En este año, si habéis tenido oportunidad de pasar por alguna librería o tienda de ocio de masas (Fnac, por ejemplo) y/o habéis visto las noticias, ha habido una expectación bastante grande por la salida del último libro (literalmente, por aquello de que murió al poco de entregar el manuscrito) de Stieg Larsson (
La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire), que fue, poco más o menos, la última moda del género de la Serie Negra. Best Sellers en toda clase de géneros los ha habido y los habrá, sólo hace falta acordarse de hace unos cuatro o cinco años, cuando el género de los misterios y conspiraciones tenía en lo alto a Dan Brown con su
Código DaVinci. La novela negra, no puede negarse, ha sido siempre un género con un público amplio, así que lo del Best Seller debería estar aún más justificado, sin embargo, Patricia Highsmith, especialista en la novela de suspense, no estrictamente el
noir, comentaba en un ensayo suyo que, en realidad, el género es una especie de apuesta segura de los editores porque se mueve en un rango de ventas que suele cubrir la inversión y dar beneficios pero tiene un techo. El fenómeno de un Larsson suele ser algo excepcional, por tanto, y hay motivos para examinar esos posibles motivos, sobre todo cuando la novela de suspense convencional se mueve alrededor de las 240 páginas como mucho (cito a Highsmith) y el sueco éste era un grafómano que rellenaba 600 páginas sin pensárselo mucho.
Habiendo leído los tres tomos a lo largo del año (más o menos desde Abril), llegué a la conclusión este verano de que son historias más bien flojas. Se puede trazar facilmente una línea y colocar a ambos lados los puntos a favor y en contra y, una vez hecho esto, lo cierto es que no sale muy bien librado.
Puntos a Favor:
-Se lee facilmente a pesar de sus dimensiones: está escrito de una forma directa y eso facilita mucho las cosas a la hora de pasar páginas sin que se note el paso del tiempo.
-Se aprecia la voluntad de compromiso social del autor: la temática de los tres libros muestra una intención de denuncia de los abusos legales (e ilegales) contra las mujeres y el machismo soterrado presente en la sociedad sueca, esa tan modélica en otras cosas.
-Hay una labor de documentación bastante buena: algo que es, en cierto modo, previsible debido a que Larsson era periodista y, hasta donde he leído, bastante decente.
Puntos en Contra:
-Falta de estilo: desconozco si en el sueco original pueden apreciarse más elementos que definan la forma de escribir de Larsson pero si estos libros se pueden leer tan facilmente es, precisamente, porque no hay estilo. La prosa es clara y directa, si, pero también falta de personalidad y del elemento artístico.
-El grupo de novelas se basa en unos personajes protagonistas que son, básicamente, una
Mary Sue del autor (Mikael Blomkvist, que se tira cualquier cosa con tetas) y una versión
Darker and Edgier de Pippi Calzaslargas (
admitido por el autor).
-El ritmo: el primer libro requiere un esfuerzo bastante grande para avanzar hasta la mitad, momento en el que toma todo suficiente inercia como para avanzar por sí solo. Eso hace que, en realidad, no pueda considerarse que todo el trabajo de documentación o la prosa directa cumplan con su objetivo, ya que da la sensación de que el autor no organizó su material de forma sensata y que rellenó páginas de forma inútil. Da la sensación de que la historia podría contarse en menos páginas sin que sufriese por ello.
-El ojo que todo lo ve: esto quizá es una cuestión personal pero me disgusta el uso del punto de vista de narrador que empleó Larsson con las novelas. Su omnisapiencia se pone en el camino del misterio y el suspense ya que, aparte de revelar la identidad de los culpables antes de que el trabajo investigador tenga lugar (por lo menos en el segundo y tercer libros), permite ver la tramoya de la adversidad contra los personajes en vez de dejar la idea de que algo va a ocurrir pero sin desvelar qué ni cuando ni cómo.
