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viernes, 13 de marzo de 2009

Capítulo dos: Sentidos

Es mi intención la de completar, o al menos intentar hacerlo de alguna manera, lo que empecé en el anteúltimo post, que quedó, algo así como sin querer queriendo, mucho más escueto de lo que pretendía en el momento. Con el paso de los días me di cuenta que realmente no tenía sentido pretender hacer algo más extenso porque el tema es simplemente inabarcable, por lo que pretendo abarcarlo lo más que pueda a lo largo de distintos posts, sirviéndome aquel como puntapié inicial. De paso, advierto desde ahora, así quedo al resguardo de vuestros abogados, que esto se convirtió más en un ejercicio mental que en una exposición cabal sobre el tema, y que no deberían creerme en casi nada de lo que digo. Bien, pues.
Más allá de nosotros hay un Universo. Más que referirme a nosotros como un conjunto, estoy apelando a la individualidad de cada uno. Va de nuevo: más allá de cada uno de nosotros hay un Universo del que, sin duda, formamos parte. Esto lo podemos afirmar sin ningún tipo de miedo porque bien sabemos que estamos constantemente intercambiando —y perdón por ponerme termodinámico— materia y energía. Una manera de verlo es diciendo que somos parte del Universo porque esa materia y esa energía que intercambiamos es más suya que nuestra, que todo lo que nos constituye ahora, alguna vez fue, y dentro de muy poco va a volver a ser, suyo; por eso podemos simplificar diciendo que no somos más que un producto del Universo y, como tal, somos parte de él. Algunos incluso podrán argüir que no existe una división real entre las distintas partes del Universo y nosotros apelando, por ejemplo, al vacío que existe en la materia: desde un punto de vista subatómico las distintas partículas (neutrones, protones, eletrones, lo que quieran) que constituyen los distintos átomos que nos integran a nosotros y a nuestro entorno, no son más que eso, partículas en medio del vacío, sin delimitación clara entre un átomo y otro. Pero de hecho, nosotros sí podemos ver las cosas desde un punto de vista símil al subatómico; nuestro sistema solar está constituido de la misma manera: con un núcleo central (Sol) y muchas partículas (planetas) orbitando alrededor, lo mismo que el núcleo atómico con sus electrones. Quién les dice, quizás (seguramente) no cumplamos mayor función que la de partículas subcuánticas, en cuanto que nuestro planeta podría ser un electrón más en un átomo que podría ser el sistema solar, que podría no ser más que una partecita de la molécula que quizás sea la galaxia, en la pequeñísima célula que podría ser lo que llamamos Universo, constituyente de uno solo de millones de organismos inimaginables. Y así in eternum. De tal manera, sabiendo que los átomos tienen órbitas que en algún punto dejan de ejercer su fuerza, podemos delimitarles un límite un tanto difuso pero sin duda existente. Sabiendo que la interacción gravitacional de los distintos átomos forma moléculas, que ellas forman células, éstas tejidos, éstos órganos y éstos nos forman a nosotros, yo digo que nos podemos constituir como individuos "independientes" que, aún así, son parte constituyente del Universo.
Pero, ¡ay!, me fui salvajemente de tema. Hay un Universo alrededor nuestro y del cual formamos parte y con el que tenemos que interaccionar para sobrevivir, porque formamos agrupaciones de células, algunas de las cuales quedaron muy profundas (lejos del entorno) y necesitan estrategias para conseguir su alimento, además de que existen otras agrupaciones de células que seguramente nos quieran de alimento a nosotros. En una interacción hay siempre una ida y una vuelta de la información. La vuelta queda para otro día; la ida, es decir, la captación de la información del Universo (o llamémosle entorno, que es un poquito menos ostentoso), viene dada en un primer momento por nuestros sentidos. Eso es posible por la dinámica misma del Universo: la materia y la energía está en constante movimiento y nosotros podemos aprovecharnos de eso para informarnos de la situación general de nuestro entorno y, en base a eso, crear estrategias de supervivencia. He aquí una breve (y quizás innecesaria, pero no me importa, yo la hago igual) descripción de los cinco sentidos básicos:

