22 de enero de 2013

Retrato del Dr. Haustein, de Christian Schad


Christian Schad (1894-1982). Retrato del Dr. Haustein (1928)
Óleo sobre lienzo, 80,5 x 55 cm.
(C) Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

Al contemplar este retrato se entrecruzan ante nosotros las historias de dos hombres, un médico y un pintor, a los que les tocó vivir en la convulsa Alemania del primer tercio del siglo XX, para seguir su destino de acuerdo con el aforismo orteguiano, en función de sus circunstancias. Pero no seré yo quien comente el cuadro en esta ocasión. Cedo la palabra a quienes lo han hecho antes y, seguramente, mejor.

En primer lugar transcribo, en su mayor parte, un artículo de Rocío Segura Rodríguez, publicado en Dame, la página web de la Asociación Española de Mujeres Dermatólogas:

"Pudiera parecer que he elegido este cuadro con toda la intención. Y es cierto que intención ha habido...
Pues sí, por un día abandono el museo del Prado y dirijo mis pasos unos cuantos metros más allá, al museo Thyssen, para contemplar esta obra maravillosa por el gesto, por su misterio, por su época, por lo que no muestra: Retrato de Dr. Haustein (1928), médico dermatólogo-venerólogo alemán, y lo que tal vez debería ser menos importante, judío.
Este cuadro sobrecoge. La mirada tranquila y serena del protagonista se oscurece con una sombra rara, algo tenebrosa, tétrica, parecida a la del conde Orlok de la película Nosferatu de Murnau (1922) y, quién sabe, puede que ese famoso fotograma influyera de alguna manera en Christian Schad a la hora de realizar este retrato.
El miedo se palpa en el lienzo, no en el Dr. Haustein. Se palpa, en la sombra, en lo que la sombra anuncia y que más tarde se haría realidad, la muerte.
Contemplo su rostro y me olvido de todo lo que le rodea. Su rostro me ofrece confianza, serenidad, seguridad, todo aquello que los pacientes buscamos cuando temerosos nos acercamos a un médico pidiendo, a veces exigiendo, la solución a aquéllo que nos aqueja. Realmente parece un buen médico. Y sólo él, sin lo demás nos dice mucho de su carácter.
Dicen de Schad que fue el artista menos político del movimiento de la Nueva Objetividad. Sin embargo en este cuadro Schad fue también tremendamente político, tal vez sin quererlo, sin llegar a ser consciente de todo lo que esa sombra presagiaba no sólo sobre el Dr. Haustein, sino también sobre toda Alemania.
También dicen de él que fue el artista que "más carga psicológica aplicó a sus obras" [...]. La piel y la mente. La piel representada por un dermatólogo, y la piel del lienzo que dibuja su lesión, su patología, en la sombra: lesión de un mal que iba arraigando en una sociedad cada vez más enferma.
Es posible que lo menos importante sea saber de quien es esa sombra -de hecho se sabe; una modelo profesional amante del Dr. Haustein- Lo más importante es la sensación de intranquilidad que crea alrededor del retratado, el miedo que imprime al cuadro.
El lienzo es la piel donde se plasma una realidad, soñada o vivida. Es la piel que nos habla de un momento, una persona, un paisaje, un sueño. Y como tal la piel del lienzo nos habla de la salud y de la enfermedad, unas veces de manera directa, otras como una sospecha, como una sombra.
Y este cuadro, este lienzo no nos habla de sífilis (el Dr. Haustein era un reconocido venereólogo) ni de los terribles efectos que sobre el cuerpo tiene. Tampoco nos habla de sarna, ni de lepra, ni de ninguna otra enfermedad visible por su impresión sobre la piel del enfermo. Nos habla de estos otros efectos que sobre la mente tienen ciertas enfermedades, en este caso, sobre las mentes de una sociedad enferma.
El Dr. Haustein se suicidó años después de que se le realizara este retrato cuando supo que la Gestapo iba a detenerlo".

Se puede acceder al texto completo de Rocío Segura Rodríguez pulsando sobre el siguiente enlace: Asociación Española de Mujeres Dermatólogas. Y las palabras de Rocío Segura nos llevan a la magnífica web del Área de Educación del Museo Thyssen-Bornemisza, Educathyssen, cuyo capítulo sobre este cuadro comienza así:


"Un hombre sentado, con las manos enlazadas, posa para el pintor que le hace el retrato. Bien trajeado, sus finas manos sugieren que se trata de un hombre refinado, de clase acomodada. Sin embargo, salvo por el objeto quirúrgico (cureta o cuchillo curvo utilizado en dermatología y otras especialidades) que deja ver parcialmente en su brazo, en el lugar donde se encuentra no hay algún otro detalle que permita completar su personalidad o profesión, ni siquiera vemos los brazos de la butaca donde seguramente apoya los codos. Retiene especialmente nuestra atención la intensidad de su mirada, sus enormes ojos negros y la sombra -que no es la suya- que se proyecta sobre el fondo, a su espalda. Sabemos que el retratado es el Dr. Haustein, un prestigioso dermatólogo especializado en enfermedades venéreas en cuya casa berlinesa se celebraban concurridas y animadas reuniones literarias y políticas, organizadas por su esposa Friedel. Son los años de entreguerras, cuando Alemania estaba regida por la República de Weimar y Berlín era una ciudad activa y liberal con una intensa vida nocturna en sus bulliciosos cabarets. La llegada al poder del partido nacionalsocialista en 1933 puso fin a ese periodo histórico. En ese mismo año, el doctor Haustein, de origen judío, acabaría ingiriendo veneno para evitar su detención por la Gestapo."

