Ha sucedido. Sucedió. Está sucediendo. Pido reservas, nada de aplausos: he descubierto el Gran Secreto.
Fue casual, como lo ha sido más de una vez (caso fuego, caso carne cocida). Ya lo sé, he descubierto, cómo se vuelve el tiempo atrás.
Ha sido fascinante, es cierto. De un día para el otro (no sé cuál a esta altura, después de tantas idas y vueltas), de la noche a la mañana, me vi borboteante de espontaneidades. Por primera vez experimenté el placer de no decidir ante mi próxima acción. Sencillamente lo hice.
Esto evita dolores de cabeza, emociones violentas, psicopatías de diversa índole: así, con el secreto dilucidado, ya el destino es apenas un manojo de borradores. La cosa quita peso específico a los momentos felices y a las sorpresas, es verdad. Pero creo es preferible eso a las monstruosas incertidumbres. Supongo que me pasa como a todos: odio cometer errores.
Conseguir el detenimiento y posterior rebobinado del tiempo es un juego de niños. Por lo sencillo y no por lo inocente, se entiende.
Se principia atiborrando la habitación con hielo. Arriba, abajo y en las cuatro paredes, hielo. El frío hace lo suyo en cuestión de segundos: acorrala a las horas desnudas contra sus plateados miembros, las empapa. Creo que es el miedo quien realiza el grueso de la labor. El tiempo, congelado y detenido, adopta la posición de Estatua del Tiempo.
Esa es, en realidad, la etapa compleja. A la hora de empezar la vuelta atrás, basta con un solo pensamiento, pensado con convicción y buena gana. Para ser más precisos: se trata de un recuerdo. Hay que cerrar los ojos y poner delante de ellos, como proyectado, el momento en que dejamos de creer en Dios. Y ubicarse justo ahí, cómodamente.
Basta de secretos: frío y duda, dos elementos contra el Viejo Infalible.
Y ahora que lo saben, hermanos contemporáneos, pueden ir en paz. A retroceder el tiempo, que se acaba el mundo.
De Poemas en prosa (1997, inédito)
“Turangalîla” es una expresión en sánscrito que significa “el juego del tiempo que fluye” (“turanga” en realidad significa “el tiempo que corre como un caballo al galope” o “el tiempo que fluye como la arena en un reloj”; “lîla” significa “juego”, pero en el sentido de “jugar por vida o muerte”).