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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXVIII: El pollo como nuevo fetiche

No sé qué tiene el pollo que resulta ser un animal tan explotado en materia de publicidad. Vale, este es un anuncio de pollo. De una cadena de comida hecha a base de pollo, quiero decir, así que tiene más sentido que lo nombren pero, no sé, tal vez con ver una persona deleitándose mientras come sería suficiente para que nos hagamos una idea de la experiencia religiosa que debe ser comer ahí (para quien le guste el pollo, claro; a mí es que me suele hacer bola y por eso nunca compro nada en esa cadena de fast food).

El caso es que un chaval entra en un local y se dirige al mostrador. La dependienta le pregunta si quiere algo “rico, rico”. Dado que el cliente responde afirmativamente, le informa que tienen la promoción del “pollo pollo”. Él se emociona y le responde que tiene todo el rollo. Me veo venir una secuencia de rimas traídas de los pelos. Veremos cómo se desarrollan los acontecimientos.

Ella se dirige a la parte trasera del mostrador, donde recoge un cubo con trozos de pollo empanado y, súbitamente, el local se queda vacío y a oscuras, iluminado únicamente por unas luces de neón. La dependienta con su cubo, de repente está acompañada por otras dos chicas con sendos cubos de pollo en las manos. Comienzan a bailotear y a cantar una canción donde afirman que tú lo que quieres es “pollo pollo” (entiendo que las piezas de pollo estarán pegadas al cubo para el anuncio porque si no ya estaríamos viendo volar por los aires trozos de ave). Las chicas bailan en patines. Me presunto si su seguro cubre un accidente por caída mientras se baila en patines una oda al pollo. ¿Habrá una cláusula especial para eso?  Como el local se les queda corto para dar rienda suelta a su desenfreno, continúan la juerga en el aparcamiento. La coreografía merece especial mención, con los codos hacia afuera para imitar el aleteo de la gallinácea.

Y sí, las rimas son todo un lujo. La alita la tiene loquita, vaya rollo tiene el pollo y que cómo le ponen las hamburguesitas. Esto no rima con nada pero sirve para hacer un primer plano de la pierna de la dependienta en shorts pasando la mano de manera sensual. El sexo vende aunque sea para anunciar productos avícolas.

Tan extrañamente como había empezado semejante despropósito, se interrumpe cuando vemos a la dependienta nuevamente tras el mostrador haciendo entrega del cubo al cliente. Entiendo (dentro de lo que soy capaz de entender en esta demencia) que todo ha sido obra de la calenturienta imaginación del muchacho y que la chica no ha abandonado en ningún momento su puesto de trabajo para ponerse a bailotear. Creo.

Y el anuncio termina aquí. Al final no nos hemos enterado de cuál es la promoción. No nos han dicho precios ni cantidad de pollo a servir ni nada de nada. Sólo sabemos que a ella le ponen las hamburguesitas. 

P.S. Este anuncio ha sido ganador de la edición PAPA 2018 junto con este otro anuncio porque no habéis sabido determinar cuál es peor:


lunes, 11 de septiembre de 2017

Crónicas Felinas CCXXV: Me lo prohíben todo

Marrameowww!!!

El otro día me tocó ir a vacunarme. Ya sabéis que no llevo nada bien eso de ir al veterinario pero lo llevo todavía peor cuando me llevan entre semana por la mañana porque el veterinario que está en la clínica es un sargento que pretende que los gatos vivamos bajo un régimen marcial. Que si no podemos comer de a poco, sino que nos tenemos que zampar toda la ración de una sentada, que si no se nos puede dar ni una mísera chuche… Con la bruja no se lleva nada bien porque, cada vez que habla con él, le termina dando una clase magistral salpicada de términos en latín (dice, por ejemplo, que a los gatos no se nos puede dejar ad libitum) y le da un repaso de todas las cosas que está haciendo mal, haciéndola sentir la peor cuidadora de animales del mundo (tal vez sólo precedida por Glenn Close en Atracción Fatal).

Pero como, en esta ocasión, el encargado de llevarme era el consorte y a él no le da tantas lecciones (la bruja sospecha que el veterinario en cuestión padece de cierta misoginia pero yo opino que ni misoginia ni ratones muertos; el tema es que no hay más que verle la cara de lerda para darse cuenta de que hay que explicarle todo hasta la extenuación), me llevó por la mañana porque era el rato que tenía libre.