Es muy recomendable continuar leyendo este artículo de la página educativa del Museo Thyssen-Bornemisza -tan interesante como minucioso- sobre todo por cuanto dice sobre la biografía del pintor y las particularidades de su obra. Se puede acceder directamente al mismo pulsando sobre el enlace que dejo a continuación: Christian Schad en Educathyssen.

Seguramente, Christian Schad, no era consciente entonces de lo premonitoria que podía resultar esa fantasmagórica sombra que parece acechar al Dr. Houstein; no sólo para el médico -que se suicidaría cinco años después de que se pintara el cuadro, para evitar lo que le esperaba si le detenía la Gestapo- sino para el destino de toda Europa. Al fin y al cabo, no era otra cosa que la sombra de Sonja, la amante de Haustein, fumando un cigarrillo...

Durante todo el tiempo que he estado redactando esta entrada, resuena en mis oídos Lilí Marleen, la canción  alemana a la que puso música el compositor Norbert Schultze, en 1937, basándose en unos versos que había escrito el soldado Hans Leip, en 1915, mientras estaba destinado en el frente ruso durante la Primera Guerra Mundial. Lilí Marleen nació en Alemania pero la cantaron todos los ejércitos. No es una canción de guerra, sino de amor, y por tanto de paz.

21 de diciembre de 2012

El oculista Forlenze


Jacques-Antoine Vallin (c.1760-c.1835). Joseph Forlenze (1807)
Óleo sobre lienzo. 209,6 x 128,3 cm.
The National Gallery. London

Nada hace pensar, al mirar este cuadro, que pueda tener relación con la medicina. Sin embargo, estamos ante el retrato de un destacado cirujano de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Un cirujano a quien se puede considerar ya un auténtico especialista en oftalmología, uno de los pioneros de la especialidad: Joseph Forlenze. Quiero imaginar -imaginar tan solo, porque seguramente nunca podremos tener certeza de ello- que el hermoso paisaje, con el humeante Vesubio y el faro visto desde el Molo, el puerto de Nápoles, no sólo hace alusión a la tierra natal del oculista, sino que expresa además el beneficio que se obtiene tras la operación de cataratas -en la que era experto- al volver a disfrutar nítidamente de las maravillas que el mundo ofrece a la vista, y que la rosa que lleva en su mano derecha sería el símbolo de la delicadeza con la que Forlenze llevaba a cabo dicha operación.

En el pequeño municipio de Picerno, en la Basilicata, el 3 de febrero de 1757, cuando todavía esta región del sur de Italia formaba parte del Reino de Nápoles (y, por tanto, de la Corona española, siendo rey de Nápoles Carlos VII -Carlo di Borbone se le suele llamar allí- el mismo que, a partir de 1759, reinaría en España como Carlos III), nacía Giuseppe Nicolò Leonardo Biagio Forlenza, hijo y sobrino de cirujanos-barberos. Giuseppe inició sus estudios de cirugía en Nápoles; pero luego se trasladó a Francia para ampliar su formación, y en ese país ejercería como cirujano la mayor parte de su vida, hasta su fallecimiento en París, el 22 de julio de 1833, con 76 años de edad. Por eso se le conoce habitualmente con su nombre en francés y así le llamaremos: Joseph-Nicolas-Blaise Forlenze.

En París, Forlenze fue discípulo del más importante cirujano francés de la época, Pierre-Joseph Desault, de quien llegó a ser íntimo amigo y colaborador en sus estudios anatómicos. Luego se trasladó a Inglaterra, donde pasó dos años más formándose en el St George's Hospital, de Londres, que dirigía otro famoso cirujano: John Hunter. Viajó también a Holanda y Alemania para aumentar aún más su formación. Y ya de vuelta en Francia se estableció en París, ejerciendo como oftalmólogo. En 1798 operaba en el Hôtel National des Invalides y en el hospital más renombrado de París, el Hôtel Dieu. Operó a ilustres personalidades, como Jean-Étienne-Marie Portalis, célebre jurista que intervino activamente en la vida política francesa, tanto en tiempos de la Revolución como de Napoleón, o el poeta Ponce-Denis Écouchard-Lebrun, a quien devolvió la vista en uno de sus ojos cegado por la catarata desde hacía doce años y quien, como corresponde a su oficio, obsequió al oculista con una oda titulada Les conquêtes de l'homme sur la nature, en la que se pueden leer los siguientes versos:

"O lyre, ne sois pas ingrate!
Qu'um doux nom dans nos vers éclate
Brillant comme l'astre des cieux!
Je revois sa clarté première;
Chante l'art qui rend la lumière;
Forlenze a dévoilé mes yeux."

Aunque no sólo atendió a las celebridades, lógicamente. Forlenze trató en París a un buen número soldados, de los que regresaron tras la campaña de Napoleón en Egipto, que habían sufrido graves enfermedades oculares, como ya hemos comentado en este blog cuando hablábamos del barón Desgenettes, el médico jefe de aquel ejército.

