21 de septiembre de 2011

Leopold Auenbrugger y su esposa


Leopold Auenbrugger con su esposa Marianne
Pintor austriaco desconocido de la segunda mitad del siglo XVIII
Óleo sobre lienzo
Donazione Putti. Instituto Ortopedico Rizzoli. Bolonia (Italia)
Fotografía de Luca Borghi (abril de 2009)

Pocas veces podremos contemplar un cuadro con el retrato de uno de los grandes nombres de la historia de la medicina acompañado por su esposa. En éste vemos al médico austriaco Leopold Auenbrugger (1722-1809), convenientemente empelucado -como mandaban los cánones de la época- y algo sobrado de carnes -los dos botones desabrochados del chaleco son buena prueba de ello- que muestra satisfecho su libro, el Inventum novum..., abierto de tal modo que pueda leerse la portada sin dificultad. A su lado, Marianne, la orgullosa esposa, apoya la mano derecha sobre el antebrazo contrario de su marido, mientras le ofrece, solícita, una taza de café -café vienés podría ser, por su lugar de residencia- que acaba de servir. La cafetera se encuentra detrás del libro. Sobre la mesa, cálamo y tintero, utensilios indispensables durante los largos años empleados en anotar los resultados de sus observaciones y redactar el libro.


Para saber más sobre la vida y la obra del inventor de la percusión como método exploratorio para el diagnóstico les recomiendo la entrada que le dedica el Profesor Fresquet en su blog historiadelamedicina.org, de donde tomo los siguientes párrafos:


"Entre 1751 y 1758 Auenbrugger trabajó como médico auxiliar en el Hospital Militar Español [de Viena], aunque sólo percibió salario a partir de 1755. En 1757 la emperatriz María Teresa ordenó a la Facultad de Medicina que lo admitiera en calidad de honorario. Después, entre 1758 y 1762 fue médico jefe en [el mismo Hospital], donde adquirió gran experiencia en el diagnóstico de las enfermedades de tórax. Fue en este periodo cuando ideó la percusión de la caja torácica con el fin de conocer el estado de los órganos internos mediante sonidos. Era gran aficionado a la música y estaba acostumbrado a diferenciar distintos tipos de sonido. A lo largo de siete años observó las diferencias de tono provocadas por distintas enfermedades de pulmón y de corazón. A esto añadió, además, la realización de necropsias para corroborar sus hallazgos. También llevó a cabo experimentos inyectando en el cadáver distintas cantidades de líquido y estudiando los sonidos a que daban lugar en la zona.
Sus hallazgos los publicó en Viena en 1761, en el libro Inventum novum ex percussione thoracis humani ut signo abtrusos interni pectoris morbos detegendi, que hoy se considera como un clásico de la historia de la medicina. Se trata de un opúsculo de noventa y cinco páginas, redactado de forma muy sobria. Comienza describiendo reglas de tipo práctico para el ejercicio de la percusión. Ésta deberá efectuarse de forma suave, juntas las puntas de los dedos, a manera de martillo, y cubierto el tórax del enfermo con la camisa o con un pañuelo. El sonido del pecho sano es análogo al de un tambor golpeado a través de un grueso paño de lana. Señala también los límites del sonido pulmonar y menciona, sin ser muy preciso, la matidez cardíaca. Distingue cuatro alteraciones del sonido torácico: 'alto', 'profundo', 'claro' y 'oscuro', aparte de sonitus paene suffocatus o abolición total. Estudia minuciosamente la respectiva presentación de esos cinco signos físicos en las más diversas enfermedades del tórax. Auenbrugger comparó, además, los resultados de la percusión con los que obtenía investigando dos signos más: la movilidad respiratoria de la pared torácica y el frémitus pectoral."(1)


Es probable que Auenbrugger ideara la percusión, como método exploratorio, recordando a su padre, que regentaba un hotel en su Graz natal (la segunda ciudad universitaria más importante de Austria, después de Viena, y cuna de grandes músicos), cuando golpeaba con los dedos los barriles de vino o cerveza para calcular el nivel del líquido que contenían. Pero, sin duda, fueron su inmensa afición musical y -en consecuencia- su "bien educado oído", los que le permitieron estudiar, clasificar y describir los distintos tonos que percibía al percutir la pared torácica. No obstante, a pesar de la buena acogida que tuvo el método entre algunos de sus colegas, la mayoría se mostraron indiferentes o, simplemente, lo ignoraron. En realidad, la percusión no empezó a convertirse en un método de exploración habitual en medicina hasta cerca de cincuenta años después, cuando el francés Jean-Nicolas Corvisart (1755-1821), médico de Napoleón, tradujo y comentó la obra de Auenbrugger en otro libro, publicado en 1808, con el título: Nouvelle méthode pour reconnâitre les maladies internes de la poitrine par la percussion de cette cavité.


