasta la oficina que de pronto no soportas. Voy a intentar retar un poco a la vida. A ver si soy menos hostil con mi madre.  

La noche se va  como de puntitas. Sigo siendo ‘una pequeña posesión’. Hablo con una de mis primas. Estamos planeando la vida como si pudiésemos hacerlo todo en una semana. Con playa, ríos y faldas largas de señoras preciosamente terrenales. Y te tengo a ti entre mis dedos, no me estás doliendo, no me estás doliendo…y cierro los ojos besando todos los hilos de la cuerda. Y anochece el domingo. 

miércoles, 6 de abril de 2011

Estratagemas & Narcisismo


De esto no voy a culparte. Porque en estos días no te recuerdo ni te sé. Y nada de estos malabares tiene que ver contigo. Las noches son frescas, inherentemente a abril, aunque nunca entendí abril, porque abril no me significa mucho. Lo es julio, a veces mayo. Mayo sobre todo. Lo es octubre, sólo porque me gusta su nombre aunque no festejemos nada ni aquí ni allá. No, de este odio que me surge, no voy a culparte. Porque la verdad es que soy bastante feliz. Por el momento. Tengo canciones tristes y alegres. Todas al mismo tiempo. Tengo vino y cerveza en la nevera. Tickets de autobús que me llevan al sur. La gente que me ama. Algunos que yo amo. Aunque sinceramente, he descifrado gran parte del amor con mis pocos años. Y el amor es simple, y a las simples cosas las devora el tiempo. Así que lo llevo como el algebra, cuando sientes que ya conquistaste el mundo con unas cuantas ecuaciones, o eso me decían algunos ingenieros. Que también me quisieron, y ya dejaron de hacerlo. Supongo que también lo resolvieron al final. Aquí, sólo ocurre este espacio y esta nada. Cuando casi ha terminado el día, dentro de nuestro universo, estoy cansada de mí, principalmente. Me desvisto. Luego me visto otra vez como si hiciese falta.  Adoro esa sensación que resta al despojarme de todo. Quedarme sola. De odiarla mucho -sin hacerlo-, jugar a las caídas y a las historias mal logradas, pero corrigiendo los pasos, para no ahogarnos sin haber llegado al fondo, y a la cima. Contémplame, soy la misma hija de la chingada. Sé que voy a herir a alguien, y mírame, no me detengo. Hay guerras de azúcar que no pueden reconciliarse. Caminos no recorridos jamás, pero sufridos, de tal modo, que podrían culparte de todas mis tragedias. Pero no. Yo se los grito: NO. Esto no se trata de ti, creo de mí tampoco. Estoy recorriendo senderos que evocan al pasado de alguien, y hago batallas en presente para que le duela cuando menos lo esperaba. Es que a mí también me esta hiriendo, casi sin hacerlo, como la vanidad. Esa posesión no poseída. Tengo en reversa las ideologías de libertad que con tanto trabajo cimentaste. Ya no sé como no pertenecerle, ni serle o serle, de tal manera, que pueda abandonarme cuando más se le apetezca. Un día domingo con sol. El próximo verano. A ti, te quiero decir unas cuantas frases más. Pero, súbitamente me quedé sin aire, viendo como se me escurre – a veces- como el agua entre los dedos, cuando siento que pierdo el trayecto hacia sus bien torneadas raíces. Ya ves, yo no te culpo de nada,  jamás lo hice, sólo de crueldades y estratagemas inusitadas, yo que sé.

Mientras tanto, y estás afuera de todo, tú ten presente que  soy genial y no me olvides.

Waltz

sábado, 2 de abril de 2011

Tu enfermedad



[… ] y te amé por permitirme vivir contigo el milagro de un poniente o de una aurora en la que los árboles se despeinaban de algas, y los petroleros adquirían la dimensión de las catedrales, con santos, y cirios, y altares en la bodega, y las notas del canto gregoriano que salían con el humo por las chimeneas enormes. Amé tus hombros estrechos, tu nariz, que goteaba de gripe, la voz que se irritaba y me reprendía, las piernas delgadas bajo la gabardina, amé la fragilidad de tu cuerpo y tu modo de andar, doblada por la brisa de febrero, y amé
disculpa
tu enfermedad que me permite acompañarte […]


António Lobo Antunes


[Gracias por permitir 
 lo de la foto...]