Por supuesto, Forlenze nunca fue uno de esos cirujanos ambulantes que ofrecían sus servicios de pueblo en pueblo, y tantas veces tenían que salir huyendo al galope por culpa de los resultados de sus intervenciones. Él tenía su prestigiosa consulta en París; lo cual no fue óbice para que, en ocasiones, fuera llamado desde el extranjero para operar, por ejemplo, al cardenal Doria. Carolina de Borbón, duquesa de Berry, italiana como él, esposa y muy pronto viuda del delfín de Francia, una mujer de interesante vida, muy bella, y posiblemente con una afectación de la vista desde su nacimiento que trataba Forlenze, hablaba maravillas del médico.

Buena prueba de su categoría profesional son sus publicaciones, entre las que destacan Considérations sus l'operatión de la pupille artificielle (1805) y Notice sur le développement de la lumière et des sensations dans les aveugles-nés, à la suite de l'operation de la cataracte (1817).

Todo esto ocurría en la Francia que, por méritos propios, ocupaba el primer puesto de la medicina mundial. Era la época de Bichat y Laënnec o Corvisart, que llevarían a la profesión a la senda de nuestra medicina científica actual... la época de grandes cirujanos, como Desault, Dupuytren o Larrey, capaces de realizar operaciones impensables cuando todavía ni la anestesia, ni la asepsia, ni el control de la hemorragia se aplicaban en cirugía. Y Francia, la inteligente Francia, no sólo honró al oculista italiano que el pintor Vallin retrató a los pies del Vesubio, en recuerdo de sus orígenes, concediéndole la Legión de Honor, nombrándole Caballero de la Orden de San Miguel y San Jorge, sino que lo hizo uno de los suyos, haciendo que Giussppe Nicoló Leonardo Biagio Forlenza haya pasado a la historia como Joseph-Nicolas-Blaise Forlenze.

Por la misma época, atravesando la Revolución, el Imperio y la Restauración, otro italiano de nacimiento llegaría a convertirse en uno de los principales músicos de Francia: Luigi Cherubini. Con su Himno a la Victoria acabamos hoy.



2 de diciembre de 2012

Bechterev


Ilya Repin (1844-1930). Retrato del neurofisiólogo y psiquiatra Vladimir M. Bechterev (1913)
Óleo sobre lienzo. 107 x 78 cm.
Museo Estatal Ruso. San Petersburgo

Vladimir Mijailovich Bechterev fue un neurólogo, neurofisiólogo y psiquiatra ruso, que nació en la pequeña localidad de Sorali, entre el río Volga y los montes Urales, el 1 de febrero de 1857, y murió en Moscú el 24 de diciembre de 1927.

Bechterev da nombre, al menos, a once epónimos que han enriquecido la terminología médica (cuyas definiciones se pueden encontrar en este enlace) aunque se le recuerda especialmente por sus investigaciones sobre el papel del hipocampo en la memoria y sus estudios sobre los reflejos y la psicología del condicionamiento, llevados a cabo de manera independiente a los que por entonces realizaba otro gran científico ruso, con el que -según parece- no tenía precisamente una buena relación: Iván Petrovich Pavlov (1849-1936).

A los 16 años de edad, en 1873, ingresó en la Academia Militar de Medicina y Cirugía de San Petersburgo, graduándose en 1878. Comenzó a ejercer en la Clínica Psiquiátrica de esa misma ciudad. En 1881 presentó su Tesis Doctoral que trataba sobre las posibles relaciones entre la temperatura corporal y algunas enfermedades mentales, y fue habilitado como Profesor Asociado de Neurología y Psiquiatría.

Poco tiempo después, salió al extranjero para ampliar su formación con Wilhelm Wundt y Paul E. Flechsig en Leipzig, con Theodor H. Meynert en Viena, con Karl Friedrich Otto Westphal y Emil H. du Bois-Reymond en Berlín, y con Jean M. Charcot en París.

En 1885 regresó a Rusia para hacerse cargo de la Cátedra de Enfermedades Mentales de la Universidad de Kazán, en la que fundó, en 1886, el primer laboratorio de su país para la investigación de la anatomía y la fisiología del sistema nervioso. En 1893 Bechterev sucedió a su maestro, Merzejewsky, como Profesor y Jefe del Departamento de Enfermedades Psíquicas y Nerviosas de la Academia Militar de Medicina y Cirugía de San Petersburgo, la misma donde él había cursado la carrera. En los años siguientes lleva a cabo numerosos estudios clínicos, entre los que destacan los referidos a la espondilitis anquilosante; publica libros, artículos de revistas y funda, en 1896, la primera revista rusa especializada en enfermedades neuropsiquiátricas; y crea, en 1907, asumiendo personalmente todos los gastos, el que más tarde se llamaría Instituto Estatal para el Estudio del Cerebro, del que seguiría siendo director aún después de haber sido forzado a abandonar su puesto como profesor, en 1913, por presiones del Gobierno.

Tras la Revolución Rusa de 1917, San Petersburgo pasó a ser Petrogrado, la Academia Militar de Medicina se transformó en Universidad Estatal de Ciencias Médicas, y Bechterev fue repuesto en todos sus cargos, desempeñando la Cátedra de Psicología y Reflexología de la Universidad de Petrogrado desde 1918 hasta su muerte.

