martes, 16 de junio de 2009

Miedo

No sé cómo se les ocurrirán los artículos o las columnas a otras personas con blog. En mi caso, normalmente, suelen ser cosas que andan rondándome la cabeza, orbitando en torno a alguna de mis obsesiones temporales o mis intereses y que acaban por galvanizar después de ver algo en una película o en la tele o leer un libro o revista. Raramente suele ser algo casual, es sólo una acumulación de ideas hasta que tengo ganas, tiempo y una forma, más o menos clara, de expresarlo.

Hace unas semanas, hablando con José Viruete, salió el tema de la producción soviética de ciencia-ficción tanto en libros como en películas, cómo es algo de lo que no tenemos demasiada idea más allá de Tarkovsky y, además, eso sólo es parte de alrededor de medio siglo de cultura, y subcultura, de varios países sobre los que ignoramos casi todo. El ejemplo que tenía más claro en mi cabeza fue una chica, una compañera en un curso de inglés, hace como cinco años, que venía de Hungría y que vestía como si la hubiesen sacado del público de Tocata. Algo así como veinte años de desfase en moda, casi nada.

Sin embargo, una de las cosas que comentamos relacionado con la Guerra Fría y demás, fue una de las cuestiones fundamentales que distancia a mi generación y, en general, a aquellos nacidos antes de 1982 (aproximadamente; añadid años, si os parece) de las que vinieron después. He leído por ahí que hay gente harta de la nostalgia de los años ochenta y la Guerra Fría y todo eso porque, en realidad, ellos no lo vivieron. Dejando aparte que tienen razón y que cualquier memo con veinte años ahora no puede tener ni una puta experiencia vital de verdad sobre lo que supusieron los años de Reagan, mi idea iba en paralelo. Toda esa nostalgia ignora que en aquellos años, crecer suponía criarse con una cultura completamente distinta a la de nuestros padres, no ya sólo por la transición y todo eso, sino porque la televisión se convirtió en un elemento central de nuestra educación.

Fuera de lo bien o mal que hayan envejecido aquellos capítulos de Barrio Sésamo (por lo menos la parte americana de muppets, no entro a discutir sobre Espinete y demás) y que sean o no, de lejos, mejores que los Lunis, los Teletubbies y todo eso, los críos absorbemos una barbaridad la información y, por entonces, con sólo dos canales, la tele era una ventana al mundo. Luego, cada uno entendía las cosas de forma más o menos peculiar: por ejemplo, yo con tres años no tenía demasiado claro que el circo romano con gladiadores y todo eso estaba casi dos mil años en el pasado. Aún así, insisto, los niños cogen señales con una facilidad tremenda y, en aquellos años 80, una de las señales que más abundaban en los telediarios era el miedo. Cierto, hoy día también hay miedo pero entonces era diferente, quizás porque la amenaza era más real.

Al llegar a la presidencia en 1980, Reagan reavivó la economía de los Estados Unidos con inversiones en defensa, reavivando la Guerra Fría. No hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que con aquello aumentaron las tensiones con los soviéticos y la amenaza de guerra nuclear se hizo más presente que en la década anterior. En los telediarios, en series de televisión, en películas, el Terror Rojo se rematerializó pero, esta vez, a diferencia de 30 años antes, acompañado por la sombra de un conflicto que podría poner fin a la especie humana. Los jueguecitos de la geopolítica (las guerras civiles en América Central, la guerra de Afganistán, la guerra Irán-Irak…) no ayudaban demasiado y el Apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina.

En un ambiente así, tus padres llegaba y te decían que iban a poner una película de dibujos animados por la tele y esperabas que fuera algo divertido, no Cuando el Viento sopla. No es tampoco algo con lo que te vayas a quedar despierto y dando vueltas en la cama toda la noche, claro, pero tu visión del mundo cambia. Añádele a la dieta el Día después y la imagen que tienes de la guerra acaba siendo diferente a todas esas cosas tan molonas que te vendían en las películas de Stallone y Chuck Norris: se empezaba a caer el pelo, luego los dientes (pesadilla donde las haya), luego empezabas a sangrar hasta por la piel y luego la piel se deshacía. De algún modo, percibías que el mundo era un lugar chungo, muy chungo, sin necesidad de hombre del saco ni de monstruos debajo de la cama, entre otras cosas porque probablemente quedasen incinerados por la Bomba en el minuto dos.