Cuenta Pérez Peña que, a finales de los cincuenta o principios de los sesenta, del siglo pasado, cierto profesor encargado de clases prácticas en la Facultad de Medicina de San Carlos, de Madrid, amenizaba sus clases sobre la percusión narrando a los alumnos una anécdota, atribuida al propio Auenbrugger, o tal vez a Corvisart, que decía así:
"Al parecer el inventor de la percusión torácica, Joseph Leopold Auembrugger [...], abandonó una mañana su domicilio, para ir a cumplir sus obligaciones profesionales. Dejó en su casa a su linda y joven esposa. Pero habiendo olvidado alguna cosa que él juzgaba de importancia, se vio obligado a regresar de imprevisto a su domicilio. Llamó a la puerta abriéndole su esposa, la cual se mostraba azarosa, observándose en su semblante cierto nerviosismo y desasosiego. Sin mediar más palabras, Auenbrugger se dirigió a la puerta del armario que se encontraba junto al lecho conyugal, cuya puerta empezó a percutir señalando con un pizarrín, los límites del claro y mate, que él iba detectando. El resultado de tal maestría en el arte de la percusión, fue que en la puerta del armario, quedó dibujada la efigie de un republicano (en el armario escondido) con gorro frigio incluido."(2)


Evidentemente, tal anécdota, no tiene la menor credibilidad, resulta injuriosa, y no tiene más valor que el muy dudoso de ensalzar la habilidad exploratoria de Auenbruguer. Desde luego, en el improbable caso -por lo que sabemos- de que hubiese sido cierta, no iba a ser el médico austríaco, el presunto cornudo, quien la difundiera; y no creo que Corvisart, por muy francés y médico de Napoleón que fuera, tampoco lo hiciera.


De lo que no cabe duda, en cambio, es de que Leopold Auenbrugger era un apasionado de la música. Fue amigo y colaborador de Salieri, conoció a Mozart y tuvo muy buenas relaciones con HaydnAuenbrugger escribió el libreto de una ópera de Salieri: Der Rauchfangkehrer (El deshollinador), estrenada en 1781. YouTube tiene inactivada la inserción del aria de esta ópera de Salieri y Auenbrugger, pero se puede acceder a ella pulsando sobre el siguiente enlace:



Sí podemos insertar, al menos, el vídeo de la obertura; aunque, como es natural, no incluya la letra de nuestro médico músico:



Seguramente, Marianne, la esposa, compartió la afición musical de su marido, y ambos la transmitieron a sus hijas, Marianne (como su madre) y Caterina Franziska. Marianne, a pesar de su temprana muerte (nació el 19 de julio de 1759 y murió el 25 de agosto de 1782) llegó a ser considerada como una gran pianista y compositora. Las dos habían sido discípulas de Salieri y Haydn. Éste último, que las apreciaba mucho, les dedicó una serie de seis sonatas para piano (originalmente para clavicordio o "pianoforte"), la número 20 y las comprendidas entre los números 35 y 39, ambas inclusive, que se conocen precisamente como Sonatas Auenbrugger.

En You Tube, podemos ver y escuchar, por ejemplo, el 2º movimiento, adagio, de la número 38 interpretada por el pianista lituano Kasparas Uinskas:


Personalmente, siento especial predilección por la versión, posiblemente más cercana a la original por el instrumento que emplea y por su particular sensibilidad, de la gran pianista austriaca Ingrid Haebler.


Los melómanos empedernidos pueden escucharlas todas en mp3classicalmusic.


Como le dije en su día, esta entrada está dedicada a la profesora María Dolores del Corral, amiga y autora del blog AB MÚSICA Y MÁS, confiando en que haya sido de su agrado.

