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quinta-feira, 1 de dezembro de 2011

El sueño

Imagen: El sueño, Salvador Dalí


EL SUEÑO

*Cuento presentado como la tercera evaluación de da asignatura "Leitura e produção de texto em Espanhol II

Aquella mañana de domingo me desperté oyendo los mugidos insistentes de las vacas. Estaba un poco oscuro todavía y de pronto me di cuenta que no me encontraba en la cama. Había en el aire un fuerte olor que me provocaba una sensación desagradable en la cabeza y en el estomago. Me levanté y un rayo de sol se adentró por el techo, iluminando un poco el lugar. Sin duda yo había dormido en el establo. Cómo era posible eso

Empecé a caminar apoyándome en las paredes, pues todo el cuerpo me dolía. Miré alrededor y supe que algo muy extraño había ocurrido allí. La puerta del establo estaba rota y la comida de los animales desparramada sobre el suelo. En medio a una mancha de sangre oscura yacían dos vacas y el perro labrador.

 Salí corriendo hacia la casa de mi novia, entré por la puerta principal que estaba abierta y tenía los vidrios rotos, subí la escalera y entré en la habitación. La cama estaba deshecha y Ana no estaba. Fue entonces que la vi en la bañera, cuya agua estaba teñida a sangre. Sus ojos estaban abiertos y tenían una expresión de espanto. Me acerqué a ella y vi los profundos arañones en su rostro. Su cuerpo estaba destrozado como si hubiera sido atacado por un feroz animal. A su lado, igualmente muerto, estaba su perro Tarzan.

Desesperado, llamé a la policía. Expliqué que mi novia había sido asesinada y le di la dirección de la casa. Mientras intentaba calmarme, vi mi silueta en el espejo del baño. Me miré más de cerca y vi sangre en mi cara. Había más sangre en mi cuello, en mis brazos, en mi ropa, además de varios puñados de pelo negro y grueso por todo mi cuerpo. Las uñas, que antes las tenía cortas, eran ahora garras largas y puntiagudas. Nervioso, sonreí. Aquellos dientes no eran humanos. Yo no era humano...

Cuando me dispuse a bajar la escalera y huir lejos, sonó la campanilla. Por supuesto era la policía. El pavor me hizo tropezar y me caí en el salón. En este momento, me desperté. Delante de mí estaba mi madre que me preguntó si yo no había oído el timbre del despertador y si yo estaba bien. Me dijo que yo debería ducharme y enseguida tomar un buen desayuno, pues era necesario recomponerme. Ella había recibido una llamada que le informaba de la trágica muerte de Ana, mi novia.

Inês Mota

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