-Visión:
la luz, resumiendo de una forma que desagradaría a cualquier físico, es una forma de energía electromagnética que tiene la capacidad de propagarse por el espacio en forma lineal sin necesitar materia y que comprende la superposición de energía con muchas longitudes de onda distintas. Hay una muy pequeña parte de ese espectro de luz que el ojo puede aprovechar para hacerse una imagen del entorno y es lo que se llama "luz visible", y comprende toda la gama de colores que van del rojo al violeta, cada uno de los cuales tiene una longitud de onda característica. Los pigmentos son sustancias capaces de absorber la luz y devolver energía de determinada longitud de onda al medio; así, por ejemplo, un pigmento verde puede absorber toda la luz menos la longitud de onda correspondiente al color verde, la cual "rebota". Por otro lado, los cuerpos opacos tienen la capacidad de frenar el paso de luz al ser iluminados, quedando con zonas más expuestas e iluminadas y otras menos expuestas y en penumbras. El ojo es un órgano de lo más complejo que permite el pasaje de la luz a través de una obturación, la pupila (cuyo grado de apertura lo regula un diafragma muscular, el iris), hasta que finalmente contacta con una estructura de muchas capas de células distintas, la retina. Entre esas células, hay algunas, los famosísimos conos y bastones, que contienen pigmentos. Así, los conos, especializados en la visión diurna, tienen tres subtipos: los que tienen pigmentos rojo, los que tienen pigmentos verdes y los que los tienen azules (RGB). Cada célula capta un haz específico de la luz que le llega y no la totalidad de la imagen. De esa manera, la información muy puntual de cada región del espacio viaja, con un par de paradas previas, por el nervio óptico y llega en última instancia a la corteza visual, donde toda la información se integra, pudiendo distinguir zonas con distintos colores y diferentes contrastes de luz y sombra, además del movimiento de los objetos en el espacio.

-Audición:
al moverse los distintos cuerpos en el espacio que los rodea, empujan a la capa de aire más cercana, la que a su vez empuja a la siguiente, y así sucesivamente, produciéndose la propagación aérea del movimiento inicial. Esto, dependiendo de distintos factores como la composición del cuerpo o cuerpos que originaron el movimiento, la velocidad con que se propagó el aire o la intensidad con que lo hizo, le dan distintas propiedades que nosotros podemos distinguir para formar una idea dinámica de nuestro entorno, de la misma manera que los ojos distinguen matices de colores, de luz y de sombra (y también de movimiento). El mecanismo también es complicado, pero es más bien un hecho físico: el objeto sonoro empuja el aire, el aire empuja más aire que llega a nuestros oidos externos, empujando la membrana timpánica, que empuja una serie de tres huesecillos dentro del oido medio, que provocan el movimiento de un líquido en el oido interno. Este último tiene la forma de un caracol excavado adentro del hueso del cráneo. Por supuesto, las distintas propiedades del sonido (intensidad, velocidad, etc.) se traducen en el movimiento final de este líquido. El caracol está tapizado con células capaces de sensar el movimiento, cada una de las cuales tiene una cualidad asignada en el sistema nervioso central. (por ejemplo, una va a sensar un do y otra, en otra parte, va a sensar un mi bemol en la octava siguiente). Dependiendo hasta dónde llegue la propagación del sonido en el líquido, con cuánta fuerza y a qué velocidad lo haga, se activarán las distintas células de distintas maneras, enviarán el mensaje a las cortezas auditivas y el cerebro podrá hacerse una idea de lo que sucede en el entorno, pero ahora hablando de movimientos que el ojo no puede percibir, sea porque está por fuera de su campo visual, o porque simplemente no puede ver el estado del aire.

