jueves, 15 de agosto de 2013

Por San Roque, Armunia





Vecinas y vecinos de Armunia,

Un año más agosto nos convoca a las fiestas de San Roque, a las que pocas veces he faltado desde el verano de 1973. Aquel año  mi padre vio en este pueblo, en los aledaños de la capital, un futuro para la familia.
Agosto. 2010. Año jubilar. De crisis, pero de nieves y de bienes, espero, me corresponde abrir el festejo. 
 
Lo hago con el recuerdo de aquella segunda infancia. Cuando la fiesta de Armunia era tan grande como la vega y afamada por su mercado de melones y sandías, que se erigían en suculentas montañas para la ocasión. Tómbolas, verbenas y caballitos… y gente, mucha gente…
 
Plaza España, Vista Alegre, el Jano y la Era son las referencias espaciales de aquel tiempo de calles de tierra, rebaños de ovejas y juegos en la escuela. La hoguera de San Juan, la Pastorada y el auto de Reyes y las fiestas de San Roque, los acontecimientos señeros que rompían la rutina de los días.
Entonces Armunia era cabeza de ratón; pero aspiraba a ser León.

Sus terrenos dieron la bienvenida a industrias prósperas como Antibióticos y Vile; a centros de enseñanza, como el Don Bosco y el Instituto García Bellido, la Escuela de Ingenerías Agrarias, las escuelas primarias de Lope de Vega; Gumersindo Azcárate, el nuevo Padre Manjón y María Auxiliadora más tarde, casi al mismo tiempo que el centro de salud.
 
Para ser León, Armunia sacrificó también sus vegas, sobre las que, tarde y mal, porque no dejaban de ser humedales, se construyeron más de medio millar de viviendas sociales que aumentarían la población con un aluvión de nuevas gentes llegadas desde todos los puntos de la ciudad y de la provincia. 
 
Era una buena causa. 
 
Y sus calles fueron bautizadas con literatura. De Góngora a Rosalía de Castro; de Jorge Manrique a Miguel Hernández; de Gabriela Mistral, primera mujer premio Nobel de Literatura, a Federico García Lorca… el poeta que cantó a los gitanos desde la dignidad y la justicia y que murió asesinado en un aciaga noche de agosto del verano del 36.
 
Se cerraba el Ayuntamiento de Armunia y se abría la guardería Santa Margarita, una de las primeras que hubo en la capital. Eran nuevos tiempos. Las mujeres, cada vez más, trabajaban fuera de casa y escaseaban las abuelas para cuidar a las criaturas tan cerca de la ciudad. El mundo estaba también en crisis, en proceso de cambio.
 
No calcularon los políticos la dimensión de aquellos cambios para un pueblo que de municipio pasó a pedanía; y de cabeza de ratón a cola de León. A los políticos se les dan mal las matemáticas y, peor aún la sociología, más allá de las fechas electorales y las campañas de marketing y propaganda para seguir en el poder o arrebatárselo al contrario.
 
Casi cuarenta años después, la cohesión social entre pueblo y barriada es todavía una utopía, aunque ahora Armunia luce el cartel del nuevo ARI (Área de Rehabilitación Integral) y hay quienes cifran su prosperidad en nuevas obras: el CIA, aún pendiente de abrir y de ofrecer a la ciudadanía un contenido; el Palacio de Congresos y Exposiciones, en la antigua Azucarera; el Parque Tecnológico, entre lo que queda de era y Oteruelo. Y la expectativa de un desarrollo urbanístico sobre las antaño fértiles huertas.
 
Pero el hormigón carece de afectos. No está pensado para fraguar las relaciones humanas. Requiere de acciones sociales y políticas, y también individuales y personales, para trascender el mero enriquecimiento de unos pocos y ser fuente de riqueza colectiva. 
 
Armunia tiene derecho a ser León y no ser marginada a cola de León. Y tiene el deber de no conformarse. De participar de la construcción de un futuro que, inevitablemente, aquí y en el mundo entero, pasa por el mestizaje, la tolerancia y la solidaridad. 
 
La vieja presa debe dejar de ser línea de divisoria y convertirse en cauce de unión. Alguien debería pensar en recuperarla como espacio natural, con sendas a ambos lados y, por pedir, hasta una bolera, un tablao para jotas y flamenco y el recuerdo de alguno de sus molinos.
 
Volvamos a creer en San Roque, en unas buenas fiestas de Armunia para todo el mundo. Que se levanten sobre la era montañas de melones y sandías. 
 
No nos lamentemos de la enfermedad del abandono. 
 
Comamos y bebamos; bailemos y riamos. Cantemos… y contemos una nueva era para Armunia.

¡Que comience la fiesta…!
¡Viva San Roque!
¡Prosperidad para Armunia!


Ana Gaitero Alonso.
Pregón de las fiestas de San Roque, en Armunia
Pronunciado el 16 de agosto de 2010 en la era del pueblo (o en lo que de ella queda).


  

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