miércoles, agosto 21, 2013

Sagrario del Peral


De regreso de mi viaje me he enterado de la muerte de la poeta Sagrario del Peral. He visto que la tenía como amiga en Facebook. Lo cual no significa nada, evidentemente. No conservo recuerdos de haber hablado con ella, pero seguro que más de una vez coincidimos en los actos poéticos de Madrid en los locales a los que ella asistía (El Dinosaurio, Diablos Azules, Tapas & Fotos, etc). Tal vez nos saludáramos en alguna ocasión. La memoria, a menudo, juega malas pasadas. No encuentro su año de nacimiento por ninguna parte, ni tampoco su ciudad de origen. Al menos dejo aquí una de sus fotos más conocidas: que sirva de homenaje, aunque sepa a poco.

Elmore Leonard (1925 - 2013)


Cartel de The Fifth Estate


A Single Shot: 4 carteles





Captain Phillips: 2º trailer


Mission Park: 2 carteles



Dom Hemingway: 2º cartel


Trailers de Riddick


Ted Post (1918 - 2013)


Trailer de Drew: The Man Behind the Poster


Sławomir Mrożek (1930 - 2013)


viernes, agosto 09, 2013

Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), de Tomas Espedal



Más que hablar de este libro, hoy pretendo contaros cómo llegué a él, y qué ocurrió al poco de publicarse la traducción.

Hace unos meses, merodeando por Machado Libros (la sucursal del Círculo de Bellas Artes), topé con un libro que salió ese mismo día a la venta: La vida simple, de Sylvain Tesson. No sabía nada al respecto, pero el libro me atrajo (las más de las veces compro guiándome por mi intuición) y me lo llevé. Poco después se hizo célebre y le salieron admiradores y detractores. Yo estoy entre los primeros, aunque ya dije en su momento que me habían parecido superiores otras obras similares. El caso es que el libro de Tesson estaba repleto de frases para subrayar, pero le faltaba algo, como si estuviera hueco. Cuando lo cogí del estante, dos de mis libreros de cabecera (María Herráez y Carlos Pardo) comentaron que, a priori, les recordaba “al libro de Espedal”. Les pedí que me lo enseñaran, pero no les quedaban ejemplares.

Luego hablé con Álex Portero (que trabaja en la otra sucursal de Machado Libros) y me pidió el libro a la editorial, Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), del que yo jamás había oído hablar. Y me contó algo más. Que la editorial, Siruela, preparó hace tiempo (Feria del Libro de Madrid del año 2010, si no me equivoco) una presentación de dicha obra, y se trajo a su autor, el nórdico Tomas Espedal, a España. Y que Álex acudió al evento, pero que no había nadie o casi nadie. Fue un fracaso en toda regla (un fracaso de público, se entiende). Nadie conocía a Espedal y quizá no se hizo la suficiente publicidad. Y luego Álex se marchó por ahí con el autor, a tomar algo, y dijo que es un buen bebedor y un tipo simpático. Y desde entonces Álex recomienda a tantos lectores este libro que probablemente sea la única librería donde no dejan de venderse ejemplares de Caminar.

En cuanto a la obra, se trata de una especie de magnífico ensayo autobiográfico: en la primera parte hay teorías y multitud de citas literarias y en la segunda el autor pone en práctica esas teorías, nos cuenta sus caminatas y viajes por el mundo. Sólo os diré que Caminar es mucho mejor que La vida simple: más profundo, más poético, más completo. Muy recomendable. Y os dejo con un montón de extractos:

No conseguí estar casado ni vivir en el campo, no conseguí no escribir. No conseguí librarme de mí mismo. No conseguí convertirme en otro. Echaba de menos mi vida anterior. Quería estar solo. Quería escribir libros. Me aislé. Escribí. Repetí mi antigua vida. Mis antiguos trajines. Nuevas relaciones. Nuevos sueños, nuevos viajes, nuevas modas, nuevos dineros, nuevos libros. Nuevos derrumbamientos. Pero nunca una nueva vida. ¿Es posible, crees tú, empezar una nueva vida? Yo no lo sé. Hoy todo se ha derrumbado en una pura nada y no sé qué voy a hacer.
Mi amor.
Hoy te voy a abandonar.

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Lo cierto es que tú siempre estabas enfadada y siempre caminábamos juntos, de la mano, pero de todos modos no podíamos estar juntos, ¿o sí podíamos?

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Las hojas de los árboles cambian de color, caminan hacia el otoño. Yo camino hacia el invierno o la primavera. Es verano, finales, alguien escribe agosto. Pero yo no quiero escribir ninguna carta, desaparezco en silencio, sin palabras, sin explicaciones; no las tengo.

