¡Bienvenidos a la mazmorra! Rika para serviros, queráis o no.
Malfoy y Weasley son las dos familias de sangre limpia más prominentes de Harry Potter. Si bien la tensión que existe entre ellas se puede advertir ya con el desdén con el que Draco trata a Ron en el primer libro, comprobamos que ambas son rivales desde que el segundo libro nos abre con Lucius Malfoy y Arthur Weasley dándose puñetazos (muy a lo muggle). Luego el señor Malfoy mete el diario de Voldemort entre los libros de Ginny y ya queda sentenciado para el lector. Es decir, ¿cómo se puede ser tan ruin y cobarde? Quizás porque a doña Rowling le gustan mucho más los personajes blancos y negros de lo que nunca reconocerá.
Los Malfoy representan, con la excepción de Narcissa en el último libro con su amor maternal, lo peor de lo peor. Son los snobs odiados incluso entre los mortífagos, chaqueteros, egoístas y, lo peor de todo, cobardes. Los Weasley contrastan con ellos no solo por ser pobres y mucho más numerosos, sino por su amabilidad, cierta torpeza y actitud más abierta/moderna… Al menos en apariencia.
En realidad, si nos fijamos, encontraremos más parecidos negativos que verdaderas diferencias y no estoy segura de que, en varios casos, doña Rowling lo hiciera a propósito. Vamos por pasos.
Los dos clanes son racistas con los muggles, solo que los Weasley se muestran más paternalistas con estos por influencia directa de Arthur Weasley. En teoría trabaja con muggles, pero no sabe prácticamente nada de estos y su interés por los «cachivaches» —la verdad es que nunca he entendido por qué usan coches si ya un enchufe los hace reír por lo absurdo que les parece— infantiliza todavía más el mundo de los muggles. Aun así, la intención que hay detrás es más o menos loable. Por eso acaba teniendo una pelea con Lucius cuando este hace referencia a sus gustos y amistades cuando los padres de Hermione andan cerca.