Vasili Grossman, reportero en plena Guerra Mundial (1945). Fuente: wikipedia Me imagino que es éste el tipo de novelas que Alberto Fuguet comentó que jamás leería. La edición de
Vida y Destino, el clásico del escritor ruso Vasili Grossman (aquí
un artículo en Letras Libres para que se enteren quén es) que acaba de reeditar Galaxia Gutemberg- Círculo de Lectores, tiene el angélico número de 1,111 páginas. Era una reedición muy esperada por quienes leyeron la primera traducción en Seix Barral y la biografía que, sobre Grossman, publicó Antony Beevor. Pese a los consejos de Alberto, sugiero tomar vuelo y aventurarse en la lectura: quienes lo han leído dicen que está a la altura de G
uerra y paz de Leon Tolstoi. Es un libro que cambia la vida a sus lectores, dicen también. El libro definitivo (¿es que acaso eso existe?) sobre la Segunda Guerra Mundial, enfocado en la batalla de Stalingrado. Hace unos días lo presentaron en España el filósofo Xavier Antich y los novelistas Antonio Muñoz Molina y Luis Mateo Díez acompañaron al editor Joan Tarrida y a la traductora Marta Rebón.
El diario ABC comenta la presentación.
Dice la nota: "Díez piensa que Grossman se vincula con las tradiciones de Guerra y paz de Tolstoi y de Los hermanos Karamázov, Crimen y castigo o Los demonios de Dostoievski; pero también, con la de Chéjov. «Muestra con la mirada lo grande y lo pequeño. Compagina la idea de la bondad que justifica lo mejor que somos, con la idea del Bien, que justifican los sistemas totalitarios. Y es que Grossman se fija en los seres humanos. Así, en la novela dice un comisario político: «La Historia ha salido de los libros para colarse en la vida de las personas». Grossman narra con la épica tolstoiana y con la de la retaguardia traicionada».
Coincidió Muñoz Molina en esa triple filiación. «Con Tolstoi, comparte la idea de novela como mecanismo que abarca el mundo entero, lo público y lo privado, con una visión poliédrica de la vida. Para saber algo del sentimiento de culpa de la víctima y el modo en el que el totalitarismo la convierte en colaboradora del verdugo, hay que ir a Dostoievski. Pero Grossman asume la democracia de Chéjov, porque el totalitarismo tiende a la negación de la vida humana concreta. Y ese espacio es antitotalitario por definición, porque el relato de la experiencia humana lo desafía». Muñoz Molina concluyó con una terrible cita de Primo Levi: «Todo testimonio de un superviviente está fatalmente limitado, porque éste no ha bajado al fondo, simplemente, porque puede darlo; mientras que el que llegó al fondo, no. Grossman traspasa ese límite con la ficción, porque llega a la cámara de gas y sólo la ficción puede dar cuenta de eso. El hombre que escribió las grandes crónicas periodísticas de Stalingrado, tuvo que volver a allí con la ficción. Escribe la novela sabiendo que era imposible su publicación, y muere convencido de que se ha perdido para siempre».
Actualización.- Hoy apareció en el suplemento
El Cultural de El Mundo
una reseña sobre la novela de Grossman a cargo de Rafael Narbona. Además, un adelanto.
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