El veterinario me vacunó pero como nunca se quedan conformes sólo con eso, también me hizo un chequeo. Determinó que, aunque no era preocupante, se me veía un poquito deshidratado. El consorte se extrañó, ya que ningún veterinario había constatado nunca semejante cosa y, además, bebo agüita. El veterinario preguntó entonces “¿No será bebedor de grifo?”. Lo preguntó así, como si ser “bebedor de grifo” sólo fuese comparable a ser ebrio consuetudinario o como si el consorte le hubiese dicho que fumo.

El consorte confirmó sus terribles sospechas. “Sí, es bebedor de grifo”. Pues le pareció fatal también. Aprovechó para aleccionar también al consorte, diciéndole que eso no se podía consentir y que yo tenía que beber del platito comoestámandadodetodalavidadedios. De nada valieron las explicaciones de que también bebo del plato pero que si pillo a un humano por banda le pido agua del grifo (por fastidiar, más que nada). Según él, es una costumbre malísima que implica que yo me divierta y, por tanto, hay que erradicarla.

Así que el consorte ahora se encuentra inmerso en la tarea de comprar un bebedero que tenga chorrito de agua permanente para asegurarse de que también bebo agua cuando no están en casa. Yo ya bebo agua cuando no están en casa pero este veterinario le mete el miedo en el cuerpo a cualquiera y como el consorte es muy sentido, enseguida se pone en campaña para buscar solución a cualquier problemilla.

Yo seguiré pidiendo agua del grifo porque, si no, no les doy trabajo y eso sí que no se puede consentir, querido veterinario del mal.

Prrrrrr.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Vacaciones tranquilitas IV: Turismo gastronómico y verbenilla

Una mañana en Playa Santiago
Playa Santiago
Al día siguiente de visitar el Parque Garajonay, nuestros doloridos músculos sólo pedían un poco de descanso y optamos por quedarnos todo el día en el hotel haciendo el vago, que es un lujo que una persona sólo puede permitirse en vacaciones. Así que pasamos la mañana en la piscina de agua salada del hotel (que era una gozada) y cuando ya estábamos suficientemente mojados y tostados por el sol, fuimos a comer al restaurante de la piscina. De postre me pedí una copa de helado que venía preciosamente adornada con un loro ataviado con una pluma.  Al verlo, le dije al churri que me lo pensaba llevar de recuerdo, a lo que el churri comentó “Mira que te gusta juntar moñadas”. Pues sí, me gusta.

Mi vergüenza era verde y se la
comió un perro
Una vez con la pancita llena, decidimos ir a echarnos la siesta porque, ya que estamos en plan vagancia, hay que hacerlo a lo grande. A la que íbamos volviendo a la habitación el churri me hizo percatarme de la pinta de domingueros que llevábamos y yo, que soy como soy, le dije “es mejorable”, procediendo a colocar en el sombrerito de paja el loro con pluma del helado. Le pedí que me sacara una foto para el blog porque este es el tipo de imagen que quiero que tengáis de mí (la sacó en vertical con el móvil, me disculpo en su nombre). Lo mejor vino después, cuando me dijo “¿a que no hay huevos a llegar con eso a la habitación?” Y los había, claro. Me recorrí todo el hotel con el loro ese en la cabeza, pasando por la piscina principal, que estaba a rebosar de gente. Cabeza alta, muy digna, segura de que iba a marcar tendencia este verano. Creo que el churri pasó más vergüenza que yo. Eso le pasa por desafiarme.

A la noche fuimos a cenar también en el hotel. Las fiestas de Playa Santiago estaban en todo su apogeo, por lo que los camareros intentaron infructuosamente que fuésemos a la verbena después de cenar. Nuestros maltrechos cuerpecillos no estaban para festejos (aunque ellos iban a ir después de currar y tenían que entrar otra vez a las ocho de la mañana pero yo estoy ya muy mayor).