-Olfato: la idea del olfato también es percibir información que viaja por el aire, pero no ya física sino química. Los distintos cuerpos suelen perder constantemente un pequeño número de moléculas que un grupo de células especializadas que cubren, sobre todo, la parte superior de las fosas nasales pueden sensar como olores. Por ejemplo, los alimentos en mal estado liberan olores particulares y el epitelio olfatorio puede informarlo al cerebro para evitar su ingesta, o bien podría servir para informar sobre la proximidad, dirección y el estado de otros individuos. El olfato, en definitiva, sirve también para una caracterización espacial del entorno, pero en su aspecto químico, sensando partículas tan pequeñas en el aire que ni los ojos pueden ver, ni los oidos escuchar.

-Gusto: también de naturaleza química y en estrecho contacto espacial y funcional con el olfato, el gusto da una idea precisa de la naturaleza de los alimentos que vamos a ingerir, informando sobre el contenido de hidratos de carbono, sal, su acidez o su amargura (también relacionada con alimentos poco recomendables). Por sí solas, estas cuatro propiedades sensadas por las papilas gustativas (dulce, salado, ácido o amargo) no dan una idea completa de lo que hay en la boca, sino que el sentido del gusto como lo entendemos es más bien una combinatoria con otros dos sentidos: el olfato y el tacto. Entre los tres caracterizan la naturaleza química (la estructura y sus propiedades) y la forma, consistencia y temperatura de los alimentos. Dicho sea de paso, los sabores picantes son una combinación con receptores de dolor.

-Tacto: es por decirlo de alguna manera, la última barrera sensitiva del cuerpo. No es capaz de reconocer el entorno distante, como la vista, el oido o el olfato, sino que, como el gusto, necesita un contacto inmediato para activarse. Le podemos atribuir tres subtipos: el tacto propiamente dicho, el dolor y el reconocimiento de la temperatura. Estos atributos se sensan por distintos receptores ubicados en la piel y las mucosas (pudiendo el cerebro localizar el punto casi exacto donde se produjo el estímulo), y su objetivo es: para el tacto, saber si algo está tocando o no el cuerpo, con qué intensidad, y como es su forma y su superficie; para el dolor, detectar estimulos que sean real o potencialmente nocivos para el individuo, en pos de generar una respuesta generalmente evasiva de esa noxa; para la temperatura, finalmente, es el de dar una idea de la temperatura del entorno para poder dar una respuesta adecuada (sea la apertura o cierre de los vasos, o la búsqueda o no de abrigo).

