Un ensayo
que se lee como una novela y una novela que se lee como un ensayo.
Elogio del caminar de David Le
Breton y Moo Pak de Gabriel
Josipovici.
Los dos
libros tienen un nexo común, precisamente el caminar, en el de Josipovici el
pasear, en concreto.
Dos amigos
recorren los parques de Londres, mientras uno de ellos, Jack Toledano, le
cuenta al narrador sus tribulaciones sobre la creación –está escribiendo una
novela− y sobre el mundo en general.
El paseo,
el paseo urbano, es uno de los capítulos del libro de Le Breton.
Todavía hay
muchas más cosas en común, tanto en uno como en otro se defiende el caminar, el
paseo, como algo que induce al pensamiento, a la reflexión.
Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse
a sí mismo, dice Le Breton.
Los dos
personajes de Moo Pak, parece que no
hagan otra cosa que eso. Hay alguien activo que habla y reflexiona y otro
pasivo que escucha y transcribe.
Uno de los
capítulos de Elogio del caminar, trata
precisamente de ello, de caminar en compañía, aunque el autor francés prefiere
el caminante solitario.
Confieso
que yo mismo soy un paseante urbano, aunque haya caminado por las montañas. Una
de las apreciaciones de las que más cerca me he sentido, es la del escritor
norteamericano del siglo XIX, Henry David Thoreau, que elogia el paseo por las
cercanías de su domicilio, y dice que los
lugares ya conocidos tienen la capacidad de metamorfosearse…, eso lo siento
constantemente en el continuo deambular por mi barrio; en cada nuevo paseo se
producen inesperados descubrimientos, originales puntos de vista, diferentes
emociones. Podría abrir un excurso sobre el papel del observador, en otra
ocasión.
Pero lo más
importante de los dos textos es que ponen en primer plano muchos de los aspectos
que la humanidad tiende a olvidar. La inmensa extrañeza de estar vivos, de que
existan los seres humanos, de que exista el mismo planeta Tierra, y que, además, una pequeña parte de las personas, se dediquen a meditar sobre ello. En
ocasiones de un modo contemplativo, en otras de una manera activa. Como Jack
Toledano en Moo Pak, que inmerso en
el mundo de la creación literaria, va describiendo su quehacer, su lucha, a su
amigo Damian Anderson. En las primeras páginas del libro encontramos una
referencia a Nietzsche y su elogio del caminar, como inductor del filosofar.
Las
reflexiones de ambos libros se van entrecruzando y apoyándose unas a otras.
Si en Moo Pak se trata especialmente de
quienes quieren formar parte activa del mundo creando, pese a su gran
pesimismo, en Elogio del caminar, se
habla de los que quieren, también, formar parte activa, moviéndose. En ambos casos la pulsión es la misma, entender algo,
acercarse a lo incomprensible, al sentido del Mundo, de la Humanidad.
Me atrevo a
decir que Josipovici es más cercano, más terrestre, que se adentra en el barro
de la existencia humana, exponiendo la miseria que acompaña ciertos aspectos de
la creación, especialmente de la indignidad, de la hipocresía, que se hacen
presentes con demasiada frecuencia. Aunque a veces toma aire, y dice, por
ejemplo : no hay nada como los animales
para recordarnos los elementos básicos de la vida. Atento observador, yo
mismo, del mundo de los gatos, no puedo sino darle la razón.
Le Breton,
en cambio, es más metafísico, quizá más abstracto. El caminar como forma de
conocimiento, como modo de alterar la percepción del tiempo, en un acontecer
que tan bien describe Mircea Eliade, cuando habla de la trasformación del
tiempo profano en tiempo sagrado. El
caminante es quien se toma su tiempo y no deja que el tiempo le tome a él.
Pero hay un
doloroso punto en el que los dos autores describen el mismo aspecto de la
cuestión. Pese a todo el progreso, pese a todos los avances tecnológicos, el
mundo se está haciendo inhabitable.
Hay una
frase en el libro de Josipovici, que bien podría formar parte del de Le Breton:
Incluso en las montañas del Himalaya, y en las
montañas del Atlas, los misioneros y los antropólogos del último siglo han dado
paso a grupos de excursionistas y a los guías turísticos, a los paquetes
vacacionales y a los souvenirs.
Es
significativo este punto de contacto. Le Breton se lamenta de lo mismo y narra,
con evidente nostalgia, en el capítulo Caminar
hacia Tombuctú, las grandes odiseas de los caminantes
originarios, primigenios. Ya no queda nada de eso.
Por ello,
yo mismo, un poco más allá de Xavier de Maistre, paseando por su habitación, he
llegado a pensar que lo mejor es la exploración del propio barrio, en palabras
de Léon-Paul Fargue, citado por Le Breton. El entorno cercano puede estar lleno
de sorpresas y misterios. Comparto con los dos la visión básicamente pesimista
del mundo, y con las palabras que el autor pone en boca de Sócrates, son los
hombres –las personas, una persona− quienes pueden enseñar algo. El gran Viaje,
para mí, desde hace tiempo, es conocer a otro ser humano.
Dejo para
otra ocasión, o quizá para ninguna, comentar las meditaciones que Jack
Toledano/Gabriel Josipovici hace de la creación y el arte en nuestros días. Para
mí, demasiado próximas y dolorosas.
Lo mejor
que puedo decir para terminar es que lean esas dos pequeñas joyas, y que si
todavía encuentran dónde, caminen, solos o en compañía, en silencio o hablando.
Por su barrio, o quizá por un pueblo lejano…
Para M. y
N. que acompañan mi caminar.
Debo el
descubrimiento del libro de Josipovici al amigo Lluís Armengol, proveedor de
este tipo de hallazgos. El de Le Breton, lo encontré en una librería, es uno de
esos títulos que tienen luz propia, que dicen ¡léeme!
Moo Pak. Gabriel Josipovici. Editorial
Cómplices.2012
Elogio del caminar. David Le
Breton. Siruela. Madrid 2011