En una película de 1988, Miracle Mile (no recuerdo su título en España), se consiguió transmitir la sensación de miedo, de pánico, incluso, que provocaba vivir en un mundo al borde del abismo. Mis recuerdos del verano de 1990 estaban marcados por ese miedo: Saddam invadió Kuwait y los tambores de guerra, la movilización de medio mundo ante aquello fue algo de lo que se habló durante meses, con la inquietud sobre qué haría el bigotes con los Scuds que le compró a los rusos y los gases que le fabricaron los franceses, alemanes y yanquis. Cualquiera sabía si aquellos pepinos nos podían caer a nosotros con el sarín y con el aumento de precios del petróleo, la gente empezó a acaparar comida por si acaso.

Cierto, desde 2001 tomó presencia la amenaza del terrorismo franquiciado de Bin Laden y sus amigos, algo que se confirmó en España en 2004 con los atentados de Atocha y Vallecas. Además, ETA siempre estuvo rondando todo ese tiempo y en 2000 la hicieron maja con el coche bomba en la calle Preciados, que dejó fuera de servicio un buen montón de comercios de la plaza del Callao. Pero no era lo mismo. Nunca lo ha sido. Se trata de un fragmento de caos que anda suelto por ahí, algo que, por pura mala suerte, puede tocarle a uno y generar una tragedia pero no tiene ni de lejos la escala, sobre todo psicológica, de lo que implicaba la ver en la tele el desfile del 1º de Mayo o del aniversario de la Revolución de Octubre. Cuatro, cinco o seis años, poco importaba, sabías que esos misiles en esos camiones significaban algo muy malo.

Lanzarse ahora a la diatriba de que la juventud de hoy está echada a perder, que no merecen la pena y todo eso sería una gilipollez. Es cierto que el sistema educativo apenas sirve para limpiarse el culo con él y que se ha pasado, en treinta años o así, de una cierta intransigencia a una tolerancia desmedida pero en ese caso la responsabilidad debería ser asignada con más ojo. Lo que es cierto, sin duda, es que estas generaciones no han tenido de verdad esa sensación de que existían poderes por encima de ellos que regulaban su vida en la oscuridad, que nos podíamos ir al infierno de un momento a otro y que lo único que quedaría sería una bola de barro silenciosa y llena de polvo. Nada de terminators, nada de aliens, sólo el polvo radiactivo y las ruinas de quienes una vez estuvieron aquí.

P.S.: para quienes crean que después de la crisis de los misiles de Cuba el riesgo de guerra nuclear había quedado muy atenuado, sugiero que echen un vistazo a éste artículo y a éste otro.

2 comentarios:

Biónica dijo...

Los tebeos de Mafalda eran un fiel reflejo de la época. Respecto a esto, recuerdo una tira en la que Mafalda termina un rezo diciendo: "Y que nunca, nunca, seamos el jamón del sandwich internacional". Para leer a Mafalda hay que entender esa época.

Y fue grande Quino en el retrato, pero a mí me pilló un poco más tardía (del 81) y bastante despistada xD.

AkaTsuko dijo...

Lo más cerca que vivimos los jóvenes eso que comentas en este último párrafo, esas sensaciones, no van más allá de discusiones rebosantes de escozor y hemorroides en foros, a ver quién es el más documentado (con pruebas risibles) o el más cínico (el que se sabe todos los apellidos de las falacias al dedillo). Desgraciadamente, es así. El miedo es literatura best seller hoy en día.

Recuerdo vivamente un chiste muy malo que nunca se me acaba por olvidar:

-¿Qué te parece peor: la ignorancia o la indiferencia?
-Ni lo sé, ni me importa.

Un chiste que representa muy bien las generaciones post 86.

PD: Miracle Mile en España es "Setenta minutos para huir":

http://www.filmaffinity.com/es/film710349.html

Otra más para la lista.