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viernes, 14 de febrero de 2014

CAPÍTULO 12. CAELI

Visita el blog de Víctor Mosqueda Allegri






“Por muy feliz que llego a ser, no consigo olvidar el lugar donde nací”.
Jorge Moreno Muñoz



La arena era fría al contacto. Ni siquiera el sol, bajando por el horizonte, tiñendo todo de tonos anaranjados, tenía la posibilidad de calentar la superficie de las cosas. Su piel estaba fría, como una figura de porcelana dejada a merced de una noche de invierno. Las telas ligeras de su ropa se batían con una brisa helada. El mar se sentía calmo y parecía que de él escapaba una leve respiración, que llenaba de niebla el ambiente. Nicole, sin embargo, se encontraba cómoda, plena, cálida. Recostó la cabeza sobre la arena y posó los ojos sobre el cielo, donde flotaban tres lunas, cuyas siluetas débiles trataban de competir contra la luz del sol. Sabía que se encontraba en Área.
Sabía que se encontraba también en el planeta Tierra, en una playa caliente, con un cielo simplemente naranja, una arena simplemente tibia, una felicidad tristemente a medias, donde su corazón, por el contrario, se enfriaba. Sabía que sus recuerdos se habían confundido durante años, que su playa real, en la que alguna vez caminó, no era la misma que dibujaba su memoria, con colores más hermosos y sensaciones más genuinas de felicidad.

CAPÍTULO 11. FRÍO.

Visita el perfil de Miguel Ángel Rodrigo Jiménez




“Fatiga de estar vivo, de estar muerto, con frío en vez de sangre, con frío que sonríe insinuado
 por las aceras apagadas”. Luis Cernuda.



Está sola. Se queda sola. Se busca sola. Ella y toda la soledad que puede atesorar en un lugar como la Catedral. Mira a través de la vidriera más pequeña y piensa. Piensa en Sam y en Zach y piensa que nieva. En que lleva nevando dos o tres días y en que se viene a dar cuenta hoy. Ahora. Piensa y entonces recuerda que las últimas jornadas le han parecido ficción, una mentira, y no ha podido siquiera permitirse pensar. Por eso, porque ahora sí puede, continúa pensando. En un Zach arisco y protector y en un Sam que hace mucho tiempo que se hizo hombre. En que se siente feliz de haberlos reencontrado. Lo son todo para ella, son lo que da sentido a las pérdidas.

CAPÍTULO 10. BUENOS Y MALOS




“Lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos”.
Jacinto Benavente.




Domingo, 21 de diciembre, 2025

La visita a ColdStone me ha dejado aún más débil y confuso. No estoy seguro de si al final saben dónde estamos o no, ni las consecuencias que ello puede acarrear. Todos me piden que confíe en ellos, pero no sé en quién hacerlo, excepto en Zach. Sin Zach es posible que ya estuviera muerto, que todos lo estuviésemos. Me alegro de haber hablado con mamá. Me ha pedido perdón por el pasado. Me ha dicho que se casó con aquel hombre para protegernos porque tenía pánico después de lo ocurrido con papá. Era alguien influyente y le prometió que velaría por nosotros. La misma promesa que le hizo papá y no pudo cumplir.



Zach se acercó al padre Maydana y le preguntó si podían hablar a solas. Éste le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y le llevó a una sala contigua, donde había un robot dispensador de bebidas.

CAPÍTULO 9. UN HILO DE ESPERANZA




“El lugar que amamos, ése es nuestro hogar; un hogar que nuestros pies pueden abandonar, 
pero no nuestros corazones”. Oliver Wendell Holmes



Zach apenas tuvo tiempo de asimilar lo que estaba ocurriendo. Las explosiones le sorprendieron en el cuarto de descanso. Le pareció que aquel estruendo sonaba lejano, así que no le dio importancia. Lo atribuyó a otra acción de los Vigilantes contra insurgentes de la Tina en alguna mansión de los alrededores. No tardó en oír pasos apresurados y gritos en los pasillos, y eso fue lo que le alertó. Salió del cuarto y, sin saber por qué, echó a correr tras los que corrían hacia el centro de control.
Jacques le interceptó a medio camino. Corría en dirección contraria a los hombres a los que Zach seguía. Iba armado y cargaba con un curioso casco compacto. El investigador no recordaba haber visto antes ninguno igual.
—¡Ven conmigo! —le ordenó.
—¿Qué está pasando? —preguntó Zach, tratando de no perder el ritmo.
—¡Tenemos que sacaros de la base!

CAPÍTULO 8. LA GOTA QUE COLMARÁ LA TINA





“Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano:
la guerra contra su extinción”. Isaac Asimov.



Domingo, 25 de agosto, 2024.

