EnvejecerEnvejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
Envejecer transforma a una víctima en victimario.
Siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo?
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.
Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.
Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.
Silvina OcampoNació en Buenos Aires en 1903.
Publicó «Enumeración de la patria» en 1942, le siguieron «Espacios métricos»
en 1945, «Poemas de amor desesperado» en 1949 y «Los nombres» en1953. Incursionó con mucho éxito en el cuento, la novela y la literatura fantástica, regresando a la poesía en 1962 con «Lo amargo por dulce» y en 1972 con «Amarillo celeste». Luego publicó «Árboles de Buenos Aires» en 1979 y su antología, «Las reglas del secreto» en 1991.
Obtuvo numerosos premios nacionales entre los que se destacan el Gran Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones, el Premio Nacional de Poesía, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y varios galardones municipales.
Murió en Buenos Aires en 1994.