En la naturaleza existen muchas relaciones entre especies. Algunas más complejas que otras, pero todas ellas complejamente generadas por el proceso evolutivo. Mucha gente ajena a la ciencia y en particular a la biología, piensa que la evolución es un conjunto de ideas y especulaciones filosóficas, sin más sustento que cualquier otra idea especulativa. Y el motivo principal por el que se piensa de esta forma es debido a que la evolución y lo que implica tira por la borda todas las historias bíblicas que pretenden explicar el origen de las especies y del ser humano. A pesar de que el punto de inflexión en el que se dieron los debates más encarnizados al respecto fue hace unos 150 años, a raíz de la publicación de El Origen de las Especies de Charles Darwin, aún hoy podemos encontrar a mucha gente reacia a dejar las ideas bíblicas de la creación.
Pero aquí mi interés es examinar solo una fracción del producto de este maravilloso proceso: los parásitos en la naturaleza. Además de representar una evidencia del proceso evolutivo, la existencia de los parásitos – entre otras cosas – hace reflexionar acerca de la supuesta bondad y sabiduría del dios que se muestra en la Biblia.
He seleccionado algunas de las especies más extremas de parásitos para que queden claras dos cosas: lo que acabo de mencionar en relación a la visión bíblica tradicional, y la naturaleza maravillosa de los diversos procesos biológicos, específicamente, la del proceso evolutivo.
Devorada desde dentro.
Copidosoma floridanum, es una avispa que pone sus huevos dentro de la oruga de la polilla Trichoplusia ni. Para esto, la avispa posee un ovipositor que introduce en el cuerpo de la oruga, poniendo dos huevos dentro de ella: uno macho y otro hembra. Normalmente el proceso de división de cada huevo en otras especies se sucede numerosas veces, produciendo un embrión multicelular a partir de un solo huevo. Sin embargo, este no es el caso, ya que cada huevo se divide en unas doscientas partes, generando así unas 200 larvas macho y el mismo número de hembras. Para mayor sorpresa, estas larvas se especializan en sus labores según el género, siendo las hembras las que cumplen la misión de “soldados”, eliminando a cualquier larva de otra especie que pretenda parasitar a esa oruga en particular y horadando un pasaje hacia los espiráculos (que es por donde la oruga respira) para poder respirar. Y debido a que las hembras se desarrollan antes que los machos, las primeras evitan el ingreso de intrusos hasta que los machos se han desarrollado. Pero una vez que los embriones macho se han desarrollado en larvas, el panorama cambia: las hembras matan a cuanto macho puedan, sobreviviendo solo unos cuantos. Entonces, cuando llega la hora de la salida, la proporción de sexos es abrumadoramente mayor a favor de las hembras. Esto tiene una muy buena razón evolutiva, ya que los machos solo aportan los gametos y nada más. Además estos significarían una mayor competencia a la hora de encontrar otro huésped.
En resumen, ambos (tanto machos como hembras) se ayudan, ya que unos cumplen el papel de protector (las hembras) y los otros cumplen el papel de reproductores y además son los que rompen el cuerpo de la oruga para poder salir (los machos).
Desde el punto de vista de la biología evolutiva, todo este proceso tiene sentido y posee una explicación para cada evento que ocurre. Sin embargo, desde el punto de vista bíblico uno se preguntaría por qué razón un dios infinitamente sabio y bueno podría permitir tal horror para la oruga y para las larvas macho de
C. floridanum. Uno se imagina el sufrimiento de la oruga durante todo el proceso, ya que este tiene una duración de aproximadamente un mes. Y esto sin considerar que el diseño de la naturaleza no es perfecto, por lo que, de haber sido todo creado por Dios, sería una creación imperfecta… muy poco digno de un dios omnisciente, omnipotente e infinitamente bueno.
Una unión extrema, aunque no tan cruel.
Cuando uno ve un isópodo (un crustáceo marino) tiene una idea de un animal amistoso y para nada peligroso. Sin embargo, una especie de isópodo (Cymothoa exigua) parasita a algunos peces marinos. Los casos de parasitismo a peces se hace evidente y notoria en el conocido caso de las rémoras, por ejemplo, que se adhieren a diferentes animales marinos grandes y viven pegados a ellos, aprovechando el transporte y protección que estos les brindan. Sin embargo, la forma de parasitar que tiene C. exigua es verdaderamente poco ortodoxa.
Este animal se adhiere a la lengua de algunas especies de peces, succionando la sangre de una de las principales arterias que la abastecen de sangre. Con el tiempo, la lengua se atrofia y el crustáceo se adhiere permanentemente a su huésped, uniéndose a los músculos de la lengua. En realidad, el huésped no se ve afectado seriamente, a pesar de que C. exigua casi reemplaza a la lengua en sus funciones.