Es definitivo. Estoy irreversiblemente aburrido de llevar este diario. Más de dos décadas de una pérdida de tiempo absoluta. Recuerdo haber empezado este diario antes de mis diez años, porque había una suerte de bicho raro picándome el pecho para que escribiera, para que me dijera cosas que probablemente sabía, pero que de no poner por escrito podrían terminar matándome cincuenta, sesenta años después, sin haberlas hecho conscientes. Hoy releo esas líneas y no encuentro nada que justifique tamaña colección de polillas, carcomas y barrenillas en un mundo donde el almacenamiento de datos pasó de esas polillas a los virus informáticos, y hacemos tan pocos esfuerzos por acabar con los segundos como los que antaño pusimos en acabar con las primeras. Supongo que el ser humano descubrió, en algún momento, que si sus memorias (escritas, habladas, pensadas, filmadas) no peligraban por intercesión de algún Némesis frío y mortal, se perdía la gracia de recordar, de almacenar, de acaparar. Era eso, o descubrieron el peligro de una memoria perfectamente lúcida y conectada al todo. Hoy sé que todavía me faltan al menos un par de relecturas melancólicas de estas líneas antes de que pueda atreverme a incendiar todos estos cuadernos; pero mientras tanto, al menos, no seguiré haciendo el tonto engrosando estas líneas. Pongo punto y fin a este circular, pueril e intrascendente intento de contarme mi propia vida y que las polillas se traguen hasta la última coma y el último acento.

CAPÍTULO 7. EN CUALQUIER OTRO LUGAR

Visita el blog de Jorge Moreno




“Me parece que siempre seré feliz allí donde no estoy”. Baudelaire


No lo vio. Juraría que su deslizador estaba en la posición de conducción automática, pero no trazó la curva que dibujaba la calle y terminó contra un grupo de árboles CoDos. No sabía qué podía haber fallado. No había visto cómo su deslizador había recibido una serie de órdenes que hicieron variar el conmutador de conducción automática a manual. No podía moverse. No oía, ni siquiera su propia voz llamando a su mujer y a su hijo. Intentó mover la cabeza para buscarlos, pero sólo podía agitar sus ojos. No sentía su cuerpo y notaba cómo su visión se teñía de tonos rojos. Tampoco vio al hombre que se acercó a él ni sintió cómo le colocaba el dedo en la yugular. Pero sí sintió cómo le sujetaba la cabeza, y cuando creyó sentir el consuelo de la ayuda, un violento tirón hacia atrás apagó su vida.

CAPÍTULO 6. PRETÉRITO IMPERFECTO



“El pasado me ha revelado la estructura del futuro”. Pierre Teilhard de Chardin


—Némesis… —esa maldita palabra lo perseguía donde quiera que fuese y en labios de su madre no sonaba mejor…
Continuó durante unos segundos con la mirada clavada en las cenizas que esparcían al aire los bots araña en su sistemática búsqueda de restos humanos. Aún le costaba mirar a los ojos a aquella mujer que durante tanto tiempo había querido borrar de su memoria y que ahora aparecía ante él manejando información que le hacía sentir aún más incómodo ¿Podía ir el día a peor? Mejor no hacerse esa pregunta, pensó. La última vez que la había formulado después de una terrible jornada, al llegar a casa a las tantas, había encontrado a Milú infectado con uno de los virus que poblaban la red y que le hacía cantar en bucle y a máximo volumen La Macarena. Ni siquiera Ariadna había podido desactivarlo, así que a las cinco de la madrugada y al borde de la locura tras haberlo probado todo, se vio obligado a utilizar el arcaico pero efectivo método del martillo para silenciarlo. Aún le dolía el bolsillo al pensar en la factura de la reparación.

CAPÍTULO 5. LA NOCHE SIEMPRE GANA



“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Jorge Luis Borges



«Despierta, pequeña». 
Caroline abrió los ojos a la noche. Sentía un hormigueo familiar recorrerle cada pulgada de su cuerpo. De nuevo sentía los hilos de su destino moverla contra su voluntad. Y el culpable de ello era aquel ser al que ella bautizó como el Titiritero. Su aspecto era el mismo de siempre. Alto y delgado, con ojos de color ámbar y sonrisa de lobo viejo. Era él el que la mantenía prisionera en sí misma, el que la hacía vagar contra su voluntad por todo aquel centro cuando únicamente ojos virtuales vigilaban el lugar. Era su guardián y su carcelero. 
«Quiero dormir» —musitó ella con su mente palabras que su boca había olvidado. 
«No. Esta noche es para soñar despiertos, pequeña. Es noche de saldar cuentas» —le contestó el Titiritero mientras fluctuaba un segundo ante los ojos de Caroline.

