Recuerdo que soñé con perritos que comían en mi mano, y me gustó. Uno canela y otro pardo, como los perros de mi vecina Vero. Me agaché para coger más pienso (tenía un saco lleno de comida para perros a mi derecha), pero cuando volví a extender la mano, se habían convertido en osos. No me extrañó, porque era un sueño, y esas transformaciones son normales… Por eso son sueños, porque pueden pasar cosas raras como en los cuentos. Los osos eran gordos y oscuros. El que iba a comer de mi mano, abrió la boca y me gruñó con dientes marrones de fumador. Quise correr, pero mis piernas no se movieron (esto también es muy normal en los sueños, y tampoco me preocupó). Lo que me alarmó fue que los dos tuvieran las caras de los amantes de la Vero: uno calvo y el otro bizco. ¡Me desperté sudando! Sabía lo que tenía que hacer. Por eso, cuando al día siguiente llegó el oso calvo, le estaba esperando en el descansillo, como de costumbre, pero esta vez le dejé pasar sin cobrarle la entrada. Mañana haré lo mismo con el bizco.
Mamá dice que los sueños cuentan historias. Historias que no nos atrevemos a creer despiertas. Los amantes de la Vero siempre han pagado religiosamente, pero nunca se sabe… Mamá es muy lista, y si ella cree que los sueños dicen la verdad, será por algo. Por eso seguimos esperando a papá, porque en todos sus sueños vuelve a casa… Aunque yo la oigo llorar… Seguro que es de emoción, al soñar que llega sano y salvo.