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Bueno, pues ya estoy caminando, tras muchos pequeños desvíos, paso por su casa, sigo de frente, subo por la cuesta y paso por delante del hospital de Sandvika y de lo que en tiempos se llamó Hospital Dr. Marten, aquí trabajaba mi madre, era secretaria de los médicos, especialmente de los psiquiatras, y de ella aprendí a escribir. Ella me regaló mi primera máquina de escribir, era una máquina de secretaria de médico, no sé cuántos historiales e informes médicos habría escrito, pero aquella máquina tenía una locura propia. Cuando murió mi madre, estuve realmente a punto de perder el juicio, cogí un avión a Londres y un tren a Swansea y seguí a pie hasta Laugharne, donde me senté en una banqueta del bar del Brown Hotel para beber hasta perder la noción de todo. Fue un viaje mítico. Fue un viaje desesperado.

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A intervalos inquietos e irregulares se me repite la idea: debería haber tenido una profesión. Nunca he tenido una profesión. He escogido otra cosa, me he rebelado, he escrito y editado libros; he viajado y he hecho muchas locuras, pero nunca he tenido una profesión.

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Pero de lo que no cabe duda es de que, a largo plazo, el caminar es agotador. Quienes hayan leído algo sobre los caminantes y haraganes saben lo dura que es la vida del vagabundo. Quien haya visto fotografías y cuadros de bordoneros sabe que su vida es difícil. Quien ha pasado unos meses por los caminos sabe que caminar es algo demoledor y brutal.
No se tiene casa. Se duerme al aire libre. Se es un forastero y se resulta sospechoso. Se está sucio y hambriento. Se está solo, se camina y camina, llueve y sopla viento, se duerme por caridad, en un pajar o en una pensión; se lleva a la espalda lo que se posee, duelen las piernas, duelen los hombros, duele el cuerpo, se echa en falta una cama y una novia.

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Quiero escribir cartas.
Estoy repleto de despedida.

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Eso es la literatura, escribir hasta extraer algo que no habíamos deseado, un bello monstruo, como el Frankenstein de Mary Shelley, algo que no nos podíamos imaginar de antemano.

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Hay un punto, un estado, en el que el caminar traspasa una frontera perceptible; ya no se tienen ganas de parar, ya sólo quiero seguir caminando, caminando, caminando, ha dejado de importar adónde o por qué, en qué dirección, el caminar se me ha subido a la cabeza, una embriaguez, la embriaguez de la libertad; puedes ir a donde quieras, tan lejos como quieras, puede que camines tan lejos que resulte difícil volver a lo que es normal, a lo que era antes, a un trabajo, ¿un hogar? Se camina hacia algo nuevo, se ha embarcado en una larga peregrinación. ¿Por qué interrumpirla? ¿Por qué no seguir? ¿Hacia qué? ¿Hacia quién? ¿Hacia dónde? No lo sabemos. Caminamos.

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Pero los mejores mapas no se pueden comprar, los dibuja la gente que te encuentras por el camino. Y la gente con la que te encuentras por el camino es tan hospitalaria como precisa. Eso vale para todos los países. Los mejores mapas se transmiten oralmente y con movimientos de las manos, algunas veces con bolígrafos y un pedazo de papel.



[Siruela. Traducción de Cristina Gómez Baggethum]


[Nota: durante los próximos días voy a tener mucho ajetreo, así que no sé si me quedará tiempo para actualizar el blog; por eso he querido dejar una “reseña” tan extensa; en cualquier caso, no tardaremos en volver a la rutina]

Trailer de The Monuments Men


George Clooney tiene ya nueva película como director. En el reparto: el propio George Clooney junto a Matt Damon, Bill Murray, Cate Blanchett, Jean Dujardin, Bob Balaban, Hugh Bonneville y John Goodman. Trailer: aquí.

Karen Black (1939 - 2013)


Lovelace: 3 carteles




Trailer de Visitors


jueves, agosto 08, 2013

Trailer de Her


La última película de Spike Jonze. En el reparto: Joaquin Phoenix, Amy Adams, Rooney Mara, Olivia Wilde y Scarlett Johansson. Trailer: aquí.

Y a veces las personas...

Y a veces las personas llegaban a hacerse daño de verdad. Y si no se herían entonces, terminarían hiriéndose más tarde: que el otro se niegue a hacer el amor o que te abandone duele, como duele ser uno el que abandona e intenta olvidar a la otra persona. El cuerpo siempre recuerda.