Relajándonos en La Chalana
Creo que esta es LA imagen de mis vacaciones
Esto no duraría mucho tiempo, no obstante. La mañana siguiente la pasamos en la playa y, para comer, optamos por ir al bar La Chalana que es un sitio donde no os podéis fiar del aspecto. Es decir, tú lo ves de fuera y parece un chiringuito de playa sin más  pero os puedo asegurar que he comido como nunca en mi vida. Se pone hasta arriba, así que se disculparon por ponernos en un banquito donde estábamos sentados uno al lado del otro… frente al mar. Una afrenta terrible, sí. Estábamos bajo una sombrilla pero mi pie derecho quedaba al sol y me lo quemé. No hay dolor. El queso frito gomero, las gambas (con más queso) y las croquetas de atún me aliviaron todos los males. Tal vez la jarra de sangría también hizo lo suyo. Me quedé alucinada con la atención. Cuando pedimos los cafés, al chico se le volcó un poquito en el plato (cosa que en Madrid es de lo más habitual).Pues nos ofreció traer otro; yo no daba crédito a mis oídos. Obviamente, dijimos que no, que no pasaba nada. Pues se ve que aun así se quedó con cargo de conciencia y nos invitaron a los cafés. Ole por esa gente maja de La Gomera. No me extraña que en “The Times” le hayan dedicado un artículo.

A la noche, fuimos a cenar al Junonia (Avda. Marítima, 58) donde sólo pedimos ensalada porque el queso frito aún estaba siendo digerido pero la presentación, lo rica que estaba y, una vez más, lo majísimo que era el camarero, me hizo plantearme atarme a un cactus con pinchos y todo y no querer irme nunca más de esa isla buena.


Playa Santiago engalanada, esperando la noche
Y sí, tras las cena fuimos a la verbena. Asistimos a un concierto de un grupo tinerfeño de rock llamado “Ni 1 pelo de tonto” que hacen covers de los ochenta. Lo que me divertí, con lo ochentera que soy, no tiene precio. La energía y el buen rollo que tenía esa gente no se puede describir con palabras. Eso sí, me di cuenta de que ya pertenezco a la franja etaria para los que antaño se ponían los pasodobles. Había por allí un grupito de chicas de unos 16 años, empeñadas en que el cantante interpretara “Despacito” (por suerte, se negó rotundamente) y eso me hizo percatarme de que yo ya estoy “en el otro grupo” pero me dio igual; disfruté como una enana y me fui a dormir enamorada de Playa Santiago, de su gente y de los canarios en general.  

Aquí os dejo más fotitos hasta la semana que viene:

Álter en Playa Santiago
Cansada pero feliz

Una mañana en Playa Santiago, julio de 2017
Otra vista de Playa Santiago

Playa Santiago, julio de 2017
Y otra más

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXVII: Rigor científico

Hoy vamos con uno de desengrasante. Creo que no hay año que no traiga a esta sección un anuncio de este producto pero me da a mí que se han enterado de que escribo sobre ellos y les va la marcha. Toda su ansia es leer cómo hablo de ellos.

En esta ocasión han contratado a una conocida pareja de humoristas. Y cuando digo conocida quiero decir muy conocida. Vamos, que yo era pequeña y estos dos ya andaban en danza por las televisiones de España.

Uno de ellos se ha vestido de científico y, frente a un microscopio, nos informa que las bacterias y los hongos son como los radares de tráfico, que siempre están aunque no se los vea. Mientras nos cuenta esto, vemos en el monitor que tiene a su derecha a un montón de bichos verdes peludos que, imaginamos como buenos televidentes avispados que somos, deben de ser las bacterias.

Nos dan la oportunidad de mirar por el microscopio del científico y vemos que el bicho verde peludo es el otro humorista, quien manifiesta ser un enamorado de la grasa, lo cual demuestra pringando la lente del microscopio. El científico pulveriza algo sobre el mismo pero, al parecer, sin el producto adecuado las bacterias únicamente se reirán de nosotros. Para demostrarlo, volvemos a ver al bicho verde sacando la lengua y canturreando que es una bacteria y es imposible matarla. Al final teníamos razón, el bicho verde es una bacteria. Qué listos somos.

El científico, entonces, nos dice que con este quitagrasas se elimina todo, todo. La grasa y todos los bichos verdes o de cualquier otro color que pululen por las encimeras de nuestras cocinas. En realidad dice que elimina al 99,9% de estos seres. Me gustaría saber cuáles son los que sobreviven al ataque químico.