BIBLIOGRAFÍA
(1) FRESQUET, J.L. (2006): "Joseph Leopold Auenbrugger (1722-1809)". historiadelamedicina.org Blog. [Disponible en: http://historiadelamedicina.org/blog/2006/11/19/joseph-leopold-auenbrugger-1722-1809/; consultado el 21 de septiembre de 2011].
(2) PÉREZ PEÑA, F. (2005): Los últimos clínicos de San Carlos. Estampas y vivencias de la Facultad de Medicina de San Carlos. Parte Primera (hasta su cierre en octubre de 1965). Madrid, Editorial Vision Net: 84-85. [Disponible en: http://books.google.es/books?id=988bnZz_LpIC&printsec=frontcover&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false; consultado el 21 de septiembre de 2011].


ENLACES DE INTERÉS
CALHEIROS VIANA, R. (2010): "Leopold Auembrugguer - Músico Criador do Revolucionário Método de Examinar os Pacientes Através da Percussao das Cavidades". A Arte da Medicina. [Disponible en:  http://medicineisart.blogspot.com/2010/10/leopold-auenbrugger-deteccao-de-doencas.html; consultado el 21 de septiembre de 2011.]
OLANO, V.A. (1995): "La percusión en medicina". El Tiempo.com. [Disponible en: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-321049; consultado el 21 de septiembre de 2011].

7 de septiembre de 2011

Hipócrates


Busto que representa a Hipócrates de Cos (c. 460 a.C. - c. 370 a.C.)
Museo Pushkin. Moscú

Anciano, calvo, con la barba corta, nariz prominente, y profundas arrugas en la frente debidas, quizás, más a los muchos años de continua reflexión que a la avanzada edad. Así se ha representado tradicionalmente a Hipócrates de Cos. No obstante, cabe señalar que ninguna de las representaciones hasta ahora conocidas del "padre de la medicina" muestra su auténtica apariencia física. Las más antiguas son bustos romanos de los primeros siglos de nuestra era, copia de otros griegos anteriores; pero tampoco contemporáneos suyos. En realidad, es muy poco cuanto se sabe con certeza de él, y en torno a su figura hay tanto o más de mito y leyenda que de verdadera historia.


Sin embargo, los artistas de todos los tiempos parecen haber adoptado el arquetipo para mostrárnoslo. No cuesta reconocer la cara de Hipócrates, por ejemplo, en el siguiente cuadro de Girodet-Trioson (ya comentado en el blog Medicina y Arte), y su semejanza con el busto que encabeza esta entrada.

Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson (1767-1824)
Hippocrate refusant les presents d'Artaxerxés (1792)
Óleo sobre lienzo. 99 x 135 cm.

Lo mismo en el fresco de un desconocido artista bizantino del siglo del siglo XIV, en el que aparece -algo estrábico- mostrando uno de los libros del inmenso Corpus Hippocraticum...
...que en el siguiente grabado, atribuido al gran Rubens, o en las diversas imágenes que nos ofrece la National Library of Medicine.

Pedro Pablo Rubens (1577-1640). Grabado que representa a Hipócrates (1638)

Más extraño se hace verlo con abundante cabellera, cual si fuera cierto político manchego, hoy por hoy presidente del Congreso patrio: imagen paradigmática de los exitosos resultados que se pueden obtener con un buen trasplante capilar. Así aparece Hipócrates en el blog Odisea 2008, de César Ojeda, quien lo toma de una obra de André Thevet titulada: Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens (1584). Sin dejar de reconocer la belleza de este grabado, parece anacrónico contemplar aquí al médico griego con un libro abierto en el atril y entregado a la escritura de alguna de sus obras en otro de ellos, se supone que tratando sobre plantas medicinales, por las que se ven sobre la mesa. Libros como esos no existían entonces. Tampoco parece lógico que el instrumental quirúrgico se encuentre en esa misma mesa, pudiendo herirle en el antebrazo o en el codo. Y... ¿qué contendrá la jarra en la que apoya su mano izquierda?

Hipócrates, tal como aparece en la obra de André Thevet
Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens (1584)
Imagen tomada del blog Odisea 2008, de César Ojeda


Más raro todavía resulta verlo con un tocado o turbante, al modo oriental, como lo pintan Pieter Lastman y Nicolaes Berchem en sus respectivos cuadros, que reproduzco de nuevo -aunque no sean propiamente retratos- por su belleza e interés. Ya fueron comentados, también, en Medicina y Arte.

Pieter Lastman (1583-1633). Hippocrate rendant visite à Démocrite (1622)
Óleo sobre tabla. 111 x 114 cm.
Le Palais des Beaux-Arts de Lille

Nicolaes Berchem (1620-1683). Hippocrate rendant visite à Démocrite (c. 1650)
Óleo sobre tabla. 67,3 x 81,3 cm.