Bechterev había sido la figura principal de la neuropsiquiatría rusa antes de la Revolución, y continuó siéndolo después.

A finales de 1927 Vladimir M. Bechterev contaba 70 años de edad, pero gozaba de buena salud y se hallaba en plena actividad. En esas fechas, por ejemplo, preparaba su participación en un congreso de su especialidad en Moscú. Entonces fue llamado al Kremlim para pasar consulta a Stalin. No habían pasado dos días de esa consulta cuando, repentina e inesperadamente, Bechterev murió. Unos dicen que había diagnosticado a Stalin una "paranoia grave" y así se lo comunicó al dictador. Otros, que cometió la imprudencia de comentar en público ese diagnóstico (lo cual, de ser cierto, habría atentado contra el deber médico de secreto profesional). La verdad no se sabe. Pero, lo que a nadie le cuesta suponer, aunque no se pueda demostrar, es que el tirano soviético mandó asesinar al médico...

Hablando sobre este tema con mi amigo Rafael Tarín, hombre de muy diversos conocimientos y probada inteligencia, me decía -medio en serio, medio en broma- que, sabiendo quien era Stalin, Bechterev realmente "se suicidó"... ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a negarse a visitar en consulta a un enfermo? Y más concretamente, a ese enfermo. Un paciente, con más o menos facilidad, dependiendo de la organización de cada sistema de salud, puede elegir su médico. La "libre elección de paciente" por parte del médico ni se plantea... Pero éste es otro tema, que no vamos a entrar a debatir ahora.

Una reflexión final. Lo malo es que, más allá de la sospecha, podemos tener la certeza de que, desde el poder, se ha asesinado. Lo peor, que en nuestro mundo actual, bien entrado ya el siglo XXI, no hayamos sido capaces de mejorar lo suficiente para creer que eso no ocurre ni volverá a ocurrir.

No soy capaz de explicar por qué, pero para ilustrar musicalmente esta entrada sobre el psiquiatra ruso ha venido a mi mente la obra de Modest Músorgski, compatriota y contemporáneo suyo. Y, más concretamente, el poema sinfónico Una noche en el Monte Pelado (en la particular versión de Disney, en Fantasía, que acaba con el Ave María de Schubert).



29 de octubre de 2012

Borodin: médico y músico


Ylia Repin (1844-1930). Retrato de Alexander Borodin
Óleo sobre lienzo
Museo Estatal Ruso. San Petersburgo

Repasando el otro día esa joya de blog que se llama "Ars Vitae", me encontré la entrada del 3 de mayo de 2010 en la que compartía con todos sus lectores un enlace a "Clásica2", el increíble portal de música clásica en Internet de Manuel López-Benito, y nos regalaba un vídeo en el que, si bellas son las imágenes que aparecen más lo es, aún, la composición que se puede escuchar, el poema sinfónico de Alexander Borodin: En las estepas de Asia Central.

Escuchando esa música vino a mi memoria el recuerdo de mis tiempos de estudiante en la Facultad de Medicina de Cádiz. ¡Cuántas horas de estudio en las madrugadas gaditanas acompañado, tan solo, por los sonidos que salían de un aparado grabador-reproductor de cintas de "cassette"! Normalmente música tranquila, suave, que no perturbara mi concentración. Todavía no había descubierto el encanto de la música barroca, que luego se convertiría en mi preferida. Oía música de cine; Simon & Garfunkel; Roberto Carlos; Julio Iglesias (sí, también Julio); algo del rock sinfónico de Pink Floyd; la guitarra de Narciso Yepes interpretando el Concierto de Aranjuez; todo Joaquín Rodrigo; Falla; Granados; Turina... Y los rusos... Tchaikovsky, Rimski-Korsakov, Mussorgski, Glazunov, Prokofiev, Stavinski... Borodin.

En aquella época la música era acompañamiento. Hoy es compañera. Entonces me limitaba a escucharla. Ahora, con las facilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías y la curiosidad, cada vez mayor, que me provoca casi todo, enseguida entro en Internet en busca de información. Eso me pasó cuando volví a escuchar esa pieza de Borodin. Y, con la deformación profesional que me caracteriza, un detalle de su biografía, que no conocía, me llamó la atención inmediatamente. Borodin, además de músico, era médico. Un médico que quiso ser químico. Fue químico prestigioso. Profesor de Química dedicado a la docencia y a la investigación. Y fue también un hombre metódico y tranquilo, según aparenta en el retrato que pintó Repin.

Deliberadamente no voy a tratar aquí sobre la obra musical de Borodin. No estoy capacitado para ello. Eso lo puede hacer mi querido amigo en la blogosfera, el Dr. José Manuel Brea, en su "Medicina y Melodía". Él si que es un médico que sabe de música. Yo simplemente trazaré algunas pinceladas biográficas del músico que estudió medicina y ejerció de químico.