Bien. Dicho eso podemos ver que a los distintos sentidos los podemos agrupar en varios grupos distintos, por ejemplo los que perciben estímulos físicos (visión, audición y tacto), químicos (olfato, gusto y tacto), los que no necesitan el contacto (visión, audición y olfato) y los que sí (tacto y gusto), etc. Y podemos decir que con eso estamos bastante cubiertos; durante millones de años nos sirvieron de lo mejor para hacernos una buena imagen del entorno y sobrevivir. ¿Quiere decir eso que podamos ver (en el sentido amplio de la palabra) al Universo como es? Ni un poquito. Hay infinidad de cosas en él a las cuales no tenemos acceso, principalmente por dos razones: porque no tenemos la capacidad estructural para sensarlas, o porque, si bien las sensamos, no tenemos registro conciente de ellas. Por esa razón, aun con una tecnología enorme, nunca podríamos tener una idea real y acabada de cómo es. Dentro de la luz, por ejemplo, el espectro físico que realmente podemos ver es relativamente bastante pequeño, de la misma manera que hay sonidos que escapan a nuestra audición, que hay radiaciones que no podemos sentir, etc. Bien puede ser también que no distingamos con precisión las diferencias sutiles que pueda haber entre estímulos distintos, pudiendo eso entrenarse y desarrollarse como especialización: los pintores reconocen diferencias mínimas de colores, los músicos pueden distinguir fácilmente una o varias notas juntas de otra u otras, la piel se puede sensibilizar por el uso frecuente, los gourmets tienen muy desarrollado el gusto sutil, etc.
De muchos otros fenómenos en el Universo tenemos noticia porque la casualidad o el ingenio nos dieron la posibilidad de hacerlo a través de la tecnología, como la posibilidad de ver mundos lejanos o cercanos y pequeñísimos, de saber que existen ondas electromagnéticas infrarrojas y ultravioletas, que existen bastantes más de 100 elementos, o lo que quieran.
Por otro lado, existen estímulos que si bien captamos y procesamos, no somos capaces de llevar a la conciencia o, al menos, no lo hacemos todo el tiempo. Constantemente en nuestro campo visual (o sensorial en general) hay muchísima información que recibimos y la cual descartamos inmediatamente por ser poco interesante. O bien se pueden disparar mecanismos inconcientes, que son la mayoría. Por seguir con los ejemplos, somos capaces de distinguir cambios sutiles en las expresiones faciales y que eso nos dé una idea generalmente inconciente del estado emocional de otro individuo; el ver un alimento que por experiencia (u olor o aspecto) sabemos delicioso, se disparan cientos de respuestas de deseo y preparación (salivación, movimientos intestinales, etc.) sobre los que no tenemos control; al oir una bella melodía se pueden activar centros de placer, se liberan endorfinas; determinado conjunto de señales articuladas nos podrían dar la sensación de peligro, llamando a que se genere una respuesta de huida o de enfrentamiento, etc.
Gracias a todas estas estrategias es que podemos adaptarnos y sobrevivir en nuestro entorno. Un ser privado de sus sentidos casi imposiblemente podría sobrevivir por sí mismo, ya que al no tener contacto conciente con el entorno, no puede elaborar conductas apropiadas para la búsqueda de alimento y la defensa ante los peligros. Sobre estas conductas voy a volver otro día, pero la idea es que, a menos que haya un filtro de conciencia, se generan casi como respuestas estereotipadas que llevan, generalmente, a la búsqueda de placer y a la autoconservación. A eso lo podríamos llamar instinto.
Hasta acá describimos un poco por arriba lo que podría ser un animal sin conciencia o sin una construcción temporal de un yo. Una de las cuestiones más difícil sobre todo este asunto es el de las definiciones: qué definimos por "conciencia", qué por "inconciencia", qué por "yo", etc. La idea es que en posts posteriores yo pueda de alguna manera dar un concepto de las distintas definiciones, o al menos de algunas, a la vez de exponer un poco de qué manera se podría fabricar una conciencia (en cuál acepción, eso es algo que todavía no sé).

