Comencé pescando en la zona
intermareal, donde
mújoles, truchas y algún reo comparten hábitat.
Con las primeras luces capturé esta trucha que se defendió como sólo las truchas de estas zonas suelen hacer: con una bravura descomunal.
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El río se presentaba bajo y cuando una trucha emprendía la persecución tras el señuelo, el cuerpo de esta generaba una
perturbación que delataba la talla y la posición del pez.
Era algo así como cuando la aleta dorsal de un tiburón asoma por encima de la superficie del agua, pero en este caso el pez era mucho menos temible
jejeje
Disfruté de lo lindo con estas estelas generadas por los cuerpos de las truchas, pues hay que tener la sangre fría para no adelantarse a los acontecimientos.
Supongo que muchos pescadores de truchas han visto como una trucha se dirigía hacia su señuelo y en el momento de clavar, se precipitan y le quitan literalmente el engaño de la boca.
Y de esta manera fui sacando truchas a buen ritmo.
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Por encima de una pequeña cascada engañé a otra trucha, que respondió al
ofrecimiento de una pequeña cucharilla negra.
A estas alturas de temporada me gusta hacer uso de colores naturales, donde destacan el negro, el dorado y el
cobreado. También uso alguna cucharilla
zincada, ya que la plateada me resulta demasiado brillante (salvo que se le oscurezca la pala con la llama de un mechero o cerilla).
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Cuando el río se me presentó de esta manera,
pensé: -Ahora ya sé porque hacía tiempo que no venía por aquí.
En estos casos sólo me preocupa la integridad del vadeador, por lo que busqué un palo y comencé a abrirme paso entre la maleza.
Avanzando con el agua muy cerca del pecho, logré llegar a una zona en la que pude dejar las tareas de limpieza.
El reto ahora era mucho mayor. Una enorme rama de sauce se había caído en el cauce y las zarzas habían colonizado los intersticios de esta. Tocaba salir del río y buscar algún lugar por el que avanzar.
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La zona por la que me movía era similar a una ciénaga y la vegetación eran tan espesa que sólo podía intuír donde pisaba.
Busqué con ahínco una salida, pero finalmente tuve que abrirme paso hasta una carretera, para así poder pasar al otro lado.
La señal de 50 de la fotografía me indicaba la proximidad de la vía, pero tuve que aplastar algunas zarzas para acceder al firme de la calzada.
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Atravesé la carretera y esto fue lo que me encontré del otro lado.
En cualquier momento podía aparecer
Tarzán con
Chita. Y lo cierto es que no me sorprendería
jejeje.
Tras un rato de angustia buscando nuevamente el cauce, logré visualizar por fin el río.
Después de acceder a este, tras un breve respiro, retomé de nuevo la pesca.
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Las orillas seguían pareciendo una selva, pero mientras el río fuera vadeable, yo no tenía nada de qué preocuparme.
Tuve que volver a salir del cauce y
reencontrame con la maleza acechando por todas direcciones, pero junto a unos pequeños olmos, pude regresar al río.
Bajé con cautela pues estaba en una zona en la que antaño había capturado
reos y en la que se solían divisar buenos ejemplares.
La casualidad quiso que en uno de los lances, un ejemplar de este salmónido
migrador persiguiera mi señuelo, pero con la mala fortuna de quedarme sin espacio para prolongar la recogida. El reo se giró y permaneció estático a unos metros delante de mí.
Cuando reanudé la marcha, el pez huyó como una exhalación.
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Unos metros más arriba, otra trucha sucumbió a la cucharilla presentada bajo unas zarzas.
Con tanta maleza en las orillas, existían múltiples lugares en los que se podían encontrar las truchas, y sólo haciendo un barrido minucioso, podía hacerme con alguna pintona.
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Otras se encontraban cobijadas bajo las rocas de los márgenes. Digamos que la experiencia te dicta los lugares más propicios en los que ofrecer el engaño.
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Esta trucha salió de su escondite, bajo la rama de un laurel, para tomar el engaño. El ataque fue fulminante y la sombra de los árboles me permitieron ver la escena con todo lujo de detalle.
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Alternado el vadeo y la caminata, fui capturando truchas a lo largo del río, hasta llegar a un nuevo punto caliente.
La salida de un arroyo aportaba agua fresca y oxigenada a las aguas paradas de este tramo. Aquí también tenía engañado a algún reo en otras ocasiones, por lo que procedí con suma cautela.
Lancé justo por encima de la salida del arroyo y entonces se produjo la picada.
Por la potencia del ejemplar, supuse que se trataría de un reo, pero una vez en la mano me di cuenta de que me equivocaba. Se trataba de una trucha de complexión robusta y muy clara, que tras ser observada y fotografiada, volvió al agua.
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Las zarzas y ortigas fueron dando paso a los grandes helechos, en las orillas del río.
Esto se agradecía a la hora de salir del cauce, pero ahora la luz del sol se asomaba hasta la superficie del agua, provocando molestos brillos. Y por desgracia no me había traído las gafas polarizadas ...
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Traté de darle la espalda al astro rey, buscando la orientación óptima, para así poder divisar las evoluciones del señuelo.
Y así se siguieron sucediendo las capturas.
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Pero la
tranquilidad ya duraba demasiado y el río volvía a estar oculto tras un entramado vegetal de distintas especies.
Con algunos rasguños en los brazos, logré abrirme paso y alcanzar zonas más despejadas.
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Llegué a un pequeño pozo en el que vertía sus aguas un pequeño arroyo.
En apenas un metro de recorrido engañé a esta trucha. En el siguiente lance picó otra, pero una cabriola le proporcionó la ventaja suficiente para soltarse. Y colocándome a la izquierda lancé hacia el arroyo, sin embargo no hubo respuesta.
Al avanzar pude comprobar que una trucha salía justo del lugar en el que había efectuado el lance. Entonces pensé: -Esa sabía latín
jejeje.
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Ya me aproximaba a la zona en la que finalizaría la jornada y aquí el río era más transitable.
Observé varios alisos secos a lo largo del cauce. Estas betuláceas, cuyas raíces sirven de cobijo a los múltiples moradores del río, dejan huérfanas de sombra a las orillas que durante años gozaron de su favor.
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En los últimos metros de la jornada, me enfrenté a un fantasma del pasado, pues aquí perdí un reo de gran porte. Mi juventud me aconsejó sacarlo lo más rápido posible, pero si algún día se repite la escena, la experiencia será mi consejera y la sacadera mi aliada.
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Volví sobre mis pasos hasta el punto de partida.
Con la claridad del día pude observar a los
mújoles comiendo
plácidamente en el fondo del río. Estos peces suelen dar bastantes sustos cuando la luz es
tenue, ya que el roce de la línea con sus cuerpos suele propiciar su
huida en estampida.
Al final la jornada se hizo dura, pero muy
satisfactoria en cuanto a capturas. Y yo me quedo con la segunda parte.