Alexander Porfirievich Borodin nació en San Petersburgo, el 12 de noviembre de 1833.* Era hijo ilegítimo del príncipe Luka Stepanovich Gedevanishvili (algunos autores lo nombran, más fácilmente, como Lucas Gedianov), descendiente de los reyes de Imericia (la Cólquida de los griegos, donde se encontraba el vellocino de oro) un reino independiente de Georgia al sur del Cáucaso, entre los mares Negro y Caspio. Su madre se llamaba Eudoxia Konstantinova Antonova, pero la conocían como Dounia: "una mujer hermosa, culta y con independencia económica." Cuando Alexander nació, su padre tenía 65 años. La madre, no más de 24 o 25. El padre y la madre de Borodin no estaban casados. Para guardar las apariencias el niño fue registrado como hijo de uno de los sirvientes de su padre, Porfirio Borodin, que le dio su apellido, lo cual -al parecer- no era algo infrecuente en la Rusia de la época. De hecho, el príncipe debía ser un conquistador irresistible, y a Borodin se le conocen, al menos, dos hermanos de padre con distintas madres, que también llevaban los apellidos de sendos sirvientes del noble conquistador: Dimitri Sergueïevitch Alexandrov y Eugueny Fiodorovitch Fiodorov. El Príncipe murió cuando Alexander era todavía muy niño; pero le dejó a su hijo una sustanciosa herencia que le permitió vivir sin dificultades económicas. Y Dounia, que contraería matrimonio con un médico militar retirado -aunque, al parecer, nunca dejó de mantener una "íntima amistad" con el padre biológico de Borodin- se ocupó de que recibiera la mejor educación.

Ya de niño, Borodin dio muestras de su gran inteligencia y de estar especialmente dotado para los idiomas (además de su idioma natal, hablaba francés, alemán, inglés e italiano) y para la música. Según Garritz Ruiz: "No sólo aprendió a tocar el piano, sino que también ejecutaba con maestría la flauta y el violonchelo, y aunque no con envidiable disposición también tocaba el oboe y el clarinete, al igual que varios metales." A la edad de 9 años ya compuso su primera pieza, una polka titulada "Helene", y a los 13 había compuesto un concierto para flauta y piano, así como un trío para dos violines y chelo. Muy pronto, también, manifestó su interés por la química. A los 13 años montó un laboratorio en su casa donde fabricaba colorantes para acuarelas.

En 1850 ingresó como alumno en la Academía Médico-Quirúrgica, una institución militar, de su ciudad natal. Durante su época de estudiante no dejó de manifestar su especial predilección por la Química (que en aquellos tiempos era materia destacada en las facultades de Medicina) siendo su maestro más importante el profesor Nikolai Zinin (1812-1880), uno de los pioneros de la química orgánica, cuya influencia sería decisiva en la carrera profesional de Borodin. Se graduó como médico en 1856, recibiendo la máxima calificación posible "cum eximia laude". Inmediatamente fue destinado al 2º Hospital Militar, donde inició su ejercicio profesional como médico-cirujano. Allí conoció a un joven y elegante oficial, de familia noble, llamado Modest Petrovich Mussorgsky (1839-1881), compositor de enorme talento musical, aunque su amistad -que duró hasta la muerte de éste- no empezaría, realmente, hasta algunos años después.

Está comprobado que su experiencia como cirujano no le resultó agradable, y no por la naturaleza de su trabajo -como cabría suponer- sino por la brutalidad que, allí mismo en el Hospital, utilizaban los jefes y oficiales para imponer disciplina, utilizando el látigo sin justificación posible. Borodin se dedicó a completar su tesis doctoral. La vocación por la química ya estaba definida y el profesor Zinin lo preparaba para que fuera su ayudante en la Academia Médico-Quirúrgica Militar. En 1858 presentó su tesis doctoral "Sobre la analogía entre los ácidos arsénico y fosfórico". Posteriormente, entre los años 1859 y 1862, estuvo en Alemania, Francia e Italia ampliando su formación. Primero en la celebérrima Universidad de Heidelberg, en los laboratorios de Kirchoff, Bunsen, Kekulé y Erlenmeyer. Allí le acompañaron otros estudiantes rusos, entre ellos Dmitri Mendeléiev (1834-1907), el creador de esa famosa "Tabla periódica de los elementos" que tantos tuvimos que memorizar. Luego en París y en Pisa.

En 1861 conoció a una pianista rusa de 29 años: Ekaterina Sergeievna Protopopova, que había llegado a Heidelberg en busca de curación para la tuberculosis que padecía. Para el mejor tratamiento de la enfermedad de Ekaterina, le recomendaron que acudiera a Pisa, donde viajó acompañada por su -ya entonces- prometido; el cual, continuó sus estudios en los laboratorios de Luca y Tassinari. Vuelven a San Petersburgo en 1862, Borodin recibe el nombramiento de profesor adjunto de Química; y en abril de 1863 los novios contraen matrimonio que -al decir de quienes le conocieron- resultó muy afortunado a pesar de la enfermedad de Ekaterina y su infertilidad. Al cumplirse el vigésimo aniversario de bodas Borodin compone el "Cuarteto para cuerdas Nº 2", que dedicó a su esposa. Había tardado seis años en componerlo.

