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domingo, 12 de abril de 2020

SHINRIN-YOKU



Iremos al bosque. Nos perderemos
no en su belleza
sino en esa paz que sólo da
estar lejos del mundo.
Donde nadie ni nada
pueda herirnos y tu sonrisa sea,
aun por instante, lateral y delicada
como el ruido de las hojas en otoño.
(de DIEZ POEMAS
JAPONESES, José Luis Justes Amador, CUADERNOS
MULA BLANCA)
www.nerinacanzi.com

lunes, 6 de abril de 2020

El sueño del violinista



EL SUEÑO DEL VIOLINISTA
Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua para que se oyese arriba, creando los nenúfares musicales.
En el jardín abandonado y silente y sobre las aguas verdes, como una sombra en el agua, se oyeron unos compases de algo muy melancólico que se podía haber llamado “La alegría de morir”, y después de un último “glu glu” salió flotante el violín como un barco de los niños que comenzó a bogar desorientado.
(microrrelato de Ramón Gómez de la Serna)

miércoles, 22 de agosto de 2018

El blanco fuego de la Luna


Antes llovió y llovió, hasta que la tierra se llenó de agua y la gente tuvo
que subir a una montaña para no ahogarse.
Y llovió y llovió más, con fuerza.
La gente tenía hambre, estaban a punto de morir, hasta que en la
montaña se refugiaron también unos guanacos, peludos y avestruces, y al
menos así los hombres pudieron salir a cazar. Al anochecer regresaron al
refugio con la comida.
Pero necesitaban leña seca para cocer la carne que habían cazado. Así que
decidieron cruzar hasta otro cerro, donde no hubieran llegado las últimas
lluvias.
El aire de la noche era muy negro, así que le pidieron al Sol que les
alumbrara el sendero durante la noche, para no ahogarse en las muchas
lagunas que se habían formado con la gran lluvia.
El Sol estaba descansando y no quiso ayudar a los hombres, pero le dio un
manojo de fuego a su esposa, la Luna, y le pidió que los acompañara, y que
alumbrara desde el cielo a la gente y los senderos de la noche.
En ese entonces, la Luna era igual de brillante y dorada que el Sol; pero
como la Luna se puso en camino mientras aún llovía, el fuego que llevaba en
las manos se le enfrió, se volvió blanco y pálido. Todavía iluminaba, pero ya
no dio calor.
A pesar de que la Luna se entristeció, no quiso dejar a oscuras el camino y
continuó iluminando a la gente con su luz fría.
Así, los hombres pudieron conseguir leña y cocer los alimentos y resistir
en la montaña, hasta que por fin las nubes se cansaron de llover y el cielo se
volvió limpio y azul.
Entonces, las grandes agua bajaron, y los mapuches pudieron bajar a los
valles y los campos, y comenzar a vivir una vida un poco menos dura. Pero
siempre recordaron la ayuda que les había brindado la Luna durante aquella
larga noche en la montaña.
Mito mapuche, versión de Patricio Killian y Sebastián Vargas.Ilustración, Nerina Canzi .Próximo manual de Lengua (6º grado) Ed. Aique