Esta semana supimos que
el virus entró muy probablemente en la última semana de febrero, que hay tres
cepas diferentes, una originada de Canadá, otra de España y otra de Australia.
Supimos además que muy probablemente el virus entró antes de los casos que
luego cobrarían notoriedad. Los aeropuertos fueron seguramente grandes ámbitos
donde el minúsculo replicante se contagió y dispersó por todo el mundo. Antes
de la pandemia más de tres millones de personas se subían a un avión cada día.
Eso lo supimos gracias
a que hay científicos uruguayos que han trabajado velozmente, con tesón, y han decodificando el ARN de los virus que
iniciaron la propagación en Uruguay. Uruguay es parte de la carrera global por
decodificar el virus y encontrar la solución. Pero además, están trabajando en
la especificidad uruguaya de la enfermedad, en aquello que probablemente nadie
investigaría. Del mismo modo, nadie investigará nuestro campo natural, nuestras
pasturas nativas ni nada de lo que hace a Uruguay peculiar.
Si la primera gran
lección de la pandemia es que no ocurrió por azar. Si tenemos que reclamar que
las causas deben conocerse y erradicarse ya sean los mercados “mojados” de
China o el uso de virus de laboratorio como armas biológicas. La segunda lección, más local debería ser la
de realzar la importancia de la ciencia local.
Seguramente la mayoría
de los niños y quizá una alta proporción de los adultos no saben por ejemplo
quién fue Clemente Estable. Un niño de San Bautista que de pequeño se divertía
imitando el canto de las aves en el campo, que se hizo maestro y que se puso
como foco entender el funcionamiento de su cerebro hasta el punto de terminar
siendo nada menos que colaborador principal de Santiago Ramón y Cajal, el español premio Nobel, el
padre de las neurociencias y mucho más que eso, capaz de dibujar con precisión
increíble de detalle a las neuronas, El primero en proponer que la información
fluía a través de las neuronas que entre ellas hacían sinapsis. Ahí estaba
nuestro Clemente Estable surgido de una modesta familia rural. Un pensador que
como antes Varela reformó la educación por ejemplo a través del concepto de
“dedicación completa” para los profesionales de la ciencia. Algo que no solo
significaba dedicarse las 8 horas de trabajo exclusivamente al trabajo
científico sino dedicarse de cuerpo y mente a esa actividad.
En estos tiempos de
obligado encierro entre tanta serie banal, cabe recomendar el documental sobre
su vida Clemente, los aprendizajes de un maestro, de Pablo Casacuberta. Allí de
su propia voz escuchamos algo que suena a un imperativo:
“¿Qué hago de mi propia
vida? Ah. He ahí una fundamental
cuestión de todas las criaturas humanas. Todos tenemos no una, sino varias
misiones a cumplir. Lo primera es conocerlas, la segundo no olvidarlas, la
tercero no dejarse vencer por los obstáculos ni abatirse y entregarse al
fracaso, ante el cual hay una sola conducta sensata: examinar sus causas,
cambiar de estrategia si es necesario, y seguir adelante.
Toda persona tiene ante
sí un imperativo que imprime sentido a su vida. Ya no se trata de discutir qué
es el bien, sino de realizarlo, de vivirlo. En cierto sentido, vivir es
aprender y enseñar y despertar a la realidad soñando un poco. Se puede y se debe dirigir el pensamiento a tal
problema, siempre en foco: ¿Qué hago de mi propia vida?”
A veces oímos decir que
la ciencia es soberbia. Creo exactamente lo contrario: la comunidad científica
es demasiado humilde, coherentemente con la humildad que tiene la ciencia como
herramienta de aproximarse al conocimiento y la verdad.
Entre tanta publicidad
que nos muestra a actores de túnica blanca diciendo que “está científicamente
comprobado” deberíamos recordar que el conocimiento científico es siempre
humilde, probabilístico, temporal, factible de ser rebatido por una explicación
posterior que sea más exacta. Como diría Stephen Hawking, en una construcción
en la que se puede ver cada vez más lejos porque se va a hombros de los gigantes
que precedieron.
La necesidad de una
ciencia nacional queda diáfanamente clara. Vendrán las discusiones del
presupuesto y la necesidad de achicar gastos será imperiosa. Al 5% de déficit
fiscal heredado se le agregará una fuerte caída de la recaudación.
Pero el 1% del PBI para
la ciencia, que varios científicos han pedido, casi que tímidamente debería
sobrevivir. Es, a esta altura, una política de defensa nacional, una política
de salud, una política agropecuaria y de agregado de valor.
Por otra parte, queda
también meridianamente clara la necesidad de que el gobierno, cualquier
gobierno, todos los gobiernos, tomen decisiones basadas en ciencia. Brasil,
EEUU, México han demostrado lo que sucede cuando los presidentes desoyen a los
científicos. Taiwan, Nueva Zelanda, Islandia muestran el camino.
Es necesario defender
mucho más a la ciencia de ataques que suele recibir tanto desde corrientes de
pensamiento de derecha como de izquierda. Desde los fanáticos fundamentalistas
que siguen queriendo negar a Darwin a los snobs posmodernistas que consideran
que el científico es un mero relato más.
En democracia dar
relevancia a la ciencia como la mejor herramienta que hemos construido para
acercanos al conocimiento recibirá el mote de cientificista, tecnócrata o positivista.
En China a quienes
primero avisaron de la existencia de un problema sanitario fueron silenciados,
amenazados y encerrados. En todo el mundo los médicos arriesgan su vida y
muchísimas veces enferman y mueren dando la batalla.
Por supuesto que la ciencia
se puede usar tanto para el bien como para el mal. Por cierto que saber los
secretos del átomo tanto puede curar algunos tipos de cáncer como generar a
Nagasaki e Hiroshima.
Viene un tiempo de
avance fenomenal de las biotecnologías y de pensar si no hay que renunciar a
determinados tipos de conocimiento, o al menos a su divulgación.
Pero ya vendrán tiempos
de discutir los aspectos éticos y filosóficos. Ahora la generación de
respiradores nacionales, más baratos y confiables que los importados, y participar
del esfuerzo global por decodificar y generar una vacuna son lo urgente.
Sabeos que podemos
estar tranquilos: vendrá el medicamento, vendrá la vacuna. Los científicos
están trabajando en ello.
Mientras deberíamos
recordar las palabras de Clemente Estable y no desaprovechar el tiempo de la
cuarentena. Tiempo de leer, de aprender y en la medida de lo posible enseñar a
las generaciones más nuevas que así como hubo un Obdulio Varela hubo varios
héroes de la ciencia uruguaya que son reconocidos en el mundo, aunque por la
humildad propia de la ciencia, son menos conocidos.
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