Borodin y su esposa tomaron como residencia un apartamento al lado del Laboratorio, en plena Universidad. Rimsky-Korsakoff escribe sobre esta época:

"Me volví un frecuente visitante de Borodin; a menudo quedándome hasta la noche en su casa. Discutíamos sobre música a profundidad y él tocaba sus trabajos en curso y también me mostraba los compases de su sinfonía. Él estaba mejor informado que yo del trabajo práctico de la orquestación, dado que tocaba el chelo, el oboe y la flauta. Borodin era un hombre culto y cordial, era placentero y agudo conversar con él. Al visitarlo, a menudo lo encontraba en su laboratorio, adjunto a su departamento. Cuando ponía una retorta llena con algún líquido incoloro y lo destilaba por medio del fuego de un vaso a otro, yo acostumbraba a decirle que estaba haciendo 'una transfusión de desolación en vacuidad'."

Como ejemplos de sus trabajos como químico, algunos de ellos aplicados a la clínica, se puede decir que Borodin descubrió el aldol casi simultáneamente con Wurtz, estudió los aldehidos aromáticos, el uso del peróxido de hidrógeno (el agua oxigenada) como desinfectante e inventó un método para la detección de la urea en los análisis de orina. Llegó a publicar 42 artículos científicos. En 1861, asistió al primer congreso internacional de química, celebrado en Karlsruhe (Alemania) y fue uno de los fundadores de la Sociedad Rusa de Química en 1868.

Borodin resultó ser un profesor con enorme vocación docente, siempre atento a las consultas de sus alumnos. Raras veces mostraba impaciencia. Siempre antepuso la atención a los alumnos a todo lo demás, incluso a la investigación; aunque dedicaba a ésta muchas horas al día. Otro profesor de la Academia, decía de él lo siguiente:

"Trabajaba infatigablemente con los estudiantes todos los días. Durante este tiempo Borodin siempre mantenía una disposición solícita y de buen humor con sus alumnos y colegas, estaba siempre dispuesto a interrumpir cualquiera de sus trabajos sin impaciencia, sin irritación, para responder cualquier pregunta que le hiciesen. Cuando trabajaba en el laboratorio se sentía como si estuviera en su hogar. Lo que más adoraba era la música. Cuando trabajaba, casi siempre estaba canturreando alguna cosa y siempre estaba dispuesto a hablar con otras personas sobre las novedades musicales, las tendencias y sobre composición musical. Cuando estaba en su despacho, frecuentemente oíamos el sonido armonioso de su piano, que se expandía por todo el pasillo del laboratorio. El buen humor y la actitud de Borodin nos afectaba a todos. Cualquiera podía ir a contarle sus ideas, preguntas u opiniones; nunca trataba a nadie con arrogancia o desdén. Raramente alguien conseguía provocar alguna demostración de irritación en Borodin. La actitud sincera y calurosa de Borodin con los estudiantes no se restringía al laboratorio. Casi todos los que trabajábamos con él éramos aceptados en su familia como los amigos más íntimos. Se preocupaba personalmente del destino de cada estudiante que se graduaba en la Academia, destinando todos sus esfuerzos para ayudarlo. Siempre que te lo encontrabas en algún acto social no paraba de preguntar por todo el mundo o intentaba conseguir alguna cosa para alguien."

Sin embargo, como parte de su labor docente, hay que destacar especialmente (y más por la época y en el lugar donde se produjo) su significativa participación en la creación de una Escuela de Medicina para mujeres. Borodin, en unión de Botkin (el primero en describir la hepatitis A), Sechenov, Roudineff y una aristócrata, Mme. Tarnosky, iniciaron la Escuela como Curso de Obstericia que, en 1872, pasó a ser Escuela de Medicina donde Borodin era, como es natural, el profesor de química. Dado que el Hospital Militar de San Petersburgo fue la primera sede de la Escuela, en algunas biografías de Borodin se dice que fundó una escuela médico militar de mujeres; aunque no fuera así. La Escuela soportó múltiples dificultades, sobre todo desde que accedió al trono el zar Alejandro III. Borodin consiguió que dejara de depender del Ministerio de la Guerra y pasara al de Educación; pero no pudo impedir que, finalmente, fuese clausurada en 1885.

Fue, precisamente, gracias a su labor como profesor de química por lo que Borodin conocería a quien sería el mayor difusor de su obra en Europa, el compositor Franz Liszt (1811-1886). Ocurrió en 1877, en el transcurso de un viaje de Borodin a la localidad de Weimar, entre otras de Alemania, para visitar los laboratorios de distintos hospitales. Volvieron a encontrarse en 1881 y 1885, y se cuenta que -en una de esas ocasiones- se desarrolló el siguiente diálogo. "Yo soy un compositor de domingos, señor Lizt" -decía Borodin, refiriéndose a que sólo se dedicaba a componer en su tiempo libre"- y el músico húngaro le contestó: "Pero el domingo siempre es un día festivo, señor Borodin".

Otro ejemplo de que sólo podía dedicar a la composición el tiempo en que no estaba trabajando en sus clases o en su laboratorio lo encontramos en el siguiente texto, que escribió una vez que tuvo que quedarse en casa enfermo de gripe:

"En el invierno yo no puedo componer, a menos de que esté enfermo y me vea obligado a abandonar mis clases. Así que, mis amigos, contrario a la costumbre, nunca me digan 'trata de estar bien' sino más bien 'trata de enfermarte'. Cuando la cabeza me explota, cuando mis ojos están llenos de lágrimas y tengo que sacar el pañuelo a cada minuto, es entonces cuando compongo."

