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sábado, noviembre 03, 2007

El sobre moderno

Un vecino muy querido me inspiró este post con este comentario en la entrada "El sobre" :

“desgraciadamente mi sobre laboral es de los modernos... sí, de esos que tienen los triángulos laterales muy pequeños y la solapa muy arriba”

Va por ti Muxfin.

nota: la ilustración es cortesía de Brain

Cuando escribí el post de "El sobre" lo hice con la miopía propia de quien no ve más allá de su nariz. Tan solo vi mi entorno, una jaula dorada con recursos suficientes para alimentar a una cantera de hidalgos/burgueses y de aristócratas. Pero los paraísos laborales se sustentan en otros entornos laborales más magros a los que les van chupando poco a poco la poca grasa que les queda.

Son las empresas subcontratadas, en primera, segunda o tercera instancia las que se estructuran de acuerdo al sobre moderno, con los mismos apartados: trabajo, reunión, viajes y comidas, pero con distinta distribución. Si trazamos con la imaginación (no me atrevo a mancillar la ilustración de Brain) de izquierda a derecha tres líneas paralelas en el sobre moderno podemos ver que los estados varían respecto del sobre clásico de la siguiente forma:

  1. El primer escalón, el de solo trabajo, se sitúa en el borde inferior del sobre igual que en el sobre clásico. La única diferencia se encuentra en que el salario será más escaso. Allí se ubicarán los becarios precarios o los nuevos.

  2. El segundo nivel, el de la adaptación al puesto de trabajo, se diferencia bien poco del primero: alguna reunión y algún viajecito esporádico para apagar algún fuego. En este caso los viajes suelen ser en condiciones muy modestas tanto de transporte como de alojamiento. En este nivel se ubican las fuerzas del trabajo también conocidas como mileuristas, por su techo salarial.

  3. El tercer peldaño, ¡oh sorpresa! es casi igual que el anterior. Parece que el mileurista completa la etapa de integración en la estructura de la empresa sujeto al mismo techo salarial que en el segundo nivel pero con responsabilidades añadidas. No hay margen para las comidas de trabajo, ni opción a la hidalguía laboral. Tiene que organizar el trabajo de otros y seguir realizando el suyo. ¡Esto es lo que hay!

  4. La cuarta morada es un salto tanto cuantitativo (en sueldo) como cualitativo (en privilegios). En este caso la línea paralela se tiene que aproximar bastante a la parte superior del sobre porque es una zona muy pequeña. Muchos son los contratados pero pocos los que acceden al nivel en que se reúne, se come y se viaja. A diferencia de los colegas del sobre clásico, no se comportan como clase ociosa sino como negreros implacables.

  5. En la línea superior se encuentra el mandamás que se pasa el día invitando a comer a los que están en los niveles 4 y 5 del sobre clásico. Esto equilibra el sistema ya que da sentido laboral a la clase ociosa de los paraísos laborales.

Como se puede observar, el sistema funciona y se retroalimenta. El sobre clásico mantiene una abundancia que alimenta a los sobres modernos que administran de forma “eficiente” los recursos. De esta manera los paraísos laborales presentan bonitas cifras de eficiencia ante sus accionistas y los analistas porque con muy pocos recursos “propios” facturan muchísimo.

A veces me pregunto ¿qué pasaría si la "eficiencia" llegara de verdad al sobre clásico?

¡¡Ni me menees!!

viernes, marzo 02, 2007

El hambre


La vida va dando bandazos que se tienen que ir sorteando a veces con la flexibilidad de un junco y otras con la firmeza de un roble, todo según la situación y la capacidad de resistencia.

Mi primer revés me salió al encuentro un poco tierna, tenía tan solo seis años. Mi vida cambió radicalmente cuando entré en un internado de una disciplina férrea. De repente pase de ser una niña caprichosa y mimada, que hacía su santa voluntad, a tener que ajustarme a la voluntad de las monjas. Algo parecido a los Cuatro jinetes del Apocalipsis vino galopando hacia mí trayendo el hambre, el frío, el sueño y la arbitrariedad. Contra ellos luché durante 10 años. De las dos opciones junco o roble, me decanté por la segunda, aunque mi aspecto físico se ajustaba más a la primera.

El hambre me visitó el primer día cuando echaron en mi plato hondo dos cazos de un líquido marrón en el que nadaban unas formas ovaladas del mismo color. Judías pintas las llamaron. Fue mi primer contacto con las legumbres; hasta la fecha mi alimentación había consistido en filetes, pescadilla y patatas fritas. Las probé y estuve a punto de escupirlas. Me contuve y mastiqué como pude el primer bocado a punto de que las lágrimas se escaparan de mis ojos. Me dije, ni un bocado más y dejé el plato lleno.

La comida del internado estaba basada en las legumbres, alimentación aconsejada hoy día por todos los dietistas, por ser sana y muy completa. La serie semanal era: judías, garbanzos, lentejas, judías, garbanzos, lentejas y paella(1). No pongo en duda lo saludable de la alimentación pero cuando algo no gusta no puede ser bueno para el cuerpo.

Los desayunos eran mi comida fuerte. Al líquido caliente que decía ser café con leche, le ponía un chorro de leche condensada y tres cucharadas de Cola-Cao, y mojaba todo el pan que podía. Gracias al pan sobreviví e incluso alcancé una estatura media, aunque la sensación de hambre nunca me desapareció.

Pero toda situación mala puede empeorar. Llamé la atención de las monjas que se empeñaron en enderezar mis costumbres alimenticias y me vigilaban e intentaban obligarme a comer las legumbres. En ese punto intuí que había algo peor que el hambre y era que te obligasen a comer algo que se detesta. Allí empezó una carrera escapista basada en una estrategia a tres niveles.

El primer nivel consistía en apelar a la solidaridad. Si en una mesa de 12 alumnas ponía una cucharada de legumbres en cada uno de los platos de la mesa, quedaba diluido el problema(2). Pero a veces este primer nivel se agotaba y había que recurrir al siguiente, que era negociar.

La negociación era tan patética como "si te comes mi plato de lentejas, te doy mi filete del segundo plato". Esto suponía un gran sacrificio porque era lo único que podía acompañar al pan. Cuando no había manera de distribuir mi plato en los platos de las demás, ni tenía nada atractivo en el segundo plato para negociar, no me quedaba más remedio que recurrir a la picaresca.

La picardía consistía en que una amiga mía le daba conversación a una compañera de mesa que llamábamos "la pavita" por ser muy sosita aunque hacia honor al mote y comía como un pavo. Cuando estaba hablando con mi amiga yo le iba echando cucharadas de mi plato al suyo y ni se daba cuenta. Me producía muy mala conciencia engañar a la pavita, pero era más fuerte mi rechazo a las legumbres que la estricta educación católica basada en el sentimiento de culpa.

Así pase mi niñez y adolescencia pensando en comidas inalcanzables mientras que le daba bocados a un trozo de pan. Por eso valoro comer bien sobre todas las cosas y sigo con la misma actitud, prefiero el hambre a una mala comida.

Por cierto, la estrategia a tres niveles la he podido aplicar a muchas facetas de la vida.

(1) Sería más adecuada llamarla crema de paella dada su consistencia viscosa.
(2) Aplicación pragmática de las matemáticas a problemas reales

¡¡Ni me menees!!