4 de septiembre de 2011

Alice Hamilton


Alice Hamilton (1893)
Michigan Historical Collections, Bentley Historical Library
Universidad de Michigan

Así era Alice Hamilton (1869-1970) cuando se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan, en 1893. Tenía carita de niña todavía. Pero parece ilusionada, decidida, responsable, tenaz, fuerte en su apariencia frágil. Alcanzaba entonces la primera meta en una larga carrera personal llena de obstáculos que la llevaría, entre otras cosas, a convertirse en una auténtica pionera de la Medicina del Trabajo en los Estados Unidos de América, y la primera persona que impartió docencia sobre la materia en el país, en la Universidad de Harvard. Todo fue más difícil porque era mujer.


Alice Hamilton nació en Nueva York, el 27 de febrero de 1869, pero vivió durante su infancia en Fort Wayne (Indiana) en el seno de una familia acomodada. Era la segunda hija del matrimonio formado por Montgomery y Gertrude Hamilton (ella, de soltera, Gertrude Pond). Tenía tres hermanas más y un hermano pequeño. Todos recibieron una esmerada educación; primero de sus padres y luego en los mejores colegios. Desde la adolescencia, Alice manifestó su deseo de estudiar Medicina, y tuvo que convencer a su padre para poder hacerlo. No es que fuera la primera estudiante de Medicina en los Estados Unidos; pero tampoco había muchas.


Cuando acabó la carrera, a los 24 años de edad, ya sabía que prefería el camino de la investigación y la docencia al ejercicio profesional, prefería el laboratorio a la consulta. No obstante, quiso ampliar su formación clínica haciendo prácticas en el Minneapolis Hospital for Women and Children y en el New England Hospital for Women and Children. En 1895, acompañada por su hermana mayor, Edith (quien, años después gozaría de notable prestigio por sus publicaciones sobre la cultura y la mitología de la Grecia clásica), viajó a Alemania -la cumbre de la medicina mundial en aquella época- con la intención de estudiar bacteriología y anatomía patológica. Se encontró, sin embargo, con que las mujeres alemanas no tenían permitido el acceso a la universidad. Con bastantes dificultades, consiguió que se le autorizara el acceso a algunas clases en las universidades de Munich y Leipzig, pero con la condición de que se hiciera prácticamente "invisible" para no perturbar a profesores y alumnos varones. Al año siguiente regresó a los Estados Unidos y continuó sus estudios de postgrado en la renombrada Universidad John Hopkins, de Baltimore. En 1897 empieza a trabajar como profesora de anatomía patológica en la Facultad de Medicina para mujeres de la Northwestern University y poco tiempo después como microbióloga del Memorial Institute for Infectious Diseases de Chicago (Illinois), donde permanecería hasta 1909.


Desde su llegada a Chicago, la doctora Hamilton va a vivir en la Hull House de Jane Addams, la famosa reformadora social, primera mujer a la que se le concedería el Premio Nobel de la Paz, en 1931. En la Hull House, Hamilton, va a conocer un mundo nuevo que cambiará radicalmente su vida. Entra en contacto con el mundo obrero y los inmigrantes, es decir, con la pobreza, las inhumanas condiciones de vida y los trabajos insalubres, nocivos y peligrosos. Como médico, en la Hull House, imparte clases de Educación para la Salud y crea una clínica para niños pobres que atiende personalmente, y continuaría haciéndolo durante los veintidós años que viviría en la casa. Allí fue donde comenzó su interés por la que entonces se llamó Industrial Medicine y luego Occupational Medicine (Medicina del Trabajo en España). Sus investigaciones se centraron, principalmente, en los daños para la salud ocasionados por los metales, como el plomo, el arsénico, el mercurio o el radio, y diversos compuestos químicos presentes en las fábricas de barnices y pinturas, en la producción de caucho y, más tarde, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial, en las fábricas de municiones y explosivos. De dichas investigaciones surgieron un elevado número de publicaciones y sus dos libros más importantes sobre la materia: Industrial Poissons in the United States (1925) e Industrial Toxicology (1934).


Si, antes de Alice Hamilton, los estudios sobre enfermedades profesionales en los Estados Unidos de América eran muy escasos, la legislación social para la protección de la salud de los trabajadores -al contrario de lo que ocurría en muchos países de Europa, entre ellos España- era inexistente. Pero, en 1911, el gobernador de Illinois la contrató para dirigir los estudios científicos de la recién creada Comisión para el Estudio de las Enfermedades Profesionales, gracias a la cual se promulgaron las primeras normas legales sobre la materia en ese estado. Posteriormente, durante una década -y sin sueldo- realizó la misma labor para el Gobierno Federal.