miércoles, 25 de febrero de 2009

Inconciente conciencia

Si hay un tema que por encima de los demás me viene ocupando desde hace varios meses dentro de la Medicina —o la ciencia en general— es el de la Neurología, en varios de sus aspectos. Si nunca, o casi nunca, lo había traido a colación por acá es porque resulta ser un tema al que es dificilísimo acercarse sin caer en tecnicismos de lo más molestos, y eso pasaría, en mi humilde opinión, más temprano que tarde. Pero voy a hacer un intento de al menos aproximarme un poquito, aunque sea por diversión.
El común de la gente ahora sabe atribuir muy bien una infinidad de procesos al dominio del sistema nervioso, el cual, en su totalidad, y junto con la genética —aunque quizás ya un poco más mordisqueado y babeado que ésta—, es el nuevo juguete de los biólogos de todas las ramas. A este sistema nervioso podemos encajarle funciones que van desde la conciencia y la atención hasta el control de la respiración o el ritmo cardíaco, pasando por los cinco sentidos y su integración, o la memoria, el control motor, la regulación de la alimentación, el sueño, cierto papel en la inmunidad, los estados de ánimo, en fin, casi tantas cosas como cosas pasen en el cuerpo, en la vida de los organismos superiores; de algunas de estas cosas, incluso, no tenemos ni la menor idea. De todas formas, no quiero confudirlos, hay órganos y sistemas que gozan de cierta autonomía con respecto al sistema nervioso, pero eso es tema para otro día.
Propongo, sin embargo, una nueva abstracción de estas cosas que ya sabemos, como alguna vez en los comienzos de este blog ya había sugerido para el sistema circulatorio. Supongamos que no sabemos nada sobre el cuerpo y cómo funciona, pero que sí entendemos que de alguna forma somos —que tenemos conciencia y esas cosas— y percibimos el mundo a través de nuestros sentidos (tacto, visión, oido, olfato y gusto). A su vez, hagamos de cuenta que para nosotros es bastante obvio que el cuerpo está regido por el espíritu y que la verdad última es Dios. ¡No, no! Esperen, no me pongan esa cara, ¡malditos impíos! Síganme la corriente en esto y tomen su conciencia, su superioridad por sobre los demás animales, como un atributo otorgado por una inteligencia superior. En este contexto ya no es tan difícil imaginarlo: ¿por qué habría un órgano encargado de hacernos pensar? Quiero decir, los animales tienen adentro más o menos lo mismo que nosotros y ellos no piensan; a mí no me cuesta pensar que una voluntad superior habla a través de mí o, en todo caso, me otorgó un alma que se encarga de eso. En todo caso podría, sí, buscar un lugar en el cuerpo donde resida el alma, pero eso también es para otro momento. Y vayamos a lo inmediato: percibimos el mundo a través de los sentidos, y a los sentidos los tenemos porque tenemos porque tenemos órganos sensoriales. Los ojos se encargan de ver, escuchamos a través de los oidos, olemos por la nariz, degustamos con la lengua y la carne nos da las percepciones táctiles. Si a eso le sumamos que el corazón es el encargado de sentir (alegría, dolor, temor, lo que quieran), yo diría que estamos bastante cubiertos.
Hasta sus más crueles detractores (entre los cuales generalmente suelo contarme) simpatizarían un poco con Aristóteles viendo las cosas desde este ángulo, teniendo en cuenta que lo que se puede entender del organismo es bastante poco si no se tienen las herramientas (teóricas o tecnológicas) adecuadas. En sus tiempos —y por un buen rato más en la historia— todo en la naturaleza se entendía como formado por los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire; a su vez existían distintas propiedades dicotómicas que un cuerpo podía tener, de las cuales se pueden nombrar las más importantes: podía ser frío o caliente, húmedo o seco, etc. Es más, los cuatro elementos no están exentos a esas propiedades (así, el agua es fría y húmeda, el fuego es caliente y seco, etc.). Por supuesto, tiene que existir un correcto equilibrio entre estos elementos para que los distintos cuerpos (desde una roca o un conejo hasta un cuerpo celeste) tengan las características que le son propias.
