Como cada año millones de diminutas partículas de agua en suspensión nos concedían a los pocos desconocidos que allí estábamos la exquisita soledad, esa que aisla los sentidos impidiendo ver lo mas cercano y dejando solo intuir el mar por el inconfundible sonido del romper de las olas a escasos pasos.
Fue en ese momento, en que ni el faro podía guiar cuando, confiando ciegamente en que no iba a fallarme un Atlántico en zona de corrientes que favorecieron antaño desastres bélicos, no pude resistir el deseo de invadirlo y adentrarme poseída por una inconsciente e irremediable atracción hacia un horizonte a prueba de Fe.
Ha sido ese momento maravilloso en el que mi cuerpo desnudo sentía sus corrientes mas o menos frías, olía humedad, saboreaba sal, escuchaba el romper de esas olas de las que me alejaba y que apenas veía cuando he sido consciente de lo increíble que es estar viva.