Musicalmente, en principio, Borodin fue autodidacta. Sólo a partir de 1862 comenzó a recibir clases de Balákirev. Con él, Rimsky-KorsakoffMussorgskyCui y -por supuesto- Borodin, se formaría el llamado Grupo de los Cinco, cuyo objetivo era crear un arte musical nacional y que tanta fama le ha dado a la música rusa; aunque, ciertamente, también contó con la oposición de muchos...

Dos años antes de morir, Borodin, se contagió de cólera, y quedó muy debilitado. En 1886 se le diagnosticó angina de pecho. El 27 de febrero de 1887*, mientras se celebraba un baile de disfraces en la Academia de Medicina, del cual había sido uno de sus principales organizadores, sufrió un infarto de miocardio. Nada pudo hacerse por salvar su vida a pesar de los intensos esfuerzos de muchos médicos que se encontraban allí.

Borodin se encuentra enterrado en el cementerio Tijvin del monasterio Alexander Nevsky, en San Petersburgo, cerca de la tumba de otros grandes músicos y escritores rusos.

Una de las revista médicas más importantes del mundo (que aún sigue publicándose), The Lancet, en su editorial del 19 de marzo de 1887 informó sobre su muerte. En los últimos renglones señalaba: "...a pesar de su arduo trabajo profesional y de laboratorio el profesor Borodin encontró tiempo para cultivar el arte y la ciencia de la música a los que fue muy adepto. De él se dice haber prestado un valioso servicio a la causa de la música rusa".


Sus estudiantes mujeres le dedicaron el párrafo siguiente en el monumento que se le erigió en su tumba:

"Al fundador, defensor y guardián de las clases de medicina para mujeres y al amigo de sus alumnos."

Según Gonzalo Castellón:

"La reducida producción musical de Borodin alcanza su clímax en su ópera Knyas Igor (El príncipe Igor) y, particularmente, en las archifamosas danzas de los pólovtsy o danzas polovtzianas. No existe un episodio de ancestro más nacionalista que esta imborrable mezcla de ritmos, sonidos y sensualidad, que tan pronto llama a la guerra como a la paz. Su desenvolvimiento es literalmente vertiginoso e involucra coro, orquesta y solistas por igual. Borodin amó particularmente esta ópera, que fue su particular legado y a la que dedicó largos veinte años. [De hecho, falleció sin concluirla y fueron Rimsky-Korsakoff y Glazunov quienes tuvieron que terminarla].

El príncipe Igor es el equivalente ruso del Mio Cid o de la Chanson de Roland pues la anónima obra literaria -El canto del príncipe Igor- reúne las características básicas de la canción de gesta. El príncipe Igor es prisionero del Khan Konchack, jefe de la tribu de los Polovtsy, que ha reconocido su rango real. Al propio tiempo, su hijo -el príncipe Vladimir- se ha enamorado de Kontchakovna, hija del jefe tártaro.

Sin embargo, cuando al campamento tártaro llegan las noticias de que Poltiole, su ciudad, ha sido saqueada, el Príncipe no duda ya y se escapa, abandonando a su hijo, quien, mientras tanto, ha decidido casarse con Kontchakovna. Entre grandes manifestaciones de regocijo del pueblo, el príncipe Igor entra en Poltiole y se reúne con su amada princesa Yaroslávna.

El príncipe Igor es tal vez la obra más nacionalista de las producidas por el Moguchaya Kuchka ["El Gran Puñado", la forma en que el crítico Stasov llamó al "Grupo de los Cinco]. Si bien su lenguaje musical es dialéctico, Borodin mantiene una línea particularmente propia, de gran riqueza melódica. Para retratar las figuras orientales o tártaras, el compositor echa mano al tradicional recurso del cromatismo (intervalos basados en la escala cromática) que dotan a la melodía de un carácter lejano y enigmático."

La versión que podemos ver ahora está grabada en el teatro Mikhailovsky y dirigida por Stanislav Kochanovsky.




*Al nacer Borodin seguía vigente en Rusia el calendario juliano que para 1582, cuando Gregorio XIII implantó el nuevo, llevaba un retraso de diez días y para 1833 iba doce días atrás, así que la fecha de nacimiento de Borodin (31 de octubre de 1833) fue en realidad el 12 de noviembre. Lo mismo ocurre respecto a la fecha de la muerte, que algunos apuntan como 14 de febrero, siendo, en realidad, el 27 de febrero de 1887.


Bibliografía

CASTELLÓN, G. (2009): "Borodin, o la historia de una pasión". [InternetÁncora - nacion.com. [Consultado el 13 de mayo de 2010].
GARRITZ RUIZ, A. (2001): "Alexander Borodin: el músico químico". [InternetEducación Química12,4:190-192.[Consultado el 11 de mayo de 2010].
KUMATE, J. (2004): Alexander P. Borodin; compositor musical multifacético. En: MEMORIAS de El Colegio Nacional, México:213-229.
O'NEILL, D. (1988): "...aber Sonntag ist immer ein Feiertag: Alexander Borodin, MD, 1833-1887". JRSM81:591-593.
RAÚL (2009): "El ruso que componía en un laboratorio". [Internet]. En: "Una noche en la Ópera" [Foro]. [Consultado el 13 de mayo de 2010].
VIK, T. (1998): ["Alexander Borodin - physician, chemist, scientist, teacher and composer"]. [Sólo el abstract]. [Internet]. Tidsskr. Nor. Laegeforen118,30:4.693-4.696. [Consultado el 10 de mayo de 2010].