Hace bastante tiempo, encontré un ensayo de Raymond Chandler en el que definía y hacía crítica de los elementos del género. El ensayo se titulaba
el Sencillo Arte del Asesinato (podéis encontrarlo completo
aquí)y puede considerarse como una guía fundamental de la lógica argumental en la literatura criminal. Los cadáveres en una historia del género tienen que tener sentido, han de ser moneda de cambio en el contexto del mundo en que se mueven los personajes, no una excusa para tener un misterio que investigar. En ese sentido, los cadáveres en cierta ficción televisiva, C.S.I., más concretamente, son sólo un elemento para poder montar el espectáculo de trabajo de pruebas científicas a su alrededor. Se apunta a un culpable por un puzzle de pruebas materiales en el que poco importa el móvil. Es cierto que por el procedimiento criminal, el investigador y el judicial, las pruebas materiales son y deben ser esenciales para montar el caso pero una muerte desprovista de su contexto no tiene sentido social, no dice nada acerca del mundo en el que ocurre. En este aspecto, por lo menos, Larsson salva la ropa.
El personaje de Lisbeth Salander, sin embargo, no resulta muy novedoso. Resulta más bien obvio que es lo que tira de la historia y, en consecuencia, la novela tiene un gimmick en Salander. Es un personaje especialito por los motivos que se cuentan a lo largo de los tres libros pero no es ninguna novedad. Desde la época dorada del Pulp, incluidas las femmes fatales, este tipo de mujeres adelantadas a la moral genérica de su tiempo existían a ambos lados de la ley. Salander, como ya indiqué arriba, no es más que un personaje fetiche llevado a una versión más oscura y extrema. Está razonablemente bien costruido pero es, en el fondo, el único elemento que consigue arrastrar al lector a lo largo de las mil ochocientas páginas en total o así de las tres novelas. Que Blomkvist vaya por ahí tirándose a cualquier cosa con la excusa de las parejas abiertas no mejora las cosas.
A nivel personal, lo que encuentro peor en las novelas es la falta de estilo. Aunque facilita la lectura, hace que luego no quede nada concreto en la cabeza acerca del autor, no transmite a la persona detrás de la obra. En ese sentido, quizás la influencia periodística fue algo que se cargó la posible perpetuación de Larsson. Si uno atiende a los más grandes del género, puede observar que
Hammett tenía un estilo claro pero seco, duro, con un
stacatto implacable y que transmitía la calle con toda su dureza, algo que no es raro si uno examina su vida y transfondo;
Chandler tampoco hacía demasiadas concesiones en su prosa pero sus metáforas y símiles eran una demostración de que había estudiado literatura y poesía;
Cornell Woolrich, por otra parte, era un maestro en la morbosidad y lo siniestro de sus historias pero su prosa, para mi gusto, era demasiado rosada (en lo que su sexualidad, probablemente, influyese). En cualquier caso, estos autores demuestran que su personalidad permeaba las páginas de sus respectivas obras (algo que tienen en común con Phillip K. Dick y sobre lo que escribiré en algún otro momento) y uno puede atisbar algo del autor en su prosa (no necesariamente en sus personajes). De Larsson quedará su objetividad periodística y su compromiso contra el machismo en una frialdad sueca.
No sé otra gente que se los haya leído pero yo probablemente no vuelva a hacerlo, sin embargo, los clásicos es probable que los coja una y otra vez sin dudarlo. Os dejo, para terminar, con unas cuantas de las metáforas y símiles de Chandler, que podrían, perfectamente, hacer haikus:
Actress.
She smelled the way
the Taj Mahal looks
by moonlight.
Police Woman.
To say her face would stop a clock
would be to insult her.
It would stop a runaway horse.
Los Angeles.
One great big
sun-tanned
hangover.
Silent Intruder.
A wedge of sunlight
slipped over the edge of the desk
and fell noiselessly on the carpet.
Pathos.
Her voice faded off into a sort of sad whisper
like a mortician
asking for down payment.
Seascape.
On the right of the fat solid Pacific
trudging into shore
like a scrubwoman going home.
Another lady.
She had a mouth
that seemed made
of three-decker sandwiches.
Malibu.
More wind-blown hair and sunglasses
and attitudes
and pseudorefined voices
and waterfront morals.
Finale.
I newer saw any of them again
-except for the cops.
No way has yet been invented to say
goodbye to them.