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Amalia Jamilis - Sutiles Espantos

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En los primeros setenta leí Detrás de las columnas y Los trabajos nocturnos y sus cuentos me gustaron tanto como los de Cortázar, escritor con el que tiene muchos puntos de contacto. Apenas terminada la dictadura, en un congreso de educación en Tucumán al que ambas habíamos ido como oyentes, quedé al azar conversando con una profesora sobre sus experiencias en el aula. Al despedirnos e intercambiar nombres y direcciones supe que era Amalia Jamilis.
AMALIA JAMILIS
Nació en Plata el 30 de agosto de 1936 y murió en Bahía Blanca el 30 de octubre de 1999. Estudió Bellas Artes en las escuelas Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón, de Buenos Aires. Siendo joven se radicó en Bahía Blanca, donde formó una familia, se dedicó a la docencia y desarrolló su escritura. Publicó Detrás de las columnas (1967, Premio PEN Club Internacional, Losada), Los días de suerte (1968, Premio Emecé), Los trabajos nocturnos (1971, Centro Editor de América Latina), Madan (1984, Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación, Celtia), Ciudad sobre el Támesis (1988, Premio Fondo Nacional de las Artes, Legasa) y Parque de animales (Catálogos, 1998). Obtuvo además el Premio Fundación Salomón Wapnir, el Tercer Premio Nacional de Narrativa y el Premio Trayectoria del Honorable Concejo Deliberante de La Plata. Sus cuentos han sido incluidos en prestigiosas antologías publicadas en Argentina, Alemania, Estados Unidos y México, países en los que su obra ha sido objeto de estudio. Sus cuentos de atmósferas tenues, ámbitos privados, universos femeninos, exploran los espacios de confluencia entre lo real y lo fantástico, incorporan elementos trágicos de nuestra historia, y construyen mundos sutiles donde los desplazamientos entre los diversos planos de la experiencia se vuelven imperceptibles.

Ella dijo:
…el momento que la gente suele llamar éxito está en la elaboración de la obra; ahí está todo. Lo demás se da o no, pero ahí tienen lugar los momentos más felices, y, también, los más desesperantes si no se encuentran los recursos necesarios para seguir... En términos generales más que de felicidad podríamos hablar de plenitud: El momento pleno es cuando uno escribe. Por eso, si me tengo que quedar con algo, me quedo con el momento de la elaboración, porque ese hecho de trabajar la obra da expectativa y eso es ganas de vivir, futuro... Llega un punto en el trabajo narrativo en el que paro y miro que pasó hasta ese momento y ahí, cuando ya está algo avanzada la narración, el texto solo indica cómo debe ser seguido y casi te diría también cómo debe ser terminado. Pero uno de los problemas técnicos es siempre para mí quien va a narrar ese cuento…Por eso el punto de vista para mí es fundamental ya antes de poner la primera palabra. …creo que nadie puede permanecer ajeno a lo que pasa en el país, todo lo que pasa a tu alrededor pasa en tu vida también. Todos los hechos de un país influyen en la vida de cada uno de los ciudadanos, de los pobladores de ese país... y pasa que en la obra de creación toda esa situación se escurre y sale a la luz, no puede no salir… Fragmentos de un reportaje hecho en 1999 por Marcello Marcolini, quien fue amigo de Amalia Jamilis, modera una página web sobre la escritora y es autor de la fotografía que ilustra esta columna

Se dijo de ella:
Elvio Gandolfo, Guillermo Saavedra y Enrique Butti (quien le rinde velado homenaje en su novela El novio), entre otros, la consideran uno de los puntos más altos de la narrativa de nuestro país, una cuentista tan extraordinaria como poco difundida hoy.... frente al sabor complaciente pero efímero de tantos relatos actuales, el pulso literario de A. Jamilis, en el cual magia y belleza se entremezclan, recuerda que la autora es una de las grandes escritoras argentinas. María Esther de Miguel

Después del cine
El hombre muerto tomaba café vestido con un pantalón brillante y un saco de alamares. La mujer se levantó de la cama y con un dedo enguantado le señaló algo que había adentro de la taza. El hombre miró sonriendo; mientras sonreía la mujer abrió su cartera, sacó un revólver y lo mató. El hombre se desplomó hacia atrás con mucho ruido y estaba muerto, ya no volvería a tomar café nunca más. La mujer se puso un tapado de piel, como hacía Olimpia en invierno y un sombrero altísimo, le dio al muerto un beso en la boca y salió a la calle.
Misa terminó de comer el pop choclo y se dio cuenta de que Victoria no estaba; a lo mejor había ido hasta el baño, porque siempre que iba al cine con Victoria, ella se levantaba una o dos veces para ir al baño.Algunos asientos más allá, un hombre y una mujer viejos abrían paquetes de caramelos. A su lado una rubia bajita miraba la película y se comía las uñas.
Ahora un vigilante con una estrella de plata arrastraba a la mujer del tapado de piel, ella se retorcía y echaba espuma por la boca. Sonaban los silbatos y se encendían linternas, la mujer conseguía escaparse y llegaba hasta una estación blanca de nieve en el momento en que avanzaba un tren. La mujer se arrojaba a las vías, había luces, sombras y más nieve y el tren la partía en mil pedazos.A su lado la rubia se sonó fuertemente la nariz. La gente empezaba a levantarse y a ponerse los abrigos. Misa salió última y fue al baño, pero Victoria no estaba; tampoco estaba en el vestíbulo. Al llegar a la esquina se dio cuenta de que era una noche muy oscura. A mitad de cuadra habían quedado las luces del cine y las voces; de pronto se encontraba caminando pegada a la pared, siguiendo a un hombre y a una mujer que ahora, detenidos y dados vuelta hacia ella, eran el hombre y la mujer viejos del cine que comían caramelos.
—Hola —dijo el hombre—. Una nena sola.
—Los chicos no deben andar solos de noche —dictaminó la mujer.
Recién entonces Misa reparó en que eran realmente muy viejos, más de lo que ella había visto nunca. Se apretó contra la pared y se cubrió la cara con las manos.
—No te asustes, nena —dijo el hombre, acariciándole la cabeza—.
Sólo queremos que vuelvas a casa, es muy tarde para una chica sola.
—Además hace frío. Augusto, esta nena va desabrigada.
—Y no sólo por el frío —siguió diciendo el hombre—. De noche nunca se sabe con qué cosa va a encontrarse una chica por las esquinas, sin contar a los murciélagos. Me acuerdo que cuando muchacho los murciélagos me asustaban horriblemente. Y eso que nunca fui lo que se dice un cobarde, Magdalena. Pero esta chica está asustada. Sacate las manos de la cara, hijita, y decinos cómo te llamas.
—Siempre sostuve, Augusto, que en el fondo eras un hombre sin corazón. Cómo puede ser que no me permitas recordar a mi propia hija.
—Te hace mal, Magdalena. Después te dan jaquecas. Acordate las que tuviste el año pasado. Te dieron seguido durante seis meses, por lo menos.
—Teté tendría treinta y dos años —dijo la mujer, tomando de la mano a Misa—. Me acuerdo de ella como si fuera hoy.
—No quiero contradecirte, Magdalena —dijo el hombre—, pero no es sano lo que hiciste. Conservar sus cosas, su cuarto, todos estos años.
—Era una manera de que Teté siguiera entre nosotros. Y ahora esta chica.
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En Después del cine, Amalia Jamilis se adelanta a su época. Escrito poco antes de la dictadura militar del ’76, puede leerse hoy como una parábola sobre la sustracción de niños nacidos en cautiverio. Aquí un fragmento.
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