Un devenir insecto ha sustituido al devenir-pájaro, o forma un bloque con él. El insecto es el que mejor puede hacernos comprender esa verdad de que todos los devenires son moleculares (cf. las ondas Martenot, la música electrónica). Pues lo molecular tiene la capacidad de hacer comunicar lo elemental y lo cósmico: precisamente porque efectúa una dislocación de la forma que pone en relación las longitudes y latitudes más diversas, las velocidades y las lentitudes más variadas, y que asegura un continuum al extender la variación mucho más allá de sus límites formales
(
Mil Mesetas, op. cit., p. 306).
Con Wagner y los que vinieron después, como Debussy, se produjo el auge de la música instrumental y orquestal, una molecularización del motivo, una "química" con la orquestación; la voz como pájaro solitario y sublime empieza a decaer, y es por esto que la ópera en el sentido de Rossini o Bellini ya no tiene sentido, ni lugar.
Surge la edad de los insectos: vibraciones, crujidos, zumbidos, chasquidos, roces, frotamientos mucho más moleculares. Los pájaros son vocales, los insectos instrumentales: tambores y violines, guitarras y cimbales... Orgía de chicharras en el pinar, todo cruje, es la fiesta de las cuerdas invisibles. Esa resonancia de la noche, ese encendido de la oscuridad, cuando paseas por la soledad del arcén de la carretera, y los grillos como una minicentral eléctrica. Todo lo pueden estos pequeños músicos de la Vibración Suprema.
Messiaen y las duraciones cromáticas múltiples, alternando las más grandes con las más pequeñas --"a fin de sugerir la idea de las relaciones entre los tiempos infinitamente largos de las estrellas y de las montañas, e infinitamente cortos de los insectos y de los átomos" (op. cit., p. 307). De los cañones a las estrellas, o el testamento final de un músico que se mueve entre el cosmos y lo elemental, el músico-pajarero, el que cierra una etapa y abre caminos insondables...
Deleuze alude también a Varèse y sus
Déserts, música fenoménica de una espacio interior ilimitado, música expansiva que sueña las texturas electrónicas antes de que éstas sean posibles; aventura del sonido que se abisma en el ritmo, cataratas implosivas del ruido del mundo.
Pero sobre todo, pienso en el mejor exponente de lo que aquí se dice, el compositor estadounidense Georges Crumb, y en obras como
Música para una noche de verano (Makrokosmos III), para dos pianos amplificados y percusión, en donde los sonidos son ya desmenuzados de tal manera, que todo lo conocido y perceptible pasa a otro nivel, y el oyente se pierde en franjas casi inaccesibles. El sonido de la noche ya no es la "música nocturna" de Bartók, sino mucho más sutil, más afilado..., hay una búsqueda y un despertar, una bajada hacia una zona o paisaje encantado, como reza otra obra orquestal suya. O pensemos en la impresionante
Black Angels, para cuarteto de cuerda amplificado, de nuevo la electricidad mediante como vibración necesaria para alcanzar otra dimensión. En algunas de las secciones aparece ya la transfiguración, insectos eléctricos en la noche, zumbando como poderosas armas de destrucción..., ¿o de un misterio insondable? Por si quedaba alguna duda sobre el cambio que ha tenido lugar, hay otra pieza titulada
Celestial Mechanics (Makrokosnos IV), para piano amplificado a cuatro manos: hacia las sonoridades celestes... O el devenir-niño que no se olvida, en
Ancient voices of children, arcanes, y el niño que deviene otra cosa, una luz intensa, una inocencia del espacio, Lorca en sus versos más estremecedores, un hilo de luz que atraviesa el agujero del cielo...