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“Por muy feliz que llego a ser, no consigo olvidar el lugar donde nací”.
Jorge Moreno
Muñoz
La arena era fría al contacto. Ni siquiera el sol,
bajando por el horizonte, tiñendo todo de tonos anaranjados, tenía la
posibilidad de calentar la superficie de las cosas. Su piel estaba fría, como
una figura de porcelana dejada a merced de una noche de invierno. Las telas
ligeras de su ropa se batían con una brisa helada. El mar se sentía calmo y
parecía que de él escapaba una leve respiración, que llenaba de niebla el
ambiente. Nicole, sin embargo, se encontraba cómoda, plena, cálida. Recostó la cabeza
sobre la arena y posó los ojos sobre el cielo, donde flotaban tres lunas, cuyas
siluetas débiles trataban de competir contra la luz del sol. Sabía que se
encontraba en Área.
Sabía que se encontraba también en el
planeta Tierra, en una playa caliente, con un cielo simplemente naranja, una
arena simplemente tibia, una felicidad tristemente a medias, donde su corazón,
por el contrario, se enfriaba. Sabía que sus recuerdos se habían confundido durante
años, que su playa real, en la que alguna vez caminó, no era la misma que
dibujaba su memoria, con colores más hermosos y sensaciones más genuinas de
felicidad.