En una de las fotos se puede ver al pez Colossoma mitrei con un espécimen de C. exigua adherida a su lengua. Nótese que el pez tiene unos dientes peculiares. Cuando vi la foto por primera vez pensé que era trucada pero resulta que esa especie tiene esa dentadura extraña para un pez (se parece más a la de algunos mamíferos).
En este caso, se ve un perjuicio menor hacia el huésped que en el caso de la interacción Copidosoma-Trichoplusia. Sin embargo, también podemos ver una relación plenamente explicable por el proceso evolutivo, mientras que nos queda un signo de interrogación en la cabeza cuando nos imaginamos a un dios todopoderoso creando seres con este tipo de vida.
Criar a los hijos equivocados.
Existen varias especies de aves parásitas, pero voy a comentar acerca de una en especial que he podido ver de cerca y que vive y anida en la UNALM, mi alma mater. Su nombre científico es Molothrus bonariensis, más conocido como tordo parásito o tordo lustroso. Esta ave tiene un comportamiento particular: no construye nidos, sino que ponen sus huevos en los nidos de otras aves pertenecientes a especies diferentes. Para evitar que los dueños del nido detecten el fraude, han desarrollado una estrategia de camuflaje de huevos: sus huevos se parecen mucho a la de la especie que parasitan. Y ya que sus huéspedes son diferentes especies de aves, poseen huevos de diferentes tamaños y colores, de acuerdo a la zona en donde vivan y a la especie que prefieran parasitar.
La secuencia es como sigue: M. bonariensis pone un huevo en un nido ajeno; la especie huésped no reconoce (usualmente) que el huevo es ajeno. Debido a que el periodo de cría de M. bonariensis es menor que el de muchas de las especies a las que parasita, la cría de tordo parásito nace primero y usualmente es más grande. Luego, los padres sustitutos lo alimentan en mayor proporción y las crías del huésped en ocasiones mueren de inanición. La cría de tordo parásito crece y luego se va del nido, repitiendo luego el ciclo.
En otras especies de aves parásitas, sucede lo mismo que con M. bonariensis, salvo que cuando el polluelo nace, lo primero que hace es arrojar del nido a los huevos o crías recién nacidas del huésped, matándolas al instante y eliminando la competencia.
Conclusión.
En los tres casos presentados, podemos ver cómo es que estas especies han coevolucionado, generando una relación interespecífica muy compleja y en la que una especie depende de la otra. Todo esto es explicado inequívocamente por la biología evolutiva, y para esto hay estudios que comprenden muchas sub-áreas de la biología, como por ejemplo, la genética, la anatomía comparada, la paleontología, la biología molecular, la etología, la ecofisiología, entre otras.
Por otro lado, si queremos explicar estos casos en base a los textos bíblicos, simplemente fallamos en el intento, ya que no se puede explicar por qué un dios omnisciente, infinitamente bueno y todopoderoso pueda haber creado una realidad como la que tenemos delante.
Con esto no quiero decir que la realidad sea horrible. Todo lo contrario, porque la naturaleza es maravillosa y fascinante. Hay mucha belleza y orden en la naturaleza. Pero a lo que me refiero es a que no es lo que se esperaría de un diseñador inteligente.
Pese a quien le pese, el proceso evolutivo cuenta con numerosas pruebas provenientes de distintas ramas de la biología. Por el contrario, los argumentos bíblicos creacionistas no cuentan más que con el propio testimonio bíblico, aunque esas ideas se encuentran tan arraigadas en la gente que es muy difícil quitarlas. Parecería fácil que las personas den más peso a las evidencias que a la tradición, sin embargo, es innegable que hay numerosas razones para que esto no sea así. Y dichas razones las podemos encontrar en el funcionamiento de nuestra propia psique.
Y para concluir me gustaría citar la famosa paradoja de Epicuro:
“O dios quiso eliminar el mal y no pudo
O dios pudo eliminar el mal y no quiso
O dios ni quiso ni pudo
O dios quiso y pudo
Entonces:
Dios sería impotente, lo que contradice su omnipotencia.
Dios sería malvado, lo que contradice su bondad suma.
Dios sería impotente y malvado a la vez, lo que contradice su omnipotencia y bondad.
Si dios quiere y puede acabar con el mal, ¿porque no elimina al mal?.
Dios sería incoherente, lo que contradice su perfección.
Conclusión:
Si dios no es omnipotente no es dios, luego dios no existe.
Si dios no es bondadoso no es dios, luego dios no existe.
Si dios no es omnipotente ni bondadoso no es dios, luego dios no existe.
Si dios no es perfecto no es dios, luego dios no existe.”