Risas
Hubo un proyecto en el que me divertía trabajando y en el que siempre teníamos motivos para reírnos. El bajo índice de incompetencia nos hacía muy productivos y el buen humor general limaba muchas tensiones. La mayoría de las crisis terminaban en risas y no dejaban rastro. Cuando nuestro proyecto terminó con gran éxito técnico sufrimos el castigo que se aplica en estos casos y comenzó la diáspora hacia otros proyectos.
Afortunadamente esta diáspora no afectó del todo a nuestros despachos y algunos permanecimos en la misma zona que ocupó nuestro anterior proyecto. Esto nos permitió mantener nuestra relación viva y crear un ecosistema laboral de irreductibles librepensadores. Todas las mañanas tenemos la oportunidad de saludarnos e intercambiar información antes de ponernos a trabajar.
Pero las cosas cambiaron para mal y cada vez se oyen menos risas por nuestro pasillo. En los nuevos proyectos no nos divertimos trabajando y el buen humor, aunque no ha desaparecido, encuentra pocos motivos para manifestarse. Atrás quedaron las bromas del hombre del Calibra diseñadas especialmente para las chicas del proyecto.
Una de las bromas consistía en andar sigilosamente a cuatro patas hasta una mesa de laboratorio en la que alguna chica estaba muy concentrada siguiendo la traza de un proceso y ponerse a ladrar igual que un perro. La víctima pegaba un gran respingo ante las risas del can humano.
Otra broma, de dudoso gusto, consistía en encontrase encima de la mesa un trozo de papel higiénico manchado de una sospechosa sustancia de color marrón. La víctima no sabía a que atenerse y tan solo era capaz de pronunciar epítetos mal sonantes. El hombre del calibra se reía sin decir el secreto de su broma hasta que confesó que la sustancia marrón era nicotina de varias bocanadas de Marlboro expulsadas contra el papel higiénico.
El martes pasado el hombre del Calibra volvió a las andadas y me gastó una broma, pesada, pero broma al fin. Todo empezó cuando a primera hora de la mañana una cucaracha se paseaba por el pasillo, justo en la puerta de mi despacho. El bromista que pasaba por allí me quiso asustar diciéndome ¡Mira, mira tenemos compañía! Como yo no le presté la atención que él esperaba, la cogió de las antenas y la depositó con vida en mi mesa de trabajo. Salí despavorida al pasillo llamándole de todo.
Una vez que se me pasó el susto me dio por reírme. No puedo negar que me agradó ese retorno al espíritu de patio de colegio. Hacía tiempo que no nos reíamos con tantas ganas en el pasillo hacker .
Podrían tomar nota los de Navactiva que van a impartir en breve un Curso de risoterapia .