La característica fundamental de la vida es el calor, y para Aristóteles el encargado de generar el calor era, sin lugar a ningún tipo de dudas, el corazón. El corazón fabricaba la sangre a partir de los alimentos a la vez que le servía de receptáculo y se encargaba de cocerla; la sangre luego iba al resto del cuerpo por los vasos (a este respecto no se suponía diferencia entre venas y arterias) y le proporcionaba calor. De esto convenció al mundo por unos dos milenios, hasta que en el siglo XVII apareció Harvey para zanjar el asunto, pero ése es un cuentito que ya conté. Como dije más arriba, el corazón era, indiscutidamente, el lugar donde se generaban las emociones, ya que estaba ubicado en una región tan noble como el centro del cuerpo. O al menos lo estaba más que el cerebro, órgano que algunos aventurados se atrevieron a sugerir como albergue de los sentimientos, solamente para ser luego silenciados crudamente por nuestro muchachón, Aristóteles. Y bueno, y el cerebro entonces, ¿qué? El cerebro, órgano frío e insensible (o sea, que al tacto no produce sensaciones sobre el sujeto), no cumplía otra función que contraponerse al calor del corazón, encargándose de enfriar la sangre que éste fabricaba. Quiero decir, sí, cumplía la importantísima misión de mantener el equilibrio térmico del organismo, fundamental para la vida. Tan importante, de hecho, que Aristóteles ya se había dado cuenta que cualquier mínimo daño al cerebro comprometía seriamente la vida, pero únicamente porque el corazón es un órgano tan noble que cualquier mínima variación en el equilibrio que el cerebro ofrecía, comprometía su estabilidad. En lo que sí acertó, aunque no exactamente en el cómo, fue en que el cerebro sea el encargado de producir el sueño. Éste, decía él, se producía cuando la sangre era enfriada a tal punto por el cerebro que su peso aumentaba, haciéndose insostenible. Por eso, una persona somnolienta cabecea: porque no soporta el peso de la cabeza. Más aún, cuando el enfriamiento de la sangre es tal que llega a todo el cuerpo, éste se hace terriblemente pesado y cae al suelo, completamente dormido.
Bueno, los años pasaron y muchos personajes importantísimos, con sus observaciones, ayudaron a constituir lo que hoy conocemos como Neurología. Entre ellos se pueden mencionar a Galeno (que dijo que si se cortaba, por ejemplo, el nervio laríngeo, el animal perdía la capacidad de hablar), Willis, Purkinje, Ramón y Cajal (estos dos se encargaron, entre otras cosas, de elaborar y explicar la microscopía del sistema nervioso, describiendo a las neuronas), sin olvidar a otros como Broca, Brodmann, y varios más. Y llegamos al día de hoy.
Sabemos ahora que el sistema nervioso está constituido por células de dos tipos: neuronas y, en muchísimo mayor número, células gliales. Todas estas células forman un entramado de lo más asombroso, con contactos muy específicos entre ellas que no se ven en otros tipos celulares: las sinapsis. Por otro lado, sabemos que las neuronas son células con dos partes muy diferenciables: el cuerpo (soma), encargado de procesar la información, y el axón, encargado de transmitirla. Macroscópicamente, distinguimos en el sistema nervioso fácilmente entre una sustancia de gris y una sustancia blanca; la primera está formado por los somas de las neuronas, y la segunda por los axones (y no tenemos que perder de vista que junto con todas estas neuronas, hay un mucho mayor número de células gliales que les ayudan a cumplir sus funciones). Diciendo más, podemos decir que hay, en la superficie del cerebro, una corteza formada por sustancia gris (somas) que rodea a una subcorteza de sustancia blanca. Esta última, por supuesto, son todos los axones que salieron de los cuerpos neuronales de la corteza y que van a comunicar, bien a otras partes del cerebro, o bien al resto del cuerpo (bajando por la médula espinal), la información que las neuronas habían generado. Por otro lado, existen núcleos de sustancia gris, o sea, agrupaciones de cuerpos neuronales, "desperdigados" en la sustancia blanca y cumpliendo funciones muy específicas.