**La primera versión de esta entrada se publicó en Tiempo para la memoria el 15 de mayo de 2010.

21 de agosto de 2012

Robert, el otro Darwin


Walter William Ouless (1848-1933). Robert W. Darwin (1766-1848),
Charles Darwin's Father

Óleo sobre lienzo. 97,5 x 78,8 cm.
Shrewsbury Museum and Art Gallery

Su padre llegó a ser bastante famoso en su época. Médico, filósofo natural y poeta -entre otras cosas- Erasmus Darwin (1731-1802) era un hombre de intereses y conocimientos diversos que, incluso, se anticiparía  a su célebre nieto en el planteamiento de las teorías evolucionistas. El nieto de Erasmus fue más famoso todavía que su abuelo y lo sigue siendo, tanto que Charles Darwin (1809-1882) no necesita presentación. Sin embargo, al contrario que su padre y que su ilustre hijo, Robert Darwin (1766-1848) llevó una existencia tan "normal" que, posiblemente, la historia se habría olvidado de él si no fuere por su padre y, sobre todo, por su hijo.

No es mucho lo que se puede decir de Robert Darwin: que por deseo de su padre estudió Medicina en la Universidad de Edimburgo; que amplió su formación, también por decisión paterna en la prestigiosa Universidad de Leiden, en Holanda; y que de regreso a Inglaterra ejerció con éxito su profesión en la apacible ciudad de Shrewsbury, cerca de Gales; aunque ya desde muy joven, con fecha 21 de febrero de 1788, había sido elegido miembro de la Royal Society de Londres.


Respecto a la relación con su hijo Charles, se sabe que -como corresponde a un buen padre- se opuso públicamente a que se embarcara en la aventura del Beagle; aunque finalmente le convencieron para que diera su consentimiento.

Curiosamente, lo que no suele faltar en las escasas referencias biográficas de Robert Darwin son las anécdotas relativas a su gran corpulencia física, la cual se puede apreciar en este retrato. Dicen que pesaba más de ciento cincuenta kilos, que solía pedir a su cochero que probara los tablones de las casas que visitaba por motivos profesionales, o que se había hecho construir una escalera de piedra, en su propio domicilio, para poder subir con más comodidad al carruaje.

Precisamente, buscando información sobre Charles Darwin encontré esta imagen de Robert, su padre, y con ella surgió el deseo de dedicarle un sencillo recuerdo a este otro Darwin; de quien quizás nunca hubiéramos hablado por ser médico, sino por ser el hijo de Erasmus y el padre de Charles...


*La primera versión de esta entrada se publicó en el blog Medicina, Historia y Arte el 14 de agosto de 2012.

24 de junio de 2012

Pavlov leyendo


Mijaíl Nésterov (1862-1942). Retrato de Iván Pavlov (1930)
Óleo sobre lienzo
Museo Ruso. San Petersburgo

Así retrató Mijaíl Nésterov a su amigo Iván Petróvich Pavlov (1849-1936), el investigador de los reflejos condicionados en perros, cuyos trabajos dieron origen al desarrollo de técnicas psicológicas como el conductismo. Era en 1930, Pavlov tenía 81 años de edad, y estaba leyendo plácidamente sus libros de Medicina.

¡De mayor quiero ser como Pavlov!

11 de junio de 2012

El retrato del Dr. Washington Epss, pintado por Sir Lawrence Alma-Tadema

Lawrence Alma-Tadema (1836.1912). Dr. Washington Epps, My Doctor (1885)
Óleo sobre lienzo. 64 x 51 cm.
(C) Carnegie Museum of Art, Pittsburg


Sir Lawrence Alma-Tadema se le conoce, principalmente, por sus "pinturas de toga" donde recrea con su peculiar visión romántica la vida de la antigua Roma. Mucho menos conocidos son sus retratos, los cuales generalmente nos muestran a miembros de su familia o amigos íntimos. Uno de esos retratos es éste del Dr. Epps, a quien llama "su médico", pero que también es su cuñado, hermano de su segunda esposa, Laura, con la que había contraído matrimonio en 1871, después de haberse quedado viudo y con dos hijas, Laurence (que llegaría a ser una afamada escritora) y Anna, al morir la primera esposa, Marie-Pauline, en 1869, 

En el retrato se muestra al Dr. Epps tomando el pulso a su paciente con cara de intensa concentración. Del paciente o de la paciente poco se ve; sólo parte de sus pálidas y demacradas manos -que algunos atribuyen al estado terminal en que podría encontrarse- sobre el blanco de las sábanas. Nuestra atención se centra en las manos del médico: su mano izquierda, la que toma el pulso a la vez que transmite calor humano al ser que sufre, mientras con la derecha sujeta el reloj que sirve para contar los latidos cardíacos y símbolo, quizás, de la vida que inevitablemente se acaba. Es posible que el doctor no pueda curar a esa persona, ni siquiera aliviar su dolor, pero el contacto físico de la mano del médico con la de su paciente sirve, sin duda, para transmitirle consuelo.

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