Casablanca (1942), de Michael Curtiz
Sí, ya recuerdo cómo
empezaba: On a
morning from a Bogart movie, in a country when they turn back time… Humphrey nunca fue guapo, ¿verdad? Pero
tenía algo en la mirada que… Algo que parecía decir: “Volveré”.
Los acordes de piano son el
exquisito prólogo a aquella historia en que la que la muchacha vestida de seda
emerge desde detrás del sol para perderse por las calles imposibles de una
ciudad en forma de acuarela. Tus pupilas son el lienzo. Todo ocurre allí, en el
fondo de tus ojos. La noche se sucede tan rápido que apenas recuerdas fogonazos
de luz que aceleran tu corazón y le arrancan fuegos artificiales (MANHATTAN
MANHATTAN MANHATTAN).
Es mejor perder el sentido de
la orientación, o de la realidad. La realidad también tiene un fondo de
acuarela. Al menos, la tuya. Igual que Peter Lorre, contemplas de lejos un
crimen, perdida entre la multitud. Eres tú, disparando sobre una proyección de ti
misma. Ríes amargamente, porque el arma ni siquiera estaba cargada.
Amanece y, como en la canción,
te resistes a salir de allí, aunque sepas que deberías hacerlo. Los acordes de
piano no durarán siempre: y los que suenan ahora componen el epílogo. Lo curioso
es que son exactamente los mismos del prólogo, y eso te hace soñar con que todo
vuelve a empezar de nuevo.
Bueno, ¿y por qué no? La vida
puede ser como tú la pintes, dentro de tus pupilas. Una acuarela, un espejismo
que dure para siempre. Tienes la íntima certeza de que no estás hecha para el
mundo de ahí fuera: siempre olvidarás cómo vivirlo: condenada a sufrir o a causar sufrimiento. Dentro de ti, todo es
perfecto. Una vida independiente a la de fuera, que siempre te acompaña aunque
nadie más que tú pueda verla.
Tal vez, la acuarela seas tú,
y no el mundo. Un personaje de drama en blanco y negro que se desvanece nada más anunciarse el
final: un personaje ingobernable. El crimen es exactamente ese: asesinar a la
realidad –por no haber sabido cómo manejarla- para viajar a tu propio mundo. Hay
veces en que la realidad sangra -no consigues cambiar el final de la historia-, y es terriblemente fría, y entonces solo
deseas suicidarte de sueños, y vivir allí dentro. Con los fogonazos (MANHATTAN MANHATTAN
MANHATTAN), las ciudades imposibles, los acordes interminables y un guión que
te hace saber exactamente cómo actuar. Fuera, Al Stewart se ha callado para
siempre, pero dentro, la canción se repite una y otra vez.
Nadie sabe lo que sucedió después:
si Rick regresó al aeropuerto para esperar el avión que devolvería a Ilsa a
Casablanca; y aunque no se vea en la película, existe una secuela en la que
Escarlata O’Hara se marchó a buscar a Rhett Butler, porque sabía que era su amor verdadero. Y a pesar de que Humphrey
jamás regrese, su mirada está cargada de ese aire grave y tierno que te permite
decolorarte en blanco y negro para seguir soñando con un último beso, que dé a luz, otra vez, al primero.
Pero sucede que oigo a la
noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para
siempre.
Alguna vez volveremos a ser.
Alejandra Pizarnik
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