En 1919, la Universidad de Harvard la contrató como profesora del Departamento de Medicina Industrial que acababa de constituir. La noticia parecía tan extraordinaria que los periódicos de la época, como el New York Times, se hicieron eco de ella. Era la primera mujer que contrataba esa Universidad para impartir clase a sus alumnos que, todavía, eran todos varones. No es que Harvard se volviera feminista de repente; simplemente, es que la doctora Hamilton era la mejor especialista. De hecho, se le contrató dejándole claras tres prohibiciones: no podía participar en las ceremonias de la Universidad, no tenía permitido el acceso al "Club" de la Facultad, y no tenía derecho a entradas para los partidos de fútbol americano.


De aquel tiempo, cumplida ya la cincuentena, es una de las fotografías más difundidas de la doctora Hamilton, la que puede verse a continuación.

Fotografía con autógrafo de Alice Hamilton, en torno a los 50 años de edad
National Library of Medicine, Images from de History of Medicine, B014009



La misma que utilizaría el Servicio de Correos norteamericano para el sello que emitió en su honor, en 1995.



En verdad su mirada no había cambiado mucho en casi treinta años... Pero, echo en falta, en esta fotografía, la luminosa ilusión que he creído ver en sus ojos en la foto de la graduación. La mirada parece ahora más apagada. ¿Cansada? ¿Decepcionada? Quizás sea sólo una apreciación mía injustificada...


Lo cierto es que, durante su etapa de profesora en Harvard, ya recibía premios y honores, y fue nombrada para representar a su país en diversos organismos internacionales relacionados con la seguridad y la salud en el trabajo. Desde 1924 hasta 1930 fue la única mujer participante en el Comité de Salud de la Liga de Naciones, representando a los Estados Unidos. En aquel mismo año, 1924, pasó seis semanas invitada por los dirigentes de la Unión Soviética, que entonces parecía ser la más avanzada en estos temas, para conocer las medidas tomadas para la protección de la salud de los trabajadores.


En 1935, al cumplir los 65 años de edad, se jubila en la Universidad, ocupando el mismo puesto de profesora asociada en el que había empezado. Nunca ascendió. Pero tampoco cesó nunca en sus múltiples actividades. Siguió colaborando como asesora del gobierno norteamericano. Publicó su autobiografía, Exploring the Dangerous Trades, en 1943. En 1944, su nombre ya figuraba en la lista de "Men of Science"... Y continuó en su lucha personal en favor de la justicia social y el pacifismo.


Ya con ochenta años cumplidos, como la vemos en la siguiente fotografía, le gustaba pintar y cuidar el jardín en su casa de Hadlyme (Conneticut); donde -se dice- el FBI la tenía vigilada por "subversiva", a causa de sus manifestaciones contra la guerra de Vietnam.

Alice Hamilton en su casa de Hadlyme (Conneticut), 1957
The Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Harvard University



Alice Hamilton falleció con 101 años, el 22 de septiembre de 1970, tres meses antes de que se promulgara la primera ley federal sobre Seguridad y Salud en el Trabajo en los Estados Unidos. No había pasado mucho tiempo desde que dijo: "Para mí, la satisfacción es que las cosas están mejor ahora, y yo he tenido algo que ver con ello".


Sobre la doctora Hamilton se puede encontrar amplia información en Internet. Se habla de ella en las páginas de varios organismos oficiales, como la titulada Changing the face of Medicine, de la National Library of Medicine (NLM) o la del National Institute for Occupational Safety and Health (NIOSH), publicada por los Centers for Disease Control (CDC). Aparece en varias páginas dedicadas a mujeres famosas como la Conneticut Women's Hall of Fame, o The Safety and Health Hall of Fame International. Especialmente recomendable me parece lo publicado por la American Chemical Society (ACS) "Alice Hamilton and the Development of Occupational Medicine". En español, la principal referencia la encontramos en el blog historiadelamedicina.org, del Profesor Fresquet (2006): "Alice Hamilton (1869-1970) y las enfermedades laborales".


El NIOSH también publicó, en 1988, el siguiente vídeo con el que finaliza este merecido recuerdo a una de las pioneras de la Medicina del Trabajo y la Salud Laboral: Alice Hamilton.


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