CAPÍTULO 4. LOS ELEGIDOS

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                                                                              “Dios no juega a los dados”. Albert Einstein



El viejo jeep militar avanzaba toscamente sobre el camino de tierra, levantando estelas de polvo a su paso. El motor rugía fuertemente. De vez en cuando alguna piedra salía despedida por el peso de los neumáticos. Los continuos baches zarandeaban a los dos ocupantes del vehículo. Uno de ellos se giró y observó cómo los dos bidones de gasolina se desplazaban libremente de un lado a otro en la parte trasera del auto.
—No entiendo por qué tenemos que ir en este cacharro contaminante y apestoso. Sería mejor haber cogido el translider.
—Son órdenes, soldado. Nuestro destino es alto secreto y nuestra ruta no debe constar en la red. Además, allá a donde nos dirigimos no ven con buenos ojos los deslizadores, prefieren los vehículos a la vieja usanza. ¿Cómo está el paquete?
—Listo para la entrega. Sedado o muerto, porque sigue inmóvil en su manta con tanto traqueteo.

CAPÍTULO 3. NÉMESIS





                                                                    Quis custodiet ipso custodes?”  (¿Quién vigila a los vigilantes?). Juvenal


Ver es recordar. Esa frase la tenía grabada en su memoria desde su más tierna infancia. Su abuela la repetía una y otra vez y ella jamás se había cuestionado la veracidad de la misma, hasta que comenzó a trabajar en la planta de autopsias y discriminación de restos orgánicos del Memorial Union Institute.
El turno de noche no era el mejor. Habitualmente tenía más trabajo que el diurno. Es lo que tenía la muerte, era caprichosa y le gustaba hacer sus visitas cuando los hombres estaban desprevenidos. Esa también era una frase de su abuela. Últimamente pensaba mucho en ella. Un escalofrío le recorrió la espalda. “Piensas demasiado en la abuela, Patricia, ¿no será que te está llamando a su lado? ¡Tonterías!”, se dijo. Y volvió a la cómoda lectura de su RNA holograf, que incluía de regalo más de mil títulos de novelas románticas, sus preferidas. ¡Adoraba ese aparato! desde que aparecieron en el mercado era una auténtica adicta a él, reconocía su voz y pasaba de página con un golpe de vista.

CAPÍTULO 2: LA ESFERA DE MEMORIA

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"Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Arthur C. Clarke.

                                                                      
Al final las máquinas nunca fallaban, los errores siempre acababan siendo humanos. Eso era lo que el doctor Stein les repetía una y otra vez: que había que estar alerta tanto a la vigilancia de los internos como a los posibles problemas que pudiesen llegar del exterior.
            Para Erik Anderson eso era demasiado vago e impreciso; nadie les decía qué diablos era lo que tenían que temer del exterior. Y respecto a los internos, ¿qué daño podían hacer unos civiles, ingresados como zombis a los que les fallaba la memoria? Aún así, siempre tenía puestos los cinco sentidos cada vez que le tocaba turno de vigilancia. Nunca había sucedido nada.
            Hasta este momento.
            Según podía ver por las entradas de la tarde, el doctor Stein había ordenado a Madre que subiese el Santuario desde la protección del Nido para realizar unas pruebas conjuntas a los durmientes. Hasta ahí nada de especial. Pero cuando vio que las pequeñas luces que brillaban en el Santuario eran rojas en vez de verdes, maldijo su mala suerte. Inmediatamente tecleó un código para borrar los posibles ecos de señales falsas, mientras rogaba que todo fuese una alucinación o un fallo del sistema, pero las obstinadas luces seguían brillando en el sitio equivocado.

CAPÍTULO 1. MEMORY SHELTER

Visita el blog de Montse Augé




Me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado”. Thomas Jefferson.

Era posible escuchar el sonido del silencio en el exterior de la sala número cinco. Estaba ocupada. La luz roja sobre la puerta así lo indicaba. El sistema de autentificación biométrica a un lado de la puerta todavía conservaba la geometría del árbol de las venas de una mano. Pertenecían a la enfermera que se encontraba en el interior, junto a Nicole. Ésta dormía plácidamente, tendida sobre una cama situada justo en el centro de la estancia cuadrada. Un cuadrado perfecto. Sólo se escuchaba el sonido de sus constantes vitales reflejadas en un monitor a su derecha. Unos cables conectados bajo la pantalla avanzaban como tentáculos hacia su cuerpo, atrapándola con sensores situados sobre su cabeza y su pecho. En la pared del fondo una pantalla de cristal mostraba su imagen previamente filtrada por un escáner térmico. El color amarillo predominante confirmaba que la temperatura se mantenía estable, a 34 grados, la necesaria.