Vale decir ahora que en general se acepta que la corteza cerebral está ligada a aquello de lo que somos concientes (así hay cortezas visuales, auditivas, motoras, sensitivas, de lenguaje, etc.), y que los distintos núcleos subcorticales se encargan de procesos de los cuales no tenemos registro y no necesitamos tenerlo: básicamente, de todas las funciones del organismo, como bien puede ser el sueño, el ritmo cardíaco, mantener el equilibrio ácido-base, o lo que quieran. Para poder hacer todo eso, el cerebro necesita que le llegue de alguna manera información de lo que está pasando adentro del cuerpo, a la vez que de las cosas que se dan en el entorno; una vez que tiene esa información, la procesa, y genera una respuesta adecuada. A esto se lo conoce como arco reflejo, y el número de estructuras implicadas varía según lo que se esté estudiando. Por poner un ejemplo simple: uno apoya la mano en un metal caliente, los receptores térmicos y dolorosos de la piel lo sensan y envían la información al sistema nervioso central a través de los nervios; éste dice "Che, fijate, te estás quemando. Yo te diría, no sé qué te parece a vos, que saques la mano de ahí porque sino estamos jugados" y vuelve a enviar la información a través de los nervios para que el brazo se flexione y la mano salga del peligro. De una manera mucho más complicada, pero básicamente igual, es que funciona el resto del sistema nervioso: a los distintos núcleos de integración todo el tiempo está llegando información de otros lados (receptores internos o externos, u otros núcleos) y enviando una respuesta en base a esa información. Así, todo el cerebro está conectado con todo, procesando una cantidad espeluznante de información a cada segundo que pasa. El conjunto de todo eso da nuestra visión del mundo. Los sentidos están todo el tiempo comparando sus propios estímulos y procesándolos para dar una imagen bien acabada del entorno que nos rodea.
En los últimos cien años, y sobre todo en la última mitad de eso, los avances en la neurología fueron impresionantes y vertiginosos. Algunos métodos para estudiar al sistema nervioso fueron más cruentos que otros. Quizás la mayoría de los métodos integra al primer grupo. Los avances en los últimos años dan la posibilidad de revertir eso: con la creación de métodos no invasivos, como la marcación de distintas sustancias o los estudios por tomografías, resonancias, etc., se posibilitó el estudio del sistema nervioso y sus funciones sin tener que andar recortándole pedacitos para ver qué pasa (o qué deja de pasar, mejor dicho).
El problema, oh, el gran problema, porque siempre hay un problema, al menos bajo mi humildísima lupa, es que no hay todavía suficientes teorías que acompañen a tanto avance tecnológico. Todo el tiempo están saliendo artículos que, básicamente, dicen: "Le dijimos a tal persona que pensara en tal cosa y vimos que se prendió una lucecita por ahí, en alguna parte del cerebro", lo cual da lugar a que todo el tiempo estén saliendo noticias como "Descubrieron que el amor y el odio para el cerebro son básicamente lo mismo porque se activa la misma zona al evocarlos" o "Descubrieron una nueva proteína relacionada con la memoria", etcétera, que es exactamente lo mismo que todo el tiempo andar descubriendo cosas como "el gen de la infidelidad" o "el gen de las malas notas en el colegio". Son todas cosas muy lindas pero que sin una verdadera estructura teórica de base que las sustente, de muy poco sirven. Y sí, hay unos señores que desde hace también, más o menos un siglo, teorizan bastante sobre los dominios de la mente. Psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, y lo que se les ocurra, están desde hace rato estudiando todos estos asuntos, pero sin, por el otro lado, darle demasiada cabida al aspecto físico del asunto. Sin más vueltas, Freud tuvo que crear un modelo abstracto sin una aparente correlación neurológica que explicara todas las cosas que pasaban por la cabeza de las personas. Y es el día de hoy que, sí, está bien, psicólogos y neurólogos se dan la manito para la foto y sonríen y todo eso, pero ninguno quiere saber demasiado del otro. Y quizás con esperar algo de la psicología y la neurología solas nos quedamos un poco desnudos, también. Quizás sería también conveniente meter filósofos en el asunto. Y sociólogos. ¡Ah! ¡Y astronautas! Y.. y... ¡abogados! Yyy.. ¡quiosqueros! ¡Sí! Quiosqueros. ¿Hola? Sí, ¿qué quieren, señores? ¡Ey! ¿Adónde me llevan? ¡Ey! Que todavía tengo mucho para decir. ¡Ey, oigan!

Miren, si quieren locura, tengo que presentarles a Hiromi Uehara:

Hiromi Uehara - Love and laughter