Dicho esto, vuelve a pulverizar el microscopio y la bacteria verde manifiesta que así da gusto morirse. Salta del microscopio y aparece junto al científico, con un tamaño de ser humano y dando tumbos hasta que cae redonda al suelo. O sea, ¿que la bacteria ha crecido antes de morir? Me recordó al anuncio de Nopol de Les Luthiers, con aquello de que fortalecía a las polillas (aquí lo tenéis, no seáis ansiosos)

Y otra duda que me surge es, si el científico se supone que quiere investigar a la bacteria ¿por qué narices la mata? No veo yo mucho rigor científico en eso. Lo más lógico sería esperar a que muera de muerte natural para así estudiar su ciclo de vida.

En fin, que estos del quitagrasas cada año que pasa se superan a sí mismos. Creo que, si algún año no sacan anuncio nuevo o me vienen con algún ama de casa  sonriendo y hablándonos de lo reluciente que tiene ahora la cocina, me voy a sentir hasta decepcionada.

Así que, pese a que me dejan ojiplática cada año, espero que sigan así muchos años más. Se han convertido en un valor seguro para esta sección. 

lunes, 4 de septiembre de 2017

Crónicas Felinas CCXXIV: Al final tenía razón

Marrameowww!!!

Ya he relatado en anteriores ocasiones que suelo traer de cabeza a los humanos con el tema de la comida. Hay días en que como menos porque sí, porque me apetece que se preocupen un poco. Munchkin, en cambio, es de deglutir el pienso como si se fuesen a agotar las reservas mundiales.

Hace cosa de una semana se nos terminó el pienso. El consorte no encontró el que solemos comer habitualmente, por lo que compró otro que es de la misma marca y del mismo sabor pero sin control de bolas de pelo. Esa es la única diferencia, doy fe. Bueno, esa y que el de control de bolas de pelo tiene los granos un poco más pequeños y redondeados. Por lo demás, el mismo pienso al que le cambian alguna tontería para tener más público objetivo.

Estuvimos como cuatro días comiendo ese pienso sin ningún problema pero, el jueves pasado, Munchkin no comió mucho en el desayuno y, al volver la bruja de trabajar y ponernos la ración del mediodía, yo comí gustosamente mientras Munchkin miraba el plato y pasaba olímpicamente. La bruja se extrañó, claro, porque ver que mi compañero de desgracias rechaza un plato rebosante no es algo que se vea todos los días. Miraba el plato con desconfianza y hasta daba saltos, como con miedo a que algún grano fuese a atacarlo por sorpresa.

La bruja pensó que al platito le había caído algo que a Munchkin no le gustaba, por lo que le puso uno de plástico de los que usa para las fiestas y así se ahorra andar fregando porque es una vaga, con idéntico resultado. Como de vez en cuando venía a husmear a mi plato, optó por echar su pienso ahí pero tampoco estaba por la labor de comérselo.

Casualmente, a mí había que vacunarme (los había oído conspirar), así que la bruja llamó al consorte para preguntarle si, finalmente, me iban a llevar. El consorte respondió que ese día no, que ya otro porque tenía que pasar por el supermercado (él, no yo), así que la bruja le contó lo sucedido y le dijo que se acercaría ella a intentar conseguir el pienso de siempre. El consorte, que de todo hace un drama, empezó a preguntarle si el imberbe tenía buen aspecto, si jugaba, si había ido al baño… La bruja respondió afirmativamente a todo y dijo que su teoría era que, por el tema que fuera, ese pienso le había dejado de hacer gracia porque se lo veía con hambre (probó  a darle un par de golosinas y casi le arranca un dedo con la desesperación). Pero el consorte no se conformaba, así que le dijo a la bruja que llevarían a Munchkin al veterinario en cuanto él volviera de trabajar. La bruja seguía insistiendo en que podía ir ella a comprar pienso y seguramente se terminaría el problema. El consorte no se dejó convencer hasta que volvió del trabajo. Ahí dijo que bueno, que se acercaban a la veterinaria a comprar el otro pienso pero que, como no comiera, al día siguiente lo llevaban de cabeza a la consulta.

Fueron a por el otro pienso y comió, vaya si comió. No dejó ni las migas. Me alegra que Munchkin no tuviera nada pero me fastidia el tonito de superioridad de la bruja diciendo “te dije que era el pienso”.

Cómo me fastidia que tenga razón.

Prrrrrr.