Provoca una enorme tristeza la devastación de parte del país haitiano, sepultado bajo sus precarias construcciones, el ver todo ese sufrimiento humano y también que conozcamos ahora a los muertos de Puerto Príncipe sin apenas haberles prestado atención cuando estaban vivos. No es el caso de fotógrafos como Patrick Farrel (ganador del Premio Pulitzer de fotografía en 2009), que ya retrató en su día la indefensión de Haití ante otras catástrofes naturales (no de tanta magnitud como la actual) y reflejó la pobreza en sus calles, frente a la imagen de Haití como destino paradisíaco de los folletos turísticos que (obviamente) no muestran la otra realidad del país: la miseria, el abandono, el caos institucional, la corrupción, la violencia urbana y la falta de medios para la atención sanitaria (por lo que, por ejemplo, Médicos Sin Fronteras está presente en el país desde 1991).

Ahora vemos cifras de muertos calculadas “a ojo” e imágenes de excavadoras que transportan cuerpos como si se tratara de mercancía, pues los haitianos ni siquiera pueden enterrar dignamente a sus muertos. Una vez más también aparece en escena el sensacionalismo y la posible falta de ética. En todos los casos son fotografías que reflejan mejor que mil palabras el dolor de los haitianos, pero en momentos como este hay que tener especial cuidado a la hora de distinguir entre lo informativo y lo morboso, pues muchas de esas imágenes resultan demasiado explícitas (en las Cartas del lector de los periódicos nacionales ha quedado de manifiesto la disconformidad de más de uno con las fotografías publicadas). Por otro lado, la mayoría de informaciones aparecidas en esos medios no profundizan en la tragedia (se olvidan de su función de análisis y de denuncia) o versan sobre la indudable grandeza individual de los miembros de los equipos de rescate, pero no sobre la reinante injusticia global. (Caso aparte -por tratarse de un vídeo y no de fotografías- el de TVE, que erró en la emisión de un vídeo que no se correspondía con este terremoto).

Haití, antiguo país colonial que posteriormente fue controlado por varios dictadores, ha sido olvidado durante años por la comunidad internacional y, sin embargo, ahora la gran potencia mundial no ha tardado en aparecer como la encargada de su reconstrucción política y económica. Parece que tampoco es casual que hasta que no se llega a una situación tal de caos, hasta que no ocurren desgracias como ésta, el interés sea mínimo. Claro está que la actual es una situación excepcional, pero precisamente porque nadie antes se había preocupado por los problemas de Haití, por su ahogamiento en la deuda externa, nadie estaba interesado en su desarrollo durante los años previos a esta catástrofe (natural, sí, pero más profunda que eso, también).
Ya veremos dentro de unos meses qué cobertura informativa realizan los medios sobre lo que suceda en ese territorio fantasma y ya comprobaremos cuáles han sido las respuestas políticas a largo plazo. Ahora mismo sólo cabe pedir solidaridad y ayuda para Haití, desde ya y en adelante (aunque dejen de aparecer imágenes en los medios cada día).