Ann Beattie, Retratos de Will

Próximamente: Pulphead


De John Jeremiah Sullivan. En Mondadori.

miércoles, agosto 07, 2013

Montauk, de Max Frisch


Al principio de este libro autobiográfico cuesta un poco habituarse a la narración fragmentaria y plagada de saltos hacia adelante y hacia atrás de su autor, pero poco a poco uno le coge el tranquillo y termina por asumir que Montauk es una novela maravillosa. Max Frisch la publicó a mediados de los 70 y, sin embargo, parece escrita en este siglo. Es así de fresca y de actual. Un fin de semana en el que, junto a una chica, Lynn, viaja a Montauk, al norte de Long Island, le sirve a Frisch para engarzar con el pasado y contarnos otras relaciones con diversas mujeres, su visión del éxito y la fama y la escritura, su deriva no sólo sentimental sino geográfica, su amistad con escritores de reconocido prestigio (Philip Roth, Uwe Johnson, Samuel Beckett…), aspectos de su infancia… La mirada de Max Frisch sobre los Estados Unidos, donde vivió algunos años, no es muy distinta a la de, por ejemplo, Wim Wenders. Frisch se fija en aquellos detalles que a los autóctonos no les llaman la atención, les pasan desapercibidos porque tal vez estén hartos de verlos: una Coca-Cola vacía sobre la hierba, el color de las moquetas y de las lámparas de un motel de carretera, la suciedad de los vidrios, las mierdas de perro en las aceras...

El ritmo narrativo de Montauk le deja a uno clavado: Frisch pasa de la primera a la tercera persona sin despeinarse, y en un mismo fragmento cambia de Roma a Zúrich, de Montauk a Berlín, de París a Nápoles con total naturalidad. Os dejo con uno de los mejores fragmentos del libro (me ha dolido cortarlo, pero era demasiado extenso), en el que se refleja bien esa naturalidad, ese ritmo de saltos geográficos y temporales, pasaje que, además, describe parte de su difícil relación con la escritora Ingeborg Bachmann:

Después de sacudirme el mortero de las manos, me voy antes de que sea de día. Me marcho como alguien que tiene que llevar un mensaje urgente. LA SPEZIA. No avanzo más. Demasiado temprano para que me sirvan un café. Ningún hombre despierto, ninguno que esté en su sano juicio, todas las persianas bajadas. Ni siquiera están montando el mercado de todos los días. Ni un autobús. Se puede andar por el centro de la calzada. Me alegro de tiritar de frío en un banco público, no sirve de nada pensar, no sé en qué dirección queda el futuro. Más tarde, en la estación, después de haber estudiado sin gafas el horario de trenes, compruebo cuánto dinero tengo en el bolsillo. ¿La dejo o vuelvo con ella? A su lado sólo existe ella, a su lado empieza el desvarío. Todo eso yo ya lo sabía. Aún creo poder decidirlo como quien tira una moneda: ¿cara o cruz? Sin embargo, ya está decidido. Sólo por burla tiro de verdad la moneda, 100 liras, la recojo del suelo sin mirar si ha salido cara o cruz. Espero solamente que haya un café en esta ciudad: LA SPEZIA… Exactamente a esta hora gris de la mañana, hace dos meses: PARÍS, los primeros besos en un banco público, luego entramos en los locales donde sirven el primer café del día: a la mesa vecina el carnicero con el delantal ensangrentado, convertido en una burda advertencia. El viaje de ella a Zúrich. La desconcertada en la estación. Su equipaje, su paraguas, sus bolsas. Una semana en Zúrich como amantes y, porque lo vemos claro, la primera despedida. Ocurre de verdad: pelos que se ponen de punta. Lo vi en ella. El claro reconocimiento de que así no se puede vivir más de cuatro semanas. Mi viaje a Nápoles. Ella en la estación. Sus brazos tienen fuerza. ¿Qué podemos hacer? Al final encontramos alojamiento por casualidad. Otra vez demasiado burdo: PORTO VENERE, adonde llegamos en taxi como si viniéramos huyendo… Después he sacado la arena de las alpargatas antes de ponerme de pie, y la moneda la empleo para un café. Durante siete meses vivimos juntos, luego contraigo una enfermedad. (Hepatitis.) Tengo cuarenta y ocho años y nunca hasta entonces me había visto postrado en un hospital, disfruto del ingreso, todo blanco y con servicio. Pero, luego, el temor a perder la memoria. Por primera vez ese temor.


[Laetoli. Traducción de Fernando Aramburu]