Había empezado a nevar en serio el viernes por la tarde, y la nieve acumulada en los tejados reflejaba tanta luz que esta foto parece estar tomada en pleno día cuando en realidad ya era noche cerrada. Para entonces, ya hacía tiempo que los vehículos habían dejado de circular.
A la mañana siguiente, como era temprano, las calles amanecieron con mucha nieve pero vacías de gente, aunque poco a poco se irían llenando de curiosos armados de esquís, abrigos y cámaras de fotos.
Las grandes avenidas, las plazas y las fuentes eran difíciles de identificar bajo ese extraño manto. El espesor variaba entre los treinta y los cuarenta centímetros, quizás más, y las ramas de los árboles invadían aceras y calzadas. Más de un propietario descubriría pronto daños en su coche.
Con algunos autobuses abandonados donde habían quedado atascados, solo funcionaba el metro. Voluntarios con todoterrenos formaron enseguida un grupo en Telegram que permitió asistir a los que necesitaban transporte urgente al hospital.
Las autoridades habían fracasado en su previsión y estaban desbordadas. Los servicios de limpieza tardarían una eternidad y fueron los propios ciudadanos, algunos, una minoría, los que quitaron la nieve y el hielo como mejor pudieron.
Madrid no está preparada para una nevada de esta magnitud, eso quedó claro, y por mucho que sea algo poco habitual, Filomena sacó las vergüenzas de unos políticos que no dan la talla. Para colmo, los voluntarios de los 4x4 tuvieron que retirarse pasados unos días ya que habían sufrido amenazas y ataques personales, con daños en sus vehículos. Así es España, en lo bueno y en lo malo.
En mi vida había visto tanta nieve acumulada en una ciudad; ni en Londres ni en Bruselas alcanzó esta altura cuando viví allí. Ni siquiera en Zug, donde sus 450 msnm y su lago suavizan las temperaturas. En la Castellana, improvisada pista de esquí para algunos que usaban el metro como remonte, la nieve estaba más apisonada por el paso de los vehículos de la Guardia Civil, la policía y las emergencias.
Muy cerca, el museo de Ciencias Naturales nos recibía con un paisaje alpino en el que los niños aprovechaban el desnivel para usar sus trineos.
El monumento a la Constitución, más frío que de costumbre, mostraba también las huellas de la nieve.
Mientras tanto, el Gobierno español se frotaba las manos y miraba para otro lado, reteniendo en el aeropuerto unas máquinas quitanieves que nos habrían venido muy bien sin que hasta la fecha, nadie haya sabido explicarme por qué. Tampoco sabremos nunca qué pasó con esas otras quitanieves que fueron privatizadas por la Comunidad de Madrid, quién se llevó el dinero, ni por qué no estaban disponibles cuando más falta hacían. Una semana más tarde llegaba a Suiza, donde también había nevado. pero calzadas y aceras estaban perfectamente limpias. Cosas que pasan.