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La entrada a Beverly Hills. |
Procedo hoy a relatar el último día que pasamos en las
Californias. Snif. Todo lo bueno llega a su fin.
Para culminar nuestro viaje, no podíamos dejar de visitar
Beverly Hills. No es que hayamos podido ver mucho, la verdad sea dicha, ya que
las súper-mega-mansiones de urbanizaciones como Bel Air y similares están
protegidas tras garitas de seguridad donde no te dejan pasar ni a tiros si no
pintas nada por ahí, así que eso nos lo perdimos.
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El Beverly Wilshire. |
Lo que sí recorrimos fue Rodeo Drive, donde no me llegaba el
dinero ni para comprar una bolsa, y estuvimos en el hotel Beverly Wilshire, donde
rodaron Pretty Woman. Mi prima V. pidió
en la cafetería unas patatas fritas y un refresco para su hija mayor,
S., que se había puesto un poco malita en el coche (y ya de paso compró otro
refresco para su hijo A., que dijo que él también quería) y le cobraron la
friolera de 25 dólares por esas tres tonterías. Así que, si vais a Beverly
Hills, llevaos el tupper de casa. Eso sí, hay que destacar que, como las
patatas tardaban un poco porque supongo que habría un chef francés friéndolas,
mi prima dijo que íbamos a hacer un par de fotitos por el hotel y que en un
ratito volvíamos a por ellas. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando, un rato
más tarde, sale de la cafetería un camarero con una bolsa como de boutique, que
parecía contener un collar de diamantes o algo similar y le dice a mi prima:
“Señora, sus patatas”. Eso es lo que se consigue por 25 dólares en Rodeo Drive,
amigos míos.
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El Muelle de Santa Mónica. |
Luego de dar una vueltecita babeando ante los escaparates, fuimos
al muelle de Santa Mónica, que me gustó mucho porque es muy animadillo y
degustamos deliciosa comida mexicana.
Enseguida emprendimos el camino de regreso a casa ya que
para la cena (hora de cena americana, claro está) teníamos que estar en casa de
mi primo G., donde disfrutamos de rica comida italiana y, luego de una charleta
amena con la familia allí reunida y de dar besos y lloriqueos varios, volvimos
a casa de mis tíos para hacer el equipaje ya que a las cuatro de la mañana
había que partir al aeropuerto. Nos vino a buscar mi primo R., que es un santo.
Del viaje de regreso, he de destacar que nos incluyeron en
un programa experimental que están empezando y que consiste, básicamente, en
dar una tarjetita a los que consideren menos sospechosos para que pasen por una
cola especial donde no hay que quitarse los zapatos y va más rapidita. Tuvimos
suerte y nos vieron cara de honrados, aunque a mí me pasaron un rodillito por
las manos para comprobar si había manipulado explosivos. El vuelo en sí mismo
transcurrió sin mayores incidentes pese a que un pasajero se emborrachó como
una cuba y que, al abrir el compartimento de equipajes una vez aterrizados en
Barajas, se me cayó una muleta en la cabeza. Para rematar, cuando llegué a casa
tenía fiebre.
Era una señal del destino. Me tenía que haber quedado.
Conclusiones finales: Disfruté muchísimo de este viaje, no
sólo por todos los sitios chulos que he compartido con vosotros sino por haber
podido reencontrarme con tanta gente a la que hacía muchísimo tiempo que no
veía y que nos trataron de lujo. ¡¡¡Ay, con qué gente más maja comparto ADN y
parentesco político!!!
Gracias a todos por la paciencia de haber aguantado el tostón durante dieciséis semanas. Os dejo con las últimas fotitos y con un vídeo que he mangado de Tú Tubo a unos chicos que fueron a California en vacaciones de primavera. Les quedó muy currado así que aquí os lo comparto.
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Los famosos ascensores de Pretty Woman. |
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Yo, a punto de bailar la jota en Rodeo Drive. |
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La playa de Santa Mónica. |
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El punto final de la Ruta 66. |
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Gente dándose un chapuzón en Santa Mónica. |
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El final del muelle. |
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Un camión cachondo. |