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domingo, 5 de septiembre de 2010
Rafael Felipe Oteriño
Una palabra
Para decir: piedra,
pez, viento, paloma,
tuve que vivir.
Para nombrar a un barco,
para decir: estela,
horizonte de mar, bahía,
tuve que vivir.
Para virar,
para guiarme por las estrellas,
para seguir un rumbo fijo,
tuve que vivir.
Para señalar el Norte,
para enviar un mensaje
–hermosos días, hermosas noches–,
para esperar respuesta,
para saber esperarla,
tuve que vivir.
Para decir caballo: mi caballo.
Todo debió pasar
por mis pies, por mis manos,
tocarme, golpearme,
penetrar mi piel
como el lento acoso de una fiera.
Para afirmar: "–éste es el aire
y el fuego",
"–esto lo líquido y lo sólido",
y que aire, fuego,
líquido, sólido,
desnudaran su corazón de medusa,
su confundido aroma,
tuve que vivir.
Más allá de todas las tentaciones,
por encima de todas las preguntas,
tuve que vivir.
Para decir una palabra,
para decir una sola
palabra,
la primera palabra
y la última,
para que naciera esa palabra,
tuve que vivir.
Lo mínimo
Tardamos años en comprender lo mínimo:
el golpe de la piedra en el agua,
la espuma desvaneciéndose en la orilla,
la hoja que se revela al trasluz
y así danza. Su abstracto jardín.
También en ellos está la mano de Dios:
más íntima, menos dolorosa, sin el peso
de guardar el abismo, libre
de su lección moral. Dios sabe por qué.
Rafael Felipe Oteriño
(De Lengua madre, 1995)
Nació en La Plata, en 1945.
Altas lluvias, 1996
Campo visual, 1976
Rara materia, 1980
El príncipe de la fiesta, 1983
El invierno lúcido, 1987
La colilla, 1992
El príncipe de la fiesta, 1983
Lengua madre, 1995
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Poesía del Mondongo
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Email: fernando1954@gmail.com
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